domingo, 15 de septiembre de 2024

Generaciones: La guerra de las galaxias


¿Quién demonios se cree que inventó la rueda? ¡Ah, sí! Esa gente de las cavernas que según los jóvenes de hoy no sabían ni encender un fuego sin quemarse las cejas! Resulta que ahora todo lo nuevo es mejor (siempre). ¡Claro que sí! Los  'millennials' y los 'centennials' (Gen Z) lo saben absolutamente todo, desde cómo salvar el planeta hasta cómo hacer el amor en gravedad cero. Y los pobres viejos, como nosotros, estamos tan pasados de moda que ni siquiera sabemos cómo usar un teléfono sin que nos explote en la mano. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando la tecnología más avanzada era una piedra afilada y la mayor preocupación era que te comiera un mamut. Ahora, en cambio, tenemos que preocuparnos por los 'influencers' y los 'algoritmos'. ¡Progreso! ¡Qué maravilla!


Antes, un casete era lo más cool, y ahora nos quejamos si un video no carga en un segundo. Cada generación llega y cree que inventó todo lo bueno en el mundo. Los millennials dicen que los boomers no entienden los memes, y los boomers responden que los millennials no saben lo que es una buena siesta sin que los moleste una notificación. Es como una eterna batalla de TikTok vs. telenovelas, donde cada bando está convencido de que su forma de ver el mundo es la única correcta. ¡Y claro! Los jóvenes nos ven como un fax en la era del IA, y nosotros, los mayorcitos, pensamos que ellos son unos idealistas insensatos que se creen que van a cambiar el mundo con un hashtag. ¡¿Tan difícil es llegar temprano de vez en cuando?!


¿Será que nunca encontraremos un punto medio, o es que estamos condenados a pasar la vida discutiendo sobre si es mejor el vinilo o el Spotify?


Cada generación tiene su propia movida. Por eso es normal que cada quien vea el mundo a su manera. Mientras más diferente sea lo que viviste de chico, más difícil es ponerte en los zapatos de otro.

Los conflictos generacionales son como una eterna batalla de egos, donde cada generación cree que tiene la razón y que las demás están equivocadas. ¿Quién se cree el dueño de la verdad absoluta, eh? ¡Todos! Desde los boomers que creían que el mundo se acabaría con la llegada de los millenials, hasta los centennials que piensan que los boomers no saben ni prender un computador. ¡Es un ciclo, amigos! Es un culebrón de la vida real, con más giros argumentales que una serie de Netflix.

Y ya vienen los alphas. ¡Esos sí que son unos casos! Ya se siente el resentimiento. Apuesto a que van a crecer pensando que inventaron el internet y que todos los demás somos unos adornos de museo. Y así sucesivamente, generación tras generación, cada una creyéndose el ombligo del mundo.

¿La solución? ¡Simple! Todos somos unos idiotas. Y eso está bien. Lo importante es reírnos de nosotros mismos y aceptar que cada generación tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido una discusión acalorada con su mamá sobre la música que escucha? ¡Es parte de la vida!

Ahora, es natural que cada quien se identifique con las creencias y los valores de su generación. Válido. Pero, al mismo tiempo, somos individuos que podemos trascender, mediante la autocrítica, esos valores generacionales que a veces parecen más sagrados que un crucifijo en una iglesia. Un individuo que piensa diferente no es un traidor a su tribu, ¡es simplemente un alma libre que no le tiene miedo a un 'unfollow' en Instagram! Es un pensador crítico que puede aprender de todas las generaciones, incluso de los abuelos que creen que los jóvenes solo saben bailar reggaeton. ¡Que viva el Rock clásico!


Gustavo Godoy

El radicalismo: Muros en lugar de puentes

 


O sea, ¿en serio alguien cree que este circo llamado sociedad funciona a la perfección? Claro que no. Obviamente, es un desastre total, un caos organizado. Está lleno de gente haciendo el ridículo, de sistemas que fallan más que un reloj despertador y de injusticias tan grandes que hasta un ciego las vería. ¡Todos quieren cambiar el mundo! Bueno, no todos, pero casi todos. 


Aja, pero, ¿por qué siempre se están construyendo muros en lugar de puentes? Es como si la humanidad tuviera una obsesión con separar en lugar de unir. ¡Es como si vivieran en un mundo de Legos y lo único que les gustara fuera tirar las piezas al suelo y hacer una torre! El radicalismo es uno de los males de nuestra era.


Parece que a la humanidad le encanta complicarse la vida. ¿Por qué no podemos simplemente ser amables y comprensivos? ¿Por qué no podemos trabajar juntos para construir un mundo mejor?


En los 70, los hippies nos vendían la idea de un mundo lleno de flores y amor. Ahora, parece que la receta para la igualdad y la justicia es un cóctel explosivo de muros, rabia y resentimiento. 

