El concepto “individuo” comienza
a surgir en Italia con el Renacimiento. Antes de esto, las personas no eran consideradas
individuos, sino representantes de un grupo o una clase. Fue en el Renacimiento,
cuando las personas empezaron a darse cuenta
que era legitimo tener pensamientos y sentimientos distintos al resto de sus contemporáneos. Aparecieron
ilustres personajes, como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, que se atrevieron
a crear cosas nuevas, en vez de imitar lo ya establecido. Muchos escogieron vivir a su manera desafiando
abiertamente la tradición.
Durante la Reforma, la emancipación
de la autoridad de la Iglesia contribuyo al individualismo. Esto
se debió a que la verdad ya no provenía de una organización centralizada, sino yacía
en cada uno de nosotros. Esto abrió las posibilidades de crear un mundo
subjetivo. También permitió el desarrollo de la personalidad. A lo largo de los
siglos, particularmente en el Romanticismo, estos avances alcanzados durante el
Renacimiento y la Reforma fueron paulatinamente consolidándose dentro de la sociedad. Uno podría decir que la historia moderna es la
historia del surgimiento del individuo.
Simultáneamente al crecimiento
del individualismo también surgió la cultura urbana y la cortesana.
En el siglo XVI, los nobles comenzaron a abandonar sus castillos e ir a las cortes en
busca de influencia. Si los nobles querían
conservar su poder, debían relacionarse adecuadamente con otros nobles. Mientras que en sus
castillos podían mandar caprichosamente, ahora se vieron en la obligación de
considerar a los demás y ganar la simpatía
de un gran círculo de personas de diferentes posiciones sociales. Fue necesario un mayor dominio de los
impulsos. Esto proceso de acortesamiento,
civilizo. Se aprendió la amabilidad y la decencia. Las
cortes crearon una ética del comportamiento basado en los buenos modales,
la etiqueta, el autocontrol y la discreción.
Con el tiempo, las cortes marcaron la pauta en cuanto a los gustos, el lenguaje
y la conducta para el resto de la población.
Gradualmente, los profundos
cambios de las reglas de poder en Europa afectaron los modos de relacionarse socialmente.
Ahora, para acceder al poder era
necesario saber comportarse. Mientras en
la Edad Media, el uso de la violencia, la
actitud ante las funciones corporales, y las manifestaciones de las emociones carecían
de normas estrictas, en épocas posteriores, estas conductas fueron sometidas a un
mayor control. También, el trato brusco hacia a las mujeres y a las personas de bajo rango se consideró algo totalmente inapropiado.
Los gritos, las peleas y los insultos se catalogaron como actos reprochables. Igualmente,
imponer nuestros deseos a los demás se creyó
inaceptable.
La combinación entre
individualismo y sociabilidad mejor se representó
en los salones ilustrados de Europa durante el siglo XIX y principios del siglo
XX. En estos salones, la aristocracia,
los intelectuales y los artistas disfrutaban juntos animadas veladas, apartados
de la burguesía. En estos círculos sociales, en ciudades como Paris, Londres y Berlín,
todo dependía de la personalidad y la capacidad de expresarla. Valores
burgueses como el dinero, el éxito o la fama
no era lo más importante. Lo realmente valorado era el talento, el carácter y
la personalidad.
Cada individuo es único y de
igual valor que el resto. Su valor radica en su originalidad. Sin embargo, el
individuo para poder disfrutar la vida en sociedad también debe tomar en cuenta el bienestar de los
otros de la misma manera que goza de su libertad individual.
El individuo es la base de la
cultura, pero la cortesía nos permite disfrutarla. Por eso es que las formas de
cortesía son elementales para el buen vivir. Tratar a todos como iguales. La persona tosca, autoritaria, fanfarrona y pretenciosa es la principal enemiga
de la cultura. Por otro lado, la
tolerancia, el respeto y la consideración
hacia los demás son elevados signos de educación
y refinamiento.
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