sábado, 18 de diciembre de 2021

El narrador mentiroso

 


Aceptamos la realidad que se nos representa. Somos crédulos por naturaleza. El escepticismo viene después. La fe es nuestro modo por defecto. La duda no es lo primero que surge. Nacemos ingenuos y confiados. Así funcionamos. Palabras más, palabras menos, el mundo es un cuento. Todo es interpretación. Nuestra vida se construye de opiniones. Y las opiniones son, en gran medida, producto de la sugestión.  

La materia prima de la vida es el evento. Es su elemento más básico. Ahora bien, el evento evoca un pasado (memoria), un presente (reacción) y un posible futuro (expectativa). Cada evento contiene texto (apariencia), contexto (entorno) y subtexto (significado). Se trata de un cambio. ¿Qué es un cambio? Es perder algo para ganar algo más. El exceso del pasado nos lleva a la culpa. El exceso de presente nos lleva al miedo. Y el exceso de futuro nos lleva a la ansiedad. Nadie quiere perder por nada. Nos gustaría creer que la vida es una progresión constante hacia nuevos y mejores significados. 

 Sobre las transformaciones. De lo “malo” a lo “bueno'', nacen las emociones positivas. De lo “bueno” a lo “malo” nacen las emociones negativas. De lo “mixto” a lo “mixto”, nacen los finales irónicos y contradictorios. ¿Qué es lo “bueno”? ¿Qué es lo “malo”? Son ideas en nuestra mente. 

¿Quiénes somos? En la mayoría de los casos, somos una historia contada por los demás. Somos nuestras referencias. Primera escena de la película. Primera página del guion. La cámara es el narrador. El trabajo del director es presentarnos al héroe y crear una relación de empatía. El método más usado para crear empatía es mostrar su humanidad. ¿Humanidad? ¿Cómo? Podemos mostrar su vulnerabilidad. Se puede tratar de un simple acto de inocente torpeza. Una situación de profunda injusticia. Un generoso y desinteresado acto de bondad. O la búsqueda (obsesiva) de un sueño imposible. 

Hay otro método. Las audiencias comienzan a sentir empatía automática por el héroe cuando este es querido por su familia, amigos o alguien especial. Imaginemos a un gordito de 10 años sin los dos dientes frontales. Torpe al caminar. Y medio tartamudo (cuando se pone nervioso). En un orfanato. Acosado por sus compañeros. Enamorado de la niña más bonita de la escuela. Amante de las donas. Sueña con ser  médico para curar la enfermedad incurable de su mejor amigo. Y, finalmente, adorado por su banda. Tenemos, señores y señoras, un héroe empático. Es decir, nos importa lo que le sucede. Nos interesa el desenlace de su historia. ¿Qué pasará con nuestro gordito desdentado y bonachón? 

Otro camino para crear empatía es mostrar valor y capacidad. Me refiero al héroe competente. Obsesivo, valiente y trabajador. Esto es empatía por admiración. El talentoso chico malo. No es muy particularmente bueno o amable, pero tiene la fuerza para hacer el trabajo sucio. Se trata de un sujeto problemático, pero poderoso. Temido, respetado y odiado, pero un solucionador de problemas. Lo queremos de nuestro lado. En este caso, también nos importa el desenlace de esta historia.

La vida es un narrador mentiroso. A primera vista, las cosas son de una manera. Pero luego, nos damos cuenta que son de otra manera. Nada es lo que parece. Un día encuentras al amor de tu vida. Y al otro día te das cuenta que has estado durmiendo con el enemigo. ¡PAM! Esa revelación lo cambia todo. Cambia la narrativa. Cambia nuestra interpretación de nuestro mundo. Nueva información puede modificar nuestras suposiciones sobre el pasado. Durante un evento inesperado, podemos descubrir nuestro verdadero potencial. Y una oportunidad puede abrir el camino para un futuro distinto. El mundo dijo que eras pequeño e insignificante. Pero viviendo tu vida descubres que en realidad eres un gigante. La historia da un giro. El narrador nos ha mentido.  

La validación social, con frecuencia, es una trampa. La persona con el trofeo no es necesariamente la mejor. ¿Qué es la validación social después de todo? Es el reconocimiento de un círculo social determinado. Es un voto de popularidad. En muchos casos, el trofeo es simplemente un signo de buenas conexiones. Por ejemplo. El reconocimiento de una persona importante es el camino más rápido para obtener la validación de los demás. A Oprah le gusta mi libro. Mi libro se convierte en un éxito instantáneo. El hijo favorito de la autoridad familiar suele ser el predilecto de toda la familia. El chef más premiado cocina la comida más sabrosa del lugar. ¿Por qué? Porque la fama es un club de apoyo. 

El éxito requiere de amigos. En otras palabras, para ganar el Nobel hay que organizarse. Ahora nos preguntamos: ¿Qué ocurre con el poder del uno? Me refiero al lobo estepario que simplemente no tiene la capacidad, la energía o el deseo de sumergirse en las dinámicas sociales de validación. O sea, ¿qué pasó con la novela que no cumplió con los requerimientos exigidos por los organizadores del concurso? ¿Qué pasó con el autor no participó? Bueno, ese no gana. Ese no recibe el premio. 

Juzgamos a los demás por sus referencias. Tómanos dictados de los demás para formar nuestra opinión del mundo. Excelente actor. Es famoso. Ganó un Oscar. Pero eso es vivir la vida por reseña. Y la vida, queridos amigos, es una experiencia muy personal. Es un excelente actor. Vi su actuación. Y su interpretación me conmovió mucho. Sin filtros. Directamente. El yo y su circunstancia en el centro. Es la historia vivida. No la vida narrada por terceros. El narrador a sus mentiras. 

