domingo, 15 de septiembre de 2024

Generaciones: La guerra de las galaxias


¿Quién demonios se cree que inventó la rueda? ¡Ah, sí! Esa gente de las cavernas que según los jóvenes de hoy no sabían ni encender un fuego sin quemarse las cejas! Resulta que ahora todo lo nuevo es mejor (siempre). ¡Claro que sí! Los  'millennials' y los 'centennials' (Gen Z) lo saben absolutamente todo, desde cómo salvar el planeta hasta cómo hacer el amor en gravedad cero. Y los pobres viejos, como nosotros, estamos tan pasados de moda que ni siquiera sabemos cómo usar un teléfono sin que nos explote en la mano. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando la tecnología más avanzada era una piedra afilada y la mayor preocupación era que te comiera un mamut. Ahora, en cambio, tenemos que preocuparnos por los 'influencers' y los 'algoritmos'. ¡Progreso! ¡Qué maravilla!


Antes, un casete era lo más cool, y ahora nos quejamos si un video no carga en un segundo. Cada generación llega y cree que inventó todo lo bueno en el mundo. Los millennials dicen que los boomers no entienden los memes, y los boomers responden que los millennials no saben lo que es una buena siesta sin que los moleste una notificación. Es como una eterna batalla de TikTok vs. telenovelas, donde cada bando está convencido de que su forma de ver el mundo es la única correcta. ¡Y claro! Los jóvenes nos ven como un fax en la era del IA, y nosotros, los mayorcitos, pensamos que ellos son unos idealistas insensatos que se creen que van a cambiar el mundo con un hashtag. ¡¿Tan difícil es llegar temprano de vez en cuando?!


¿Será que nunca encontraremos un punto medio, o es que estamos condenados a pasar la vida discutiendo sobre si es mejor el vinilo o el Spotify?


Cada generación tiene su propia movida. Por eso es normal que cada quien vea el mundo a su manera. Mientras más diferente sea lo que viviste de chico, más difícil es ponerte en los zapatos de otro.

Los conflictos generacionales son como una eterna batalla de egos, donde cada generación cree que tiene la razón y que las demás están equivocadas. ¿Quién se cree el dueño de la verdad absoluta, eh? ¡Todos! Desde los boomers que creían que el mundo se acabaría con la llegada de los millenials, hasta los centennials que piensan que los boomers no saben ni prender un computador. ¡Es un ciclo, amigos! Es un culebrón de la vida real, con más giros argumentales que una serie de Netflix.

Y ya vienen los alphas. ¡Esos sí que son unos casos! Ya se siente el resentimiento. Apuesto a que van a crecer pensando que inventaron el internet y que todos los demás somos unos adornos de museo. Y así sucesivamente, generación tras generación, cada una creyéndose el ombligo del mundo.

¿La solución? ¡Simple! Todos somos unos idiotas. Y eso está bien. Lo importante es reírnos de nosotros mismos y aceptar que cada generación tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido una discusión acalorada con su mamá sobre la música que escucha? ¡Es parte de la vida!

Ahora, es natural que cada quien se identifique con las creencias y los valores de su generación. Válido. Pero, al mismo tiempo, somos individuos que podemos trascender, mediante la autocrítica, esos valores generacionales que a veces parecen más sagrados que un crucifijo en una iglesia. Un individuo que piensa diferente no es un traidor a su tribu, ¡es simplemente un alma libre que no le tiene miedo a un 'unfollow' en Instagram! Es un pensador crítico que puede aprender de todas las generaciones, incluso de los abuelos que creen que los jóvenes solo saben bailar reggaeton. ¡Que viva el Rock clásico!


Gustavo Godoy

El radicalismo: Muros en lugar de puentes

 


O sea, ¿en serio alguien cree que este circo llamado sociedad funciona a la perfección? Claro que no. Obviamente, es un desastre total, un caos organizado. Está lleno de gente haciendo el ridículo, de sistemas que fallan más que un reloj despertador y de injusticias tan grandes que hasta un ciego las vería. ¡Todos quieren cambiar el mundo! Bueno, no todos, pero casi todos. 


Aja, pero, ¿por qué siempre se están construyendo muros en lugar de puentes? Es como si la humanidad tuviera una obsesión con separar en lugar de unir. ¡Es como si vivieran en un mundo de Legos y lo único que les gustara fuera tirar las piezas al suelo y hacer una torre! El radicalismo es uno de los males de nuestra era.


Parece que a la humanidad le encanta complicarse la vida. ¿Por qué no podemos simplemente ser amables y comprensivos? ¿Por qué no podemos trabajar juntos para construir un mundo mejor?


