La lectura,
no cabe duda, goza de un gran prestigio. Pero, al mismo tiempo, muchas personas
la consideran una actividad aburrida, que consume mucho tiempo y no es
particularmente útil. De hecho, últimamente, leer se ha vuelto una obligación
tediosa que algunos cumplen, mientras el resto debería cumplir, pero no lo
hace. En efecto, una de las quejas más comunes es que "la gente ya no
lee", como si fuera una falla moral de nuestro tiempo. Y los puritanos de
la lectura no dudan en sermonear con frecuencia: "¡Hay que leer!".
Esta dinámica, sin lugar a dudas, es curiosa.
Por otro
lado, muchos de los que sí leen tienden a romantizar la actividad como algo
mágico y todopoderoso. Nos encontramos con frases como "quien lee, conoce
mil vidas", “La lectura me salvó”, o "leer es la mejor forma de
viajar sin moverte de casa". En la actualidad, la lectura se ve atrapada
entre dos extremos: el menosprecio indiferente, por un lado, y la idolatría
extrema, por el otro.
Ahora bien,
una de las principales limitaciones de la lectura es su capacidad para estimular
y reforzar nuestra subjetividad. Cuando leemos, el conocimiento no se absorbe
de forma pasiva ni neutra. Cada palabra, cada idea, es filtrada a través de
nuestras propias experiencias, creencias, prejuicios y emociones. Este proceso,
si bien es enriquecedor por su potencial para la reflexión, también nos expone
al riesgo de crear una "falsa sabiduría".
Al leer la
palabra 'silla', nuestra mente evoca una imagen basada en nuestras propias
vivencias. No obstante, esa silla que imaginamos no es necesariamente la misma
que concibió el autor. A pesar de esta diferencia, tendemos a creer, de forma
consciente o no, que existe una conexión íntima y directa entre nosotros y el
autor. Error.
Leyendo
mucho, podemos llegar a la conclusión de que hemos adquirido un conocimiento
profundo, cuando en realidad lo que hemos hecho es repletarlo con nuestros propios
sesgos y limitaciones. Asumimos que lo que leemos es la verdad absoluta o la
única perspectiva válida, olvidando que la interpretación es siempre un acto
personal. El peligro radica en que esta "sabiduría" autoproclamada
nos aísla, impidiéndonos ver otras realidades o cuestionar nuestras propias
suposiciones. ¿Recordemos el Quijote?
Es
fundamental recordar que la escritura es una invención humana. No es una
representación inherente de la realidad, sino un sistema simbólico que creamos
para representar el mundo. Como toda invención, tiene sus límites.
La
escritura como canal de comunicación es por naturaleza imperfecta e incompleta.
Un texto jamás podrá capturar la totalidad de una experiencia, una emoción o un
concepto. Siempre habrá matices, complejidades y perspectivas que se pierden al
traducir el pensamiento a la palabra escrita. Esta representación no es ni
perfecta ni completa, y creer lo contrario nos lleva a una comprensión sesgada
y parcial.
Si no somos
conscientes, la lectura puede acarrear ciertos riesgos. Por ejemplo, si solo
leemos aquello que confirma nuestras ideas preexistentes, la lectura puede
convertirse en una "cámara de eco" que refuerza nuestros prejuicios
en lugar de desafiarlos. Por otro lado, una inmersión excesiva en el mundo de
los libros puede llevarnos a un distanciamiento de la realidad tangible y de la
interacción social directa, elementos cruciales para una comprensión completa
del mundo.
Otra cosa.
en la era actual, la facilidad de acceso a la información puede resultar en una
"digestión" superficial de los contenidos. Leemos mucho, pero
comprendemos poco en profundidad.
Además, si
el lector se limita a absorber lo que el autor dice sin cuestionarlo, corre el
riesgo de delegar su propio pensamiento crítico, adoptando pasivamente las
ideas de otros en lugar de desarrollar las suyas propias.
Es
importante aclarar que la lectura no es un sustituto de la experiencia directa.
Sin embargo, a pesar de sus limitaciones, tiene grandes beneficios. En primer
lugar, desarrolla nuestra capacidad para la abstracción, lo que facilita el
pensamiento y la reflexión. Por otro lado, enriquece el vocabulario y el
lenguaje, lo que nos ayuda a pensar con más precisión y a comunicarnos de
manera más articulada.
Y, por
último, la lectura nos aporta capital cultural, al exponernos a muchos
referentes culturales compartidos. Esto puede ampliar nuestro alcance social,
ya que podemos conversar con otras personas que poseen un capital cultural
similar. Claro, la lectura también es un gusto adquirido que se puede llegar a
disfrutar mucho solo por sí mismo: el puro placer de leer.
El
verdadero valor de la lectura no reside en alcanzar una supuesta sabiduría
perfecta ni en escapar de la realidad, sino en la capacidad crítica que
desarrollamos para navegar sus páginas. Al reconocer sus límites y abrazar su
naturaleza subjetiva, transformamos la lectura de una obligación o una
idolatría, en una herramienta poderosa para la reflexión, la empatía y un
diálogo constante con el mundo, tanto el que imaginamos como el que vivimos.
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