sábado, 26 de abril de 2025

El dios Apolo y la forma: La vida como un fenómeno estético

 

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¡La forma y el dios Apolo! Una ilusión de orden en el incesante fluir de la vida. Así nos lo presenta el joven y perspicaz Nietzsche en su Nacimiento de la Tragedia, desvelando la dualidad que reside en el corazón de toda belleza: la lucha constante entre el orden apolíneo y el embriagador caos dionisíaco. De esta confrontación, de esta tensión entre la forma impuesta y el caos desbordante, brota aquello que nuestros ojos perciben como hermoso.

Más adelante, Nietzsche nos habla luego de la voluntad de poder, ese anhelo profundo que late en cada ser vivo. Es el impulso vital mismo, la sed de crecer, de florecer, de dejar una huella única en el mundo. Y esta fuerza, esta energía primordial, se manifiesta cuando el individuo, como un diligente jardinero, toma el terreno baldío de su existencia y lo transforma, imponiendo su propio orden, sus propios valores. El destino heroico es un vida activa y creadora.

¿Qué es la vida sino esta metamorfosis perpetua? La vida es movimiento, es cambio, es la constante creación y destrucción de formas. Y en esa danza incesante, en esa tensión vital entre el caos y el orden que cada individuo se esfuerza por imponer, reside su verdadera belleza y su significado profundo. Un hombre es lo que hace con la vida que le fue dada.

La vida se despliega en el campo de la acción. Y toda acción, como una flecha lanzada, busca un objetivo y, en su camino, encuentra resistencia. La misión del hombre, entonces, reside en elegir un objetivo noble, un ideal que eleve su espíritu, y luchar con valentía, empleando la estrategia más acertada para alcanzarlo. Pues lo que anhela el alma humana es la grandeza, esa cualidad que trasciende lo ordinario. Cada decisión lo define. Y cuenta su historia.

De esta manera, la forma en que cada detalle de nuestra existencia se manifiesta, la manera en que abordamos cada desafío, expresa lo que verdaderamente somos. El porqué y el cómo de nuestras acciones revelan la fibra de nuestro ser. ¿Evadimos la lucha, huimos ante la dificultad, nos escondemos de la responsabilidad, nos victimizamos ante el destino? ¿O, por el contrario, reunimos nuestras fuerzas interiores y, con determinación, vencemos los obstáculos a nuestro modo, imprimiendo nuestro sello personal en la contienda?

Es el orden que imponemos al caos de la existencia, la estructura que levantamos con nuestros actos, la manera única en que moldeamos nuestra realidad, lo que crea una forma estética, una expresión visible de nuestra alma en el mundo.

Ahora bien, contemplemos la existencia no como una estatua marmórea, bella pero inmóvil bajo la luz de Apolo, sino como un jardín secreto, donde la voluntad individual, cuál jardinero artista, labra la tierra salvaje del devenir. En cada surco abierto por la acción, en cada flor singular que emerge de la lucha contra la maleza del caos, se revela la forma única de un alma. Y la belleza que contemplamos no es la de una figura petrificada, sino la del jardín en constante transformación, donde el orden y el caos danzan en un equilibrio precario y elocuente. En otras palabras, la vida se nos presenta como una obra de arte.

Gustavo Godoy 

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