Los laberintos son
estructuras intrincadas y llenas de rodeos especialmente diseñadas para que la
gente se pierda en ellas. Entrar es fácil. Lo difícil es salir. Las prisiones
son diferentes. En una prisión uno no está perdido. Uno sabe perfectamente donde
está. El ingreso es generalmente involuntario y la salida depende de la
voluntad del carcelero. La función de una prisión es castigar y esta usa el
aislamiento y la soledad forzada como
métodos. Por otro lado, los laberintos son lugares intencionalmente mucho más complejos. Entrar a un laberinto usualmente es un acto
voluntario. Y a diferencia de las
prisiones generalmente los laberintos desconocen la figura del carcelero o algo
que se le parezca. El carcelero es la propia estructura. Esto se debe a que
estos sitios no usan la fuerza para envolver, sino el engaño. Mientras más ingenua sea la persona con mayor
facilidad será víctima de sus artimañas. Mientras más avance, más se perderá.
Hallar la salida es casi imposible debido a la desorientación que invade al
intruso al poco tiempo de estar inverso en él. Dentro, los giros del perdido
son tomados con azar y desespero ya que un mapa no está disponible, herramienta
indispensable en estos lugares por la
naturaleza enmarañada de sus caminos. La incapacidad de recordar el
trayecto recorrido o tan siquiera de saber a dónde está una salida lleva solo a
la frustración y al desconsuelo. El avanzar confunde porque quien está perdido
necesita puntos de referencia que lo orienten para superar de su situación. Siempre
hacen falta señales que nos indiquen el camino a seguir. El laberinto más que un castigo es un
obstáculo y más que un destino para el
culpable parece estar diseñado para enredar al inocente.
El Minotauro era una
criatura con el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro que vivía en la Isla
de Creta en los tiempos del Rey Minos. Se cuenta que nació como consecuencia de la relación entre la esposa del rey y un
toro. Hecho que siempre ha estado lleno de misterios y contradicciones. Luego,
el Rey, al descubrir su existencia, encomendó al arquitecto e inventor Dédalos la construcción de un laberinto que confinara al monstro. El
edificio se construyó y este sirvió de hogar para la bestia hasta el momento de
su muerte.
Según la leyenda, tras la
derrota militar que sufrió Atenas de las
manos del rey Minos, la ciudad fue forzada a enviar sacrificios humanos como
tributos al laberinto para satisfacer el
hambre de su temible inquilino. Los desafortunados elegidos debían entrar al
palacio del Minotauro para perderse en él y eventualmente ser devorados por
este. Eso transcurrió por mucho tiempo
hasta la aparición de Teseo.
Teseo, nativo de Atenas, se
ofreció voluntariamente como tributo.
Pero el héroe tenía un plan. No quería ser devorado. En su lugar, su intención era matar a la bestia. Ariadna,
la hermana del Minotauro, sirvió de cómplice para Teseo dándole el arma más
poderosa con la que una persona puede contar: Una estrategia. Con la ayuda de un hilo que ella le dio,
Teseo puedo recordar el camino de
regreso. Y ese fue el trágico final del famoso, y en cierto modo inocente, Minotauro de Creta.
Vivir una vida sin sentido
es como estar dentro de un laberinto. Y como en los laberintos, en la vida la única manera de salir airoso es con mucho
valor y mucho ingenio.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en
varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 06 de Octubre
2017 en la Columna Entre libros y montañas
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