domingo, 27 de enero de 2019

En torno al respeto






¿Qué quieren las mujeres? ¿Qué quieren los hombres? Sí, tal vez sea cierto. Ellas son de Venus, y ellos son de Marte. Quizás. Ciertamente, los seres humanos todos somos iguales. Y, al mismo tiempo, todos somos distintos. Existen tantas culturas, tantas opiniones. Diferentes maneras de ver al mundo y a las cosas. Este planeta es tan diverso que a veces confunde. El sentido de la vida es una búsqueda muy cargada de misterio. A veces,  no se entiende. Uno a menudo  se pierde en la oscuridad. Cada persona parece seguir  objetivos singulares. Unos buscan amor. O a Dios.  Otros buscan paz, espiritualidad, verdad. Otros, éxito, libertad o felicidad.  Otros, fama, dinero, vino o chocolate. Otros simplemente quieren ser excelentes en algo. Alcanzar un potencial.  Crear una obra importante. Desarrollar un talento. Y algunos, sencillamente, quieran ser buenos y dar bondad.  No sé. Es algo muy complicado, de hecho. Estas son algunas respuestas de la gente a las grandes preguntas que nos planea la vida. Sin embargo, me temo que en relación a este tema un consenso general aún no se ha inventado.

De todas estas respuestas posibles, existe una que a mí en lo particular  me gusta mucho. Me llena, lo confieso. Y, en cierto modo, me consuela.  Además, pienso que su atractivo es casi universal. ¿Qué quieren las mujeres? ¿Qué quieren los hombres? ¡Queremos respeto! Más que amor, riquezas y glorias. Quizás queremos eso. Respeto. Consideración. Estima.  

El respeto, en pocas palabras,  se podría describir como una virtud.  Una virtud de consideración.  La edificación de una relación considerada entre el propio ser y los demás. Es decir, el reconocimiento del valor personal dentro de un contexto social. En las relaciones interpersonales, siempre existe una dinámica de poder. Y para que los vínculos humanos se puedan sostener debe haber un sentido de justicia básico y elemental entre las partes. Por lo tanto,  el respeto sería una forma de espacio sagrado. Un territorio que nadie debe cruzar jamás.  Como acto seguido, el irrespeto sería una violación de los límites  que impone este espacio, también llamado la dignidad humana.

 ¿Cuáles son los enemigos del respeto? Primero, la humillación.  El acto de humillarse  es un hecho irrespetuoso porque convierte a la persona en un ser inferior y sumiso, víctima del otro, carente de amor propio.  Una evidente falta de respeto hacia uno mismo. Segundo, el abuso. El abuso es otra acción irrespetuosa porque implica una imposición  violenta e ilegítima que perjudica al otro, y nos convierte en victimarios. Una clara falta de respeto hacia los demás.  El respeto, entonces,  es un equilibrio entre dos extremos, una especie de sabia armonía. El irrespeto, por el contrario, es un desequilibrio, la negación de la verdadera valía de cada quien.

 Mejor dicho, o para decir lo mismo pero con otras palabras,  la humillación es  la escasez  de dignidad propia; el abuso, la extralimitación que ataca la dignidad ajena. Estos dos vicios son anónimos del respeto, uno por deficiencia y el otro por exceso.  En resumen,  el respecto es paz y bienestar.  Sus opuestos son la eliminación (literal o simbólica)  de la persona. No hay humanidad, sin respeto. Así de sencillo.

El respeto se demuestra en palabras, acciones, gestos y tono. Y la mejor manera de identificar su presencia es la ausencia absoluta de violencia. El violento no respeta. El respeto tiene un cómo, una forma de expresión. Se manifiesta de un modo palpable y tangible. Es sutil, suave y calmado. No discute, argumenta. Es lento, pausado y reflexivo. No salta de rabia, sino que se pasea con elegancia. Escucha, reconoce y acepta. Saluda. Es puntal. Tiene palabra. Honra convenios. Es un caballero.  Lleva un orden, un autocontrol. Es civilización, empatía y educación. Cultura.  Sabe callar. Saber hablar. Escoge el discurso más adecuado. Rectifica a la luz de las razones. Pone de su parte.  Ayuda. No reprocha. Solo reclama tranquilamente lo justo. Es honesto, moderado, prudente. No es terco, arrogante ni soberbio. Beneficia, construye, soluciona. No destruye. No golpea. No insulta. Conversa. Acuerda. Dialoga. Es amable, tolerante y cortés.  Agrega valor a las relaciones, no quita. Claro, se defiende valientemente de las humillaciones y los abusos. Pero con nobleza y altura. No es una víctima, ni un victimario. Es un ser humano. Que falte todo, menos el respeto. Porque en un suelo desprovisto de  respecto, nada provechoso nace nunca.  El respeto. Una actitud ante la vida.

