viernes, 26 de febrero de 2016

El genio artistico




En la Edad Media, los artesanos se limitaban a copiar viejos modelos. Estaban organizados en gremios y casi siempre permanecían en el anonimato.  Estos artesanos nunca pretendieron crear una obra original. El arte medieval prácticamente consistía en ilustrar la religión. Todo esto cambio con el Renacimiento.  Las clases adineradas de las ciudades italianas como en la Florencia del siglo XV a través del mecenazgo impulsaron un nuevo tipo de arte. El artista se convirtió en un creador.  Salió de los gremios y  gana autonomía.  Ya no era  anónimo sino un  personaje celebre. Este fue un cambio importante en la historia del arte porque significo que ya el artista no imita el mundo, sino crea nuevos mundos. A partir de ese momento histórico el artista se convirtió, en cierto sentido,  en el hermano menor de Dios: un genio.

Un símbolo, usando este término en su sentido más amplio,   es  algo que representa otra cosa. Un sentimiento por una idea. Una idea por un sentimiento. Una cosa por un recuerdo.  Una cosa por otra cosa. Y así. Algo que es y no es al mismo tiempo.  Es una asociación, pero esta para que sea entendida debe ser aceptada por los involucrados. En realidad, es un acuerdo. En algunos casos estas asociaciones son caprichosas. Por ejemplo, la palabra “libro” no tiene nada que ver con un libro.  Sin embargo esas formas que llamamos letras en ese orden en particular representan la idea de un libro real en ese sistema simbólico que es la lengua castellana. En otros casos,  las asociaciones son más obvias. Por ejemplo, una foto que representa a una persona o un objeto. Los colores, las texturas, los sonidos y las formas son  algunos elementos que los asociamos en parte según  el contexto donde los percibimos recurrentemente. El azul y el cielo, por decir algo.  La voz femenina y  la dulzura materna, otro ejemplo. Una comida con una región. Una vestimenta con una clase social. El cuadrado con algo estable. Lo suave con la comodidad. El rojo con lo caliente. Una calavera con el peligro. El llanto con la tristeza.

Muchas veces no somos conscientes de esas relaciones entre los diferentes elementos. Por ejemplo,  un episodio agradable de nuestra infancia puede estar unido al sabor de un té con un pedazo de torta como  ocurre en la novela “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. El personaje principal de la novela de Proust un día siente una profunda emoción  de alegría y nostalgia mientras merendaba con un té y un pedazo de torta. Al principio, desconocía las verdaderas razones de este sentimiento involuntario que se despertó con algo tan simple. Luego, recordó. Ese té y esa torta eran un platillo habitual  en la casa de una tía muy querida por él y donde pasó los momentos más felices de su infancia. Para el personaje ese te combinado con la torta simbolizaron lo mejor de su infancia. Como en ese caso, algunas asociaciones  están ligadas a hechos muy personales, pero en otros   son más  universales. El hecho que una pieza artística cause un impacto en los demás se debe a la universalidad de los elementos que emplee el artista para comunicar sentimientos e ideas particulares. Sin ese lenguaje compartido no existiera  la posibilidad de comunicación.

Otro aspecto importante. Parece ser que la mente humana tiene dificultades en diferenciar entre el objeto concreto y su representación simbólica. Una persona que sufre de miedo a las serpientes siente miedo al verlas en el cine. También una persona  puede sentir atracción física por una linda figura en una pintura al oleo. Para muchos, los personajes literarios muchas veces parecen más reales  que la gente de carne y hueso. Muchas veces sentimos que ellos nos comprenden mucho mejor que las personas que vemos todos los días. La música, la pintura, el cine, y la literatura son tan parte de nuestras vidas como todo lo demás. Una pieza de Beethoven, un personaje de Shakespeare, un cuadro de Van Gogh pueden llegar a impactar nuestras vidas tanto como un ser querido. E incluso podemos amor a una obra de arte mucho más que una persona. Esto no es raro.

El arte nos fascina probablemente por esa  sensación de ligereza que nos produce. Al fundirnos en el arte, este enigma que es el mundo concreto se desvanece. Todo se vuelve más sencillo, más intenso, más bello. El arte disipa los miedos y la necesidad. La arte libera al hombre de lo cotidiano. Lo eleva. Lo envuelta en un universo de imaginación y mágica, en un mundo más parecido a él.

Es verdad; todo arte es una mentira. Ah! , pero que bella mentira.



