viernes, 17 de noviembre de 2017

El Universo Entero






Es cierto, una vida como las estrellas, en solitario, tiene sus ventajas. Eso no se puede negar. En soledad nadie nos contradice, nadie nos desafía y nadie nos lastima. Tenemos tranquilidad y libertad. Podemos andar relajadamente de un lugar a otro sin mayores contratiempos. No hay que complacer a nadie. No hay que pedirle permiso a nadie para hacer lo que nos plazca. Somos los dueños absolutos de nuestro castillo y podemos reinar en él a nuestro antojo y capricho. Sí, claro, por un lado, es una vida fluida y sin muchos inconvenientes. Pero, por otro lado, es también algo carente de color. Aunque la terquedad y el orgullo nos  impidan admitirlo, la vida solitaria también puede llegar a ser muy fría y simplona. 

Es verdad, tener la fortaleza para valerse por uno mismo es muy saludable. Las dependencias son las semillas del sufrimiento y la opresión. Y la soledad bien administrada da carácter y fuerza porque invita a la reflexión, a la calma y al crecimiento. Es necesaria. Sin embargo, la soledad también puede convertirse en una cárcel de miedos, un escondite que oculta el dolor de nuestras viejas heridas que no terminan de sanar. En muchos casos, es una vulgar excusa, un letargo, que nos estanca y no nos deja florecer. 

Por supuesto, no es fácil abrirse. Darse al otro. Entregarse. Es el miedo a ser descubierto como el ser imperfecto y vulnerable que en realidad somos. La sensación de que no somos suficientes. Eso asusta. Pero también mostrarse todo el tiempo como alguien inconexo, impenetrable e invencible es  terriblemente agotador. Es cargar todo el peso del mundo en nuestros hombros solitarios y, a veces, hace falta poder contar como alguien más.  
  
Existe la necesidad, en todo ser humano, de estar solo, es natural, pero también existe la necesidad de amar y ser amado. La felicidad compartida. Hay algo intrínseco en nosotros que nos  llama a salir de nuestra propia pequeñez e ir más allá para explorar al otro.   Esto hasta los más testarudos lo reconocen en el fondo. Y, sí, claro, esto engloba también la familia, la amistad y al arte. Pero aquí me estoy refiriendo al amor amor, al amor de los amantes.  Es decir, tener el coraje de querer al otro en medio de toda la dureza de este mundo hostil. Una compañía que te entienda y te acepte, sin juicios ni reproches. Todo a cambio de que tú hagas lo mismo. Dos seres sensibles que se dan el uno al otro su presencia, su atención y su espacio intimo mientras viajan por la vida como cómplices en una especie de noble conspiración. El amor no es un medio, es un fin. Es vivir. 

El oasis secreto del amor se construye con el cuerpo y con el alma. Es distinto y aparte de todo lo demás. Se crea con confianza, compañerismo, apoyo, fidelidad, calor, piel y fe. Con besos, paciencia, cariño, ternura y cercanía. Se forja con los sentimientos, con la punta de los dedos y con los abrazos. 

Quien te ofrece amor, te está ofreciendo el universo entero. 

 
Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 17 de Noviembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas








ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com

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