Gustavo Godoy 






miércoles, 15 de diciembre de 2021

Atracción y amor

 


La opción más simple para juzgar a un extraño es por su apariencia. La apariencia no lo dice todo. Sin embargo, dice mucho. No es un sistema perfecto. No siempre justo. Pero se usa por su efectiva rapidez. Hay demasiados extraños en el mundo y el tiempo es un recurso limitado. Se requiere algún tipo de sistema que nos permita funcionar socialmente y nos ahorre tiempo. En otras palabras, el juicio de apariencias es un comienzo. La apariencia, por supuesto, es un código que debemos interpretar. Lo que implica que se basa en símbolos. Y los símbolos son engañosos. Un símbolo nos puede unir, dividir o excluir. He aquí el gran detalle: No todo significa lo mismo para todas las personas. No todas las personas tienen los mismos valores. No todas manejan el mismo lenguaje de vida. Por esta razón, el gusto es bastante errático.
Ahora bien, en el mundo de hoy, la vigencia del sistema de apariencias es debatible. En ocasiones, da la impresión que todo es una gran malinterpretación. En fin, el mundo es cada vez más ambiguo. Es posible que el rompimiento de la universalidad y la fragmentación de la sociedad tengan la culpa. En el pasado, existía un ideal común y una jerarquía compartida. En consecuencia, existía lo bueno y lo malo. Todo era mucho más claro. Ahora todo es un poco más complicado. Lo bueno es el individuo y lo malo es lo distinto a ese individuo en particular. Es la época de lo arbitrariedad individual. El individuo escoge a capricho sus valores y sus símbolos. Hemos perdido el lenguaje común. Nada parece tener sentido. Todo es un enorme malentendido. Los narcisistas han conquistado el planeta. Por ende, el encuentro humano es cada vez más difícil.
Siempre supe que lo que la sociedad veía en mí no era mi verdadero ser. La sociedad te marca. ¿Campo o ciudad? ¿Caracas o Nueva York? ¿Queens o La Quinta Avenida? ¿El cuarto del conserje o el Pent-house? “¿De dónde eres?”: La pregunta denota un interés social más que uno geográfico.” ¿Qué haces?”: Obvio que no se trata únicamente de una pregunta profesional. ¿Médico? ¿Ingeniero? ¿Albañil? ¿CEO? ¿Indigente? ¿Ladrón? Quieren saber tu estatus mediante tu ocupación. La sociedad te mide y te ubica para asignarte un valor.
La atracción es una forma de admiración. Y la admiración, en muchos casos, nace de la validación social. Si eres deportista, seguramente admiras al ganador de muchas medallas de oro. Si eres músico, seguramente admiras al músico más premiado. Si eres empresario o comerciante, seguramente admiras a las personas con mucho dinero. Si eres una persona familiar, de pronto, admiras a las familias más felices. El éxito o el fracaso se mide en una escala. Bueno, requiere un valor, un lugar y un grupo. Contexto.
El estatus es una serie de asociaciones sociales. ¿Y el físico? El físico es un universo de símbolos. El físico es algo que leemos e interpretamos en cuestión de segundos. Vemos edad, género, genética, raza, salud, vestimenta, preferencias, gestos, etc. En fin, las personas son mundos. Y nos sentimos atraídos por los mundos que admiramos. Nuestros gustos revelan nuestros ideales. Ah, nuestro historial amoroso es una caja de Pandora en este sentido. Aquí debemos incluir todo. Nuestras conquistas pasajeras, nuestras antiguas parejas, los amores platónicos, las fantasías, los dolorosos rechazos, y, muy importante, los periodos de soledad.
Todo nos lleva al tema de la identidad. ¿Quiénes somos? Me refiero específicamente a las disonancias entre la apariencia y la esencia. Lo que los demás ven. Y lo que realmente somos por dentro. Si la brecha es muy grande, esto aumenta las posibilidades de ser incomprendidos. Es la ruptura del símbolo y el significado. Lo que, sin lugar a dudas, complica nuestras relaciones con los demás. La apariencia es lo que atrae. La esencia es lo que enamora. Muchas relaciones comienzan por apariencia y terminan por esencia. Mejor dicho, se descubre el fraude y la unión muere por decepción. Quien te rechaza al principio te hace un favor.
El mejor partido no siempre es el mejor compañero. ¿Por qué? Porque el éxito o el físico no siempre es un reflejo del carácter. Nuestra esencia. La esencia no es una circunstancia social. La esencia es una constante muy personal. El carácter se revela con la convivencia. Y se desarrolla en la intimidad. Significa permiso de ser imperfecto. Significa respeto, paciencia, generosidad y tolerancia. Y eso se demuestra con acciones y decisiones concretas. Se demuestra cuando la opción más fácil es el egoísmo. Las apariencias no cuidan el alma. Seducen el ego, pero no nutren. Amar una apariencia es un desperdicio. Se ama para crecer. No para ostentar. Se ama con la esencia.
Gustavo Godoy


sábado, 20 de noviembre de 2021

Reflexiones de un niño grande


 


Pasan los años y la adolescencia no acaba. Sí, me estoy volviendo viejo. Por fuera. Pero, por dentro, me siento chico. A pesar de los años, mi alma siempre tiene la misma edad. Soy un chico grande viviendo en un bucle eterno de juventud perpetua. Sueño con una vida adulta. Pero, para bien o para mal, no logro superar mi inmadurez. No me quiero casar. No quiero tener hijos. No quiero trabajar. Bueno, sí me gusta trabajar. Lo que ocurre es que disfruto mi trabajo. De lo contrario, tampoco habría querido trabajar. En una oportunidad, se me ocurrió adoptar una planta. Una bromelia con una flor rosa. Pese a un breve periodo de intensa dedicación, la bromelia murió de olvido. Correcto. Sufro de narcisismo. Al parecer, todo existe para darme placer. ¿Puede semejante ser tener una vida normal y civilizada? ¿Puede un ser tan primitivo e infantiloide criar otro ser humano con cierto nivel de decencia? No, no lo creo. 


