sábado, 11 de enero de 2025

El espejo roto



Van Gogh, con sus pinceladas tan vivas y llenas de fuerza, nos muestra el alma de un hombre atormentado. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus cuadros, donde los colores parecen gritar de dolor. En su famosa 'Noche estrellada', el cielo, lleno de remolinos y estrellas, es como un reflejo de su propia alma, inquieta y buscando algo más allá de este mundo.

Poe, con su alma oscura como la noche, nos legó cuentos que nos hielan la sangre. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus palabras, llenas de un dolor profundo. En sus versos y relatos, encontramos los ecos de un espíritu atormentado, que busca en las sombras la única luz que conoce.

A menudo, se liga al arte con la locura, una idea que ha arraigado en nuestro pensamiento gracias al mito del genio atormentado. El romanticismo, con su exaltación de las pasiones y los sufrimientos, contribuyó en gran medida a esta asociación.

Se pintó al artista como un mártir, un ser solitario y desesperado que, en busca de lo nuevo y lo poderoso, se sumerge en un proceso misterioso y a menudo doloroso. La intensidad de sus emociones, su visión única del mundo y su tendencia a refugiarse en mundos imaginarios lo apartan de la sociedad y lo acercan al borde del abismo. Así, la creación artística se ve envuelta en un halo de sufrimiento y locura, convirtiendo al artista en una figura trágica y fascinante. ¿Es necesario que el artista se encuentre al borde del abismo para producir obras maestras, o acaso la creatividad puede florecer en cualquier circunstancia?

El arte es también un juego, un juego en el que se confrontan lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, en un mundo imaginario que refleja, aunque no copia, la vida misma. En este juego, reímos, lloramos, reflexionamos y crecemos. Estas experiencias nos hacen más sensibles, más empáticos y más comprensivos.

Sin embargo, para que el arte enriquezca verdaderamente nuestra vida, debemos combinarlo con buenas acciones, hábitos saludables y un propósito claro. De este modo, el arte puede convertirse en un bálsamo para nuestras heridas y en un pilar fundamental para nuestra salud mental. En pocas palabras, el arte no solo nos divierte y emociona, sino que también nos enriquece.

El arte es como un espejo roto que nos muestra la belleza y la tristeza del alma, la alegría y el dolor, todo junto. En él encontramos la luz y la oscuridad, la esperanza y el miedo, como en la vida misma. Es el todo. Es la nada. La totalidad. El vacío. 

Gustavo Godoy 


Publicado en la revista Palabra y Piel. Enero 2025

domingo, 5 de enero de 2025

Más allá de la tristeza

 


La tristeza es una daga que nos parte el alma, dejando el dolor de las ilusiones perdidas. Y uno queda ahí, solo en el vacío, viendo cómo el hogar construido con tanto anhelo se desvanece como polvo al viento, llevándose, entre llamas y lágrimas, nuestra felicidad y nuestro amor. ¡Adiós, esperanza!

Perder una ilusión es como si nos arrancaran las alas y nos dejaran caer en un foso sin fondo. La vida, que antes parecía llena de flores, ahora se nos presenta como un desierto árido. Y, sí, la tristeza es el castigo de los ilusos que pensaron por un momento que la felicidad sería eterna. El dolor es inmenso. Tan inmenso que se siente infinito.

La tristeza nos paraliza, quitándonos las ganas de seguir viviendo. Se nos escapa la fuerza vital que nos impulsaba. El corazón se seca y se encoge, oprimiéndonos el pecho como un yugo de plomo.

Sin embargo, en las profundidades del ser, persiste una chispa de resistencia que nos llama a levantarnos de las cenizas. Es en la soledad y el dolor donde encontramos la verdadera fuerza para reconstruirnos, pieza a pieza, y seguir adelante, aunque el camino sea incierto y pedregoso.

Recuerda: Es posible ver la pérdida y la desilusión como lecciones y oportunidades de crecimiento. Así que levanta la cabeza, respira profundo y camina al frente. El sol siempre vuelve a salir.

Gustavo Godoy

sábado, 4 de enero de 2025

Mariposas en el viento

 



Caminaba por el bosque de pinos, un lugar de quietud y reflexión. El suelo, mullido de agujas de pino, amortiguaba mis pasos, y el aire, fresco y limpio, llenaba mis pulmones. De pronto, entre la monotonía del verde, un espectáculo de color rojo intenso irrumpió en mi vista. Un pequeño bosque de flores silvestres, hermosas, pero peligrosas, me advirtió del engaño y los problemas que acechan en la vida. Sin embargo, mis ojos se vieron atraídos por algo más tenue, una mariposa morada que luchaba por alzar el vuelo.

Con delicadeza, la tomé entre mis manos, sintiendo su fragilidad. La llevé a un claro, donde el sol la bañaba con su luz. Con un suspiro, la mariposa desplegó sus alas y se elevó en el aire, desapareciendo entre las ramas de los árboles. Quedé solo, contemplando su vuelo, recordando el breve instante en que nuestras vidas se cruzaron.

Así como la mariposa, el amor puede ser hermoso y fugaz. A veces, la vida nos regala momentos dulces, como esas brisas frescas que acarician nuestra piel y se alejan suavemente. Pero el amor también es un jardín de limoneros y espinas. Las circunstancias, los miedos y las diferencias pueden interponerse en nuestro camino, y lo que parecía un futuro prometedor puede desvanecerse en el presente ocupado.

En una época, creí en un amor eterno, en una conexión que trascendiera cualquier obstáculo. Ya no. La vida me enseñó que el amor, como las estaciones, tiene sus ciclos. Hay momentos de gran intensidad, de pasión y entrega, pero también hay momentos de indiferencia, desaires y desapego. A veces, unos pocos meses de distracción pueden deshacer años de construcción.

La mariposa morada, con su vuelo libre, me susurró que el amor, como un soplo de viento, no puede ser aprisionado. Todo cambia. Nada es eterno. Y hay que aceptarlo. Por más que deseemos que alguien se quede a nuestro lado, debemos aceptar que cada quien tiene su propio camino. Y aunque el final de un amor pueda ser doloroso, también puede ser una oportunidad para crecer y aprender.

Quedé solo en el bosque, con el recuerdo de la mariposa en mi corazón. Aprendí que un idilio sin raíces profundas es como una flor que se marchita al primer rayo de sol. Y que, a veces, lo más hermoso que podemos hacer es dejar ir a aquellos a quienes amamos, permitiéndoles encontrar su propia felicidad sin nosotros. Por otro lado, nosotros estaremos bien. Al fin y al cabo, no es la única mariposa que se nos cruza. Seguro que habrá más.

Gustavo Godoy