¿Por qué, en un mundo que valora la razón y la evidencia, las personas con inclinaciones intelectuales a menudo abrazan ideas que parecen desconectadas de la realidad? Esta pregunta es crucial, especialmente cuando esas ideas son enseñadas en universidades, difundidas por los medios y discutidas en círculos profesionales de humanidades. A menudo, estas creencias se adoptan no porque sean verificables, sino porque confieren estatus y pertenencia social.
La adopción de ciertas ideas, a menudo progresistas o utópicas, funciona como un "capital cultural" en la clase media urbana, particularmente entre profesionales de la educación, las artes y la comunicación. En estos círculos, el prestigio no se mide solo por el éxito económico, sino por la sofisticación intelectual y la postura moral.
Creer en ideas que desafían la realidad —a menudo ideas complejas y aparentemente "profundas"— se convierte en una forma de diferenciarse de la "gente común". No se trata de la búsqueda de la verdad, sino de la búsqueda de la “distinción”.
Cuando una idea se convierte en un símbolo de estatus, su función principal es señalar virtudes. Adoptar una postura sobre las injusticias globales o defender visiones radicales del futuro te hace parecer "iluminado" y moralmente comprometido. Esto genera un sentido de pertenencia a un grupo social y profesional que se percibe a sí mismo como vanguardista y consciente.
El problema central radica en que estas ideas a menudo se basan en teorías que, en su afán por criticar el “statu quo”, minimizan la importancia de la realidad empírica y la naturaleza humana.
La atracción por lo "nuevo" y lo "transgresor" es fuerte en los círculos intelectuales. La historia de la filosofía muestra una tendencia a favorecer las teorías que desafían el sentido común, incluso si no son prácticas o verificables. Al desconectarse de la realidad, estas ideas se vuelven menos sobre la comprensión del mundo y más sobre la creación de un sistema conceptual cerrado, accesible solo para los "iniciados".
Las universidades, las escuelas, las artes y los medios de comunicación juegan un papel crucial en la propagación de estas ideas. Cuando ciertas teorías se establecen como dominantes en el ámbito académico, se enseñan como verdades aceptadas, a menudo sin un escrutinio adecuado. Esto crea un ciclo en el que los estudiantes aprenden a adoptar estas ideas para encajar en sus entornos intelectuales y profesionales.
Si bien la reflexión crítica es esencial para el progreso, es fundamental cuestionar si las ideas que abrazamos realmente nos ayudan a comprender la complejidad del mundo o si simplemente nos hacen sentir "cool".
Esta señalización de virtud prioriza la apariencia sobre la acción. Se celebra el discurso sobre la injusticia, pero el compromiso real con la realidad a menudo es mínimo.
Quizás sea tiempo de reevaluar la función del intelecto. No debemos verlo como un simple símbolo de estatus o superioridad moral, sino como una herramienta dedicada a la búsqueda de la verdad.
La teoría es importante, sí, pero también debemos valorar la evidencia, el sentido común y la realidad objetiva. Solo así podremos superar la trampa de abrazar ideas insensatas por el mero hecho de que confieren estatus social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario