El escritor Franz Kafka vivió en Praga durante un periodo muy agitado, un periodo anterior pero cercano a la segunda guerra mundial, los regímenes totalitarios y el holocausto nazi. Estudio derecho por
insistencia de su padre, pero lo que realmente amaba eran
los libros y la soledad. Para pagar sus cuentas, trabajo como
empleado en una empresa de seguros,
oficio que detestaba. Después de su
jornada laboral, evadía su realidad burguesa dedicándose a la literatura
durante las noches. Escribía en secreto
cuentos y novelas. Kafka es considerando como uno de los grandes escritores de
la literatura.
En sus novelas reflejaba constantemente
el infierno de las oficinas y los
burócratas. En su famosa novela “El
proceso”, Kafka relata la historia de Josef K. que sin ser culpable se ve envuelto en una situación absurda y sin salida. La novela ilustra la pesadilla que significa tener que lidiar
con la burocracia incomprensible. La imposición de los horarios y órdenes, la
estrechez claustrofóbica de las oficinas,
los procedimientos sin sentido, la confusión laberíntica y la
desorientación como un instrumento de tortura sin final son elementos
recurrentes en sus obras. La impotencia del
individuo frente a la maquinaria del poder es una de las temáticas más
presentes en Kafka. Ahora se usa el
adjetivo “Kafkiano” cuando queremos referirnos a un trámite burocrático
infinito.
Mientras más grande es una organización más importante es la necesidad de orden. Las instituciones monopólicas con
las públicas se ven empujadas por su
tamaño al centralismo y a la jerarquización
de funciones. Cada miembro dentro del
sistema se ve forzado por la organización
a cumplir un pequeño papel. Debe obedecer
a sus superiores implementando reglas generales y abstractas que impone la autoridad central. Mientras más
grande sea la institución, la tarea de
las partes se ve más reducida y
limitada. La libertad y
la iniciativa personal del funcionario en los últimos
escalafones de poder son cada vez menos relevantes. En otras palabras, la burocracia por su propia
naturaleza embrutece al ser humano.
El individuo inmerso en sus problemas particulares y necesidades singulares
cuando entra al aparato burocrático se ve empequeñecido a una categoría general. Es deshumanizado. Se
convierte en un número, un documento o un proceso. El burócrata lo trata como un ser quejón y torpe, como una molestia. Para este, el caso
individual del ciudadano común le importa muy poco y si le llegase a importar no
puede hacer mucho por qué el sistema no
se lo permite. A pesar que la burocracia
en el discurso formal esta para servir al público en la práctica funciona como un
instrumento de dominación. El ciudadano frustrado
e impotente se ve con demasiada frecuencia víctima de un infierno de papeles y
formularios donde no tiene muchas opciones.
Dentro de las antiestéticas oficinas de la burocracia, el funcionario actúa
como el poderoso representante de una gigantesca organización monopólica
con el poder de imponer su voluntad al
ciudadano individual. Este ambiente
tiene la característica de convertir a personas nobles, capaces y talentosas,
en perezosos, torpes y arrogantes ya que su campo de acción es sumamente minúsculo
y la libertad para innovar esta encadenada por los todopoderosos e
interminables reglamentos internos. El burócrata
es solo responsable de obedecer los lineamientos de su oficina. No produce, no
crea, no piensa. No tiene estimulo de
tratar amablemente al ciudadano porque sabe muy bien que este no tiene
escapatoria.
Mientras más grande sea la burocracia de una sociedad determinada, mayor
será la ineficiencia, el autoritarismo, y la improductividad de dicha sociedad. La burocracia es la antítesis de la creatividad, de lo humano y de lo
bello. ¡ Desafortunado aquel que tiene que
someterse a un proceso burocrático!
Gustavo Godoy
Articulo publicado por El diario El Tiempo el viernes 15 de Abril 2016
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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