Así nomás y de repente, un día todo cambió. La vida cambió. En aquellos tiempos, todo parecía un contrasentido. Todo era difícil. Los viejos aires fueron reemplazados por un ambiente sofocante. Lo que antes nos unía, la familia, la amistad, el respeto, la decencia, la honradez, todo eso se rompió. Fue un jarrón de fino cristal que de pronto se cayó de la mesa. Daba la sensación de que todo sentimiento de humanidad se había olvidado. El rencor. El resentimiento. Las injusticias. Las divisiones. La mentira. Y sobre todo la codicia. Esos parecían ser los nuevos valores. Las ideas del prójimo y del buen vecino se esfumaron. En aquel entonces solo había malas compañías. Nos habíamos convertido en una sociedad de enemigos, criaturas rabiosas y odiosos que con sus garras se torturaban entre sí. Un infierno donde los propios condenados eran los primeros cómplices del mismo pavoroso tormento que los agobiaba. O por lo menos, así era como se sentía el mundo en aquellos tiempos. ¡Y pensar que todo aquello empezó con la idea de crear un paraíso! Todo el mal residió en el hecho de pretender impartir justicia fomentando el odio entre hermanos. No se logró el paraíso. En su lugar, se logró la ruina. De ese sueño tan prometido, solo quedaba, entre la sangre y la mugre, los vidrios rotos en el suelo. Una cruel estafa, eso fue todo aquello.
Un trágico y gigantesco error fue cometido. Unos timadores, con sus nocivas supercherías y su retorica engañosa, embaucaron a una masa incauta. Nunca vimos ese Dorado de igualdad y paz que se ofreció. Solo obtuvimos un futuro incierto y un presente fantasmal. La avaricia de unos y la ingenuidad de muchos causaron aquella pesadilla. Todos, tanto los que creyeron en las charlatanerías de esos bandidos como los que no, caímos en el abismo, un abismo cuyo fondo parecía no tener final. La destrucción no fue solamente de caracter externo. También fue en lo interno. Las heridas llegaron al alma. Ya no había personas. No había personas ni en las casas ni en las calles. Solo sombras de personas, seres aturdidos y confundidos que deambulaban entre los escombros tratando de sobrevivir en medio de una realidad de angustia, muerte y miseria. El país que algún día tuvimos ya no estaba. Se lo habían robado.¡Qué cosa tan terrible es extrañar a tu país aún viviendo en él! En aquel país, todos éramos exiliados. Estuviéramos fuera. Estuviéramos dentro. No importaba. Sí, era la nostalgia. Más que los lugares, se extrañan determinados tiempos. Siempre se desea volver a ese periodo en particular donde uno fue feliz. Siempre se quiere la tierra donde un día la vida se amó. Siempre anhelamos recrear esos instantes de plenitud y calidez que vivimos en el pasado, instantes que con frecuencia asociamos a un espacio singular. "País": una palabra que utilizamos cuando en realidad queremos decir hogar. En aquellos años, lo que aspirabamos realmente era recuperar nuestro hogar perdido. Simplemente eso.
Eran los tiempos finales de la tiranía en Venezuela. Sus días ya estaban contados. Su caída era inminente. Era un periodo de héroes y villanos, de triunfos y fracasos, de pobreza y riqueza, de sueños y tristeza, de locura y reflexión. Eran momentos de aciertos y desaciertos, de esperanza y frustración, de lucidez e ignorancia, de lucha y apatía, de mucha nobleza y mucha maldad. Todo era verdad. Todo era falso. Era una época dura donde la luz y la oscuridad se entrecruzaban. Sin embargo, al final, ganaron los buenos. . ¡Gloria al bravo pueblo!
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 28 de Julio 2017 en la Columna Entre libros y montañas
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