En los 70, los hippies nos vendían la idea de un mundo lleno de flores y amor. Ahora, parece que la receta para la igualdad y la justicia es un cóctel explosivo de muros, rabia y resentimiento. 

¡Quién lo diría! Parece que los pequeños tiranos de hoy en día han cambiado las flores por puños y las guitarras por megáfonos. Y todo en nombre de, ¡qué ironía!, la igualdad y la justicia. ¿Alguien más siente que estamos viviendo en un episodio de 'Los Simpson'? Todos sentados a una mesa, gritándonos unos a otros, convencidos de que tenemos la razón absoluta. ¡Qué bonito!


¿Muros? Y no hablo de los muros físicos, esos de concreto y ladrillos, que algunos países están levantando como si fueran a mantener afuera a los monstruos de Godzilla. No, hablo de los muros que estamos construyendo en nuestras mentes.


Ahora todos estamos en nuestro propio club exclusivo, donde la membresía se obtiene demostrando quién tiene el mayor campeonato de víctimas. Es como si fuéramos coleccionistas de ofensas, compitiendo a ver quién tiene la más grande y la más brillante.


Yo, por ejemplo, estoy pensando en crear el 'Club de los que odian los lunes'. Podríamos tener un blog y quejarnos amargamente de la gente que trabaja los lunes. ¡Depravados! Sería genial. Y lo mejor de todo es que podríamos culpar a 'el sistema' de todos nuestros problemas. ¡Siempre es culpa del sistema! Al más mínimo indicio de 'sistemismo', ¡fuera! Nuestro club no tolera enemigos. Yo a los “luneteros” no les hablo. Cancelados de por vida. No los quiero. No los quiero en mi vida. 


Es como si fuera el salvaje oeste, pero en lugar de pistolas, todos llevamos un teclado y una gran boca. Un simple comentario puede desencadenar una guerra mundial. Y lo más gracioso es que la mayoría de las veces, ni siquiera sabemos de qué estamos hablando. Solo repetimos frases que hemos escuchado en algún lado, como loros.


Ahora bien, que todos tengamos opiniones diferentes no significa que tengamos que convertir a cualquier loco en nuestro mejor amigo. La tolerancia tiene sus límites, ¿no? Pero tampoco hay que ir por ahí quitándole la humanidad a alguien solo porque dijo algo tonto que aprendió en la iglesia o en un libro viejo. ¡Todos hemos dicho alguna estupidez alguna vez!


Yo creo que el problema es que hemos perdido la capacidad de escuchar a los demás. Estamos tan ocupados defendiendo nuestras propias ideas que no nos damos cuenta de que podemos aprender mucho de las personas que piensan diferente. Y es que, al final del día, todos estamos en el mismo barco. Y si seguimos construyendo muros, el barco se va a hundir.


Gustavo Godoy


La psiquiatrización de la vida




La vida es como un gran gimnasio dentro la escuela del universo. La clase de hoy: la carrera de obstáculos. Por un lado, tenemos esta lista interminable de deseos, sueños y metas que se acumulan como platos sucios en el fregadero. Por otro, tenemos un cuerpo que nos falla, una cuenta bancaria que se niega a crecer y una lista de tareas pendientes que parece multiplicarse como un hongo.

Y claro, hay días en que todo parece ir cuesta arriba, como construir un castillo de arena en una tormenta. Nos enfermamos, perdemos el trabajo, nos peleamos con la pareja... ¡La vida es una caja de sorpresas desagradables! Pero, ¿en serio necesitamos un diagnóstico psiquiátrico para cada incomodidad y cada mal humor?

Diagnosticar es un asunto serio. Los psiquiatras (los verdaderos expertos del tema) le ponen mucho empeño en dar un diagnóstico correcto, después de estudiar un montón y hacer pruebas. Incluso así, a veces, no están todos de acuerdo. ¡Y la gente por ahí tirando diagnósticos banales como si fueran confeti!

Últimamente, parece que todo el mundo es un experto en salud mental. Desde el barbero hasta el cajero del supermercado, todos tienen una opinión sobre tu ansiedad, tu depresión o tu trastorno bipolar. Y no me malinterpreten, los trastornos mentales son una realidad y requieren atención profesional. Pero ¿en serio vamos a etiquetar como 'trastorno' cada vez que nos sentimos abrumados o tristes? ¡La vida es difícil, amigos visibles! Y no hay una pastillita mágica que solucione todos nuestros problemas. Que la vida esté llena de altibajos es algo completamente natural. La vida no es una enfermedad. Lo siento, pero una nota médica escrita por ti mismo no te va a dar una A+ sin el esfuerzo. Así que a ponerle ganas a la vida.

