martes, 11 de febrero de 2025

Palabras hirientes

 



En la vida, un simple error, una palabra mal dicha, un acto impulsivo, puede ser suficiente para destruir el amor y la felicidad que creíamos tener asegurados. Es como si un castillo de arena, construido con risas y momentos, se desmoronara en un instante ante la fuerza de un tropiezo. 

En un segundo, todo se esfuma, se desvanece como el humo, y nos encontramos de repente en la oscuridad, rodeados de los fragmentos de lo que una vez fue. Ya no hay vuelta atrás. Solo quedan los recuerdos y el arrepentimiento.

En el afán de liberar el dolor, se busca un desahogo en palabras hirientes, creyendo que así se aliviará la carga del corazón. Pero el resultado es el opuesto: el dolor se multiplica, la relación se quiebra, y el vacío se hace aún más profundo. 

Dicen que lo que importa no son las palabras hirientes que se dijeron, sino el amor que las inspiró. Hablan de la capacidad de perdonar para trascender el dolor. Pero, lamentablemente, no hay perdón. Solo consecuencias. 

Gustavo Godoy

domingo, 9 de febrero de 2025

Evasión: Un avestruz con la cabeza en la arena



En las vastas llanuras de la sabana, donde el sol besa la tierra y el viento susurra secretos entre las acacias, existía un avestruz llamado “Evasión”. Sus bellas plumas, de un blanco especial, brillaban lindamente como la luna reflejada en un lago sereno. Su cuello, largo y elegante, se elevaba con gracia sobre el horizonte sabanero, y sus ojos, grandes y dulces, reflejaban la hermosura eterna del universo. 

Sin embargo, este avestruz, a pesar de su belleza y porte, tenía un defecto que empañaba su gran encanto. Ante la más mínima señal de peligro, ya fuera el rugido lejano de un león o el aleteo de un ave rapaz en el cielo, el avestruz, presa del miedo, hundía su cabeza en la arena, creyendo que así se libraría del peligro.

Este acto, que a los ojos de los demás animales de la sabana parecía ridículo y cobarde, era para el avestruz una forma de protegerse, de evitar el dolor y el sufrimiento que el peligro podía acarrear. En su mente, si no veía el peligro, el peligro no existía. Era una ilusión de seguridad, una burbuja en la que se encerraba para no enfrentar la realidad.

Pero la realidad, como el sol que ilumina la sabana, era implacable. Los problemas, al igual que las sombras, se alargaban y crecían en la oscuridad de la evasión. El avestruz, al esconder la cabeza, no solo se privaba de la oportunidad de enfrentar los peligros y superarlos, sino que también se aislaba de aquellos que lo amaban y querían ayudarlo.

Su miedo lo llevó a construir un muro a su alrededor, alejándolo de las soluciones y del crecimiento. La ansiedad, como una hiena hambrienta, lo acechaba constantemente, recordándole que, tarde o temprano, tendría que enfrentar sus miedos.

El avestruz, en su afán de evitar el dolor, lo prolongaba, viviendo en un estado de angustia constante. Su deseo de ser feliz se diluía en la mediocridad de una vida sin desafíos, sin riesgos, y sin la posibilidad de alcanzar sus sueños. 

Un día, mientras el avestruz permanecía con la cabeza enterrada, escuchó la voz del viejo búho, “Reflexión”, sabia criatura de la noche. "Evasión", le dijo el búho, "tu belleza es innegable, pero tu miedo te impide ver la verdadera belleza de la vida. No puedes esconderte de los problemas, debes enfrentarlos.”

La respuesta no se esconde en la arena, sino que florece al abrir los ojos. 

¡Ah! La verdadera seguridad no se encontraba en la evasión, sino en el coraje de enfrentar los problemas y en la humildad de aceptar el amor de los demás.

El avestruz, ave de belleza y miedo, levantó su cabeza de la arena y, por primera vez en mucho tiempo, descubrió la calidez del sol y el gran amor de los animales que lo rodeaban. Y, lo más importante, descubrió que dentro de él existía una fuerza que no conocía, una fuerza que lo impulsaba a enfrentar sus miedos y a vivir plenamente.

Y, sí, a veces, la solución a nuestros problemas es tan simple como sacar la cabeza de la arena y abrir los brazos a aquellos que nos quieren. No podemos huir de la realidad, debemos enfrentarla con valentía y humildad. 

En el agujero oscuro, el miedo, el orgullo y el rencor tejen su red. Pero, ¡ay avestruz que te escondes! Recuerda: Al sacar la cabeza, descubrirás que el mundo no te olvidó.

Gusyavo Godoy


sábado, 11 de enero de 2025

El espejo roto



Van Gogh, con sus pinceladas tan vivas y llenas de fuerza, nos muestra el alma de un hombre atormentado. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus cuadros, donde los colores parecen gritar de dolor. En su famosa 'Noche estrellada', el cielo, lleno de remolinos y estrellas, es como un reflejo de su propia alma, inquieta y buscando algo más allá de este mundo.

Poe, con su alma oscura como la noche, nos legó cuentos que nos hielan la sangre. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus palabras, llenas de un dolor profundo. En sus versos y relatos, encontramos los ecos de un espíritu atormentado, que busca en las sombras la única luz que conoce.

A menudo, se liga al arte con la locura, una idea que ha arraigado en nuestro pensamiento gracias al mito del genio atormentado. El romanticismo, con su exaltación de las pasiones y los sufrimientos, contribuyó en gran medida a esta asociación.

