viernes, 25 de agosto de 2017

De los Titanes y sus Proezas







Cuando era niño, al crecer, quería ser un titán. No quería ser bombero, abogado, veterinario, ni doctor. Tampoco quería ser un empresario, un piloto, un explorador, ni siquiera un político. Solamente, un titán. Ahora que ya he crecido en edad, aún no lo soy. Sin embargo, todavía está entre mis anhelos el poder llegar a serlo algún día.

Los titanes son seres grandes, de corazón gigante y de enorme sensibilidad. Seres generosos, compasivos y tolerantes. Un amigo, un compañero, alguien que camina junto a ti, cuando más lo necesitas. Te saluda de frente, te mira directamente a los ojos, te estrecha la mano con firmeza y te sonríe con franqueza. Da las gracias, los buenos días, y se dirige a todos con cordialidad. Trata a los demás con cortesía, cariño y respeto. Se distingue por su nobleza y por sus valores superiores. Siente un interés sincero por tu bienestar. Busca tu crecimiento. Se preocupa por tu vida. Te apoya, te comprende, lucha a tu lado y desea tu felicidad. Nunca te abandona. Te escucha con paciencia y se coloca en tus zapatos. Nunca te juzga. Y siempre está ahí para darte un abrazo fraterno y solidario.

Un titán vive acorde con sus convicciones. Honra sus promesas. Práctica sus ideales en palabras y obras. Es puntual. Valora el compañerismo, la gentileza y el amor. Piensa en los demás y no como los seres pequeños que solo piensan en sí mismos. Se alegra por tu éxito y desconoce la envidia. Perdona. No se ofende con faltas menores. No guarda rencores. Y nunca espera un pago por los favores concedidos. Agradece lo provechoso. Sirve al bien común y rinde homenaje a los héroes y campeones de la bondad.

Es curioso y admite su ignorancia cuando desconoce algo. Siempre está aprendiendo y expandiendo su saber. No se escandaliza por lo diferente e inusual. Tiene criterio propio. Y no teme el contradecir a la mayoría para defender lo justo y verdadero. No se deja llevar por las voces del conformismo, sino que usa su propia cabeza para determinar qué es lo correcto y sabio. Reflexiona antes de actuar y actúa según un principio, que siempre es moral y genuino. Afronta compromisos, riesgos y peligros en pro de lo bueno. Asume la responsabilidad de sus decisiones. Nunca culpa a los demás de sus errores. Posee un alto sentido del sacrificio y el desprendimiento. Sus horizontes son amplios e inocentes. Reconoce sus imperfecciones y siempre busca mejorar. Quiere ser excelente en lo que hace y desea que eso sea beneficioso para todos. En lo posible ayuda a los menos afortunados. No se cree más ni menos que nadie. Desestima el halago exagerado de los demás hacia él pero aplaude con entusiasmo las virtudes y la belleza en el otro. Es considerado con todos y no le causa daño a nadie. Acepta las tristezas, los desafíos y las desilusiones con valentía y aplomo. Ante la adversidad, un titán simplemente realiza su parte. Cumple su deber con dignidad. Lucha y sigue adelante a pesar de las tormentas y las desgracias.

Las personas son tan grandes como el tamaño de su humildad. Son  enormes en la medida que dan, que aportan, y que contribuyen. Así son los titanes. Flores exoticas, raras y hermosas creciendo  inadvertidas junto a los caminos.

Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 25 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas





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viernes, 18 de agosto de 2017

El Camino






Ese día al despertar, un sentimiento familiar lo visitó de repente. Y ese sentimiento incisivo  invadió su alma con una fuerza tan indomable como el más sorpresivo y feroz de los huracanes. Era una bestia omnipotente que rugía sin parar. Crecía y crecía dentro de él, de un modo inquieto e incesante. Esa mañana por fin se liberó impetuosamente después de haber estado sujeta por mucho tiempo. Tenía una sed incontrolable de viajar. Sintió que el camino, su viejo amigo y compañero, lo llamaba a gritos. Y ya no podía contenerse por un segundo más.  Debía irse. Debía partir a como dé lugar.


