Según
la tradición, el sabio Lao Tzu
mantuvo la posición de bibliotecario imperial durante la dinastía Chou hace unos 2600 años atrás en la
región que hoy llamamos China. Cuenta la leyenda que durante un periodo de caos
y corrupción, hastiado decidió escapar de la civilización e irse a vivir solo
en las montañas. Lao Tzu es el autor
del “Tao te Ching “, una de los obras
filosóficas más hermosas y profundas jamás escritas.
Los
grandes sabios y reformadores morales de todos los tiempos con frecuencia se
han apartado del entorno social donde nacieron y se han retirado lejos de la
gente en busca de los valores espirituales que proporciona la soledad en medio
de la naturaleza. Los chamanes a menudo se adentran a zonas salvajes para
encontrarse con el mundo espiritual. El profeta del antiguo Imperio Persa
Zoroastro en su época partió a territorios inhóspitos anhelando sabiduría.
También, Buda, en el ambiente hindú del noreste de la India del siglo VI A.C,
dedicó varios años a la meditación en el bosque para luego lograr la
iluminación. Por otro lado, Jesús de Nazaret, en el trasfondo judío de
Palestina bajo el dominio del Imperio Romano, pasó cuarenta días en el desierto
soportando severas austeridades para después iniciar su ministerio donde se
proclamó como el mesías de la humanidad. Este tema se presenta muy a menudo a
través de la historia sobre todo en periodos de atraso o transición.
El
viaje migratorio y el retiro hacia el alma se han convertido en una metáfora del
rompimiento del viejo orden de las cosas y la búsqueda de algo nuevo y mejor.
El retiro sana y purifica. La soledad prueba y disipa las dudas. La
tranquilidad, la libertad interior y el alejamiento del mundo aportan una
lucidez que permite cuestionar lo obsoleto y facilita las innovaciones.
Sin
duda alguna, en el mundo de la literatura, sobre todo la moderna, este tema se
presenta repetidamente. Por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XX, el
escritor irlandés James Joyce en su novela de aprendizaje, “Retrato del artista
adolescente”, relata la lucha del joven intelectual Stephen Dedalus por romper
con el ordenamiento social con el que se crió y crear en el exilio un nuevo
orden en armonía con su espíritu. Escapa del hogar materno y se muda a la ciudad
de Dublín para recrearse libre de las ataduras del pasado.
Igualmente,
en una obra de teatro también de Joyce, “Exiliados” este tema es explorado con
gran belleza. El personaje del escritor Richard Rowan, como Stephen Dedalus,
afronta también similares sentimientos de extrañamiento con la sociedad y busca
una respuesta en una especie de exilo espiritual, esta vez, enclaustrado en su
estudio donde se dedica a la escritura. El protagonista ha renunciado a su
familia, a la amistad y al amor para vivir en su propio mundo según sus propias
reglas.
Como
un refugio solitario y apartado en el exilio lejos de las fuerzas conservadores
de la sociedad, la muy criticada torre de marfil del sabio ermitaño proporciona
un marco fijo y estable donde desenvolverse sosegadamente para poder crear
libremente un mundo original sin las distracciones, las presiones y las
limitaciones de los contextos gregarios y retrógrados.
El
exilio es un viaje externo que alienta y estimula el viaje interno. En la
mayoría de los casos, la renuncia con el pasado o lo establecido debe ir
acompañada necesariamente con un cambio de entorno físico que se adapte mejor a
las nuevas realidades espirituales del viajero.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera 24 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas
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