Se pintó al artista como un mártir, un ser solitario y desesperado que, en busca de lo nuevo y lo poderoso, se sumerge en un proceso misterioso y a menudo doloroso. La intensidad de sus emociones, su visión única del mundo y su tendencia a refugiarse en mundos imaginarios lo apartan de la sociedad y lo acercan al borde del abismo. Así, la creación artística se ve envuelta en un halo de sufrimiento y locura, convirtiendo al artista en una figura trágica y fascinante. ¿Es necesario que el artista se encuentre al borde del abismo para producir obras maestras, o acaso la creatividad puede florecer en cualquier circunstancia?

El arte es también un juego, un juego en el que se confrontan lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, en un mundo imaginario que refleja, aunque no copia, la vida misma. En este juego, reímos, lloramos, reflexionamos y crecemos. Estas experiencias nos hacen más sensibles, más empáticos y más comprensivos.

Sin embargo, para que el arte enriquezca verdaderamente nuestra vida, debemos combinarlo con buenas acciones, hábitos saludables y un propósito claro. De este modo, el arte puede convertirse en un bálsamo para nuestras heridas y en un pilar fundamental para nuestra salud mental. En pocas palabras, el arte no solo nos divierte y emociona, sino que también nos enriquece.

El arte es como un espejo roto que nos muestra la belleza y la tristeza del alma, la alegría y el dolor, todo junto. En él encontramos la luz y la oscuridad, la esperanza y el miedo, como en la vida misma. Es el todo. Es la nada. La totalidad. El vacío. 

Gustavo Godoy 


Publicado en la revista Palabra y Piel. Enero 2025

domingo, 5 de enero de 2025

Más allá de la tristeza

 


La tristeza es una daga que nos parte el alma, dejando el dolor de las ilusiones perdidas. Y uno queda ahí, solo en el vacío, viendo cómo el hogar construido con tanto anhelo se desvanece como polvo al viento, llevándose, entre llamas y lágrimas, nuestra felicidad y nuestro amor. ¡Adiós, esperanza!

Perder una ilusión es como si nos arrancaran las alas y nos dejaran caer en un foso sin fondo. La vida, que antes parecía llena de flores, ahora se nos presenta como un desierto árido. Y, sí, la tristeza es el castigo de los ilusos que pensaron por un momento que la felicidad sería eterna. El dolor es inmenso. Tan inmenso que se siente infinito.

La tristeza nos paraliza, quitándonos las ganas de seguir viviendo. Se nos escapa la fuerza vital que nos impulsaba. El corazón se seca y se encoge, oprimiéndonos el pecho como un yugo de plomo.

Sin embargo, en las profundidades del ser, persiste una chispa de resistencia que nos llama a levantarnos de las cenizas. Es en la soledad y el dolor donde encontramos la verdadera fuerza para reconstruirnos, pieza a pieza, y seguir adelante, aunque el camino sea incierto y pedregoso.

Recuerda: Es posible ver la pérdida y la desilusión como lecciones y oportunidades de crecimiento. Así que levanta la cabeza, respira profundo y camina al frente. El sol siempre vuelve a salir.

Gustavo Godoy

sábado, 4 de enero de 2025

Mariposas en el viento

 



Caminaba por el bosque de pinos, un lugar de quietud y reflexión. El suelo, mullido de agujas de pino, amortiguaba mis pasos, y el aire, fresco y limpio, llenaba mis pulmones. De pronto, entre la monotonía del verde, un espectáculo de color rojo intenso irrumpió en mi vista. Un pequeño bosque de flores silvestres, hermosas, pero peligrosas, me advirtió del engaño y los problemas que acechan en la vida. Sin embargo, mis ojos se vieron atraídos por algo más tenue, una mariposa morada que luchaba por alzar el vuelo.

Con delicadeza, la tomé entre mis manos, sintiendo su fragilidad. La llevé a un claro, donde el sol la bañaba con su luz. Con un suspiro, la mariposa desplegó sus alas y se elevó en el aire, desapareciendo entre las ramas de los árboles. Quedé solo, contemplando su vuelo, recordando el breve instante en que nuestras vidas se cruzaron.

Así como la mariposa, el amor puede ser hermoso y fugaz. A veces, la vida nos regala momentos dulces, como esas brisas frescas que acarician nuestra piel y se alejan suavemente. Pero el amor también es un jardín de limoneros y espinas. Las circunstancias, los miedos y las diferencias pueden interponerse en nuestro camino, y lo que parecía un futuro prometedor puede desvanecerse en el presente ocupado.

En una época, creí en un amor eterno, en una conexión que trascendiera cualquier obstáculo. Ya no. La vida me enseñó que el amor, como las estaciones, tiene sus ciclos. Hay momentos de gran intensidad, de pasión y entrega, pero también hay momentos de indiferencia, desaires y desapego. A veces, unos pocos meses de distracción pueden deshacer años de construcción.

La mariposa morada, con su vuelo libre, me susurró que el amor, como un soplo de viento, no puede ser aprisionado. Todo cambia. Nada es eterno. Y hay que aceptarlo. Por más que deseemos que alguien se quede a nuestro lado, debemos aceptar que cada quien tiene su propio camino. Y aunque el final de un amor pueda ser doloroso, también puede ser una oportunidad para crecer y aprender.

Quedé solo en el bosque, con el recuerdo de la mariposa en mi corazón. Aprendí que un idilio sin raíces profundas es como una flor que se marchita al primer rayo de sol. Y que, a veces, lo más hermoso que podemos hacer es dejar ir a aquellos a quienes amamos, permitiéndoles encontrar su propia felicidad sin nosotros. Por otro lado, nosotros estaremos bien. Al fin y al cabo, no es la única mariposa que se nos cruza. Seguro que habrá más.

