jueves, 11 de julio de 2024

Soledad y compañía: Los límites del egoísmo racional



Dedicado a mi amigo Jorbi


Durante muchos años, la soledad me pareció una opción muy práctica y racional. A simple vista, la ausencia de compañía puede parecer una alternativa más eficiente y sencilla, donde los costos emocionales y logísticos se reducen considerablemente.

Los gastos son menores, la toma de decisiones es más inmediata y las variables de la vida parecen más "controlables". No hay debates, negociaciones ni discusiones. El consenso llega de manera natural, pues el individuo es, a la vez, general, capitán y soldado en su propio ejército de uno. En soledad, nadie te contradice y el interés propio se convierte en el rey absoluto. El individualismo, en este contexto, promueve la libertad personal y, en teoría, maximiza la satisfacción propia.

Desde una perspectiva práctica, la soledad podría parecer la opción ideal. Una vida social activa, en cambio, se presenta como algo más complejo y costoso. Las obligaciones sociales pueden sentirse impuestas, y realizar acciones por el bien de los demás puede verse como un sacrificio innecesario e insufrible. 

En este contexto, el egoísmo racional se presenta como una estrategia sensata para la supervivencia. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué vivir solo para uno mismo cuando se puede encontrar mayor plenitud en una vida compartida con los demás?

Las relaciones humanas exigen tiempo, recursos y esfuerzo. Sin embargo, los beneficios no siempre son claros o tangibles, y los riesgos son considerables. Abusos, traiciones y deslealtades pueden ser la respuesta a nuestra buena voluntad, y la ingratitud puede ser un golpe muy doloroso para el corazón y para el bolsillo. 

En la soledad, es posible encontrar sentido de vida, enfocando nuestra atención en placeres, experiencias, aficiones u ocupaciones que no requieran contacto con los demás. El arte, la literatura, la naturaleza y la espiritualidad pueden ofrecernos una relación más abstracta con la humanidad, cultivando un sentido de compañía más etéreo. ¿Es posible ser feliz en soledad? Creo que sí, pero requiere una metodología específica. Se necesita un propósito que nos permita orientar nuestras vidas. Lo que es perfectamente posible. 

El altruismo, entendido como la disposición a actuar desinteresadamente en beneficio de otro, a menudo se percibe como un acto irracional, incluso perjudicial. Al poner el bienestar del otro por encima del propio, surgen interrogantes: ¿Por qué dar sin recibir a cambio? ¿Por qué arriesgarnos a la ingratitud? ¿No sería más sensato enfocarnos en nuestro propio cuidado?

Sin embargo, esta visión simplista ignora los profundos beneficios que el altruismo aporta a nuestra felicidad y bienestar. Si bien es cierto que la vida social implica desafíos y que la generosidad no siempre es correspondida, privarnos de este aspecto fundamental significa perdernos de una fuente inagotable de satisfacción y plenitud.

La visión del mundo del egoísta racional se caracteriza por una premisa fundamental: la competencia por recursos escasos en un entorno finito. En este contexto, la crueldad se percibe como una consecuencia inevitable de la lucha por la supervivencia y la satisfacción de los propios intereses.

Esta perspectiva se sustenta en la idea de que los recursos son limitados y que no pueden satisfacer las necesidades y deseos de todos. Por lo tanto, la competencia surge como un mecanismo natural para asegurar la supervivencia del individuo.

Sin embargo, este enfoque, aunque con mucha verdad, ignora las complejidades de la interacción humana y las profundas ventajas que ofrece la cooperación y el altruismo.

Ciertamente, la crianza de un hijo o el mantenimiento de una relación de pareja o amistad pueden implicar desafíos y exigencias. No obstante, estas experiencias también aportan una dimensión más profunda del ser humano.  

Cultivar relaciones significativas no solo nos brinda compañía y apoyo, sino que también enriquece nuestra vida de formas intangibles.

La vida social nos ofrece un ancla en el mar de la vida. Es decir, ser parte de un grupo o comunidad nos arraiga, nos brinda seguridad y estabilidad emocional. Sentimos que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, lo que nos da un profundo sentido de valor y significado.

Ayudar a otros, ser empáticos y compasivos, nos hace crecer como personas. Enfrentar desafíos juntos y compartir alegrías fortalece los lazos y nos brinda un apoyo invaluable. La conexión humana nos vuelve más resilientes ante las adversidades.

Rodearnos de personas diversas nos permite ver el mundo a través de nuevos ojos. Compartir con individuos de diferentes orígenes y culturas amplía nuestra perspectiva, nos enriquece con ideas frescas y nos ayuda a comprender la belleza de la diversidad.

La conexión con los demás nos regala momentos de alegría, amor y apoyo incondicional. Compartir experiencias crea recuerdos invaluables que atesoramos para siempre.

En otras palabras, la compañía de seres queridos nos llena de vida. Un niño nos contagia de inocencia y alegría. Una pareja nos ofrece una mirada diferente, nos complementa y nos ayuda a crecer. Los amigos son pilares de apoyo, comprensión y diversión.

Ahora bien, el altruismo y la conexión con los demás no solo benefician a quienes nos rodean, sino que también repercuten positivamente en nuestro propio bienestar físico, mental y emocional. Abrir nuestro corazón nos permite experimentar una vida más plena, significativa y enriquecedora.

Si bien, en soledad, el pensamiento abstracto, el arte o la naturaleza también pueden aportar estos beneficios, las relaciones significativas nos ofrecen un camino más concreto, intenso y directo hacia la plenitud. 

En definitiva, cultivar relaciones significativas es una inversión en nuestro propio bienestar y felicidad. Es abrir las puertas a un mundo de experiencias enriquecedoras, camaradería y un crecimiento personal sin límites. 

Si bien los argumentos del egoísmo racional pueden tener cierta solidez teórica, desde una perspectiva más amplia, dentro del contexto de la vasta experiencia humana, presentan, sin lugar a dudas, sus limitaciones. Es decir, es un enfoque válido para algunos, pero no para todos.


Gustavo Godoy


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