domingo, 13 de julio de 2025

La trampa intelectual: ¿Por qué la gente inteligente cree en ideas insensatas?

 



¿Por qué, en un mundo que valora la razón y la evidencia, las personas con inclinaciones intelectuales a menudo abrazan ideas que parecen desconectadas de la realidad? Esta pregunta es crucial, especialmente cuando esas ideas son enseñadas en universidades, difundidas por los medios y discutidas en círculos profesionales de humanidades. A menudo, estas creencias se adoptan no porque sean verificables, sino porque confieren estatus y pertenencia social.

La adopción de ciertas ideas, a menudo progresistas o utópicas, funciona como un "capital cultural" en la clase media urbana, particularmente entre profesionales de la educación, las artes y la comunicación. En estos círculos, el prestigio no se mide solo por el éxito económico, sino por la sofisticación intelectual y la postura moral.

Creer en ideas que desafían la realidad —a menudo ideas complejas y aparentemente "profundas"— se convierte en una forma de diferenciarse de la "gente común". No se trata de la búsqueda de la verdad, sino de la búsqueda de la “distinción”.

Cuando una idea se convierte en un símbolo de estatus, su función principal es señalar virtudes. Adoptar una postura sobre las injusticias globales o defender visiones radicales del futuro te hace parecer "iluminado" y moralmente comprometido. Esto genera un sentido de pertenencia a un grupo social y profesional que se percibe a sí mismo como vanguardista y consciente.

El problema central radica en que estas ideas a menudo se basan en teorías que, en su afán por criticar el “statu quo”, minimizan la importancia de la realidad empírica y la naturaleza humana. 

La atracción por lo "nuevo" y lo "transgresor" es fuerte en los círculos intelectuales. La historia de la filosofía muestra una tendencia a favorecer las teorías que desafían el sentido común, incluso si no son prácticas o verificables. Al desconectarse de la realidad, estas ideas se vuelven menos sobre la comprensión del mundo y más sobre la creación de un sistema conceptual cerrado, accesible solo para los "iniciados".

Las universidades, las escuelas, las artes y los medios de comunicación juegan un papel crucial en la propagación de estas ideas. Cuando ciertas teorías se establecen como dominantes en el ámbito académico, se enseñan como verdades aceptadas, a menudo sin un escrutinio adecuado. Esto crea un ciclo en el que los estudiantes aprenden a adoptar estas ideas para encajar en sus entornos intelectuales y profesionales.

Si bien la reflexión crítica es esencial para el progreso, es fundamental cuestionar si las ideas que abrazamos realmente nos ayudan a comprender la complejidad del mundo o si simplemente nos hacen sentir "cool".

Esta señalización de virtud prioriza la apariencia sobre la acción. Se celebra el discurso sobre la injusticia, pero el compromiso real con la realidad a menudo es mínimo.

Quizás sea tiempo de reevaluar la función del intelecto. No debemos verlo como un simple símbolo de estatus o superioridad moral, sino como una herramienta dedicada a la búsqueda de la verdad.

La teoría es importante, sí, pero también debemos valorar la evidencia, el sentido común y la realidad objetiva. Solo así podremos superar la trampa de abrazar ideas insensatas por el mero hecho de que confieren estatus social.

Gustavo Godoy

sábado, 12 de julio de 2025

Sartre y la Naturaleza Humana: ¿Una Idea Fuera de Moda?

 



En el corazón de muchos debates contemporáneos sobre la identidad, la libertad y el propósito humano, subyace una pregunta fundamental: ¿existe una naturaleza humana? Es decir, ¿hay un conjunto de características innatas, universales e inmutables que nos definen como especie, más allá de nuestra cultura o educación?

Hoy en día, la respuesta predominante en ciertos círculos intelectuales y culturales tiende a ser "no". Se argumenta que somos seres maleables, que nuestra identidad es una construcción social, y que somos libres de definirnos a nosotros mismos sin límites preestablecidos. Esta idea, aunque a menudo se presenta como una verdad evidente, tiene un origen filosófico muy específico y una influencia que quizás no siempre reconocemos: la del francés Jean-Paul Sartre.

Sin lugar a dudas, la muy popular filosofía de Sartre ha moldeado nuestra forma de pensar sobre la naturaleza humana. Ahora, si bien su visión fue revolucionaria, se construyó sobre una radicalización de ideas abstractas. Al ser meramente especulativa y carecer de una observación objetiva de la realidad, su teoría, en su afán por defender la libertad, terminó por ignorar aspectos fundamentales de nuestra existencia, como la biología y las complejas estructuras que determinan nuestro entorno.