Me temo que soy una de esas personas que aún sueña con ser astronauta. Por alguna extraña razón, cambiar pañales a las tres de la mañana no es mi idea de la felicidad. Si algo complica mi vida, lo elimino. “Un hombre que me represente”. “Guapo”. “Financieramente estable”. “Educado”. “Caballero”. “Con aspiraciones”. “Trabajador”. “De buena familia”. “Alguien que me valore”. “Esta urbanización tiene un lindo parque para los niños”. “Me encanta Miami en Navidad”.  Por supuesto. Me refiero a la lista. Una lista que convierte  una salida del viernes por la noche en una entrevista de trabajo. La gran pregunta: ¿Me interesa el trabajo? Debo reconocer que, por mucho que hago cálculos, los números simplemente no me cuadran. Se trata de un puesto repleto de responsabilidades y obligaciones. Y, francamente, no sé si los beneficios compensan la carga. En otras palabras, la vida familiar es terriblemente costosa (dinero, tiempo, energía). ¿Me conviene el negocio? Todavía lo estoy pensando. 


¿Cómo se llama mi enfermedad? Miedo al compromiso. Fracaso sentimental. Irresponsabilidad crónica. Invisibilidad para las féminas. Incapacidad de quemar etapas. Superarla, por favor. Evasión del curso natural de las cosas. Síndrome de Peter Pan. No lo sé. Seguramente, todo lo anterior, en una combinación bastante peculiar. Piénsalo y, seguro, lo tengo. Lo que tenemos en nuestras manos es ciertamente una situación bastante atípica: El niño grande que se rehúsa a crecer. No sé la ética, la sensatez o biología del asunto. Pero, sin lugar a dudas, estamos hablando de una verdadera experiencia humana. Soy un adicto a mi vida. 


El problema es que la adultez es una excelente época para tener una infancia. El niño no es independiente. Todo es prohibición y limitación. Tenemos tutores en todo momento. De hecho, la infancia no es tan ideal como pensamos. Los niños saben esto. ¿Cuál es el deseo de un niño? Crecer. No es secreto. El deseo de un niño es ser un adulto. ¿Por qué? Por la libertad. Los adultos pueden hacer y deshacer a placer. 


Se supone que todos debemos cumplir con un libreto. Muchos son brillantes con el papel. Mis respetos y mi admiración para estas excepcionales personas. Otros, sin embargo, somos un auténtico desastre en eso de la normalidad. Somos de lo peor con lo convencional. No hay nada heroico o particularmente noble con nuestra incapacidad de adaptación. Es, simplemente, eso: Incapacidad de adaptación. El mundo y sus maneras. No es nada fácil la vida social. Siento que la única solución feliz en este meollo es la aceptación total de nuestra condición singular. 


Vivir la vida con los ojos de un niño. ¿Qué significa? El disfrute de las cosas simples. Una búsqueda constante por la gran experiencia. La tranquila sencillez de una vida sin ataduras. No es una vida para todos, pero es la vida de algunos. No es una vida perfecta. Pero es una vida. No siempre es cálida. Y, a veces, la soledad es demasiada. Pero debo confesar que sí tiene su encanto eso de ser un arrogante niño grande. El adolescente carece de muchas cosas. No obstante, es rico en sueños y esperanzas. 



Gustavo Godoy





martes, 9 de noviembre de 2021

El amor propio



La diferencia entre el “amor propio” y el narcisismo es ciertamente bastante sutil. Las personas más egoístas del mundo usan con frecuencia la carta del “amor propio” para salirse con la suya. “Yo soy así”. “No me siento feliz”. “Necesito mi espacio”. “Merezco más”. Todo suena muy noble y poético. Pero, en muchos casos, se trata de un narcisista más que no soporta dejar de ser el centro del universo. Amor propio mis cojones. 


“Amor propio” ¿De dónde viene esa frase? Entre las religiones tradicionales, el amor a Dios ocupa un rol mucho más preponderante. Obvio. O sea, el amor propio no es muy bíblico que digamos ¿Qué tal los filósofos? En Grecia y Roma, las opiniones son mixtas. Pero se podría decir que el amor a la ciudad (Grecia) y el amor a la patria (Roma) se llevan el premio. Curiosamente, el fenómeno del amor propio es algo relativamente nuevo. Ha prosperado particularmente en culturas individualistas. Los libros de autoayuda, los hippies, el feminismo, las marchas del orgullo y el movimiento Nueva Era, sin lugar a dudas, han contribuido bastante en la promoción de esta moda. ¡Amate! O sea, manda a los demás al carajo. Lo que no es necesariamente malo. Porque ciertamente nuestra vida está plagada de idiotas. 


El “amor propio” es un tema recurrente en las historias de amor. Especialmente, en las comedias románticas (cine y televisión), el asunto se aborda constantemente. Hablemos de Hollywood. Todo empieza con un enredo y un malentendido. Las cosas se complican, pero, con el tiempo, los protagonistas comprenden que están hechos el uno para el otro. El amor es paciencia y comprensión nace de las novelas de Jane Austen. De Orgullo y Prejuicio en especial. Dentro de las comedias de este estilo, tenemos casi todas las películas de Meg Ryan, El diario de Bridget Jones,y Mujer Bonita. Ejemplos. 


Ahora bien, dentro de este mismo género también existe otra temática fundamental:” Para encontrar el amor verdadero, primero hay que tener amor propio”. Estas historias normalmente comienzan con una devastadora ruptura. La meta, en un principio, es reconquistar el amor perdido de la expareja ingrata. Finalmente, el protagonista se da cuenta que su ex nunca lo valoró y lo desecha. Su autoestima elevada le da el valor necesario para vencer los patrones tóxicos de su vieja vida. Esta realización le permite comenzar una nueva historia de amor. Esta vez, con su “amigo”, que sí la valora, pero ella no se daba cuenta debido a su pasada ceguera. De esta familia, tenemos al Diablo se viste de Prada, Comer, Rezar, Amar, y ¿Cómo sobrevivir a mi ex? (Forgetting Sarah Marshall). Estas comedias se mueven, más o menos, en este sentido. 


“Mejor solo que mal acompañado”. Algo así va todo esto del amor propio. La persona empoderada, rica en amor propio, busca pareja del mismo modo que hace sus compras en el supermercado. O sea, con una lista. Lo que busca es el mejor partido posible. Esto, por lo general, significa una serie de atributos físicos y sociales determinados. Alguien “especial”. En otras palabras, “estatus”. Normalmente, no es un compañero lo que se busca. En muchos casos, es un trofeo, un cajero automático, y un juguete sexual. 