Gustavo Godoy


lunes, 14 de enero de 2019

Constanza Chatterley






Dedicado a quienes viven los milagros…

Si la experiencia nos ha demostrado algo en materias de amoríos es lo siguiente: Existe una distancia enorme  entre lo que se dice y lo que se hace. Decimos querer algo, pero nuestras acciones revelan lo contrario. En la mayoría de los casos, manifestamos anhelar un amor bonito, pero no. En la práctica, escogemos amores contrariados. A pesar de lo que constantemente decimos,  las muestras de amor sincero nos aburren y las rechazamos. Preferimos jugar al gato y al ratón. El hombre bueno, la mujer buena no son lo nuestro. Aparentemente, nos gusta la ingratitud. ¿Cinismo? ¿Resentimiento? ¿Pesimismo?  No lo creo. La evidencia es abrumadora. No es políticamente correcto escribir con tanta crudeza sobre el tema, claro. Pero debemos confesar que algo de cierto todo esto  tiene. ¿O no?
Biología, psicología o sociedad, no lo sé. Pero querer es complicado. Sé directo en el amor. Y lo verás. Te darán las gracias y te ofrecerán solo amistad. Algo que es como darle un pan a quien se muere de sed. Muestra distancia, arrogancia y pedantería, y, de pronto, tu atractivo sube como la espuma. ¡Oh, las ironías del amor en tiempos modernos! Le pedimos a Dios una buena compañía, pero cuando nos la envía, no nos gusta. Elegimos otra cosa.  Rara vez, valoramos a la persona que lo apuesta todo por nosotros y lo demuestra con acciones.  Por el contrario, valoramos a quien se va, a quien no podemos tener. Esto nos lo hacen y lo hacemos. Las dos cosas. En la vida real, el príncipe azul no conquista tanto como el lobo feroz.  La bruja puede más que Blancanieves.

El británico David Herbert Lawrence escribía divinamente.  El amante de Lady Chatterley, publicada en el año 1928, es una novela maravillosa. Increíblemente maravillosa porque es la celebración de un milagro.  El guardabosque Oliver Mellors no tiene nada que ofrecerle a la señora Constanza Chatterley. Solo su  ternura. Solo su cariño. Ella lo escoge a él. He ahí la belleza de Connie. En su simplicidad. Lo único que pedía del amor era amor. El amor: Atención, tiempo, detalles, dulzura, momentos, intimidad, compañía.  ¡Para que más!

Constanza se casó muy joven. Su marido, un aristócrata, Sir Clifford Chatterley, quedó invalido de la cintura para abajo después de la Gran Guerra y los dos vivieron juntos en la mansión Chatterley, un lugar sofocante y gris. Por supuesto, la invalidez del señor Chatterley iba más allá de lo físico. También era un hombre incapaz de amar. Su vínculo con Connie no era amor realmente. Era dependencia, necesidad, agradecimiento,  costumbre. Pero no amor. Era otra cosa.  La pareja no gozaba de un verdadero lazo. La guerra rompió a Clifford de un modo más profundo de lo que podía revelar su frágil exterior.  Lo despojó de su espíritu.

De repente, un día, Constanza se dejó querer. Se entregó a un hombre que estaba dispuesto a quererla de verdad. La bella Connie tuve esa valentía. No era el momento, ni la circunstancia. Eran la pareja dispareja y nada encajaba. Pero igualmente se dejó querer. Así nomas. Se decidió por la ternura, por el cariño. Lo demás dejó de  importar.

