viernes, 16 de julio de 2021

viernes, 9 de julio de 2021

Las distintas teorías del mundo


 Detrás de la gran comedia humana, yace un número incontable de historias. Y en cada historia se esconde un mensaje. Una teoría del mundo. ¿Qué es una historia? Es el relato de una transformación personal. ¿Qué es una historia? Una metáfora de la vida. Un microcosmos que busca contar las formas y maneras del mundo. Todos tenemos una narrativa muy particular encerrada en nuestra cabeza. Esa narrativa nos define. Nos guía. Nos impulsa. Y, en muchos casos, nos condena. En otros casos, nos libera. Pero nada es tan influyente en nuestra vida como la manera como contamos nuestras aventuras. ¿Quiénes somos? La vida es creación y recreación de una identidad.

Anna Karenina de Leo Tolstoi. Una historia de amor. Una mujer que lo tiene todo, pero lo pierde todo por una pasión. Esa es la historia de Anna que, a su vez, se contrasta con la historia de Kitty. Una joven que encuentra la felicidad mediante un amor comprensivo. Tolstoi, como buen moralista, con su ficción nos envía un mensaje muy claro: El amor triunfa sobre la pasión. No el amor como arrebato pasional. El amor como vehículo de la comprensión, la paciencia y la tolerancia. El amor maduro es el amor ideal.

Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. Otra historia de amor. Elizabeth Bennett no siente amor por Darcy en su primer encuentro. De hecho, es una especie de rechazo a primera vista. La pareja no congenia en lo absoluto. Luego, después de muchos enredos y malentendidos, llega la realización: Darcy es un buen hombre y sus sentimientos son sinceros. En otras palabras, el amor triunfa cuando se logra superar el orgullo y el prejuicio. O, también, se podría decir que el desamor es una forma de ceguera. Para amar, hay que ver más allá de lo superficial y las conversiones. En cuanto al género romántico, un mensaje muy frecuente es la reivindicación del amor propio. Para que el amor triunfe, hay que tener amor propio.

Las aventuras de Sherlock Holmes por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle. Las aventuras de un peculiar detective que soluciona misterios con su aguda percepción. ¿Cuál es el mensaje aquí? El crimen no paga, porque el bueno es más inteligente que el malo. La novela negra invirtió la fórmula: El crimen sí paga, porque el malo es más poderoso. También tenemos al género de acción, por ejemplo. Las películas de Rambo. El mal no triunfa, porque el bueno es más violento. Las películas de Harry El Sucio y muchas películas de Arnold Schwarzenegger podrían entrar en esta categoría. ¿Las de Marvel? El malo pierde, si los buenos trabajan juntos. O los buenos ganan, si están dispuestos a sacrificarse por los demás. Rocky. Para ganar, hay que luchar.

Una historia es el relato de una transformación. Lo que también implica que hay una teoría del mundo inicial y una teoría del mundo final. La teoría y la contrateoría. El protagonista se encuentra estancado debido a una teoría del mundo inadecuada. Su error en juicio es la raíz de su infelicidad. Normalmente, es algo que pasó en el pasado que lo hace pensar así. Y se actúa según los pensamientos. El amor es pasión para Anna Karenina. La creencia en el amor a primera vista en el caso de Elizabeth Bennet. El pensar que un misterio es indescifrable en el caso de Holmes. El creer que el malo es demasiado poderoso para ser vencido en el caso del género de acción. En fin, las historias cambian cuando adoptamos una teoría del mundo mucho más ambiciosa. Es decir, el pasar la página y dar el paso. Dejar los pensamientos mediocres. Así nacen los héroes.

Para dejar de ser un personaje secundario en nuestra propia vida, hay que sanar las viejas heridas. Dejar la terquedad. Ver el mundo con nuevos ojos. Abrirse a otras posibilidades. Escribir una historia sin barreras. El cambio interno, en realidad, es un cambio de relato. Todo se traduce en lo siguiente: Podemos cambiar al mundo con nuestras acciones. ¿Cuál es el mensaje de nuestra historia?

Por último, es importante dejar la tontería. Lo primero que se te viene a la mente. Eso no es. Si no te valoran, ahí no es. No es la chica más bella. Es la chica más noble. No es el chico con más dinero. Es el chico con más valores. No es lo aparente o lo socialmente aceptado. Es lo más humano. No es lo más fácil o común. Es lo más justo. No es lo que todos creen. Es lo verdadero. Las mejores historias son las que se reescriben. De la tontería común a la inspiración de lo grande, se requiere un borrador y un nuevo comienzo.