Mucho ruido. Pocas nueces. Hagamos un resumen. ¿Qué es el amor propio? No es estar solo. No es enviar a todos al carajo. No es ser egoísta. No es hacer lo que nos da la gana. Bueno, no necesariamente. Yo diría que el “amor propio” es sentir que somos valiosos. Muy abstracto. “Amor propio” en el contexto de las relaciones humanas (románticas o no) se podría reducir a lo siguiente: Somos una excelente compañía. Exactamente. Mejor dicho, nuestra compañía enriquece la vida de las personas. Así de sencillo. 


No somos Brad Pitt o el príncipe Guillermo de Cambridge. Pero somos la mejor persona que conocemos. Nuestra compañía no es solo grata. Nuestra compañía es un privilegio. Sencillo. Estar con nosotros es fantástico. ¿Por qué? La calidad humana de nuestro ser. El amor propio no es una frase de moda. No es ser un patán. Es un proyecto de vida.


Gustavo Godoy

lunes, 8 de noviembre de 2021

Mi disposición natural a la pereza




Es probable que mi pereza provenga de mi pesimismo. Después de todo, la pereza es una forma de desesperanza. Exactamente. Me refiero al fatalismo. El fatalismo es la idea de que el destino es inevitable. Las acciones no cambian las cosas. Todo da igual. Lo que significa naturalmente que, en la mente del perezoso, el reposo es la opción más inteligente. Si el esfuerzo no conlleva a un beneficio, lo mejor es conservar la energía. Acción sin ganancia es una verdadera pérdida de tiempo. El desinterés es el alimento del perezoso. Sacrificarse por nada simplemente no vale la pena. 


La “hibernación”, ciertamente, es un estado de reposo prolongado utilizado por algunos animales durante meses de escasez extrema. Esto normalmente ocurre en invierno. La actividad metabólica decrece significativamente para economizar energía. ¿Por qué tanta pereza? En medio de un entorno hostil, a diferencia del perezoso, el diligente intensifica su labor. El problema es que las condiciones no están dadas. De hecho, tanta energía malgastada es un riesgo de muerte. Se podría decir que una acción de este tipo no es diligencia o industria. Es locura. 


Todo ser humano es un comerciante nato. Es una máquina que calcula. ¿Qué calcula? Bueno, el costo y el beneficio de cada esfuerzo. Es decir, entiende perfectamente que su atención es lo más valioso que tiene y no la puede desperdiciar en tonterías. Desde muy tierna edad, debe administrar sabiamente sus recursos. Entonces, le aplica energía a lo que implica una mejoría. Le niega energía a lo que implica un desgaste. 


Hay pereza por incapacidad. Y hay pereza por falta de motivación. En la práctica, sin embargo, todo se entrelaza y se diluye en un mismo mazacote. Palabras más, palabras menos, lo que tenemos es una relación individuo-contexto de poca productividad. O sea, no se le ve el queso a la tostada. Una actividad se evita cuando… Uno. La actividad es muy aburrida y el premio no es lo suficientemente atractivo como para que valga el esfuerzo. Dos. Tenemos mejores opciones  a nuestra disposición. 


Ahora bien, el capricho ajeno es el principal promotor de la pereza en todo el mundo. Es decir, la imposición del otro. Estamos hablando de la persona, norma, idea o ente que nos dicta una conducta en contra de nuestra voluntad. La obediencia que beneficia al otro y nos consume a nosotros. En este caso, la pereza es un acto de desobediencia civil. Los padres, los empleadores, y las burocracias en general siempre se quejan de la pereza en los demás. Pero, ¿qué tan insensato es preferir pasar tiempo con la novia a limpiar el cuarto y hacer la tarea? ¿Qué experiencia te dará más satisfacción? 


Un niño puede aprender más del juego y del ocio que de la arbitrariedad escolar o doméstica. El niño, por haber nacido todo un calculador de intereses, intuye esto de manera instintiva. Por ende, su disposición a la pereza es simplemente una aspiración de libertad. La terquedad de los demás da pereza y desconfianza. La promesa es un cebo muy utilizado por los que exigen obediencia. Con demasiada frecuencia, se trata, por supuesto, de falsas promesas. En otras palabras, en el gran ajedrez del poder, el engaño suele ser el arma más usada. Entonces, detrás de todo perezoso yace un escéptico desconfiado con ideas bastante fatalistas sobre la realidad social. 


Claro que “perezoso” es una etiqueta utilizada normalmente para describir al otro. De hecho, pocos son los que se autodenominan como “perezosos” en lo personal. ¿Por qué? Bueno, porque la inactividad total es imposible. Sencillo. La gente siempre está haciendo algo. Lo que ocurre es que el común de las personas busca hacer las cosas que disfruta y evita las cosas que le generan tedio. Más allá de eso, todos estamos dispuestos a sacrificarnos por un bien mayor. Nadie es perezoso con sus pasiones. Mejor dicho, la ilusión es el remedio de la pereza. 


La oportunidad es el impulso que nos mueve de nuestro asiento. La posibilidad de ser más. La visión de una mejor vida. La alegría de la plenitud. La libertad de poder. Y el amor por lo que se hace. El destino no tiene que ser fatal. No existe el futuro final. Sí se puede. El detalle es que el perezoso sufre de indiferencia hacia determinados objetivos. Pero nunca es indiferente del todo. Mi disposición natural a la pereza es una consecuencia de mi amor por mis aficiones. Padezco de obsesiones. Lo que me hace descuidar otras ocupaciones. 