La relación de Connie y Oliver nos invita a tener fe. Nos abre las puertas hacia una esperanza.  Tal vez, exista un mundo donde el amor sea suficiente, donde  sea posible. Quizás, algún día nos llegue a querer aquella persona que amamos. Y nos dé amor por amor. Simplemente. Tal vez, encontramos a nuestra propia Connie, a nuestro Oliver. Y solo el amor baste. ¡Ojala! Que los te amos sean también un te cuido. Yo te cuido. Tú me cuidas. Nos cuidamos. Así como en la novela, El amante de Lady Chatterley.


Gustavo Godoy 

domingo, 13 de enero de 2019

Anna Karenina y Elisabeth Bennet





¿Es posible enamorarse de personajes literarios? ¡Ah!, he ahí una pregunta muy interesante y sumamente reveladora. ¿Se puede? Bueno,  yo pienso que sí. Es posible, en cierto modo. Leer es una experiencia íntima, sin lugar a dudas. Y existen personajes ficticios que, en esa intimidad poética,  te tocan profundamente. Ya sea porque te recuerdan personas reales. Ya sea porque crean la ilusión de poder encontrártelas en la vida real. Las novelas te acercan, con absoluta sinceridad, a la gente. Y la cercanía enamora. El amor es también una forma de imaginación. Para querer a las personas hay que prestarle atención. E imaginarlas.  Es decir, leerlas con paciencia. Escuchar sus sueños lentamente. Empatizar con sus defectos poco a poco. Disfrutar sus emociones. Explorar sus sentimientos. Y desear su bien de un modo honesto y franco. Mejor dicho, sentirlas. Sentirlas en su totalidad.  Las personas son historias. Y hay personas que solo pueden ser historias de amor. Todo es cuestión de ser un buen lector. 

Anna Karenina es la protagonista de la novela (que lleva su nombre como título) escrita por el escritor ruso León Tolstoi a finales del siglo XIX.  Anna es indudablemente una de las mujeres más bellas de toda la literatura universal. Nunca se deja de lamentar su trágico final. Anna se casó muy joven con un hombre seco y sumamente frio. Karenin es un sujeto responsable y correcto, pero incapaz de demostrar cariño. Su único impulso es el deber. Un excesivo sentido del deber que sofoca. Sin embargo, Anna puedo mantenerse durante años en ese matrimonio sin pasión gracias a su hijo, Sergio. Era una madre muy devota y crio a su hijo con gran ternura. 

Anna Karenina era admirada por toda la alta sociedad de San Petersburgo. Admirada por su belleza, su elegancia y su amabilidad. Una mujer soñada, encantadora,  de trato dulce y amables maneras. En los primeros capítulos de la novela, conocemos a Anna durante su viaje a Moscú ayudando a su hermano con un problema marital.  Esteban Oblonsky, el hermano de Anna, tuvo una aventura con la institutriz, y su esposa lo había  descubierto  todo. Anna intervino con gran sabiduría y ayudó al matrimonio a superar el meollo. Desde ahí, para el lector, es amor a primera vista.  

Lamentablemente, en ese mismo viaje también conoció al causante de su tragedia. En Moscú, conoció a Vronsky,  un joven que después de conocerla se dedicó a conquistarla. Con el tiempo, ella cayó en sus abrazos y quedó embarazada de él. Eventualmente, se separó de Karerin para vivir junto  a su amante desarrollando a una relación sumamente tormentosa que terminó con su lamentable suicidio. Anna se volvió cada vez más caprichosa, celosa e irracional. Ese amorío le salió muy caro. 
¡Anna! Una mujer fascinante e inmensa. Con un atractivo infinito. Terriblemente compleja y contractaría. Llena de belleza, pasión e ímpetu. Nunca logró la felicidad que tanto anhelaba. Incomprendida, inmadura y víctima de sí misma. Conocer el personaje  es quererla. ¡Qué pena! Todo ha podido ser tan diferente. 