Gustavo Godoy 

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 26  de Febrero de 2016 en la columna Entre libros y montañas

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sábado, 20 de febrero de 2016

Amor , sexo y matrimonio



La idea  de casarse por amor es una noción básicamente moderna. Anteriormente, los factores determinantes eran los económicos, políticos y sociales. Además, la elección de con quien casarse era tomada por otros, no por la pareja. Mediante un matrimonio, una familia se unía a otra familia para elevar su estatus, incrementar sus propiedades y legitimar su descendencia. El matrimonio como era concebido en otras épocas era  un contrato que implicaba una serie de derechos y obligaciones entre la pareja, sus familias,  el público y  la autoridad gubernamental. Era una institución basada en solventar necesidades concretas.

El amor romántico ha sido visto muy diferente en distintos periodos de la historia. En  Atenas de la Antigüedad, en Italia del Renacimiento, en Francia del Antiguo Régimen o en los países occidentales de la actualidad, los pensamientos sobre  el amor, el sexo y el matrimonio varían enormemente.  Dante en la Divina Comedia escribió sobre el gran amor que sentía por Beatriz. Para Dante y su época,  el concepto del amor tomaba la forma de la idealización de la mujer como encarnación de belleza y virtud. Ninguna relación con el sexo o el matrimonio. Por otro lado, para Shakespeare en la Inglaterra isabelina, el amor era una enfermedad. El amor era algo irracional, breve y pasional que casi siempre terminaba en tragedia.

Solo hasta tiempos recientes, fue posible relacionar dos aspectos que anteriormente habría sido una locura unir: el amor y el matrimonio. Esto empezó ha ocurrir en Inglaterra hace unos doscientos cincuenta años atrás. Al amor se le agrego  una nueva misión: Fundar un hogar. Anteriormente, los nobles participaban en la  galantería pero sin fines matrimoniales. Eso cambio con el surgimiento de la burguesía europea.

Como lo ponemos apreciar en la literatura del siglo XIX, en novelas como Madame Bovary de Flaubert o Anna Karerina de Tolstoi, todo el peso del matrimonio caía prácticamente en la mujer. La única expresión sexual  legítima, principalmente para la mujer,  debía ocurrir  solo dentro del matrimonio. Los niños, la familia, la moral sexual y la propiedad son los pilares de la sociedad aburguesada que  floreció en el mundo después la revolución francesa. Un descuido en  alguna de estas áreas  significaba una catástrofe.  

 El matrimonio burgués agrupo todos los elementos que antes no necesariamente estaban integrados: el amor, el sexo, lo político, lo económico y lo social.  Además, esta nueva idea exige que todas estas variables tengan que  desarrollarse para toda la vida en perfecta armonía. Algo que por supuesto es muy difícil. Sobre todo cuando para  establecer una institución tan compleja frecuentemente predominan inicialmente criterios tan subjetivos y cambiantes como los sentimientos.

Francamente, pienso que la sociedad moderna es sumamente injusta con el amor. Se le exige demasiado. Hoy, amar a alguien es una tarea titánica. Es una empresa  que va desde el físico, flores, cenas, modelo de automóvil, tamaño de cuenta bancaria, desempeño sexual, buen trato con familiares, amigos y conocidos, pasando por como lavar los platos y quien bota la basura, terminado por el precio de los pañales,  reuniones escolares y psicología infantil, entre miles de otros detalles interminables. Y si no funciona placenteramente: el divorcio, para luego volver a intentar todo de nuevo con alguien más.

La mayoría de las personas atribuyen la causa de sus fracasos amorosos a un error en la escogencia del objeto amado. En otras palabras, según el credo mayoritario, las relaciones amorosas fracasan porque elegimos mal a nuestras parejas. La solución es elegir mejor la próxima vez. Pocos dudan de la validez  de la concepción moderna que tenemos del amor. Tal vez tenga que reformarse por ser inadecuada. Tal vez se pueda simplificar para que funcione.

A veces el amor simplemente es eso, amor. Sentir que existe algo bello en el otro y acercarse. Querer encontrarse, descubrirse, cuidarse. El deseo de darse, sin el desgaste de lo cotidiano. Conocer al otro, estar con el otro y compartir un momento, sea este  efímero o eterno. Poder amar a alguien sin complicaciones; el sueño de muchos.

