El lenguaje articulado es un sistema de representación que posibilita mapear nuestro mundo interior y exterior. No solo es nuestro principal medio de comunicación con los demás, sino también es un elemento determinante en la configuración interna de cada quien. Con el uso de símbolos, el lenguaje le permite al individuo definir su realidad, tanto en su relación con los demás como ante sí mismo.
Aquello que no tiene nombre es un misterio. Lo inefable siempre se mantendrá oculto. Desde la niñez, estamos construyendo paulatinamente nuestro mundo en la medida que desarrollamos nuestro lenguaje. Si solo conocemos una palabra para nombrar a todos los árboles, veremos a todos los arboles como una misma cosa. Sin embargo, si conocemos diferentes palabras para denominar con exactitud a los diferentes tipos de árboles, veremos con claridad esa diversidad al entrar a un bosque, por ejemplo. Conectar una palabra específica a un elemento en específico facilita enormemente su identificación en lo particular y su diferenciación con respecto a lo otro. Por eso es que un enriquecimiento de nuestro lenguaje significa un enriquecimiento de nuestro mundo. Cada nueva precisión lingüística significa una amplitud de nuestra realidad. Y de la misma manera, toda limitación se transforma a su vez en una limitación psicológica, social, cultural y espiritual. Nuestro lenguaje expresa quienes somos y como vemos las cosas. El hombre pobre de lenguaje piensa, siente, y socializa pobremente. Y, su alcance es pobre.
El lenguaje está estrechamente relacionado al pensamiento. Pensar es un proceso que se apoya del sistema simbólico del lenguaje para operar. Por eso es que todo deterioro en el lenguaje repercute en la calidad de nuestros pensamientos y, en consecuencia, en nuestro accionar personal y social.
El hombre moderno se enorgullece en anunciar que estamos viviendo en la era de la información y el conocimiento. El asunto es que hoy en día gracias a los avances tecnológicos tenemos acceso a muchos contenidos, pero poco de este contenido es realmente nuevo o de calidad. La persona promedio no conoce, ni domina su lenguaje. Su vocabulario es sumamente escaso. Su capacidad de redactar o expresarse con claridad es muy limitada. Generalmente, se comunica, no con sus propias palabras, sino que recita ingenuamente la fraseología que le impone la cultura de masas. Se perdió el respeto por las palabras y su verdadero significado. Los políticos, los publicistas, los periodistas y el resto de la sociedad pareciera que botaron los diccionarios. Palabras comunes como paz, democracia, justicia, libertad, amor, felicidad, riqueza, entre muchas otras, son utilizadas caprichosamente y alegremente por cualquiera para nombrar lo que más convenga cuando más convenga. Esta ambigüedad idiomática estimula el pensamiento confuso y contradictorio. Hoy en día, el vino dejo de llamarse vino, y el pan dejo de llamarse pan. He aquí la causa de la carencia de gente crítica y pensante en el mundo de hoy.
En la era de la información, la imagen y el mensaje audiovisual se imponen sobre el lenguaje escrito. El lenguaje escrito se ha reducido al slogan, a la consigna y a la frase corta como un mero accesorio cosmético de lo visual.
Lo audiovisual ofrece el regreso a la comunicación oral. Lo audiovisual es un mensaje ligado siempre al contexto. En la comunicación oral, el sentido de la palabra depende del gesto, del tono, del sitio, de la música y de otras vertientes con fuerte carga emocional. Solo la escritura desliga el lenguaje de la situación concreta. Lo vuelve independiente del contexto y de fácil control. La escritura es para el lenguaje lo que el reloj es para el tiempo. La escritura fija el lenguaje y estructura su sentido permitiéndole establecer un orden de pensamiento claro y coherente. El lenguaje escrito estimula la reflexión y la interioridad. El hombre masa moderno, adicto a la televisión, no piensa realmente porque todos sus pensamientos son ajenos.
A pesar que es un tema extremadamente descuidado y desapercibido, la verdad es que la crisis del individuo y la modernidad está inseparablemente unida a la crisis del lenguaje.
Un aporte útil al mundo es promover una sociedad de buenos lectores. El buen lector es siempre un relector, no es un lector superficial. Leer y releer buenos libros es la práctica del individuo culto y pensante. Convertirse en un buen lector es hacer de la literatura un compañero de vida. En los libros esta la solución a la crisis del lenguaje. Adoptar un libro es como enamorase. Se requiere tiempo, esfuerzo, imaginación y soledad. Y una vez que se despierta la pasión, no hay vuelta atrás.
Toda revolución empieza con un libro. Da el primer paso, regala un libro.
Gustavo Godoy