En las vastas llanuras de la sabana, donde el sol besa la tierra y el viento susurra secretos entre las acacias, existía un avestruz llamado “Evasión”. Sus bellas plumas, de un blanco especial, brillaban lindamente como la luna reflejada en un lago sereno. Su cuello, largo y elegante, se elevaba con gracia sobre el horizonte sabanero, y sus ojos, grandes y dulces, reflejaban la hermosura eterna del universo.
Sin embargo, este avestruz, a pesar de su belleza y porte, tenía un defecto que empañaba su gran encanto. Ante la más mínima señal de peligro, ya fuera el rugido lejano de un león o el aleteo de un ave rapaz en el cielo, el avestruz, presa del miedo, hundía su cabeza en la arena, creyendo que así se libraría del peligro.
Este acto, que a los ojos de los demás animales de la sabana parecía ridículo y cobarde, era para el avestruz una forma de protegerse, de evitar el dolor y el sufrimiento que el peligro podía acarrear. En su mente, si no veía el peligro, el peligro no existía. Era una ilusión de seguridad, una burbuja en la que se encerraba para no enfrentar la realidad.
Pero la realidad, como el sol que ilumina la sabana, era implacable. Los problemas, al igual que las sombras, se alargaban y crecían en la oscuridad de la evasión. El avestruz, al esconder la cabeza, no solo se privaba de la oportunidad de enfrentar los peligros y superarlos, sino que también se aislaba de aquellos que lo amaban y querían ayudarlo.
Su miedo lo llevó a construir un muro a su alrededor, alejándolo de las soluciones y del crecimiento. La ansiedad, como una hiena hambrienta, lo acechaba constantemente, recordándole que, tarde o temprano, tendría que enfrentar sus miedos.
El avestruz, en su afán de evitar el dolor, lo prolongaba, viviendo en un estado de angustia constante. Su deseo de ser feliz se diluía en la mediocridad de una vida sin desafíos, sin riesgos, y sin la posibilidad de alcanzar sus sueños.
Un día, mientras el avestruz permanecía con la cabeza enterrada, escuchó la voz del viejo búho, “Reflexión”, sabia criatura de la noche. "Evasión", le dijo el búho, "tu belleza es innegable, pero tu miedo te impide ver la verdadera belleza de la vida. No puedes esconderte de los problemas, debes enfrentarlos.”
La respuesta no se esconde en la arena, sino que florece al abrir los ojos.
¡Ah! La verdadera seguridad no se encontraba en la evasión, sino en el coraje de enfrentar los problemas y en la humildad de aceptar el amor de los demás.
El avestruz, ave de belleza y miedo, levantó su cabeza de la arena y, por primera vez en mucho tiempo, descubrió la calidez del sol y el gran amor de los animales que lo rodeaban. Y, lo más importante, descubrió que dentro de él existía una fuerza que no conocía, una fuerza que lo impulsaba a enfrentar sus miedos y a vivir plenamente.
Y, sí, a veces, la solución a nuestros problemas es tan simple como sacar la cabeza de la arena y abrir los brazos a aquellos que nos quieren. No podemos huir de la realidad, debemos enfrentarla con valentía y humildad.
En el agujero oscuro, el miedo, el orgullo y el rencor tejen su red. Pero, ¡ay avestruz que te escondes! Recuerda: Al sacar la cabeza, descubrirás que el mundo no te olvidó.
Gusyavo Godoy