Gustavo Godoy 

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 19  de Febrero de 2016 en la columna Entre libros y montañas

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viernes, 12 de febrero de 2016

Entrevista realizada por estudiantes de Comunicacion Social de la Universidad de Los Andes ( NURR)





Ver video:  https://www.youtube.com/watch?v=ZbHGtDAehaA


"Trujillo resplandece con mujeres y hombres que día a día forjan el camino para un mundo mejor. Ellos crean la poética de la cotidianidad trujillana y muchas veces pasan inadvertidos. Conoceremos a Gustavo Godoy uno de los Resplandores de mi tierra.

Entrevista realizada por estudiantes de la cátedra que imparto, Métodos y técnicas de Investigación de la carrera de Comunicación Social. "

                                                                                                                   Yizza Delgado
                                                                              Profesora de la Universidad de Los Andes ( NURR)

Producción:
*Karen Briceño
*Yoel Rodriguez Guerra
*Ernesto Cadenas
*Yizza Delgado

Agradecimientos:
Gustavo Godoy
Museo de Arte Popular Salvador Valero
Ernesto Cadenas



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El individuo y la cortesia




El concepto “individuo” comienza a surgir en Italia con el Renacimiento. Antes de esto, las personas no eran consideradas individuos, sino representantes de un grupo o una clase. Fue en el Renacimiento, cuando  las personas empezaron a darse cuenta que era legitimo tener pensamientos y sentimientos  distintos al resto de sus contemporáneos. Aparecieron ilustres personajes, como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel,  que  se atrevieron a crear cosas nuevas, en vez de imitar lo ya establecido. Muchos  escogieron vivir a su manera desafiando abiertamente  la tradición.

Durante la Reforma, la emancipación de la autoridad de la Iglesia contribuyo al  individualismo. Esto se debió a que la verdad ya no provenía de una organización centralizada, sino yacía  en cada uno de nosotros.  Esto abrió las posibilidades de crear un mundo subjetivo. También permitió el desarrollo de la personalidad. A lo largo de los siglos, particularmente en el Romanticismo, estos avances alcanzados durante el Renacimiento y la Reforma fueron paulatinamente  consolidándose dentro de la sociedad.  Uno podría decir que la historia moderna es la historia del surgimiento del individuo.

Simultáneamente al crecimiento del individualismo también surgió la cultura urbana y la cortesana.   

 En el siglo XVI, los nobles comenzaron  a abandonar sus castillos e ir a las cortes en busca de influencia.  Si los nobles querían conservar su poder, debían relacionarse adecuadamente  con otros nobles. Mientras que en sus castillos podían mandar caprichosamente, ahora se vieron en la obligación de considerar a los demás y ganar  la simpatía de un gran círculo de personas de diferentes  posiciones sociales.  Fue necesario un mayor dominio de los impulsos.  Esto proceso de acortesamiento,  civilizo.  Se aprendió la amabilidad y la decencia. Las cortes crearon una ética del  comportamiento basado en los buenos modales, la etiqueta, el autocontrol  y la discreción. Con el tiempo, las cortes marcaron la pauta en cuanto a los gustos, el lenguaje y la conducta para el resto de la población.

Gradualmente, los profundos cambios de las reglas de poder en Europa afectaron los modos de relacionarse socialmente. Ahora, para acceder al poder  era necesario saber comportarse.  Mientras en la Edad Media,  el uso de la violencia, la actitud ante las funciones corporales, y  las manifestaciones de las emociones carecían de normas estrictas, en épocas posteriores, estas conductas fueron sometidas a un mayor control. También, el trato brusco hacia  a las mujeres y a las personas de bajo  rango se consideró algo totalmente inapropiado. Los gritos, las peleas y los insultos se catalogaron como actos reprochables. Igualmente, imponer  nuestros deseos a los demás se creyó inaceptable.  

La combinación entre individualismo y sociabilidad  mejor se representó en los salones ilustrados de Europa durante el siglo XIX y principios del siglo XX.  En estos salones, la aristocracia, los intelectuales y los artistas disfrutaban juntos animadas veladas, apartados de la burguesía. En estos círculos sociales, en ciudades como Paris, Londres y Berlín, todo dependía de la personalidad y la capacidad de expresarla. Valores burgueses como  el dinero, el éxito o la fama no era lo más importante. Lo realmente valorado era el talento, el carácter y la personalidad.  

Cada individuo es único y de igual valor que el resto. Su valor radica en su originalidad. Sin embargo, el individuo para poder disfrutar la vida en sociedad  también debe tomar en cuenta el bienestar de los otros de la misma manera que goza de su libertad individual.