Gustavo Godoy

domingo, 15 de septiembre de 2024

Generaciones: La guerra de las galaxias


¿Quién demonios se cree que inventó la rueda? ¡Ah, sí! Esa gente de las cavernas que según los jóvenes de hoy no sabían ni encender un fuego sin quemarse las cejas! Resulta que ahora todo lo nuevo es mejor (siempre). ¡Claro que sí! Los  'millennials' y los 'centennials' (Gen Z) lo saben absolutamente todo, desde cómo salvar el planeta hasta cómo hacer el amor en gravedad cero. Y los pobres viejos, como nosotros, estamos tan pasados de moda que ni siquiera sabemos cómo usar un teléfono sin que nos explote en la mano. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando la tecnología más avanzada era una piedra afilada y la mayor preocupación era que te comiera un mamut. Ahora, en cambio, tenemos que preocuparnos por los 'influencers' y los 'algoritmos'. ¡Progreso! ¡Qué maravilla!


Antes, un casete era lo más cool, y ahora nos quejamos si un video no carga en un segundo. Cada generación llega y cree que inventó todo lo bueno en el mundo. Los millennials dicen que los boomers no entienden los memes, y los boomers responden que los millennials no saben lo que es una buena siesta sin que los moleste una notificación. Es como una eterna batalla de TikTok vs. telenovelas, donde cada bando está convencido de que su forma de ver el mundo es la única correcta. ¡Y claro! Los jóvenes nos ven como un fax en la era del IA, y nosotros, los mayorcitos, pensamos que ellos son unos idealistas insensatos que se creen que van a cambiar el mundo con un hashtag. ¡¿Tan difícil es llegar temprano de vez en cuando?!


¿Será que nunca encontraremos un punto medio, o es que estamos condenados a pasar la vida discutiendo sobre si es mejor el vinilo o el Spotify?


Cada generación tiene su propia movida. Por eso es normal que cada quien vea el mundo a su manera. Mientras más diferente sea lo que viviste de chico, más difícil es ponerte en los zapatos de otro.

Los conflictos generacionales son como una eterna batalla de egos, donde cada generación cree que tiene la razón y que las demás están equivocadas. ¿Quién se cree el dueño de la verdad absoluta, eh? ¡Todos! Desde los boomers que creían que el mundo se acabaría con la llegada de los millenials, hasta los centennials que piensan que los boomers no saben ni prender un computador. ¡Es un ciclo, amigos! Es un culebrón de la vida real, con más giros argumentales que una serie de Netflix.

Y ya vienen los alphas. ¡Esos sí que son unos casos! Ya se siente el resentimiento. Apuesto a que van a crecer pensando que inventaron el internet y que todos los demás somos unos adornos de museo. Y así sucesivamente, generación tras generación, cada una creyéndose el ombligo del mundo.

¿La solución? ¡Simple! Todos somos unos idiotas. Y eso está bien. Lo importante es reírnos de nosotros mismos y aceptar que cada generación tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido una discusión acalorada con su mamá sobre la música que escucha? ¡Es parte de la vida!

Ahora, es natural que cada quien se identifique con las creencias y los valores de su generación. Válido. Pero, al mismo tiempo, somos individuos que podemos trascender, mediante la autocrítica, esos valores generacionales que a veces parecen más sagrados que un crucifijo en una iglesia. Un individuo que piensa diferente no es un traidor a su tribu, ¡es simplemente un alma libre que no le tiene miedo a un 'unfollow' en Instagram! Es un pensador crítico que puede aprender de todas las generaciones, incluso de los abuelos que creen que los jóvenes solo saben bailar reggaeton. ¡Que viva el Rock clásico!


Gustavo Godoy

El radicalismo: Muros en lugar de puentes

 


O sea, ¿en serio alguien cree que este circo llamado sociedad funciona a la perfección? Claro que no. Obviamente, es un desastre total, un caos organizado. Está lleno de gente haciendo el ridículo, de sistemas que fallan más que un reloj despertador y de injusticias tan grandes que hasta un ciego las vería. ¡Todos quieren cambiar el mundo! Bueno, no todos, pero casi todos. 


Aja, pero, ¿por qué siempre se están construyendo muros en lugar de puentes? Es como si la humanidad tuviera una obsesión con separar en lugar de unir. ¡Es como si vivieran en un mundo de Legos y lo único que les gustara fuera tirar las piezas al suelo y hacer una torre! El radicalismo es uno de los males de nuestra era.


Parece que a la humanidad le encanta complicarse la vida. ¿Por qué no podemos simplemente ser amables y comprensivos? ¿Por qué no podemos trabajar juntos para construir un mundo mejor?


En los 70, los hippies nos vendían la idea de un mundo lleno de flores y amor. Ahora, parece que la receta para la igualdad y la justicia es un cóctel explosivo de muros, rabia y resentimiento. 

¡Quién lo diría! Parece que los pequeños tiranos de hoy en día han cambiado las flores por puños y las guitarras por megáfonos. Y todo en nombre de, ¡qué ironía!, la igualdad y la justicia. ¿Alguien más siente que estamos viviendo en un episodio de 'Los Simpson'? Todos sentados a una mesa, gritándonos unos a otros, convencidos de que tenemos la razón absoluta. ¡Qué bonito!


¿Muros? Y no hablo de los muros físicos, esos de concreto y ladrillos, que algunos países están levantando como si fueran a mantener afuera a los monstruos de Godzilla. No, hablo de los muros que estamos construyendo en nuestras mentes.


