Es
cierto, una vida como las estrellas, en solitario, tiene sus ventajas. Eso no
se puede negar. En soledad nadie nos contradice, nadie nos desafía y nadie nos
lastima. Tenemos tranquilidad y libertad. Podemos andar relajadamente de un
lugar a otro sin mayores contratiempos. No hay que complacer a nadie. No hay
que pedirle permiso a nadie para hacer lo que nos plazca. Somos los dueños absolutos
de nuestro castillo y podemos reinar en él a nuestro antojo y capricho. Sí,
claro, por un lado, es una vida fluida y sin muchos inconvenientes. Pero, por
otro lado, es también algo carente de color. Aunque la terquedad y el orgullo
nos impidan admitirlo, la vida solitaria
también puede llegar a ser muy fría y simplona.
Es
verdad, tener la fortaleza para valerse por uno mismo es muy saludable. Las
dependencias son las semillas del sufrimiento y la opresión. Y la soledad bien
administrada da carácter y fuerza porque invita a la reflexión, a la calma y al
crecimiento. Es necesaria. Sin embargo, la soledad también puede convertirse en
una cárcel de miedos, un escondite que oculta el dolor de nuestras viejas
heridas que no terminan de sanar. En muchos casos, es una vulgar excusa, un
letargo, que nos estanca y no nos deja florecer.
Por
supuesto, no es fácil abrirse. Darse al otro. Entregarse. Es el miedo a ser
descubierto como el ser imperfecto y vulnerable que en realidad somos. La sensación
de que no somos suficientes. Eso asusta. Pero también mostrarse todo el tiempo
como alguien inconexo, impenetrable e invencible es terriblemente agotador. Es cargar todo el peso
del mundo en nuestros hombros solitarios y, a veces, hace falta poder contar
como alguien más.
Existe
la necesidad, en todo ser humano, de estar solo, es natural, pero también existe
la necesidad de amar y ser amado. La felicidad compartida. Hay algo intrínseco
en nosotros que nos llama a salir de
nuestra propia pequeñez e ir más allá para explorar al otro. Esto
hasta los más testarudos lo reconocen en el fondo. Y, sí, claro, esto engloba también
la familia, la amistad y al arte. Pero aquí me estoy refiriendo al amor amor,
al amor de los amantes. Es decir, tener
el coraje de querer al otro en medio de toda la dureza de este mundo hostil.
Una compañía que te entienda y te acepte, sin juicios ni reproches. Todo a
cambio de que tú hagas lo mismo. Dos seres sensibles que se dan el uno al otro
su presencia, su atención y su espacio intimo mientras viajan por la vida como cómplices
en una especie de noble conspiración. El amor no es un medio, es un fin. Es
vivir.
El
oasis secreto del amor se construye con el cuerpo y con el alma. Es distinto y
aparte de todo lo demás. Se crea con confianza, compañerismo, apoyo, fidelidad,
calor, piel y fe. Con besos, paciencia, cariño, ternura y cercanía. Se forja
con los sentimientos, con la punta de los dedos y con los abrazos.
Quien
te ofrece amor, te está ofreciendo el universo entero.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 17 de Noviembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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