sábado, 17 de mayo de 2025

El carácter clásico en tiempos románticos



Cuando pensamos en la Antigüedad, especialmente en la Atenas clásica de Pericles, debemos recordar algo fundamental: no vivimos en una época clásica. Nuestro tiempo está profundamente marcado por el Romanticismo. Esta corriente domina no todas las áreas de nuestra vida contemporánea, pero sí ha logrado una presencia abrumadora en el arte, la música, la literatura, el pensamiento intelectual y la izquierda política. No obstante, es crucial considerar que, por supuesto, este breve análisis simplifica un fenómeno histórico complejo y diverso. ¿Generalizaciones? Sí. ¿Simplificaciones? Sí. Pero, igual, hagámoslo. Nos puede ayudar a pensar. 

Ahora bien, esta sobrerrepresentación del Romanticismo tiene un lado negativo importante. Podemos caer en el error, consciente o inconscientemente, de creer que cultura es sinónimo de Romanticismo. Esta idea es claramente falsa, además de limitante y excluyente. En gran medida, esto explica por qué ciertos grupos –hombres, conservadores, tradicionalistas, religiosos, empresarios y profesionales técnicos o científicos– suelen sentirse alejados de lo que comúnmente asociamos con la cultura.

A veces parece que para ser culto hay que ser necesariamente bohemio y de izquierda, viviendo en un mundo imaginario y de ideas fanáticas, poco práctico y fantasioso, ¡pero que parece cool!

El énfasis romántico en el individualismo rebelde, la subjetividad y la emoción se une en un culto, a veces excesivo, a la autenticidad. Esta actitud domina en las universidades, los medios de comunicación, la industria creativa, el arte, los libros, Hollywood, las humanidades y la nueva izquierda. Particularmente popular entre los jóvenes urbanos. 

De hecho, esto podría explicar por qué la lectura ha perdido protagonismo entre el gran público. Ciertamente, el cine, la música y la televisión son canales donde la emoción y la impulsividad romántica se expresan de manera muy eficaz. Una especie de retorno a la oralidad. Los libros son muy lentos y reflexivos. O sea, son muy aburridos para una sociedad de pasiones intensas.

Lo que sucede es que el Romanticismo es muy accesible e intuitivo. Es fácil de entender y digerir, y no requiere mucho entrenamiento, reflexión o educación. ¡Hasta un bebé puede quedar cautivado por el Romanticismo!

En cambio, la visión clásica es más contraintuitiva. Requiere esfuerzo y no se adquiere de forma natural. Personalmente, como una forma de protesta y contrapeso, promuevo la lectura de los clásicos. Y cuando digo clásicos, me refiero especialmente a Aristóteles, a los estoicos (Séneca, Marco Aurelio, Epíteto, Cicerón) y a Sócrates como un modelo ejemplar de conducta y virtud.

Para entender la mentalidad romántica, probablemente debemos comprender el mito del "noble salvaje". Según este mito, el estado inicial del ser humano es casi un paraíso. Es decir, sin hacer nada, ya somos prácticamente perfectos. Las imperfecciones llegan después, con la sociedad. Entonces, existe una idea de "robo" o "pérdida" cuya culpa es del sistema. La hipótesis es que somos víctimas del sistema. Por lo tanto, el sistema es lo que debe cambiar, y debemos construir la utopía original donde todo era perfecto. Esta es, obviamente, una visión idealista, poco realista, poco pragmática y, naturalmente, muy cómoda. Y que, en muchos casos, promueve el resentimiento. Mis penas son culpa del otro. 

En lugar del "noble salvaje", el estado inicial es más parecido al de Robinson Crusoe. Nada surge de la nada. La pobreza, no la riqueza, la dureza, no la facilidad, es nuestro estado inicial por defecto. El carácter clásico se basa en la gestión emocional, la reflexión, la prudencia, el equilibrio, la moderación, la armonía, la forma y la virtud. Y aquí es donde entran el autocontrol y el esfuerzo. Valores para nada románticos. 

El autocontrol es la facultad que permite elegir el esfuerzo a largo plazo sobre la comodidad inmediata. Es la capacidad de resistir la inercia y la gratificación instantánea en pos de metas mayores o principios. Una sociedad en la que se confunde el autocontrol con la represión emocional y se cree merecerlo todo sin esfuerzo es una sociedad melodramática, comodona, egocéntrica, quejumbrosa y victimista. Abogamos por una sociedad serena, disciplinada, responsable, estoica y orientada al deber.

El Romanticismo, claro, ha aportado contribuciones esenciales, como la exploración de la subjetividad y el reconocimiento de la profundidad emocional humana. Sin embargo, critico su presencia exagerada y excluyente de otras corrientes. Su hegemonía actual resulta asfixiante.

Quizás la clave para navegar nuestra época romántica no resida en negar su fuerza, sino en cultivar conscientemente y sin idealizar las virtudes clásicas como un faro que nos orienta a un camino un poco más reflexivo y equilibrado en medio de la tanta intensidad emocional.

Gustavo Godoy

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