Jean-Paul Sartre, figura cumbre del existencialismo francés del siglo XX, proclamó una de las frases más influyentes de la filosofía moderna: "La existencia precede a la esencia". Para entenderlo, pensemos en un objeto, como una silla. Una silla tiene una "esencia" (su propósito, su diseño) antes de que exista físicamente. El carpintero la concibe antes de construirla.

Sartre argumentó que, para los seres humanos, esto es al revés. No nacemos con un propósito o una naturaleza predefinida por un creador o por la biología. Primero, simplemente existimos. Y una vez que estamos en el mundo, somos nosotros quienes, a través de nuestras elecciones y acciones, creamos nuestra propia "esencia". Estamos "condenados a ser libres", lo que implica una responsabilidad abrumadora por todo lo que somos y hacemos.

Esta idea resonó profundamente en una Europa de posguerra, marcada por la opresión y la necesidad de reconstruir el sentido de la vida. Ofreció una poderosa justificación para la libertad individual y el compromiso político. Si no hay una naturaleza humana fija, entonces no hay excusa para la inacción o la sumisión.

Para comprender mejor la visión de Sartre, es útil ver de dónde extrajo sus ideas. Sartre se nutrió de la fenomenología de Edmund Husserl y de la filosofía de Martin Heidegger. De Husserl tomó la idea de que la conciencia no es una "cosa" con un contenido fijo, sino una actividad que siempre se dirige hacia algo. De Heidegger, la noción de que la existencia humana (el Dasein) no tiene una esencia predeterminada, sino que es un "ser-en-el-mundo" que se define a sí mismo.

Sartre radicalizó estas ideas. Si la conciencia no es una "cosa", entonces es una "nada" pura, un vacío de posibilidades. Si no hay esencia, la libertad es absoluta. 

Se puede argumentar que la filosofía de Sartre, aunque intelectualmente sofisticada, estuvo fuertemente motivada por un impulso político y ético: la necesidad de afirmar la libertad y la responsabilidad frente a la tiranía y el determinismo. En su afán por liberar al ser humano de cualquier atadura, Sartre construyó una visión de la libertad tan radical que, paradójicamente, se volvió abstracta y, en ciertos aspectos, desconectada de la realidad empírica.

La biología moderna, la genética y la psicología evolutiva sí nos muestran que los seres humanos compartimos un conjunto de predisposiciones, necesidades y patrones de comportamiento que son universales. Desde la necesidad de alimento y refugio hasta la capacidad de sentir emociones básicas (alegría, tristeza, miedo), pasando por la tendencia a formar lazos sociales y a desarrollar el lenguaje, hay elementos que trascienden las diferencias culturales. Sartre, al centrarse en la "nada" de la conciencia, parece dejar de lado estas realidades biológicas que, de hecho, limitan y dan forma a nuestra existencia.

Si bien la idea de una naturaleza humana ha sido utilizada históricamente para justificar jerarquías o limitaciones, no reconocerla en absoluto nos lleva a otros problemas. Argumentar a favor de una naturaleza humana no significa caer en un determinismo rígido, sino reconocer que existen ciertos universales humanos.

Estos universales pueden manifestarse de diversas maneras culturales, pero la capacidad subyacente (por ejemplo, la capacidad para el lenguaje, la moralidad, la socialización) parece ser inherente a nuestra especie. Ignorar estos fundamentos nos impide comprender plenamente por qué los humanos, a pesar de sus diferencias, comparten tantas similitudes en sus estructuras sociales, sus emociones y sus aspiraciones.

Si bien la influencia de Sartre en la intelectualidad actual es innegable, su énfasis en la libertad y la responsabilidad ha calado particularmente en la izquierda. Esta visión ha empoderado a muchas personas y ha impulsado importantes movimientos sociales.

Sin embargo, al radicalizar la idea de la libertad y al minimizar el papel de la “naturaleza” en la formación del ser humano, su filosofía ha contribuido a una perspectiva que, en su afán por la absoluta indeterminación, puede ignorar la riqueza y complejidad de nuestra realidad.

De pronto, es hora de reabrir el debate sobre la naturaleza humana, no para volver a viejos dogmas, sino para buscar un equilibrio. Un equilibrio que reconozca tanto nuestra innegable capacidad de elección y auto-creación como las realidades objetivas y universales que nos unen y nos dan forma como seres humanos. Solo así podremos tener una comprensión más completa y matizada de quiénes somos.


Gustavo Godoy