Siempre es la misma historia. Es un patrón que se da una y otra vez. Un viejo cliché. Un hombre
conoce a una mujer y, de pronto, surgen las primeras chispas de un mágico
hechizo. Desde muy temprano en la relación ya saben que son el uno para el
otro. Se disuelven en el otro. Pierden el control y no pueden parar de pensar
en el otro. Todo es bonito y bello. Y el corazón parece que va a explotar con
sentimientos y emociones. Ya nada más importa. Ha comenzado un idilio.
El problema con los idilios es su
corta duración y sus dañinos efectos secundarios. Los idilios son experiencias
muy intensas. Sin embargo, duran muy poco. En un principio, todo va de las mil
maravillas. Todo es genial. Pensamos que ese sensación de intoxicación valida
nuestra unión. Pero, con el tiempo, la realidad se impone con gran dolor. Lo
que antes eran rastros positivos y admirables, con la convivencia comienzan a
mostrar su lado más oscuro. Si nuestra pareja “perfecta” nos resultaba graciosa
al comienzo, esa misma gracia ahora nos parece falta de seriedad. Si antes era
tranquila y despreocupada, ahora nos parece irresponsable. Si antes nos parecía
inteligente, ahora es terca. Si antes la relación era un paraíso, ahora nos
parece desprovista de compromiso y
entrega. El ideal se ha transformado en decepción; y la ilusión se convirtió en una agonía. El objeto de
nuestro deseo nos ha defraudado y nuestras expectativas simplemente ya no se
cumplen. Resulta ser que ahora después de tantos momentos bonitos no somos
suficientes. El idilio se ha desvanecido
y todo lo que queda son peleas, rabia y frustración. Las personas que antes no
podían vivir el uno sin el otro. Una vez
que ha desaparecido el encantamiento, ya no se soportan. El
abandono, el desamor, los reproches y los lamentos nos han roto el corazón.
Las rupturas son muy dolorosas. Y es sumamente complicado sanar una vez que
se ha roto el corazón. La mayoría renuncia a los quereres.
Creen no contar con las fuerzas suficientes para volver a amar. Algunas
personas duran meses en recuperarse. Unas duran años. Otras jamás lo logran.
Los idilios son como una droga. Por lo general, se nos presentan como
una solución ideal para tapar un vacío.
El adicto a los idilios es idéntico al adicto a las drogas. Se deja
seducir por un bienestar ilusorio. Todo se forma en la fantasía. De hecho, es
un fenómeno psicológico muy relacionado con la química cerebral. Es decir, un
idilio es una sobredosis de dopamina. Casi todo transcurre en nuestra mente.
Cuando el idilio se va, también se va la dopamina. Y ese sufrimiento que experimentamos
no es otra cosa que un síndrome de abstinencia, muy similar por cierto a lo que
siente un adicto a las drogas cuando deja de consumirlas. Una experiencia
horrible.
Curiosamente, el mayor obstáculo para poder entender este fenómeno es
uno semántico. Porque cuando comúnmente nos referimos al amor, en realidad
estamos hablando principalmente de idilios. Utilizamos la misma palabra para
hablar de dos cosas con significados muy distintos. En realidad, el amor y el
idilio son dos condiciones complemente diferentes. Se parecen, pero de hecho
son tan distintas como el agua y el alcohol. El agua nutre. El alcohol, por
otro lado, hay que tomarlo con mucha prudencia. No son lo mismo.
Las personas buscan idilios para llenar una carencia interior. Pretenden
reparar las heridas que ha dejado el
pasado con la supuesta fortaleza de la otra persona. Entonces, compensan todos sus miedos e
inseguridades en la pareja “ideal”, con mucha ayuda de las fantasías. Pero ese,
en el fondo, es un plan sumamente insensato. Siempre termina en fracaso. No
necesitamos que alguien nos arregle. Debemos arreglarnos nosotros mismos.
El verdadero amor no nace de una carencia. Todo lo contrario. Nace de la
abundancia. Como una fuente que se desborda porque es muy prospera. No exige.
Ofrece. Es algo que debe crecer no de la
fantasía sino de la realidad. No viene de golpe como los idilios. Se edifica
poquito a poco. Con tiempo, detalles y pequeños actos de bondad. Se construye gradualmente
con presencia, voluntad, respeto, generosidad, cariño, compresión, dialogo y
madurez. Sobre todo, madurez. El amor es acompañamiento. No es idealización. No
es perfección. Es paciencia. Apoyo y dulzura. Mejor dicho, ¿sabes qué? Estamos
locos. Somos un desastre. Tenemos fallas y muchas veces no hacemos lo correcto.
Sin embargo, aquí estamos. Nos aceptamos. Nos queremos. Nos estamos ayudando
para ser mejores personas. Hablando y
llegando a sabios acuerdos compartimos un vínculo, noble y sincero. El amor es
una creación. Una bella obra de arte.
Todos hemos tenido el corazón roto alguna vez. Y es una sensación
terrible. Sentimos que nunca más podremos volver a amar. Después de tantos
idilios. Sentimos que lo único racional en ese momento es renunciar a todas
aquellas “tonterías” que en una etapa de locura llegamos a creer. Y ahora
tenemos que permanecer solos para siempre. Así no volver a sufrir nunca jamás.
Tal vez, la respuesta no sea esa. Tal vez, la respuesta yace en otro
lado. Tal vez, debemos comenzar a amar, amar de una vez por todas.
Amar de verdad. El amor no es sufrimiento, torbellino y frenesí. El
verdadero amor, en esencia, es paz, tranquilidad y libertad. Algo lindo… y para toda la vida.
Gustavo Godoy