Gustavo Godoy

sábado, 4 de septiembre de 2021

El héroe y su archienemigo


El héroe y su archienemigo Todo héroe necesita un villano. En muchos sentidos, el héroe es definido por el villano que combate. Lo que, naturalmente, implica que la elección de un villano es de vital importancia. En otras palabras, uno no puede pelearse con cualquiera. La grandeza del protagonista va en directa proporción al tamaño de su antagonista. El antagonista debe ser igual o superior al protagonista. De lo contrario, no se genera la presión suficiente para el crecimiento. El cambio exige un desafío. Es el enfrentamiento de las fuerzas opuestas lo que permite la evolución personal. Sin conflicto, no hay historia. Sin dolor, no hay renacer. La adversidad es el destino del héroe que busca realizar su verdadero potencial. ¿Qué significa todo esto? Por un lado, significa que la pasividad es la derrota del alma. Y, por el otro, significa que las capacidades se desarrollan con la práctica. El enfoque nos lleva a la devoción total a una meta perfectamente definida. La sencillez de una única obsesión. Se requiere valor, trabajo duro e ingenio. Pero la motivación de todo es la conquista de lo imposible. Lo que aspiramos es la gloria. Es decir, la superación de uno mismo. El mundo es una lucha de voluntades. Todo avance genera una resistencia. Para el lector ingenuo, todas estas metáforas podrían parecer en exceso belicosas. ¿No es la meta de la paz y la satisfacción? ¿Villanos? “Yo no tengo enemigos”, dice la persona amable. Bueno, me temo que la vida está llena de pequeños y grandes conflictos. Así es la existencia. No hay opción. Lo que no lucha muere. La quietud es decadencia. El éxito es una construcción. La vida se edifica superando obstáculos. Vivir es desear lo que aún no existe. Las luchas de fuerzas crean los procesos que llamamos universo. En un principio, la vida, en su forma más elemental, es un conflicto físico. La necesidad es el enemigo. El clima, la naturaleza, las enfermedades, el hambre, la sed, la falta de aire, las leyes de la física, los animales y los objetos son un gran peligro o pueden convertirse en un gran peligro. Se requiere de bastante suerte y mucha destreza para llegar a viejo. En el cine, el conflicto físico se desarrolla muy bien, porque el mundo físico ofrece un gran espectáculo visual. Ciertamente, ver en la pantalla grande a un personaje como Superman desafiando a las leyes de la física es ciertamente todo un espectáculo. Una novela sobre Superman seguramente no sería muy popular. Curiosamente, lo físico se vence con técnica. Y, en esta época técnicamente avanzada, el conflicto físico resulta interesante únicamente, si se sobredimensiona. Entonces, tenemos al Superhéroe deteniendo al meteorito o salvando al avión de la tormenta. En el mundo de hoy, el gran conflicto es social. El enemigo natural del ser humano es el otro ser humano. En estos casos, el villano es una persona muy parecida al héroe, pero con propósitos irreconciliables. Lo que normalmente se busca es la dignidad del ser, comprometida debido a los juegos de poder. En la televisión, en la radio y en el teatro, el diálogo permite un profundo desarrollo del conflicto social. Ahora bien, más allá de lo físico y social, tenemos lo psicológico. Me refiero al enemigo interno. El verdadero y auténtico archienemigo del hombre. Nosotros mismos somos el principal obstáculo de nuestra propia autorrealización. En particular, nuestra equivocada manera de pensar. Aquí estoy hablando, por supuesto, del viejo y siempre presente –no se puede-. Hay que creer, de manera ciega y delirante, que lo imposible es posible. El hombre racional piensa que es imposible conquistar una montaña. Algo que no es del todo insensato. Después de todo, el tamaño del hombre es prácticamente nada en comparación a una montaña. Pero el héroe obstinado no escucha razones. Entonces, emprender el alocado viaje de conquistar la montaña un paso a la vez. Su paso mide unos pocos centímetros. Pero su terquedad es infinita. Hace lo mismo una y otra vez como un loco de manicomio. De pronto, se encuentra a un paso de la cima. Hizo posible lo imposible con una pisada. Vivir una vida es imposible. Pero podemos vivir el siguiente minuto. Escribir un libro es imposible. Pero podemos escribir una oración de unas pocas palabras. Enamorarse es imposible. Pero podemos tomarnos un café y conversar un rato. No podemos hacerlo todo. Pero, definitivamente, podemos hacer algo. De gota en gota, obtenemos un mar. Pereza, impaciente o error. Los enemigos a vencer son muchos. Pero la misión del héroe es luchar.


Gustavo Godoy

viernes, 27 de agosto de 2021

La verdad de las palabras



El texto por sí solo no revela el significado de las palabras. El texto es tan solo una superficie. Las palabras no siempre son el mensaje. Más importante que el texto es el subtexto. Porque, tanto en el arte como en la vida, lo que cuenta es la demostración. La vida es mejor vivirla como un teatro de mimos. Sin palabras, tendríamos que dramatizar nuestros sentimientos. Tendríamos que comunicarnos con gestos, detalles y acciones. Habría que representar nuestra relación con el mundo como si se tratara de un arte escénico. No es lo que digo. Es lo que hago. Son las acciones las que nos definen. 


El lenguaje es engañoso. Las palabras no siempre significan lo que significan. Porque existe algo llamado ironía. La palabra “nada” significa la ausencia de todo. Pero si nuestra pareja dice que no le pasa “nada” con clara expresión de enojo, obviamente, en ese contexto, la palabra “nada” no significa “nada”. En realidad, aquí “nada” significa “de todo”. El texto es “nada”, pero el subtexto es “todo”. Se podría decir que, si un texto dista mucho de su significado formal, estamos ante un texto rico en subtexto. Lo que implica que la palabra tiene múltiples dimensiones. Es decir, los actores no están hablando por sus narices. Y hay que ver más allá de lo evidente. Las comunicaciones más ricas son las que se descifran leyendo entre líneas. El texto es forma. El subtexto es intención. 