Ahora todos estamos en nuestro propio club exclusivo, donde la membresía se obtiene demostrando quién tiene el mayor campeonato de víctimas. Es como si fuéramos coleccionistas de ofensas, compitiendo a ver quién tiene la más grande y la más brillante.


Yo, por ejemplo, estoy pensando en crear el 'Club de los que odian los lunes'. Podríamos tener un blog y quejarnos amargamente de la gente que trabaja los lunes. ¡Depravados! Sería genial. Y lo mejor de todo es que podríamos culpar a 'el sistema' de todos nuestros problemas. ¡Siempre es culpa del sistema! Al más mínimo indicio de 'sistemismo', ¡fuera! Nuestro club no tolera enemigos. Yo a los “luneteros” no les hablo. Cancelados de por vida. No los quiero. No los quiero en mi vida. 


Es como si fuera el salvaje oeste, pero en lugar de pistolas, todos llevamos un teclado y una gran boca. Un simple comentario puede desencadenar una guerra mundial. Y lo más gracioso es que la mayoría de las veces, ni siquiera sabemos de qué estamos hablando. Solo repetimos frases que hemos escuchado en algún lado, como loros.


Ahora bien, que todos tengamos opiniones diferentes no significa que tengamos que convertir a cualquier loco en nuestro mejor amigo. La tolerancia tiene sus límites, ¿no? Pero tampoco hay que ir por ahí quitándole la humanidad a alguien solo porque dijo algo tonto que aprendió en la iglesia o en un libro viejo. ¡Todos hemos dicho alguna estupidez alguna vez!


Yo creo que el problema es que hemos perdido la capacidad de escuchar a los demás. Estamos tan ocupados defendiendo nuestras propias ideas que no nos damos cuenta de que podemos aprender mucho de las personas que piensan diferente. Y es que, al final del día, todos estamos en el mismo barco. Y si seguimos construyendo muros, el barco se va a hundir.


Gustavo Godoy


La psiquiatrización de la vida




La vida es como un gran gimnasio dentro la escuela del universo. La clase de hoy: la carrera de obstáculos. Por un lado, tenemos esta lista interminable de deseos, sueños y metas que se acumulan como platos sucios en el fregadero. Por otro, tenemos un cuerpo que nos falla, una cuenta bancaria que se niega a crecer y una lista de tareas pendientes que parece multiplicarse como un hongo.

Y claro, hay días en que todo parece ir cuesta arriba, como construir un castillo de arena en una tormenta. Nos enfermamos, perdemos el trabajo, nos peleamos con la pareja... ¡La vida es una caja de sorpresas desagradables! Pero, ¿en serio necesitamos un diagnóstico psiquiátrico para cada incomodidad y cada mal humor?

Diagnosticar es un asunto serio. Los psiquiatras (los verdaderos expertos del tema) le ponen mucho empeño en dar un diagnóstico correcto, después de estudiar un montón y hacer pruebas. Incluso así, a veces, no están todos de acuerdo. ¡Y la gente por ahí tirando diagnósticos banales como si fueran confeti!

Últimamente, parece que todo el mundo es un experto en salud mental. Desde el barbero hasta el cajero del supermercado, todos tienen una opinión sobre tu ansiedad, tu depresión o tu trastorno bipolar. Y no me malinterpreten, los trastornos mentales son una realidad y requieren atención profesional. Pero ¿en serio vamos a etiquetar como 'trastorno' cada vez que nos sentimos abrumados o tristes? ¡La vida es difícil, amigos visibles! Y no hay una pastillita mágica que solucione todos nuestros problemas. Que la vida esté llena de altibajos es algo completamente natural. La vida no es una enfermedad. Lo siento, pero una nota médica escrita por ti mismo no te va a dar una A+ sin el esfuerzo. Así que a ponerle ganas a la vida.

Antes, si alguien estaba nervioso en un examen, simplemente decíamos que tenía los nervios de punta. Ahora, ¡zas! Trastorno de ansiedad generalizada. Y si alguien se emociona con una buena película, ¡directamente lo mandamos al psicólogo! Depresión latente, dicen. ¡Pobrecito! ¿Y qué me dices del que llega tarde el tiempo ¡Trastorno por déficit de atención!  Y el organizado, ¡obsesivo-compulsivo! ¡Ay, madre mía! ¡Y si te separas de tu pareja, ya ni te cuento! Depresión segura. Parece que cualquier emoción o comportamiento fuera un síntoma de alguna enfermedad mental. ¡Hasta el que cambia de opinión de un día para otro es bipolar!

El peligro de los diagnósticos 'caseros' radica en que pueden guiar decisiones sobre el tratamiento inadecuadas y afectar negativamente la autopercepción y las relaciones sociales de una persona.

¡Es como si la humanidad hubiera decidido patologizar las experiencias humanas normales! ¿Y cuál es el tratamiento? Pues más pastillas, más terapia y más etiquetas. ¡Viva la modernidad!

 

Gustavo Godoy

domingo, 8 de septiembre de 2024

La confusión de un hombre común

 


Ser hombre hoy en día es como tratar de armar un mueble de Ikea sin instrucciones. Te dan un montón de piezas, una llave Allen que nunca encuentras y un dibujo que parece haber sido hecho por un niño de tres años. Y encima, cada vez que crees que tienes una pieza en su lugar, resulta que hay otra más pequeña que debes poner dentro de esa.

Antes, ser hombre era más sencillo: te ponías un traje, salías de la casa a buscar el pan y luego lo ponías en la mesa. Ahora, tenemos que ser sensibles como un poeta, fuertes como un oso y comunicativos como un terapeuta. Y no solo eso, sino que también tenemos que reciclar, cambiar pañales y saber cocinar quinoa. ¡Es como si nos hubieran dado un manual de instrucciones para ser superhéroes, pero sin los poderes!