El individuo es la base de la cultura, pero la cortesía nos permite disfrutarla. Por eso es que las formas de cortesía son elementales para el buen vivir. Tratar a todos como iguales.  La persona tosca, autoritaria,  fanfarrona y pretenciosa es la principal enemiga de la cultura.  Por otro lado, la tolerancia,  el  respeto  y  la consideración hacia los demás son  elevados signos de educación y refinamiento.
 
Gustavo Godoy 

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 12  de Febrero de 2016 en la columna Entre libros y montañas

viernes, 5 de febrero de 2016

Dios y las religiones



El filósofo griego ,y discípulo de Sócrates, Platón sostuvo una concepción de la sociedad y el mundo muy particular. El pensamiento platónico se basa en la búsqueda de lo fijo, de lo permanente.  Para Platón,  la realidad es una verdad  universal y eterna  mientras que lo efímero y aparente son meras ilusiones.  La cosmología platónica  plantea el mundo como un sistema dual jerárquico  donde  existe un nivel superior  y un nivel inferior dentro de un orden estable. Su teoría política y su metafísica se entrecruzan ,y resulta difícil exponerlas por separado debido que Platón consideraba que la sociedad y el cosmos se regían según las mismas reglas.   

Platón nació en Atenas en los  tiempos de Pericles. Después de la guerra con los persas,   Atenas se convirtió en una potencia cultural, política y militar que, hasta el día de hoy, a pesar de los siglos, no deja de causar la  admiración y el asombro de todos.  Sin embargo, este periodo de esplendor  termino trágicamente en la guerra donde la poderosa Esparta resulto victoriosa.  Platón, y su pupilo Aristóteles, responsabilizaron al sistema democrático ateniense por  la derrota.  Por eso es que para entender a Platón, y a los filósofos posteriores, es necesario saber algo de Esparta.

La visión platónica, tan del universo como de la sociedad, presenta una clara influencia del modelo totalitario y rígido espartano. Los griegos admiraban la ciudad espartana por su gran estabilidad.  Esparta era un estado oligárquico y militarista que se caracterizaba por su poca libertad personal y la severidad de sus  leyes.  En Esparta, había orden. Mientras que en los demás ciudades de la región,  las revoluciones eran cosa común,  la constitución espartana permaneció sin cambios por siglos. Por otro lado, para Platón, y para su sucesor Aristóteles,  la democracia representaba  la perdida de la guerra, la destrucción y el caos. A Platón,  la democracia lo despojo de sus riquezas familiares. Además, la democracia condeno a su querido Sócrates a la muerte.

Platón y Aristóteles dominaron casi exclusivamente  el pensamiento occidental a lo largo de la edad antigua, la media y la moderna. En las religiones occidentales, como el judaísmo, el cristianismo y el islam,  la influencia griega es tremenda, sobre todo en el cristianismo, y especialmente  en el catolicismo.  Basta con leer un poco a San Agustín para notar  una fuerte corriente neoplatónica. Solo basta con ojear  algunos escritos de Santo Tomas de Aquino  para reconocer  claramente a Aristóteles.   

La Iglesia Católica al día de hoy aun acepta la doctrina de Santo Tomas como su doctrina oficial. De hecho, la teología cristiana, y la de las otras religiones abrahamicas,  siguen fielmente un orden muy semejante a un reinado de la antigüedad  regido por los esquemas platónicos y aristotélicos.

Los grupos religiosos pretenden ser  las reveladores de la  verdad absoluta convirtiendo en dogma las ideas que exponen sus autoridades y su literatura. Un dogma es  sistema de pensamiento creado por hombres del pasado tan falibles como los hombres de hoy. Sin embargo, estos hombres de mentalidad autoritaria pertenecieron a  organizaciones muy poderosas con la capacidad de imponer, con el apoyo de las fuerzas políticas, sus planteamientos como verdades incuestionables a la población civil.  Las verdades se soportan con argumentos, no con el poder. Y siempre están sujetas a refinación.

El concepto tradicional de Dios, entre muchos otros conceptos religiosos tradicionales, se deben abrir al escrutinio público, aboliendo estas ideas retrogradas  que unen la verdad con la autoridad.  Desde los tiempos de Sócrates, Platón y Aristóteles, el pensamiento humano ha avanzado mucho, y los sistemas jerárquicos ya no son tan idolatrados como antes.

 Los grandes temas de la vida no pueden enjaularse, deben liberase. Una mejor compresión de la realidad depende de una mente abierta y sin fronteras. Por eso es que el primer paso hacia el verdadero saber es: la duda.


Gustavo Godoy 

 Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 05  de Febrero de 2016 en la columna Entre libros y montañas