Hablamos por un momento de la palabra “gracias”. ¿Qué significa? Por lo general, es algo que comúnmente decimos cuando alguien hace algo por nosotros. Nos sentimos agradecidos por la deferencia. Digamos que es una expresión de aprecio hacia una persona que nos ha hecho un bien. Pero la palabra “gracias” también puede significar “aléjate de mí”. Si alguien nos ofrece un servicio no deseado podemos batir la cabeza y decir “gracias” como una forma de negación. En un instante, entenderán el mensaje. La palabra “gracias” también puede significar decepción. Después de un evento desafortunado, podemos decir “gracias” de modo irónico, sabiendo perfectamente que es una queja y no una expresión de satisfacción. Estamos retrasados para una cita importante y se produce un accidente en la vía. Se forma un tráfico gigantesco y, para colmo de males, comienza a llover. ¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto! En fin, el lenguaje no siempre es textual. 


Hablemos ahora de la palabra “amor”. “Te amo”, dice el joven ingenuo. “Gracias”, dice la muchacha. He aquí la historia de un amor no correspondido. Ese - te amo- seguramente se podría traducir como: Eres muy bonita y me gustaría conocerte más a fondo (sexo). Y ese –gracias- seguramente significa: aléjate de mí, perdedor, tengo pretendientes mejores. Esta breve escena es bastante simple en cuanto a su texto, pero bastante profunda en cuanto a su subtexto. Muy poco sucede en la superficie, pero en el subsuelo hay rayos y centellas.

 

El amor es acción, no sentimiento. Un –te amo- verdadero es en realidad un -te estoy cuidando-. Más acción que palabra. ¿Cómo podría demostrar el amor un mimo? ¿Cómo agradecería un mimo? ¿Recuerdan las historias de amor en el cine mudo? El acto de pronunciar palabras es sencillo. Lo difícil es plasmar la palabra en acción. El texto lo pronuncia cualquiera. Pero el texto revela su auténtico significado en el contexto de las acciones. 


Somos las decisiones que tomamos. Lo que hacemos.  ¿Aprecias a alguien? ¿Quieres a alguien? ¿Se lo dijiste o se lo demostraste? ¿Qué acción acompañó ese texto? En la Grecia Antigua, una persona se dirige a la casa de Demóstenes. “Estoy muy molesto”, le dijo el hombre en tono pausado. “No, no estás molesto en lo absoluto”, le respondió Demóstenes. “¿Qué?” “¿Cómo vas a decir eso?”, afirma indignado el hombre esta vez visiblemente bastante molesto. “Ah, ahora sí hablas como un hombre molesto”, recalcó Demóstenes. 


Lo que decimos normalmente proviene de nuestra mente consciente. Sin embargo, nuestros gestos, nuestras reacciones, y nuestras acciones concretas son más reveladores, porque suelen ser más sinceras. Los pequeños detalles suelen ser más elocuentes a la hora de describir la realidad, porque las palabras son baratas. Solo las palabras acompañadas de acción son palabras creíbles. ¿Agradecido? ¿Qué has hecho para hacer su vida más feliz? ¿Amas? ¿De qué manera estás cuidando a esa persona? ¿Cometiste un error? ¿Cómo estás enmendando la falta? ¿Tienes un sueño? ¿Qué pasos están dando hacia ese sueño? ¿Eres puro texto? ¿O tu vida tiene contenido?



Gustavo Godoy


domingo, 1 de agosto de 2021

Misión imposible. Una vida de película.

 



El fracaso es el infierno del hombre moderno. Ser tildado de “fracasado” es la peor de las condenas en un mundo de comparaciones. Nadie quiere ser un fracasado, porque todos evitan su compañía. Es un camino muy solitario y repleto de decepciones. Nadie lo quiere. Todos queremos obtener el éxito, porque el éxito es alabado por los demás. Es una validación. Todos queremos ganar, porque perder es demasiado común. Todos queremos sentirnos un éxito, porque el exitoso lo tiene todo. Pero, ¿qué es el éxito? ¿Para qué sirve? ¿Por qué es una meta tan deseada? 

En un principio, el éxito es lograr el primer puesto en una carrera. Es decir, el éxito es ganar la medalla de oro. En la práctica, sin embargo, el éxito es una estación mucho más ambigua e impermanente. En muchos sentidos, el éxito es una reputación. Una reputación que se construye con asociaciones y símbolos relevantes para un grupo social determinado. El éxito, entonces, es básicamente estética y geografía. 

¿Y el talento? ¿Y el trabajo duro? Me temo que no es un requisito necesario. El éxito no es una habilidad técnica. El éxito es estatus social. La forma y el lugar son más importantes que la capacidad. En otras palabras, el éxito sin validación social no es éxito. Supongamos que el mejor violinista del mundo, vestido de indigente, comienza a tocar su música en la calle. Más de uno va a subestimar su talento basándose en el contexto. Ahora supongamos que el mismo violinista toca la misma música en el Carnegie Hall de Nueva York. Más uno va a sobrestimar su talento basándose también en el contexto. En fin, el éxito es una forma de reputación. Depende mucho de la forma y el lugar. El talento, nos guste o no, es secundario en importancia. 

Un día, vamos a comprar un regalo de cumpleaños para un ser querido en una prestigiosa tienda de relojes de lujo. En la tienda, tenemos dos relojes en la exhibición. Ambos son muy parecidos en precio y aspecto. Y el tendero nos informa que la calidad es equivalente. Uno es fabricado en Suiza y el otro es fabricado en Somalia. ¿Cuál de los relojes escogería la persona promedio? 

El genio incomprendido fracasa con frecuencia por una incapacidad social. Es posible que se encuentre en un ambiente insensible a sus talentos o tenga serios problemas de comunicación. En ambos casos, carece de conexiones. O sea, carece de una red de apoyo. Está demasiado solo. El éxito es un lenguaje y un espacio. En consecuencia, el fracasado simplemente está en el lugar equivocado y hablando el idioma que no es. El fracaso es una forma de aislamiento. 

Ahora bien, hablamos del fracaso a un nivel más fundamental. Tenemos un deseo. Hacemos un plan para lograr lo deseado. Y, luego, después de mucho esfuerzo, fracasamos dramáticamente, porque el obstáculo resulta ser más grande de lo anticipado. Aquí tenemos la historia más esencial de todas: El hombre y su batalla contra el destino.