Antes, si alguien estaba nervioso en un examen, simplemente decíamos que tenía los nervios de punta. Ahora, ¡zas! Trastorno de ansiedad generalizada. Y si alguien se emociona con una buena película, ¡directamente lo mandamos al psicólogo! Depresión latente, dicen. ¡Pobrecito! ¿Y qué me dices del que llega tarde el tiempo ¡Trastorno por déficit de atención!  Y el organizado, ¡obsesivo-compulsivo! ¡Ay, madre mía! ¡Y si te separas de tu pareja, ya ni te cuento! Depresión segura. Parece que cualquier emoción o comportamiento fuera un síntoma de alguna enfermedad mental. ¡Hasta el que cambia de opinión de un día para otro es bipolar!

El peligro de los diagnósticos 'caseros' radica en que pueden guiar decisiones sobre el tratamiento inadecuadas y afectar negativamente la autopercepción y las relaciones sociales de una persona.

¡Es como si la humanidad hubiera decidido patologizar las experiencias humanas normales! ¿Y cuál es el tratamiento? Pues más pastillas, más terapia y más etiquetas. ¡Viva la modernidad!

 

Gustavo Godoy

domingo, 8 de septiembre de 2024

La confusión de un hombre común

 


Ser hombre hoy en día es como tratar de armar un mueble de Ikea sin instrucciones. Te dan un montón de piezas, una llave Allen que nunca encuentras y un dibujo que parece haber sido hecho por un niño de tres años. Y encima, cada vez que crees que tienes una pieza en su lugar, resulta que hay otra más pequeña que debes poner dentro de esa.

Antes, ser hombre era más sencillo: te ponías un traje, salías de la casa a buscar el pan y luego lo ponías en la mesa. Ahora, tenemos que ser sensibles como un poeta, fuertes como un oso y comunicativos como un terapeuta. Y no solo eso, sino que también tenemos que reciclar, cambiar pañales y saber cocinar quinoa. ¡Es como si nos hubieran dado un manual de instrucciones para ser superhéroes, pero sin los poderes!

Y lo peor de todo es que, cuando finalmente logras ser el hombre perfecto, te das cuenta de que las reglas del juego han cambiado otra vez. Nada es suficiente. Y has perdido el derecho de crear tu propia identidad. Y si te quejas, eres un mariquita. 

La solución de muchos ha sido la retirada. Lo que también está mal porque se te tilda de niño irresponsable y con miedo al compromiso. O sea, tienes razón, pero igual vas preso. Atrapado sin salida. 

No importa lo bien que lo hagas, siempre hay alguien que te va a criticar. Si eres demasiado masculino, eres tóxico. Si eres demasiado femenino, eres raro. Si eres demasiado sensible, eres débil y te dejan por el chico malo. ¡Cada quien nos dice algo distinto! Nuestra madre tiene su opinión, nuestro crush otra, nuestra amiga una tercera y ni hablar de esa chica rara en internet, que parece vivir en otro planeta. ¡Es un laberinto! 

Ahora, el debate sobre la identidad y la igualdad de género, en vez de ser un camino oscuro y confuso, debería ser como una taza de café: un momento de encuentro y entendimiento, donde podemos compartir nuestras perspectivas sin quemarnos ni congelarnos. Pero, lamentablemente, una cucharada de radicalismo y te queman la lengua. ¡Nadie quiere eso! Necesitamos un debate que sea como un buen café con leche: caliente, pero no incendiario; fuerte, pero con un toque de suavidad. 

¿Qué quiero decir con esto? Que podemos hablar de identidad e igualdad sin que parezca que estamos en una guerra de trincheras. Podemos escucharnos, respetar nuestras diferencias y buscar puntos en común. Sin atropellar al otro. Al fin y al cabo, todos queremos vivir en un mundo donde nos traten con respeto y tengamos las mismas oportunidades. No dejemos que el debate lo secuestre una minoría radical.

Imagínate que la igualdad de género es como un rompecabezas. Cada uno de nosotros tiene una pieza, y juntos podemos armar el cuadro completo. Pero si empezamos a tirar las piezas por ahí, a gritar y a acusar, nunca vamos a terminar el rompecabezas. ¡Abajo los dogmas! Necesitamos trabajar juntos, con paciencia y respeto, para construir un mundo más justo y equitativo.

En otras palabras, lo importante es que podamos hablar de esto sin que nos tiren los tomates. Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones, incluso si son un poco locas o contradictorias. Todos viajamos en el mismo barco, pero últimamente hemos decidido remar en direcciones opuestas, guiándonos por mapas dibujados por un mono borracho. 

Gustavo Godoy