martes, 15 de julio de 2025

¿Existe la "Verdad Objetiva"? Un Contrapunto al Relativismo Posmoderno


 

Vivimos en una época que parece celebrar la subjetividad como la única verdad posible. "Mi verdad", "tu verdad", "su verdad"; frases que se han convertido en moneda corriente, elevando la experiencia individual a la categoría de dogma inquebrantable. Esta concepción, arraigada en el pensamiento posmoderno francés, sugiere que toda realidad es una construcción social, que no hay fundamentos fijos, y que lo que llamamos "verdad" no es más que una perspectiva, una narrativa entre muchas. Pero, ¿qué ocurre cuando esta idea, tan seductora en su aparente inclusión, colisiona con la cruda y testaruda realidad?

La negación de una verdad objetiva es, en esencia, una indulgencia mental. Es una posición que solo puede sostenerse cómodamente en los confines de la academia o en la burbuja de las redes sociales, donde las ideas no siempre tienen que enfrentarse a las consecuencias de sus propias implicaciones. Es fácil proclamar que la realidad es maleable cuando no salimos de la cabeza o del teclado. Resulta particularmente tentador para ciertos filósofos franceses, que a menudo se ven atiborrados de atención mediática y aplausos por su carácter controversial y su relativismo extremo. Su exuberancia intelectual, sin embargo, no siempre es sinónimo de verdad, y su pensamiento, aunque brillante, puede desconectarse peligrosamente de la realidad. ¿Qué sucede cuando la supervivencia básica está en juego? ¿Acaso la ley de la gravedad se suspende porque yo elija creer que puedo volar? La realidad no negocia con nuestras fantasías.

El problema de este relativismo radical es que, en su afán por deconstruir todas las certezas, termina por desmantelar los pilares mismos de una sociedad funcional y de una vida coherente. Si todo es una cuestión de perspectiva, si no hay hechos incontrovertibles, ¿cómo podemos entonces construir conocimiento, impartir justicia o siquiera tener un diálogo significativo? La subjetividad extrema en lo filosófico siempre conlleva al caos en lo político y lo social, porque despoja a la comunidad de cualquier base común para la acción, la moralidad y la cohesión.

Si la ciencia es solo "una narrativa" y los datos son "interpretaciones sesgadas", ¿cómo distinguimos una vacuna de un elixir mágico, o un hecho histórico de una leyenda? Se pierde la capacidad de acumular saber y de aprender de la experiencia, condenándonos a repetir errores.

Si no hay un estándar objetivo de lo que es "correcto" o "incorrecto", la moralidad se reduce a una preferencia personal. Esto puede llevar a una peligrosa falta de responsabilidad, donde las acciones se justifican simplemente porque "se sienten bien" o porque "son mi verdad", ignorando el impacto real en los demás o en el entorno. La búsqueda de una "justicia perfecta" sin anclaje en la realidad puede devenir en una tiranía donde el fin justifica cualquier medio.

Si todas las ideas son igualmente válidas, se vuelve imposible discernir qué camino tomar ante un problema. Cuando el intelecto se desconecta de la realidad empírica y se enreda en un sistema conceptual cerrado, se pierde la capacidad de imponer orden al caos, de construir y de luchar por metas significativas. El victimismo y la queja se convierten en una salida cómoda, pues si no hay una verdad que enfrentar, no hay nada por lo que luchar ni responsabilidad que asumir.

En el fondo, el relativismo extremo a menudo ignora la existencia de una naturaleza humana y de realidades biológicas y empíricas que nos definen. Negar esta naturaleza universal es una abstracción. Los seres humanos compartimos necesidades, emociones básicas y patrones de comportamiento que trascienden las construcciones culturales. El dolor es dolor, el hambre es hambre, y la búsqueda de significado es una constante. Estas no son "verdades" construidas, sino realidades inherentes a nuestra existencia.

La sociedad, lejos de ser una pizarra en blanco que se puede rediseñar a voluntad, es un organismo complejo con raíces profundas en la historia y la experiencia. Las instituciones, las leyes y las costumbres no surgieron de la nada. Tienen su razón de ser. 

No se trata de abogar por un dogmatismo rígido o de negar la importancia de la perspectiva individual. La interpretación es, sin duda, un acto personal. Sin embargo, reconocer la subjetividad no es lo mismo que negar la existencia de un mundo objetivo al que nuestras subjetividades intentan dar sentido.

El intelecto no debe ser una mera herramienta para fabricar "verdades" convenientes. Su función primordial es la búsqueda de la verdad, de acercarnos a una comprensión más precisa de la realidad, por compleja y a veces incómoda que esta sea. Esto implica valorar los hechos. 

Reabrir el debate sobre la verdad objetiva no es un llamado a la uniformidad, sino a la coherencia. Es un reconocimiento humilde de que, más allá de nuestras perspectivas individuales, hay un mundo que opera con sus propias leyes, y que ignorarlo es condenarnos a la confusión y, en última instancia, al fracaso de nuestras aspiraciones más profundas. La verdadera libertad no reside en crear nuestra propia realidad, sino en comprenderla para actuar con sabiduría y propósito.

Gustavo Godoy

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