Y lo peor de todo es que, cuando finalmente logras ser el hombre perfecto, te das cuenta de que las reglas del juego han cambiado otra vez. Nada es suficiente. Y has perdido el derecho de crear tu propia identidad. Y si te quejas, eres un mariquita. 

La solución de muchos ha sido la retirada. Lo que también está mal porque se te tilda de niño irresponsable y con miedo al compromiso. O sea, tienes razón, pero igual vas preso. Atrapado sin salida. 

No importa lo bien que lo hagas, siempre hay alguien que te va a criticar. Si eres demasiado masculino, eres tóxico. Si eres demasiado femenino, eres raro. Si eres demasiado sensible, eres débil y te dejan por el chico malo. ¡Cada quien nos dice algo distinto! Nuestra madre tiene su opinión, nuestro crush otra, nuestra amiga una tercera y ni hablar de esa chica rara en internet, que parece vivir en otro planeta. ¡Es un laberinto! 

Ahora, el debate sobre la identidad y la igualdad de género, en vez de ser un camino oscuro y confuso, debería ser como una taza de café: un momento de encuentro y entendimiento, donde podemos compartir nuestras perspectivas sin quemarnos ni congelarnos. Pero, lamentablemente, una cucharada de radicalismo y te queman la lengua. ¡Nadie quiere eso! Necesitamos un debate que sea como un buen café con leche: caliente, pero no incendiario; fuerte, pero con un toque de suavidad. 

¿Qué quiero decir con esto? Que podemos hablar de identidad e igualdad sin que parezca que estamos en una guerra de trincheras. Podemos escucharnos, respetar nuestras diferencias y buscar puntos en común. Sin atropellar al otro. Al fin y al cabo, todos queremos vivir en un mundo donde nos traten con respeto y tengamos las mismas oportunidades. No dejemos que el debate lo secuestre una minoría radical.

Imagínate que la igualdad de género es como un rompecabezas. Cada uno de nosotros tiene una pieza, y juntos podemos armar el cuadro completo. Pero si empezamos a tirar las piezas por ahí, a gritar y a acusar, nunca vamos a terminar el rompecabezas. ¡Abajo los dogmas! Necesitamos trabajar juntos, con paciencia y respeto, para construir un mundo más justo y equitativo.

En otras palabras, lo importante es que podamos hablar de esto sin que nos tiren los tomates. Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones, incluso si son un poco locas o contradictorias. Todos viajamos en el mismo barco, pero últimamente hemos decidido remar en direcciones opuestas, guiándonos por mapas dibujados por un mono borracho. 

Gustavo Godoy


domingo, 25 de agosto de 2024

El universo: ¡Un bazar persa con candado!


 


La realidad es un lugar de abundancia y escasez a la vez. O sea, la respuesta por defecto es 'no'. Sin embargo, para obtener un 'sí', ciertas condiciones aplican. 


Ahora bien, el universo es como un enorme bazar persa, solo que en vez de alfombras voladoras y lámparas de Aladino, está lleno de puertas. Puertas que llevan a cosas que creemos necesitar: amor, éxito, pizza, tatuajes, Netflix y flips de dulce de leche. Es decir, es como si el universo fuera un repartidor muy ocupado que te ha enviado un millón de paquetes, pero los ha escondido detrás de puertas cerradas. 


Todas esas puertas están cerradas con candado. La voz cósmica dice: '¡Quiéreme y dame un masaje antes de que te dé algo!' Y no es que el universo sea malo, es solo que no es muy generoso con los perezosos. Al parecer, todas las piezas de la gran máquina deben cumplir con una función.


Y ahí estamos nosotros, golpeando puerta tras puerta, suplicando, sobornando o simplemente esperando que alguien nos abra. Pero para que nos abran la puerta y nos inviten a comer, es necesario presentar una oferta atractiva. O sea, sin un buen trato, las puertas permanecen cerradas.


¿Por qué? Bueno, porque el universo, por alguna razón, decidió que la fruta no camina sola. O sea, si quieres un banano, no te quedes mirando el árbol. Trepa, lucha contra los monos, evita las abejas... ¡en fin, haz el esfuerzo! Porque abajo, lo único que te caerá encima serán hojas y, quizás, algún pájaro enojado.


Imagínate, necesitas un martillo. Pero tú no haces martillos, ¿verdad? Entonces, necesitas a alguien que sí los haga y que además esté dispuesto a darte uno a cambio de algo. Además, la persona que desea algo debe encontrarse con aquella que puede proporcionarlo. Por lo tanto, es un asunto de capacidad, voluntad y oportunidad. En pocas palabras: tienes que ser bueno, quererlo mucho y tener suerte de que no se te haya adelantado tu vecino.


Cierto. El universo es una máquina expendedora de sueños, pero tienes que saber el código secreto para cada botón.


Gustavo Godoy

De Einstein a TikTok: La googlelogia de la insensatez

 


Antes, para poder opinar sobre la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica, tenías que ser alguien con un doctorado, el cabello despeinado y una barba de tres días, en un cuarto lleno de libros y pizarras. Ahora, después de un TikTok y un café con leche, ya eres un experto en multiversos y agujeros negros. 


Nos anotamos por la democratización del conocimiento, pero nos ganamos la revolución de la estupidez. ¡Bingo! El premio es una entrada para una fiesta de cumpleaños donde todos traen su propio pastel. Lo que pasa es que el pastel está hecho de pura paja y plumas.  