Elisabeth Bennet es la heroína de la novela Orgullo y Prejuicio de la escritora inglesa Jane Austen. Austen comenzó a escribir la obra en el año 1796 y la terminó en el 1797. La pieza explora el tema del matrimonio y de cómo escoger al compañero ideal. Ambientada en la Inglaterra rural de finales del siglo XIII en medio de familias de clase media. La historia se centra en la interesante relación entre Elisabeth y el señor Darcy. 

Elisabeth es una mujer de criterio, de pensamiento independiente y de carácter aplomado. Elisabeth es muy bonita y peculiar. Recordarla es sonreír. Siempre fiel a sus principios. Siempre con opiniones fuertes. Es la segunda de cinco hermanas. Y la preferida de su padre, el señor Bennet. Al principio de la novela, todas las hermanas están solteras y en busca de  marido. Una situación ideal para que comiencen los enredos. La novela es en realidad una comedia romántica, llena de color, reveses y sorpresas. Se disfruta muchísimo. La diversión nunca para. 

La relación de Elisabeth con Darcy empieza como grandes malentendidos. En un principio, se detestan. No se soportan. Pero con el tiempo, se van descubriendo. Y van creciendo en la medida que se van conociendo mejor. Darcy, un caballero de elevada posición social, en el fondo, es un hombre bueno y de noble sentimientos. Pero introvertido, de modales a veces toscos y en apariencia arrogante. Cuando por primera vez, Darcy le propone matrimonio a Elisabeth,  ella lo rechaza de plano. Su propuesta fue casi grosera, totalmente inapropiada. Y Elisabeth siempre digna se lo hizo saber con una firmeza muy típica en ella. La seguridad de Elisabeth es admirable. Es su mayor atractivo. La mujer es bella. Si algo tiene, es personalidad. 

Anna Karenina y Elisabeth Bennet son mujeres muy distintas. Anna es una dama de sociedad sumamente sofisticada. Elisabeth, por otro lado,  es una muchacha de orígenes más humildes y con menos mundo que Anna. Sin embargo, se podría decir que Elisabeth es mucho más centrada y madura. Son bellezas diferentes. Anna es como un trofeo muy cotizado, pero Elisabeth es un  premio que se debe merecer y solo se revela  conociéndola. Anna es el sueño de todo hombre, pero Elisabeth es una mujer para construir sueños a su lado. Elisabeth sabe lo que quiere. Y valora al hombre que la quiere. Anna no está muy clara. Y emocionalmente es un desastre. Por supuesto, ambas son mujeres que inspiran sentimientos muy profundos. Apasionan. 

Es un asunto misterioso y sutil. Por ejemplo, uno no puede enamorarse de Emma Bovary. A pesar de sus encantos. Esto probablemente se debe a que los personajes de Flaubert son, en el fondo, patéticos. La novela Madame Bovary (todo un clásico de la literatura francesa del siglo XIX)  es bellísima, pero no por sus personajes, sino por su espectacular estilo. El escritor es un verdadero  artista. Todo un poeta.  Sin embargo,  Emma en realidad  es un personaje un tanto ridículo. Causa lastima, no simpatía. Eso crea una distancia muy honda.  Hay algo muy soso en ella. Su mundo no nos atrae, ni nos conmueve. No seduce como mujer. Existe una brecha difícil de superar. La llegamos a conocer muy bien, pero no la llegamos a querer. Algo falta. Dignidad, tal vez. Amor propio, no sé. Pero algo. Simplemente no tiene la suficiente sal. Básicamente, carece de gracia. Pero ¡ojo!  No es culpa del lector. El autor lo quiso así. De ese modo nos presentó a su personaje. Emma Bovary. La protagonista de la novela más famosa del gran escritor francés Gustav Flaubert. 

Por otro lado, una mujer como Anna Karenina. Una mujer como Elisabeth Bennet. Eso sí es otro cuento.  Ellas son mujeres interesantes. Derrochan vitalidad. Poseen una complejidad que fascina y una belleza que ilumina. Llegan al corazón.  Es decir, enamoran. Nos hacen perder la cabeza. Así, dejándonos locos de amor. 