El efecto dramático de esta historia tan universal yace en la distancia entre la expectativa y el resultado. Deseamos algo con todo el corazón, pero las fuerzas antagónicas son demasiado grandes. El fracaso es lo ordinario para las personas con metas muy grandes. Las personas racionales normalmente se plantean metas alcanzables, porque es lo más razonable de hacer. Una historia extraordinaria es esencialmente irracional.

Los personajes muy sensatos no tienen acabado en la literatura o en el cine. La ficción necesita de grandes y imprácticas pasiones. Locos obsesionados dispuestos a arriesgarlo todo por un sueño imposible. Analizamos un deseo cotidiano a modo de ejemplo: Entrar a nuestra casa. En un día normal, todo marcha según lo esperado. Llegamos a nuestra casa y abrimos la puerta con la llave sin mayores inconvenientes. Es decir, nuestras expectativas se cumplen a la perfección. Obtenemos éxito, pero aquí no hay historia. En efecto, no hay nada que contar de verdadero interés. Tendremos una historia en la presencia de un conflicto. ¿Qué pasaría si la llave se rompe y no podemos entrar? Tenemos una historia, porque la normalidad se interrumpe. 

Un personaje sensato llamaría a un cerrajero para solventar el problema. El cerrajero llegaría, solventaría el problema y cobraría por su trabajo. No se perdería mucho. Un poco de tiempo y dinero, pero nada del otro mundo. Esa es la solución sensata. Técnicamente, tenemos una historia. Cierto que tendríamos algo que contar. Pero bien sabemos que no sería una historia muy interesante. Un personaje insensato, por otro lado, no llamaría a un cerrajero. Se subiría al techo y arriesgaría su vida tratando de entrar por la ventana del tercer piso. Se cae en la casa de al lado. Toma la moto de su vecino sin permiso. Y se estrella a toda velocidad derribando la puerta de entrada de su casa. Luego, ya adentro, en medio de la sala con un brazo roto, mira hacia la cocina y se da cuenta que la puerta del jardín estaba abierta. Resulta ser que había gente en la casa. Lo único que tenía que hacer para entrar era tocar el timbre. Aquí tenemos una historia.

La estructura clásica de una historia es: deseo, plan, fracaso, nuevo plan, nuevo fracaso. La clave de una buena historia es añadir un nivel superior de riesgo e insensatez a cada nuevo plan. La obsesión por un deseo y nuestra disposición a sacrificarnos por él no es una garantía de éxito en lo absoluto. Si la meta es el éxito, lo más inteligente es seguir el camino más sensato. Si nos planteamos expectativas sensatas, con un esfuerzo moderado, obtendremos seguramente el resultado esperado. El insensato no busca el éxito en realidad. El insensato simplemente persigue su pasión con toda su alma. Lo arriesga todo por un deseo. Se enfrenta a su destino con total imprudencia. No escucha razones. Vive con el corazón. Es probable que nunca alcance el éxito. Pero, sin lugar a dudas, tendrá una vida de película. 

Gustavo Godoy 

viernes, 16 de julio de 2021

viernes, 9 de julio de 2021

Las distintas teorías del mundo


 Detrás de la gran comedia humana, yace un número incontable de historias. Y en cada historia se esconde un mensaje. Una teoría del mundo. ¿Qué es una historia? Es el relato de una transformación personal. ¿Qué es una historia? Una metáfora de la vida. Un microcosmos que busca contar las formas y maneras del mundo. Todos tenemos una narrativa muy particular encerrada en nuestra cabeza. Esa narrativa nos define. Nos guía. Nos impulsa. Y, en muchos casos, nos condena. En otros casos, nos libera. Pero nada es tan influyente en nuestra vida como la manera como contamos nuestras aventuras. ¿Quiénes somos? La vida es creación y recreación de una identidad.

Anna Karenina de Leo Tolstoi. Una historia de amor. Una mujer que lo tiene todo, pero lo pierde todo por una pasión. Esa es la historia de Anna que, a su vez, se contrasta con la historia de Kitty. Una joven que encuentra la felicidad mediante un amor comprensivo. Tolstoi, como buen moralista, con su ficción nos envía un mensaje muy claro: El amor triunfa sobre la pasión. No el amor como arrebato pasional. El amor como vehículo de la comprensión, la paciencia y la tolerancia. El amor maduro es el amor ideal.

Orgullo y Prejuicio de Jane Austen. Otra historia de amor. Elizabeth Bennett no siente amor por Darcy en su primer encuentro. De hecho, es una especie de rechazo a primera vista. La pareja no congenia en lo absoluto. Luego, después de muchos enredos y malentendidos, llega la realización: Darcy es un buen hombre y sus sentimientos son sinceros. En otras palabras, el amor triunfa cuando se logra superar el orgullo y el prejuicio. O, también, se podría decir que el desamor es una forma de ceguera. Para amar, hay que ver más allá de lo superficial y las conversiones. En cuanto al género romántico, un mensaje muy frecuente es la reivindicación del amor propio. Para que el amor triunfe, hay que tener amor propio.

Las aventuras de Sherlock Holmes por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle. Las aventuras de un peculiar detective que soluciona misterios con su aguda percepción. ¿Cuál es el mensaje aquí? El crimen no paga, porque el bueno es más inteligente que el malo. La novela negra invirtió la fórmula: El crimen sí paga, porque el malo es más poderoso. También tenemos al género de acción, por ejemplo. Las películas de Rambo. El mal no triunfa, porque el bueno es más violento. Las películas de Harry El Sucio y muchas películas de Arnold Schwarzenegger podrían entrar en esta categoría. ¿Las de Marvel? El malo pierde, si los buenos trabajan juntos. O los buenos ganan, si están dispuestos a sacrificarse por los demás. Rocky. Para ganar, hay que luchar.