En la era de la 'post-verdad', donde los hechos son opcionales y las opiniones son absolutas, no sorprende que alguien que no sabe ni sumar se atreva a desafiar a un premio Nobel. ¡Confía en mí, lo leí en un meme! Después de todo, quién necesita pruebas cuando tienes un perfil en Instagram. 

Un tipo dice que la Luna es un queso suizo gigante y que las vacas son espías extraterrestres enmascarados de bovinos. Y la gente lo sigue como si fuera el nuevo Mesías. ¿Qué sigue? ¿Qué los dinosaurios todavía existen, pero trabajan en Starbucks? El mundo está lleno de genios, y algunos incluso tienen público. ¿Qué será lo próximo? ¿Que los políticos son honestos y que los lunes son divertidos?

El pensamiento crítico es como hacer dieta: todos hablan de hacerlo, pero nadie realmente lo practica. Es decir, hasta que se dan cuenta de que la pizza de piña no es una buena idea.

Tener una opinión muy fuerte sobre algo que no entendemos es como estar seguro de que puedes volar después de ver a Superman en una película.

Ahora la verdad absoluta se encuentran en los comentarios de un meme. Al final, la única verdad que parece importar es la que nos hace sentir bien, aunque sea tan absurda como creer que los reptilianos controlan el mundo o que Bad Bunny canta mejor que Adele.

Hemos pasado de la era de la razón a la era de la irracionalidad social. Así que la próxima vez que alguien te diga que la Tierra está sostenida por una tortuga gigante y que todo lo leemos en internet es automáticamente cierta, no te sorprendas. Después de todo, ¿quién necesita pensamiento crítico cuando tienes una teoría de conspiración y una conexión Wi-Fi? 

Gustavo Godoy




viernes, 23 de agosto de 2024

La tragedia de querer estar en todo

 


Antes, nuestros antepasados se la pasaban cazando mamuts, trepando árboles y enfrentándose a osos. Hoy, pasamos ocho horas diarias frente a una pantalla, simulando productividad mientras actualizamos nuestro perfil de LinkedIn.

En busca de vidas más interesantes, llenamos nuestro tiempo libre (que ya no es tan libre) con clases de chachachá, yoga caliente y carreras de obstáculos. Hacer nada parece haberse convertido en un lujo inasequible. Lo peor es que nos sentimos culpables por descansar. ¡Incluso ir al baño descuadra nuestra agenda! ¿Quién hubiera imaginado que la evolución nos llevaría de cazar mamuts a cazar 'me gustas' en Instagram?

Buscamos la felicidad en gimnasios, clases de cocina internacional o en obras de teatro alternativo. Al final, ¿qué obtenemos? Un cuerpo dolorido, una mente exhausta y la sensación de no estar viviendo como una Kardashian (aunque, sinceramente, no me gustan las Kardashians).

Antes, ser vago era casi un arte. Te tirabas todo el día en el sofá, comiendo pizza y viendo películas de kung fu. ¡Era glorioso! Ahora, viendo videos de gatos en YouTube, te sientes como un fracasado existencial.  

Quiero ser Indiana Jones: escalar montañas, bucear con tiburones y aprender a tocar el ukelele. Pero, al mismo tiempo, quiero dormir hasta el mediodía sin consecuencias. ¡La paradoja del posmodernismo!

Se podría decir que ser un héroe en estos tiempos es como ser una estrella de Hollywood: todos anhelan el papel principal, pero nadie quiere lidiar con los paparazzi y los problemas de salud mental que conlleva. En otras palabras, el éxito es agotador. Quisiera ser el rey de la siesta, pero la sociedad me pide que sea Iron Man 24/7.

 

 Gustavo Godoy


jueves, 11 de julio de 2024

Soledad y compañía: Los límites del egoísmo racional



Dedicado a mi amigo Jorbi


Durante muchos años, la soledad me pareció una opción muy práctica y racional. A simple vista, la ausencia de compañía puede parecer una alternativa más eficiente y sencilla, donde los costos emocionales y logísticos se reducen considerablemente.

Los gastos son menores, la toma de decisiones es más inmediata y las variables de la vida parecen más "controlables". No hay debates, negociaciones ni discusiones. El consenso llega de manera natural, pues el individuo es, a la vez, general, capitán y soldado en su propio ejército de uno. En soledad, nadie te contradice y el interés propio se convierte en el rey absoluto. El individualismo, en este contexto, promueve la libertad personal y, en teoría, maximiza la satisfacción propia.

Desde una perspectiva práctica, la soledad podría parecer la opción ideal. Una vida social activa, en cambio, se presenta como algo más complejo y costoso. Las obligaciones sociales pueden sentirse impuestas, y realizar acciones por el bien de los demás puede verse como un sacrificio innecesario e insufrible. 

En este contexto, el egoísmo racional se presenta como una estrategia sensata para la supervivencia. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué vivir solo para uno mismo cuando se puede encontrar mayor plenitud en una vida compartida con los demás?

Las relaciones humanas exigen tiempo, recursos y esfuerzo. Sin embargo, los beneficios no siempre son claros o tangibles, y los riesgos son considerables. Abusos, traiciones y deslealtades pueden ser la respuesta a nuestra buena voluntad, y la ingratitud puede ser un golpe muy doloroso para el corazón y para el bolsillo. 

En la soledad, es posible encontrar sentido de vida, enfocando nuestra atención en placeres, experiencias, aficiones u ocupaciones que no requieran contacto con los demás. El arte, la literatura, la naturaleza y la espiritualidad pueden ofrecernos una relación más abstracta con la humanidad, cultivando un sentido de compañía más etéreo. ¿Es posible ser feliz en soledad? Creo que sí, pero requiere una metodología específica. Se necesita un propósito que nos permita orientar nuestras vidas. Lo que es perfectamente posible. 

