¿Qué quieren las mujeres? ¿Qué quieren
los hombres? Sí, tal vez sea cierto. Ellas son de Venus, y ellos son de Marte. Quizás.
Ciertamente, los seres humanos todos somos iguales. Y, al mismo tiempo, todos
somos distintos. Existen tantas culturas, tantas opiniones. Diferentes maneras
de ver al mundo y a las cosas. Este planeta es tan diverso que a veces
confunde. El sentido de la vida es una búsqueda muy cargada de misterio. A
veces, no se entiende. Uno a menudo se pierde en la oscuridad. Cada persona parece
seguir objetivos singulares. Unos buscan
amor. O a Dios. Otros buscan paz, espiritualidad,
verdad. Otros, éxito, libertad o felicidad. Otros, fama, dinero, vino o chocolate. Otros
simplemente quieren ser excelentes en algo. Alcanzar un potencial. Crear una obra importante. Desarrollar un
talento. Y algunos, sencillamente, quieran ser buenos y dar bondad. No sé. Es algo muy complicado, de hecho. Estas
son algunas respuestas de la gente a las grandes preguntas que nos planea la
vida. Sin embargo, me temo que en relación a este tema un consenso general aún
no se ha inventado.
De todas estas respuestas
posibles, existe una que a mí en lo particular me gusta mucho. Me llena, lo confieso. Y, en
cierto modo, me consuela. Además, pienso
que su atractivo es casi universal. ¿Qué quieren las mujeres? ¿Qué quieren los
hombres? ¡Queremos respeto! Más que amor, riquezas y glorias. Quizás queremos
eso. Respeto. Consideración. Estima.
El respeto, en pocas palabras, se podría describir como una virtud. Una virtud de consideración. La edificación de una relación considerada
entre el propio ser y los demás. Es decir, el reconocimiento del valor personal
dentro de un contexto social. En las relaciones interpersonales, siempre existe
una dinámica de poder. Y para que los vínculos humanos se puedan sostener debe
haber un sentido de justicia básico y elemental entre las partes. Por lo tanto,
el respeto sería una forma de espacio sagrado.
Un territorio que nadie debe cruzar jamás. Como acto seguido, el irrespeto sería una violación
de los límites que impone este espacio, también
llamado la dignidad humana.
¿Cuáles son los enemigos del respeto? Primero,
la humillación. El acto de humillarse es un hecho irrespetuoso porque convierte a la
persona en un ser inferior y sumiso, víctima del otro, carente de amor propio. Una evidente falta de respeto hacia uno mismo.
Segundo, el abuso. El abuso es otra acción irrespetuosa porque implica una imposición
violenta e ilegítima que perjudica al
otro, y nos convierte en victimarios. Una clara falta de respeto hacia los demás.
El respeto, entonces, es un equilibrio entre dos extremos, una
especie de sabia armonía. El irrespeto, por el contrario, es un desequilibrio,
la negación de la verdadera valía de cada quien.
Mejor dicho, o para decir lo mismo pero con
otras palabras, la humillación es la escasez de dignidad propia; el abuso, la extralimitación
que ataca la dignidad ajena. Estos dos vicios son anónimos del respeto, uno por
deficiencia y el otro por exceso. En
resumen, el respecto es paz y bienestar.
Sus opuestos son la eliminación (literal
o simbólica) de la persona. No hay humanidad,
sin respeto. Así de sencillo.
El respeto se demuestra en
palabras, acciones, gestos y tono. Y la mejor manera de identificar su
presencia es la ausencia absoluta de violencia. El violento no respeta. El
respeto tiene un cómo, una forma de expresión. Se manifiesta de un modo
palpable y tangible. Es sutil, suave y calmado. No discute, argumenta. Es
lento, pausado y reflexivo. No salta de rabia, sino que se pasea con elegancia.
Escucha, reconoce y acepta. Saluda. Es puntal. Tiene palabra. Honra convenios.
Es un caballero. Lleva un orden, un autocontrol.
Es civilización, empatía y educación. Cultura. Sabe callar. Saber hablar. Escoge el discurso más
adecuado. Rectifica a la luz de las razones. Pone de su parte. Ayuda. No reprocha. Solo reclama
tranquilamente lo justo. Es honesto, moderado, prudente. No es terco, arrogante
ni soberbio. Beneficia, construye, soluciona. No destruye. No golpea. No
insulta. Conversa. Acuerda. Dialoga. Es amable, tolerante y cortés. Agrega valor a las relaciones, no quita. Claro,
se defiende valientemente de las humillaciones y los abusos. Pero con nobleza y
altura. No es una víctima, ni un victimario. Es un ser humano. Que falte todo,
menos el respeto. Porque en un suelo desprovisto de respecto, nada provechoso nace nunca. El respeto. Una actitud ante la vida.
Gustavo Godoy
Gustavo Godoy