Una fiesta en la casa de Edipo siempre era un gran acontecimiento. Y esta en particular prometía sobrepasar todas las expectativas y convertirse, una vez más, en un éxito total. Estas reuniones ya disfrutaban de una enorme fama en Miami porque la señora de la casa siempre se preocupaba por causar la mejor de las impresiones. Y esta noche no sería la excepción. En estas veladas, el hogar se transformaba en un majestuoso anfiteatro. La rutina daba paso al espectáculo, la sofisticación y la fanfarronería buscando deslumbrar audiencias. En aquel momento, el ambiente estaba algo tenso debido a todos los preparativos. Para la angustia de la anfitriona, los imprevistos iban brotado aceleradamente en la medida que se acercaba la hora del gran evento. En otras palabras, ya el pánico se había propagado como la pólvora en la casa de nuestro amigo. Al igual que en un teatro, no podía existir mayor contraste entre el caos tras bastidores, y el elegante show que se pretendía montar. Edipo estaba en la calle. Tenía que comprar el pan, las flores y recoger puntualmente a las niñas en la peluquería. Debía conseguir, a como dé lugar, algún tipo de queso azul y otro blando. Un par de botellas de merlot, helado de frambuesa, un manojo de cilantro, toallas sanitarias, un cable USB, cinta adhesiva, acetaminofén y el último DVD de Caetano Veloso. ¡Ah!, y un jabón para el baño de visitas, el de la caja azul celeste, no el de la verde.
Edipo estaba ahí en medio de un tráfico infernal, conduciendo del Dadeland Mall hacia el Deli que está llegando al Doral, sitio donde vivía, cuando sintió la necesidad de reflexionar. ¿Qué significaba todo este frenético recorrer de tienda en tienda? Bueno, era una metáfora. Una gran metáfora que resumía la totalidad de su existencia como un fiel representante de la clase media suburbana. Una vida igualada a un vulgar cliché. Vivía para cumplir una larga lista de mandados y nada más. ¿Era ese su destino, el alcanzar mayores éxitos que su padre y casarse con una mujer tan neurótica como su madre? ¿Acaso ha podido ser algo diferente? ¿O eso habría sido una causa perdida? ¿Escogemos nuestra vida o la vida nos escoge? ¿Por qué la vida que no tenemos siempre resulta más atractiva?
Parece que en cada encrucijada, solamente podemos tomar un camino. Este nos abre nuevas posibilidades y, al mismo tiempo, nos cierra otras. Un evento nos lleva a otro al igual que nos niega otros. Por eso da tanto miedo tomar decisiones. Estas duran para siempre. Mientras tanto, los demás caminos, los que nunca abarcamos, siguen ahí existiendo de manera invisible como fantasmas, para atormentarnos. Más allá de lo tangible también existen simultáneamente esas múltiples dimensiones. Los senderos no tomados componen una infinidad de existencias paralelas para recordarnos lo que nunca fue. Un hombre es lo que es y también lo no pudo ser. Todo eso está ahí latente en el subsuelo, como parte de nuestra identidad, oculto a los ojos, presente en el alma. ¡Vaya usted a saber! ¿En cuál de todos estos mundos posibles nos encontramos ahora? ¿En el mejor? ¿En el peor? ¿En el más desgraciado? ¿O en el más hermoso de todos?
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 01 de Septiembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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