El altruismo, entendido como la disposición a actuar desinteresadamente en beneficio de otro, a menudo se percibe como un acto irracional, incluso perjudicial. Al poner el bienestar del otro por encima del propio, surgen interrogantes: ¿Por qué dar sin recibir a cambio? ¿Por qué arriesgarnos a la ingratitud? ¿No sería más sensato enfocarnos en nuestro propio cuidado?

Sin embargo, esta visión simplista ignora los profundos beneficios que el altruismo aporta a nuestra felicidad y bienestar. Si bien es cierto que la vida social implica desafíos y que la generosidad no siempre es correspondida, privarnos de este aspecto fundamental significa perdernos de una fuente inagotable de satisfacción y plenitud.

La visión del mundo del egoísta racional se caracteriza por una premisa fundamental: la competencia por recursos escasos en un entorno finito. En este contexto, la crueldad se percibe como una consecuencia inevitable de la lucha por la supervivencia y la satisfacción de los propios intereses.

Esta perspectiva se sustenta en la idea de que los recursos son limitados y que no pueden satisfacer las necesidades y deseos de todos. Por lo tanto, la competencia surge como un mecanismo natural para asegurar la supervivencia del individuo.

Sin embargo, este enfoque, aunque con mucha verdad, ignora las complejidades de la interacción humana y las profundas ventajas que ofrece la cooperación y el altruismo.

Ciertamente, la crianza de un hijo o el mantenimiento de una relación de pareja o amistad pueden implicar desafíos y exigencias. No obstante, estas experiencias también aportan una dimensión más profunda del ser humano.  

Cultivar relaciones significativas no solo nos brinda compañía y apoyo, sino que también enriquece nuestra vida de formas intangibles.

La vida social nos ofrece un ancla en el mar de la vida. Es decir, ser parte de un grupo o comunidad nos arraiga, nos brinda seguridad y estabilidad emocional. Sentimos que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, lo que nos da un profundo sentido de valor y significado.

Ayudar a otros, ser empáticos y compasivos, nos hace crecer como personas. Enfrentar desafíos juntos y compartir alegrías fortalece los lazos y nos brinda un apoyo invaluable. La conexión humana nos vuelve más resilientes ante las adversidades.

Rodearnos de personas diversas nos permite ver el mundo a través de nuevos ojos. Compartir con individuos de diferentes orígenes y culturas amplía nuestra perspectiva, nos enriquece con ideas frescas y nos ayuda a comprender la belleza de la diversidad.

La conexión con los demás nos regala momentos de alegría, amor y apoyo incondicional. Compartir experiencias crea recuerdos invaluables que atesoramos para siempre.

En otras palabras, la compañía de seres queridos nos llena de vida. Un niño nos contagia de inocencia y alegría. Una pareja nos ofrece una mirada diferente, nos complementa y nos ayuda a crecer. Los amigos son pilares de apoyo, comprensión y diversión.

Ahora bien, el altruismo y la conexión con los demás no solo benefician a quienes nos rodean, sino que también repercuten positivamente en nuestro propio bienestar físico, mental y emocional. Abrir nuestro corazón nos permite experimentar una vida más plena, significativa y enriquecedora.

Si bien, en soledad, el pensamiento abstracto, el arte o la naturaleza también pueden aportar estos beneficios, las relaciones significativas nos ofrecen un camino más concreto, intenso y directo hacia la plenitud. 

En definitiva, cultivar relaciones significativas es una inversión en nuestro propio bienestar y felicidad. Es abrir las puertas a un mundo de experiencias enriquecedoras, camaradería y un crecimiento personal sin límites. 

Si bien los argumentos del egoísmo racional pueden tener cierta solidez teórica, desde una perspectiva más amplia, dentro del contexto de la vasta experiencia humana, presentan, sin lugar a dudas, sus limitaciones. Es decir, es un enfoque válido para algunos, pero no para todos.


Gustavo Godoy


domingo, 10 de marzo de 2024

La importancia del chisme

 


Somos seres gregarios, criaturas que danzan al ritmo de la convivencia, la diversión y la cooperación. Pero, oh, hay un matiz crucial: no todas las relaciones son igualmente confiables. Algunas lo son; otras no lo son. ¿Cuántas veces hemos extendido la mano solo para recibir un puñal? ¿Será este individuo un aliado o un lobo disfrazado? ¿Cómo discernir entre el amigo fiel y el impostor?


La experiencia personal, esa maestra implacable, nos guía. Sin embargo, en muchos casos, se requieren testimoniales. Observamos, evaluamos, leemos entre líneas. La vida nos brinda lecciones, pero también es necesario escuchar la experiencia ajena. 


Las personas a menudo ocultan aspectos de sí mismas detrás de una fachada. A veces, lo hacemos para protegernos, encajar en un grupo o mantener una imagen social. La autenticidad y la transparencia son valiosas, pero debemos recordar que todos somos seres humanos complejos con muchas capas. Algunos exageran o disfrazan sus logros, y la percepción de los demás no siempre refleja la realidad por completo.


El chisme se presenta como un sistema de prestigio basado en charlas informales sobre un tercero. A través del chisme, se revelan aspectos tanto positivos como negativos, tanto públicos como privados. El chisme es una forma de descubrir quién es quién, a través de la información proporcionada por un reportero amigo y aficionado. 