Sin darse cuenta, su realidad se había tornado inmóvil. El tiempo se volvió circular y  no producía cambios sustanciales. Sus días eran todos iguales y la monotonía lo asfixiaba. Poco a poco, su vida asumió ritmos y corrientes invariables que se fueron asentando sin protesta. Su carácter subversivo se vio, de pronto y de manera involuntaria, atrapado en un encierro de rutinas y de costumbres que lo devoraban internamente. Necesitaba desesperadamente romper con ese letargo y perderse en el camino de las posibilidades sinfín. Quería que le pasaran cosas. Por distraído, ya no vivía con entusiasmo. Estaba bien pero a veces estar bien no es suficiente. Tenía que renovarse. Le llegó el momento de reconocer que su destino no era uno sedentario. Era un nómada y el viajar le aguardaba. Estaba hecho para ser de todas partes y de ningún lado. Su anhelo más profundo no era el de girar eternamente en torno a un centro fijo, sino el de desplazarse como un peregrino por el mundo entero. La vida que llevaba era contraria a sus objetivos más sentidos y la hora de corregir esa falla, por fin, había arribado.


Ahí en esa cama donde aún reposaba renació un ansia. El impulso salvaje de reescribir su historia y retomar el camino cobró un vigor imposible de detener. Sí, sentía miedo. La jaula que lo aprisionaba  también lo protegía.  Lo desconocido le recuerda  su  vulnerabilidad. E ir de trotamundos por las lejanías lo obligarían a confiar en el extraño, a desafiar  su habilidad de soportar penurias y a probar su capacidad de adaptación. Algo duro pero no había vuelta atrás. Requería crecimiento, sorpresa, cambiar de ideas y ver otros mundos. Entonces, su corazón acelerando dejó de escuchar a los temores para enfrentarse a ellos con valor. El deseo de amar en otros idiomas, sentir en otros lugares y vivir en otras fronteras resultó ser mucho más poderoso que la peor de sus dudas. No tenía opción. Debía salir.


El pecho le retumbaba y una sensación de angustia lo dominaba. No podía contener la emoción que esa mañana lo impulsaba a moverse. Sus pensamientos antes complejos y contradictorios desaparecieron y empezó a entender todo con gran lucidez. No aguantaba más y se levantó con esa nueva vitalidad que lo poseía. Busco su bolso y sus cosas enérgicamente mientras su cuerpo se movía como una máquina imparable. Parecía que estaba bajo de los efectos de un hechizo o una hipnosis. Luego de unos minutos, estaba listo. Ya tenía todo. Se ajustó sus botas, se coloco su sombrero y tomo su equipaje. Dio un primer paso. Luego el otro. Empujo la puerta de salida y ese mismo día, se fue.

Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  18 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas







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viernes, 11 de agosto de 2017

El Vagabundo





Por alguna desconocida razón, desde muy temprana edad, la vida del nómada siempre le había resultado deslumbrante. Para él, yacía algo sumamente poderoso y liberador en una existencia itinerante. Pocas cosas le eran tan atractivas como el unirse a los marginados y ser el capitán de su destino al convertirse en un vagabundo. Sin embargo, desligarse de las ataduras y dejar todo atrás no es para cualquiera. Para enfrentarse a lo nuevo, a lo distinto, y a lo desconocido de manera recurrente se debe poseer un espíritu muy particular. Tolerar las austeridades y adaptarse a los cambios necesita una tipología especial de persona. El vagabundo quería una vida rica en vivencias, no en cosas. El trotamundos busca conquistar la inmensidad para descubrirse a sí mismo. El viaje externo es solo una excusa. El objetivo principal está en lo interno. En la mochila del vagabundo, los objetos que podríamos encontrar eran libros, cigarrillos, una botella con algún licor, lápiz y papel para su poesía, y algún recuerdo para la suerte. Cuando necesitaba dinero, se apoyaba en su guitarra y en la generosidad del extraño. Su medio de transporte favorito eran sus zapatos desgastados, pero no era raro que navegara como huésped de algún navío amigo. El lugar era irrelevante. Para quien no tiene rumbo fijo, cualquier camino es bueno. Nunca está perdido quien no es de ninguna parte. Lo importante era seguir moviéndose. Una vez acostumbrado al camino es casi imposible detenerse. Toda rutina parece una prisión. Abandonar la seguridad del sedentario exige fe. Hay que tener confianza en nuestras capacidades y un gran optimismo en la bondad ajena. Conscientemente o no, un vagabundo siempre huye de algo y al mismo tiempo siempre anhela algo. Esa senda no está exenta de los retos y las contrariedades de la condición humana. Esta es universal. Por un lado y de cierto modo, la vida del vagabundo era muy simple. El errante no sufre las cargas del hombre responsable con asiento fijo. Tiene poco. Entonces, tiene poco que cuidar. Sus deberes son mínimos y por eso puede disfrutar tranquilamente las virtudes del ocio y la sencillez. Por otro lado, por ser un lobo estepario goza de la libertad del solitario que no tiene por qué considerar a los demás en cada paso que da al andar. Lo suficiente es lo estrictamente necesario. Algo de comida, algo de ropa cálida, algo donde reclinar la cabeza por las noches, un suelo para caminar y un cielo para soñar. Los lujos sobran. Eso de vivir liviano tiene una gran ventaja. Le permite a uno moverse con soltura. Si se cuenta con el carácter requerido este planeta ofrece una gama infinita de oportunidades y experiencias en cada rincón. Solo hay que dar un paso al frente y uno está listo para vivir lo que seguramente será una gran aventura. Al tener creatividad y fortaleza, la vida te sorprenderá. Eso es seguro. Por otro lado y cómo es de suponerse, no todo es felicidad en la ruta del vagabundo. El mundo puede llegar a ser un lugar muy frío y duro con aquel que no tiene raíces, con aquel que no pertenece a ningún lado. Y a veces hace falta una familia para abrazar durante los días de lluvia. Sin lugar a dudas, el calor humano es una de nuestras más sentidas necesidades. Hasta el más vagabundo en ocasiones suspira por un hogar.



Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  11 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas


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viernes, 4 de agosto de 2017

El Artista








Ya habían pasado varios días y el artista aún  no salía de su taller. La buena vecina que por casualidad estaba en la casa para ayudar con el lavado de la ropa ya estaba acostumbrada al excéntrico comportamiento de su amigo el artista. Ella informó con gran naturalidad a los desorientados visitantes que esperaban en el patio lo poco inusual de la situación. Solo había una razón lo suficientemente fuerte para que el artista abandonara su taller una vez inmerso en el proceso creativo: Buscar más provisiones de tabaco y vino. La verdad es que era una pena ya que las deudas se estaban acumulando y entre estas personas se encontraban un par de potenciales compradores. Eran reconocidos coleccionistas.


Los visitantes no estaban del todo decepcionados de no poder ver al artista porque éste vivía en un sitio realmente encantador y solo con el paseo ya el viaje había valido el esfuerzo. La casa, aunque muy bonita, estaba algo descuidada. Obviamente, el orden y el quitado del polvo no estaban entre las prioridades del artista. Sin embargo, el anarquismo del lugar no era para nada incómodo. Todo lo contrario. Este ambiente romántico y bohemio resultaba muy interesante y estimulante para sus huéspedes. Pero se debía carecer de prejuicios y tener una mente abierta porque en esa casa todo parecía repudiar a lo tradicionalmente burgués con una irreverencia desenfrenada y descarada. La disciplina, el pragmatismo y la formalidad de la burguesía no existían en la casa del artista. Allá reinaba solo  el ocio, la frugalidad y el caos de los sentimientos. Los viejos paradigmas de la familia, el trabajo y la normalidad eran destruidos  con desdén para ser reemplazados por otros mundos. La obra del artista consistía en romper los moldes, forzar los límites y cuestionar lo establecido. Era natural que con frecuencia ofendiera a la sensible moral de la obtusa clase media. Nuestro polémico artista era un rebelde y un provocador, como es común entre los artistas.


El profesor que era gran aficionado a la tertulia y que, sin lugar a dudas, poseía un talento muy peculiar para el discurso filosófico elevado se sintió particularmente inspirando ese día en la casa del artista con sus amigos. Entonces, decidió compartir sus teorías personales sobre el arte y la vida con la fuerza de un poeta. Se levantó elegantemente de su silla y, con el porte  aplomado de aquel que recién ha conquistado la cima de la montaña más alta, dijo :

Ese pequeño corredor que llamamos vida no es otra cosa que una estrella fugaz que desaparece rápidamente en el cielo inconmensurable. Al nacer somos arrojados al abismo y en un instante, apenas sin darnos cuenta, ya nos estamos golpeado la cara con nuestra fosa, como la manzana que cae de su árbol. La vida es un parpadeo. La muerte, por otro lado, es inmensa y eterna. Nosotros los mortales solo  existimos por un instante de este infinito. Y hay que vivir ese instante con pasión, por muy efímero que éste sea. No nos quedamos aquí por mucho tiempo, pero siempre podemos dejar una huella. El arte es la fijación de esos frágiles momentos que vivimos y se resisten a ser olvidados. Es nuestra huella en la vasta eternidad. Del hoy, mañana solo quedarán las cenizas y las botellas vacías. Pero el arte, el arte es inmortal. Vive para siempre.


Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  04 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas





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