Gustavo Godoy



viernes, 4 de enero de 2019

La manzana de mis ojos



¿Sabe? Yo también he sufrido decepciones. Duele. Y duele mucho. Yo  también, al igual que usted, me he perdido a la deriva de los recuerdos. Extrañando lo que fue,  y anhelando lo ya que nunca será.  Queriendo por momentos caer en amores de segunda mano. Impulsado por el borrón dejaron. También me han querido mal. Igualmente di oportunidades a quien no lo merecía. De merecerlo  habrían luchado más para quedarse. De la misma manera me deje llevar por ilusiones temporales. Confié en personas que no supieron dar, que no supieron recibir. Promesas vacías, grandes ausencias, largos olvidos.  Pensé que se podría, pero no. No entendieron el compromiso que requería, la paciencia que se  necesitaba,  el desafío que implicaba. Creí que era posible, pero no.  Tan solo nos enamoramos de la idea que se planteaba. También mostré mis heridas. Solamente para que, al final,  les arrojaran limón y sal. Ahora pienso que todo pasó por una razón. Todo fue una preparación. Algo dura, pero con una propósito.

Claro, uno se vuelve escéptico. Así, bloqueando el corazón por razones de seguridad al propio estilo del Facebook. Lo comprendo.  Buscando defectos hasta en el paraíso. Aferrándose inútilmente  a un pasado perdido que se obstina a seguir viviendo, como un fantasma. Uno se vuelve ciego y renuente a un nuevo comenzar. Pero entienda.  En su caso,  la falla fue de ellos. No suya. No hay nadie como usted. Así de bella. Así de única. No eres perfecta. Pero eres tú. Más que suficiente. Plena en libertad. Divinamente complicada.  Inigualablemente tierna. Luchadora y terca. Alegre y triste. Risueña y seria. Misteriosa, nostálgica, y romántica como ninguna.  Cálida y fría.   Dudosa y valiente. Sola y social. Siempre deseando lo improbable. Siempre soñando con amar.  Corriendo y apurada. Despistada y distraída. Olvidadiza y enredada. Cambiante y constante.  Fuerte y frágil.  Rabiosa y dulce.  Lo que dices y lo que callas. El café y el vino. La música y los libros. Un pequeño jardín. Un lápiz y un papel. Una sonrisa bella, unos ojos picaros y un lindo sentir. Llena de recuerdos pero también llena de anhelos. Y con un  corazón gigante. Usted es infinita. No cambie jamás.   ¡Vaya torpeza del que no quiso quedarse a su lado! ¡Y  no supo valorar su inmensidad!

Sin embargo, yo. Bella dama. Con usted me tomaría un café y  me tomaría una vida. Yo no me canso de estar. De esperar. De ser. Jamás me iré. Siempre estaré. El gran admirador de su locura. Cariño sin reservas. Amor sin temores. Usted vale un mundo. Con sus océanos, sus mares y sus montañas. Con sus cielos azules y brillante sol. 

¿Y por qué escribo? Escribo solo porque me lees. Y sé que me lees porque sabes que solo te escribo a ti. Escribo para sentirte cerca. Para coleccionar más sonrisas tuyas.  Para soñar contigo. Para tenerte menos lejos de mí. Para ser feliz. Las palabras son las caricias y los besos de la distancia. Entonces, yo te escribo a ti cartas de amor. Y te escribiré por siempre. Para toda la vida. Eres la manzana de mis ojos. Mi razón infinita. Mi pensamiento constante. Mi eterno anhelar.

Tú allá. Yo aquí. Cada uno en su orilla.  Con la distancia y el pasado como pruebas. Entre los miedos y las ganas. Entre dudas y  esperanzas.  Existimos juntos sin ser nada. Ni amantes, ni amigos. Pero ahí. Una posibilidad. La posibilidad de ti y de mí. Un destino que constantemente  nos susurra. Estés o no estés.  Eso no importa tanto. Quizás, podría pasar toda una vida sin ti. No te necesito, supongo. Y, de hecho, yo me las arreglo muy bien solo. Dejar de amarte, sin embargo. Eso sí no puedo. Y creo que nunca podré. Este mi amor por ti es para toda la vida. Y, por siempre, te escribiré.

Gustavo Godoy