El mundo es un lugar complejo y a veces injusto. Las cosas pasan. Y le pueden pasar a cualquiera, sin importar su bondad o moralidad. A menudo, los malos se salen con la suya. Y, a menudo, los buenos sufren malas rachas.
Lo cierto es que, nos guste o no, a veces, el destino golpea sin piedad a los más buenos y nobles. La vida nos hace sufrir sin razón aparente. En muchos casos, las desgracias no son nuestra culpa, sino la de una fuerza mayor que escapa de nuestro control. Así es la vida. Aceptamos esto.
La realidad es subjetiva. Lo que para algunos es malo, para otros puede ser bueno. La suerte de un suceso depende de cómo lo veamos. La realidad es una ilusión, solo existen las opiniones.
Muchas veces nos decepcionamos por esperar demasiado. No sabemos cuánto pueden fallarnos nuestras expectativas. Ilusamente, creemos que siempre podremos controlar nuestro mundo. Pensamos que todo iría bien. Pero a menudo nos equivocamos. Perder el control es fácil.
A veces, la vida nos juega sucio por azar o por casualidad. La mala suerte. No es nuestra culpa. Otras veces, simplemente sufrimos porque tenemos objetivos muy altos y nos faltan medios y fuerzas para alcanzar lo que soñamos. Eso nos trae problemas. El dolor es el precio. Pagamos por las torpezas nuestras y ajenas. El tiempo nos arrebata algo que queremos mucho. No lo sé. Así es la vida, llena de infortunios por motivos de fuerza mayor. Todo es nuestra responsabilidad. Muchas cosas sí lo son. Pero no todo lo que pasa es el resultado de nuestras acciones.
Ahora bien, cada experiencia, sea buena o mala, es una lección de vida. Lo que perdemos, por un lado, lo ganamos por otro. Siempre nos enriquecemos con una nueva habilidad o una nueva mirada.
Las cosas malas pueden ser vistas como oportunidades de crecimiento y aprendizaje. Cuando aceptamos la realidad con esperanza, sentimos compasión y desarrollamos la resiliencia, podemos trascender el sufrimiento y encontrar un sentido más profundo a nuestras experiencias. La paz interna es posible, independiente de las circunstancias externas.
Un ejemplo de alguien que sufrió mucho sin merecerlo fue Job, un hombre justo y fiel a Dios. Job tenía una gran familia, muchos animales y riquezas. Pero un día, Satanás desafió a Dios y le dijo que Job solo lo adoraba porque Dios lo había bendecido mucho. Satanás pensó que si Job perdía todo, renegaría de Dios y lo maldeciría.
Dios le permitió a Satanás que probara a Job, pero sin quitarle la vida. Entonces, Satanás atacó a Job con toda su maldad. En un solo día, Job perdió sus hijos, sus criados, sus rebaños y sus bienes. Después, Satanás le causó unas llagas terribles en todo el cuerpo. Job sufrió un dolor inmenso, físico y emocional.
Su esposa le dijo que maldijera a Dios y muriera, pero Job no la escuchó. Tres amigos suyos vinieron a visitarlo, pero en vez de consolarlo, lo acusaron de haber pecado y de ser culpable de su desgracia. Job se defendió y les dijo que él no había hecho nada malo. Job no entendía por qué le pasaba todo eso, pero nunca dejó de confiar en Dios.
Job le habló a Dios y le hizo muchas preguntas. Dios le respondió y le mostró su poder y su sabiduría. Job se humilló y reconoció que Dios es soberano y que sus caminos son inescrutables. Dios reprendió a los amigos de Job y los perdonó por medio de Job. Después, Dios restauró a Job y le dio el doble de lo que tenía antes. Job vivió muchos años más, feliz y bendecido por Dios.
La historia de Job es una de las joyas más antiguas y profundas de la Biblia. Nos muestra cómo el sufrimiento nos visita a todos, tarde o temprano. Ante las dificultades e incertidumbres de la vida, podemos reaccionar de muchas formas. A veces nos llenamos de rabia, frustración, evasión o negación. Pero la sabiduría no está en huir de la realidad, sino en abrazarla con tolerancia, adaptabilidad y optimismo. La realidad es lo que es.
A veces, las frutas son verdes; otras veces, son rojas. Sin embargo, hay que seguir caminando. Todo cambia. Nada es permanente. No obstante, de todo mal se puede sacar algo bueno. Hay que dar gracias, aceptar y ser paciente. Y recordar que la esperanza nunca se pierde.
Cuando las cosas están fuera de nuestro control, hay que aprender a soltar.
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