El chisme puede ser una herramienta poderosa para comprender las dinámicas sociales y las relaciones interpersonales. Sin embargo, también debemos ser conscientes de cómo utilizamos esta información y considerar su impacto en los demás.


El chisme puede usarse para denunciar injusticias y promover el cambio social, pero también puede utilizarse para difamar y dañar a personas inocentes. La responsabilidad recae en nosotros al manejar la información con sensatez y consideración hacia los demás.


Ahora bien, ¿por qué las personas chismosas tienen tan mala fama?


Sí, las personas chismosas suelen tener una imagen negativa. Se les considera poco confiables para mantener secretos o información confidencial. A menudo se les percibe como entrometidas en la vida de los demás, sin respetar su privacidad. Además, se cree que disfrutan hablando mal de los demás y causando daño.


El chismoso suele sentirse atraído al chisme impulsado por la envidia, el miedo o la necesidad de pertenencia. Busca en las conversaciones ajenas la satisfacción de su curiosidad y la validación de su posición social. Sin embargo, es importante recordar que el chisme puede dañar relaciones y crear un ambiente negativo. En realidad, resulta sencillo caer en el abuso de este ancestral arte.


Chisme malintencionado vs. Conversación válida: ¿Cómo distinguirlos?


El chisme malintencionado se basa en rumores, especulaciones o información incompleta. Su objetivo es dañar la reputación o la imagen de alguien. Se propaga de manera indiscreta y maliciosa. 


Por otro lado, una conversación válida sobre una persona se fundamenta en hechos y experiencias personales. Busca obtener conocimiento útil para tomar decisiones informadas. Se lleva a cabo de manera privada con personas interesadas y tiene un propósito legítimo, como evaluar alguien para un trabajo o una relación.


Las palabras tienen poder. Úsalas con cuidado, especialmente cuando se trata de chisme. Es cierto que, a veces, las personas que más chismorrean sobre ti son las que más te admiran en secreto.


Gustavo Godoy


domingo, 3 de marzo de 2024

La serpiente en el Jardín: La gran manipuladora

 



Una persona manipuladora usa todos los medios necesarios para conseguir lo que quiere de los demás. Lo que busca es controlar totalmente al otro mediante mentiras, engaños y chantajes. El objetivo es dominar. Los demás son simples peones en su juego.

Claro que la persona manipuladora no asume sus errores. No revela sus intenciones. Ni acepta las críticas. Siempre tiene una excusa o alguien a quien culpar. Hace que los demás se sientan responsables de su felicidad. 

El chantaje emocional es una táctica especialmente usada. Es decir, si no me haces lo que pido, me harás sufrir y será tu culpa. Pero esta víbora no es una víctima. Simplemente, es una manipuladora. Ella es la única culpable de sus desgracias. 

Al otro lado del tablero, se encuentra la persona manipulada que ha sido señalada como culpable y responsable de algo que no es su culpa ni su responsabilidad. Se encuentra en una relación incómoda con alguien que presiona para quitarle su autonomía. Si se resiste, habrá represalias. Pero si decide evitar un conflicto y hace lo que se le pide, terminará haciendo algo que no quiere o no le conviene. La persona manipulada se siente usada, confundida y atropellada.

En el Jardín del Edén, Eva, la primera mujer, paseaba bajo la sombra de árboles frondosos. De pronto, una serpiente, la más astuta de las criaturas, se le aproximó con palabras seductoras. Le preguntó si era cierto que Dios les había prohibido comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Eva, intrigada, respondió que sí, que Dios les había prohibido comer de ese árbol, pues les advirtió que morirían si lo hacían. La serpiente, con astucia, le dijo que no era verdad, que Dios solo les mentía para evitar que se convirtieran en seres como él, con conocimiento del bien y del mal.

Las palabras de la serpiente despertaron la curiosidad de Eva. Observó el fruto y vio que era hermoso y apetitoso. Pensó en la sabiduría que obtendría al comerlo y se dejó llevar por la tentación. Tomó un fruto y lo comió, y luego le dio a Adán, quien también lo comió.

En ese instante, sus ojos se abrieron y comprendieron su desnudez. Sintieron vergüenza y se cubrieron con hojas de higuera. Dios, al notar lo que había sucedido, los llamó y les preguntó por qué habían desobedecido. Adán culpó a Eva, y ella a la serpiente.

Dios maldijo a la serpiente, condenándola a arrastrarse por el suelo y a comer polvo. A Eva le dijo que su parto sería doloroso y que estaría sujeta al hombre. A Adán le dijo que la tierra sería maldecida por su culpa y que trabajaría con esfuerzo para obtener el sustento.

Finalmente, Dios los expulsó del Jardín del Edén y les impidió regresar para que no comieran del árbol de la vida y vivieran para siempre.

La historia de Eva y la serpiente es un recordatorio de la fragilidad humana.

Más allá de una historia de desobediencia o tentación, esta historia es un llamado a la autodefensa. A no ser la marioneta de un manipulador. O sea, la importancia de no ser ingenuo e inocente. Hay que tener la viveza de que a los manipuladores hay que sacarles el cuerpo. 

La lección es que hacer cosas que nos hacen daño debido a la influencia indebida de otro es un buen negocio.

Las relaciones se construyen sobre acuerdos mutuos. No hay culpables ni víctimas. Son colaboraciones de beneficio mutuo, sin presiones y con total transparencia. La libertad de elección y el derecho a decir ‘no’ son fundamentales. La honestidad y la transparencia son claves. 

Si Eva hubiera reconocido a tiempo que la serpiente era una gran manipuladora y hubiera tenido la astucia de simplemente alejarse, se habrían evitado muchos problemas.


Gustavo Godoy