Gustavo Godoy







viernes, 2 de julio de 2021

El extraordinario cotidiano



Afortunadamente, soy lo suficientemente viejo como para recordar que también éramos unos cretinos antes de Internet. La misma cosa, diferente siglo. Los modelos de los autos han cambiado. Pero me temo que la naturaleza humana aún mantiene su vigencia. El chismorreo de la plaza simplemente se mudó a las redes sociales, pero es básicamente el mismo desastre. Hoy tenemos al joven vegetariano, sexualmente fluido y políticamente correcto, fingiendo una supuesta autenticidad con un selfie. En aquella época, teníamos al amigo pretencioso, a la abuela casamentera y a unos padres con ínfulas de grandeza que querían que uno fuera doctor para impresionar al vecino. Muchas sandeces tuvimos que soportar por parte de una ignorancia que parecía no tener límites. También, como ahora, existían los amores prohibidos, las metas imposibles y las tragedias insufribles. El Facebook no inventó el mal gusto. El Instagram no inventó la ridiculez. Y, ciertamente, el WhatsApp no inventó la obscenidad. Antes, también, éramos unos depravados.  

Sin embargo, hay que reconocer lo evidente. Lo que vivimos de niños no nos preparó en lo absoluto para la vida que llevamos hoy. Esta vida es nueva. Los lugares son nuevos. Las creencias son nuevas. Y casi todo es nuevo. Lo único viejo son los recuerdos. Y, por supuesto, los deseos de ser feliz. La nostalgia nos acompaña. Pero también las ganas de vivir. Soñar siempre es costumbre. 

Uno de niño pensó (equivocadamente) que la solución a la vida era imitar a los padres. Pero ese mundo que fue, ya no es. Anteriormente, había una serie de reglas. Cosas que uno debía seguir. Había una escala de valores que iban de mejor a peor. Ahora queda muy poco de eso. Ahora todo es relativo y subjetivo. En antaño, uno era lo que la sociedad decía que uno era. Ahora es distinto. En muchos sentidos, el mundo de antes era más sencillo. El meollo de la identidad era menos complicado. Hoy no hay jerarquías de nada. Nada es feo, nada es malo, nada es fijo. Uno es quien dice que es. 

Todo está bien. Todo lo que hacemos está bien. Y lo que no hacemos también está bien. Se trata de algo que llamamos “aceptación”. Eso suena muy bonito, pero también implica que ya no tenemos una moralidad universal. Es decir, pocas cosas son las que realmente nos unen. Lo que predomina hoy son las tribus. Nuestra tribu siempre está en lo correcto. Nuestra tribu siempre es inocente. Lo malo son los demás. Lo malo es lo viejo, lo masculino y establecido. Las respuestas ya no yacen en la cultura. Las respuestas están en Youtube. 

¿Qué hacer ante semejante situación? ¿Cómo encauzar una vida en la era de la aceptación? ¿A qué aspiramos si todos están bien ? ¿Quiénes somos si ya no hay puntos de referencia? El mundo de hoy es tan extraño que abruma. Todo es bueno. Todo es malo. Y todo el mundo parece estar molesto por alguien. Todos tienen su propia teoría de conspiración. Con frecuencia, lo que provoca es hacerse el loco. Un vinito, buena música, y apaguemos la luz. Silencio, por favor. 

¿Qué hacer en medio de este complicado meollo? En este planeta de inmensa locura, yo diría que la solución es la pequeña acción valiente. Los pequeños heroísmos hacen la diferencia. Me refiero a vivir en afirmativo. A veces perdemos oportunidades por miedo a las heridas. Eso es malgastar la existencia. La pasividad en la vida debería ser evitada a toda costa. Debemos hacer que las cosas pasen. Dar el primer paso. Ver más allá de lo obvio. Tomar decisiones. Tener fe. Construir nuestro propio oasis de chocolates y flores. Darle un chance a los demás. Decir que sí. Entregarse a los momentos. Disfrutar con lentitud. Dejarse seducir. Y, sobre todo, ignorar los prejuicios. 

Con frecuencia, se deja de vivir, porque caemos víctimas del sobreanalisis. Si la nostalgia pesa, más pesa extrañar lo que nunca sucedió. Nos olvidamos que las cosas se construyen. Los momentos se crean. Y los amores se provocan. Nada cae del cielo. La felicidad se siembra. Lo cotidiano se hace extraordinario. La perfección es un viejo prejuicio. Lo mejor de la vida es absurdo. Las cosas con alma están hechas de fe. En fin, a veces hay que despeinarse. Abrir el champán y dar el salto. Héroes del mundo en el arte de vivir. 


Gustavo Godoy