viernes, 8 de febrero de 2019

1984





El escritor británico George Orwell se dedicaba a la novela política. Por medio de la ficción, se proponía desenmascarar los siniestros métodos utilizados por los regímenes totalitarios.  Su novela 1984, publicada en el año 1949, es una auténtica obra maestra dentro de su género. En 1984, vivimos un futuro distopico, terrible y asfixiante. En un Londres del futuro todo se encuentra bajo el control absoluto del Gran Hermano, el líder supremo. Y la población,  una masa de marionetas.  El control se consolida por medio de la guerra, el hambre y la zozobra. Las condiciones de vida son espantosas. Sin embargo, la única preocupación del Gobierno es mantener el poder. Todos sus esfuerzos están  dirigidos a embrutecer a los ciudadanos con manipulaciones, propaganda y los  lavados de cerebro. Los medios oficiales tergiversan los hechos y falsean la historia. Corrompiendo el lenguaje, el partido ha logrado imponer un mundo de ficción totalmente alejando de la verdad. Según la doctrina del partido, la única salvación es doblegarse por completo a la voluntad del todo poderoso líder. Su dominio es total. En 1984, todos aman al Gran Hermano.

Estudiar a Orwell es comprender las maneras de los sistemas totalitarios. La Alemania de Hitler, La Unión Soviética de Stalin, La Venezuela del Chavismo. En su novela, se expone con gran claridad los mecanismos implementados por este tipo de tiranías para lograr el poder total.

En el centro de la mitología que imponen estos sistemas existe  un gran villano y una conspiración mundial, una idolatría que llega a convertirse fantásticamente en una fe. Los nazis inventaron la conspiración judía. Los comunistas, la conspiración del cerco capitalista. Esos chivos expiatorios fueron utilizados como arma política para que estos hampones pudieran esconder sus agendas particulares, evadir toda responsabilidad y justificar todos los abusos. Su meta es el poder y la gloria para ellos. Nada más.

El libreto siempre es el mismo: El pueblo debe todas sus desgracias a los malvados conspiradores. El mundo está repleto de enemigos, tanto internos como externos. El único objetivo de dichos conspiradores es hacerle daño al pueblo. El pueblo siempre es inocente. Los conspiradores siempre son culpables. El pueblo represente el bien. Los conspiradores, el mal. La función del tirano es luchar  contra  los malvados y llevar a los buenos hacia la victoria final. Para luego,   crear un paraíso de igualdad, prosperidad y paz para el pueblo. Mientras tanto, el fin justifica todos los medios. 

Este cuento de hadas es simple. No como la vida que es compleja y contradictoria. He ahí su atractivo. Los líderes totalitarios explotan las  debilidades del populacho y sus deseos insaciables  de  escapar  de la realidad con estas historias de fácil compresión. El sujeto pequeño y vulnerable con estos sistemas abandona su personalidad fundiéndose en un movimiento popular para  adquirir así  una fuerza psicológica que carece como individuo. Sus complejos de inferioridad se superan al someterse al hombre fuerte, el líder supremo. La euforia del número disipa sus miedos. Y sube de estatus al desempeñar un papel “heroico” dentro de esta supuesta guerra santa.

El líder supremo se autoproclama con el profeta infalible de un poder superior, Dios, el destino, la naturaleza, la historia. Convenientemente, el líder solo responde por los triunfos. Las fallas, los problemas y los errores son  obra del chivo expiatorio de turno.  Oponerse al movimiento es traición. La obediencia ciega es la única opción.

Las sociedades caen en estos sistemas buscando una mejora de condiciones pero los resultados son catastróficos. Esa simbiosis entre un pueblo  resentido y el megalómano estafador  siempre termina en desastre. 1984 es una novela sobre cómo se pierde la dignidad humano y la libertad a la merced de las fantasías  y la ambición desenfrenada. Todo un clásico ese libro. Revelador como ninguno.

Gustavo Godoy

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