Los alemanes siempre han tenido un
problema de imagen. A menudo asociados con la locura. Ya en los tiempos de
Shakespeare, los alemanes eran vistos como toscos provincianos,
barrigones, ávidos de cerveza, gritando canciones populares a todo pulmón. Eso cambio un poco debido a
Goethe. Después de Goethe, el mundo describió
la literatura, las universidades y la erudición de los alemanes. Entonces
urgió un nuevo estereotipo: ese personaje excéntrico, amante de la verdad, obsesionado
con sistemas especulativos incomprensibles que explora hondamente en los
aspectos más oscuros del alma humano, algo así como un científico loco, por
ejemplo: el Doctor Frankenstein.
Debido a este aparente atraso con
relación a los demás países de Europa Occidental, los alemanes sintieron la
necesidad de recuperar el tiempo perdido de manera rápida y forzada. A
diferencia de como ocurrió en Inglaterra y los Estado Unidos, el Estado
Nacional alemán se impuesto a la fuerza, al igual que en Rusia. El káiser Guillermo II con la ayuda de Otto
Bismarck, el canciller de hierro,
impulsó la unificación de Alemania e implemento un fuerte militarismo.
Entonces surgió otro estereotipo del alemán: El
temible hombre máquina de uniforme militar con fuerte voz de mando, frio
y aparentemente siempre molesto.
Después de la gran guerra, Alemania
quedo devastada. Entre muchos
factores, las duras condiciones que
imponía el tratado de Versalles contribuyeron a la crisis de la posguerra tanto
en lo económico como en lo psicológico. La población estaba abatida,
desmoralizada y confundida.
La ideología nazi atrajo a varios sectores
de la población debido a su fuerza moralizante.
Según Hitler, el pueblo debía todas sus desgracias exclusivamente a
conspiradores internos y externos que solo quieren causar daño a la gente. El
pueblo siempre fue inocente; los enemigos siempre fueron culpables. Con esto,
los nazis explotaron el deseo de las masas de escapar hacia una fantasía
estructuralmente consistente y de sencilla compresión. El mundo siempre está
lleno de ambigüedades. Sin embargo, con el
nazismo, el alemán pequeño anteriormente marginado y aislado abandona su
personalidad para fundirse en un dinámico y numeroso movimiento popular para
adquirir una fortaleza psicológica que carecía solo. El supero sus sentimientos
de inferioridad e impotencia sometiéndose al “hombre fuerte “y al dogma
oficial. La euforia del número disipo sus miedos. Gana status al desempeñar el
acto heroico de librarse de los males en unidad absoluta alrededor de un
semidiós mesiánico y su camarilla. Perdió su personalidad en busca de orden y
seguridad. Y así surgió finalmente el estereotípico nazi alemán: rubio
uniformado, cruel, de una frialdad demoniaca pero con una gran sensibilidad
musical y artística. Todos sus actos por atroces que fueran estaban
justificados. El simplemente luchaba
contra los enemigos del pueblo. Era una guerra y ellos eran los héroes.
Uno vez que el ser humano
renuncia su individualidad para
aferrarse a una idea única o ajena, todo está perdido. Lo esencialmente humano
es su libertad. Pensar, sentir, actuar por uno mismo es realmente vivir, lo
demás seria ser una sombra.
Gustavo Godoy
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 22 de Julio 2016 en la Columna Entre libros y montañas
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