Una historia es el relato de una transformación. Lo que también implica que hay una teoría del mundo inicial y una teoría del mundo final. La teoría y la contrateoría. El protagonista se encuentra estancado debido a una teoría del mundo inadecuada. Su error en juicio es la raíz de su infelicidad. Normalmente, es algo que pasó en el pasado que lo hace pensar así. Y se actúa según los pensamientos. El amor es pasión para Anna Karenina. La creencia en el amor a primera vista en el caso de Elizabeth Bennet. El pensar que un misterio es indescifrable en el caso de Holmes. El creer que el malo es demasiado poderoso para ser vencido en el caso del género de acción. En fin, las historias cambian cuando adoptamos una teoría del mundo mucho más ambiciosa. Es decir, el pasar la página y dar el paso. Dejar los pensamientos mediocres. Así nacen los héroes.

Para dejar de ser un personaje secundario en nuestra propia vida, hay que sanar las viejas heridas. Dejar la terquedad. Ver el mundo con nuevos ojos. Abrirse a otras posibilidades. Escribir una historia sin barreras. El cambio interno, en realidad, es un cambio de relato. Todo se traduce en lo siguiente: Podemos cambiar al mundo con nuestras acciones. ¿Cuál es el mensaje de nuestra historia?

Por último, es importante dejar la tontería. Lo primero que se te viene a la mente. Eso no es. Si no te valoran, ahí no es. No es la chica más bella. Es la chica más noble. No es el chico con más dinero. Es el chico con más valores. No es lo aparente o lo socialmente aceptado. Es lo más humano. No es lo más fácil o común. Es lo más justo. No es lo que todos creen. Es lo verdadero. Las mejores historias son las que se reescriben. De la tontería común a la inspiración de lo grande, se requiere un borrador y un nuevo comienzo.

Gustavo Godoy







viernes, 2 de julio de 2021

El extraordinario cotidiano



Afortunadamente, soy lo suficientemente viejo como para recordar que también éramos unos cretinos antes de Internet. La misma cosa, diferente siglo. Los modelos de los autos han cambiado. Pero me temo que la naturaleza humana aún mantiene su vigencia. El chismorreo de la plaza simplemente se mudó a las redes sociales, pero es básicamente el mismo desastre. Hoy tenemos al joven vegetariano, sexualmente fluido y políticamente correcto, fingiendo una supuesta autenticidad con un selfie. En aquella época, teníamos al amigo pretencioso, a la abuela casamentera y a unos padres con ínfulas de grandeza que querían que uno fuera doctor para impresionar al vecino. Muchas sandeces tuvimos que soportar por parte de una ignorancia que parecía no tener límites. También, como ahora, existían los amores prohibidos, las metas imposibles y las tragedias insufribles. El Facebook no inventó el mal gusto. El Instagram no inventó la ridiculez. Y, ciertamente, el WhatsApp no inventó la obscenidad. Antes, también, éramos unos depravados.  

Sin embargo, hay que reconocer lo evidente. Lo que vivimos de niños no nos preparó en lo absoluto para la vida que llevamos hoy. Esta vida es nueva. Los lugares son nuevos. Las creencias son nuevas. Y casi todo es nuevo. Lo único viejo son los recuerdos. Y, por supuesto, los deseos de ser feliz. La nostalgia nos acompaña. Pero también las ganas de vivir. Soñar siempre es costumbre. 

Uno de niño pensó (equivocadamente) que la solución a la vida era imitar a los padres. Pero ese mundo que fue, ya no es. Anteriormente, había una serie de reglas. Cosas que uno debía seguir. Había una escala de valores que iban de mejor a peor. Ahora queda muy poco de eso. Ahora todo es relativo y subjetivo. En antaño, uno era lo que la sociedad decía que uno era. Ahora es distinto. En muchos sentidos, el mundo de antes era más sencillo. El meollo de la identidad era menos complicado. Hoy no hay jerarquías de nada. Nada es feo, nada es malo, nada es fijo. Uno es quien dice que es. 

Todo está bien. Todo lo que hacemos está bien. Y lo que no hacemos también está bien. Se trata de algo que llamamos “aceptación”. Eso suena muy bonito, pero también implica que ya no tenemos una moralidad universal. Es decir, pocas cosas son las que realmente nos unen. Lo que predomina hoy son las tribus. Nuestra tribu siempre está en lo correcto. Nuestra tribu siempre es inocente. Lo malo son los demás. Lo malo es lo viejo, lo masculino y establecido. Las respuestas ya no yacen en la cultura. Las respuestas están en Youtube. 

¿Qué hacer ante semejante situación? ¿Cómo encauzar una vida en la era de la aceptación? ¿A qué aspiramos si todos están bien ? ¿Quiénes somos si ya no hay puntos de referencia? El mundo de hoy es tan extraño que abruma. Todo es bueno. Todo es malo. Y todo el mundo parece estar molesto por alguien. Todos tienen su propia teoría de conspiración. Con frecuencia, lo que provoca es hacerse el loco. Un vinito, buena música, y apaguemos la luz. Silencio, por favor. 

¿Qué hacer en medio de este complicado meollo? En este planeta de inmensa locura, yo diría que la solución es la pequeña acción valiente. Los pequeños heroísmos hacen la diferencia. Me refiero a vivir en afirmativo. A veces perdemos oportunidades por miedo a las heridas. Eso es malgastar la existencia. La pasividad en la vida debería ser evitada a toda costa. Debemos hacer que las cosas pasen. Dar el primer paso. Ver más allá de lo obvio. Tomar decisiones. Tener fe. Construir nuestro propio oasis de chocolates y flores. Darle un chance a los demás. Decir que sí. Entregarse a los momentos. Disfrutar con lentitud. Dejarse seducir. Y, sobre todo, ignorar los prejuicios. 

Con frecuencia, se deja de vivir, porque caemos víctimas del sobreanalisis. Si la nostalgia pesa, más pesa extrañar lo que nunca sucedió. Nos olvidamos que las cosas se construyen. Los momentos se crean. Y los amores se provocan. Nada cae del cielo. La felicidad se siembra. Lo cotidiano se hace extraordinario. La perfección es un viejo prejuicio. Lo mejor de la vida es absurdo. Las cosas con alma están hechas de fe. En fin, a veces hay que despeinarse. Abrir el champán y dar el salto. Héroes del mundo en el arte de vivir. 


Gustavo Godoy