¡Quién lo diría! Parece que los pequeños tiranos de hoy en día han cambiado las flores por puños y las guitarras por megáfonos. Y todo en nombre de, ¡qué ironía!, la igualdad y la justicia. ¿Alguien más siente que estamos viviendo en un episodio de 'Los Simpson'? Todos sentados a una mesa, gritándonos unos a otros, convencidos de que tenemos la razón absoluta. ¡Qué bonito!


¿Muros? Y no hablo de los muros físicos, esos de concreto y ladrillos, que algunos países están levantando como si fueran a mantener afuera a los monstruos de Godzilla. No, hablo de los muros que estamos construyendo en nuestras mentes.


Ahora todos estamos en nuestro propio club exclusivo, donde la membresía se obtiene demostrando quién tiene el mayor campeonato de víctimas. Es como si fuéramos coleccionistas de ofensas, compitiendo a ver quién tiene la más grande y la más brillante.


Yo, por ejemplo, estoy pensando en crear el 'Club de los que odian los lunes'. Podríamos tener un blog y quejarnos amargamente de la gente que trabaja los lunes. ¡Depravados! Sería genial. Y lo mejor de todo es que podríamos culpar a 'el sistema' de todos nuestros problemas. ¡Siempre es culpa del sistema! Al más mínimo indicio de 'sistemismo', ¡fuera! Nuestro club no tolera enemigos. Yo a los “luneteros” no les hablo. Cancelados de por vida. No los quiero. No los quiero en mi vida. 


Es como si fuera el salvaje oeste, pero en lugar de pistolas, todos llevamos un teclado y una gran boca. Un simple comentario puede desencadenar una guerra mundial. Y lo más gracioso es que la mayoría de las veces, ni siquiera sabemos de qué estamos hablando. Solo repetimos frases que hemos escuchado en algún lado, como loros.


Ahora bien, que todos tengamos opiniones diferentes no significa que tengamos que convertir a cualquier loco en nuestro mejor amigo. La tolerancia tiene sus límites, ¿no? Pero tampoco hay que ir por ahí quitándole la humanidad a alguien solo porque dijo algo tonto que aprendió en la iglesia o en un libro viejo. ¡Todos hemos dicho alguna estupidez alguna vez!


Yo creo que el problema es que hemos perdido la capacidad de escuchar a los demás. Estamos tan ocupados defendiendo nuestras propias ideas que no nos damos cuenta de que podemos aprender mucho de las personas que piensan diferente. Y es que, al final del día, todos estamos en el mismo barco. Y si seguimos construyendo muros, el barco se va a hundir.


Gustavo Godoy


La psiquiatrización de la vida




La vida es como un gran gimnasio dentro la escuela del universo. La clase de hoy: la carrera de obstáculos. Por un lado, tenemos esta lista interminable de deseos, sueños y metas que se acumulan como platos sucios en el fregadero. Por otro, tenemos un cuerpo que nos falla, una cuenta bancaria que se niega a crecer y una lista de tareas pendientes que parece multiplicarse como un hongo.

Y claro, hay días en que todo parece ir cuesta arriba, como construir un castillo de arena en una tormenta. Nos enfermamos, perdemos el trabajo, nos peleamos con la pareja... ¡La vida es una caja de sorpresas desagradables! Pero, ¿en serio necesitamos un diagnóstico psiquiátrico para cada incomodidad y cada mal humor?

Diagnosticar es un asunto serio. Los psiquiatras (los verdaderos expertos del tema) le ponen mucho empeño en dar un diagnóstico correcto, después de estudiar un montón y hacer pruebas. Incluso así, a veces, no están todos de acuerdo. ¡Y la gente por ahí tirando diagnósticos banales como si fueran confeti!

Últimamente, parece que todo el mundo es un experto en salud mental. Desde el barbero hasta el cajero del supermercado, todos tienen una opinión sobre tu ansiedad, tu depresión o tu trastorno bipolar. Y no me malinterpreten, los trastornos mentales son una realidad y requieren atención profesional. Pero ¿en serio vamos a etiquetar como 'trastorno' cada vez que nos sentimos abrumados o tristes? ¡La vida es difícil, amigos visibles! Y no hay una pastillita mágica que solucione todos nuestros problemas. Que la vida esté llena de altibajos es algo completamente natural. La vida no es una enfermedad. Lo siento, pero una nota médica escrita por ti mismo no te va a dar una A+ sin el esfuerzo. Así que a ponerle ganas a la vida.

Antes, si alguien estaba nervioso en un examen, simplemente decíamos que tenía los nervios de punta. Ahora, ¡zas! Trastorno de ansiedad generalizada. Y si alguien se emociona con una buena película, ¡directamente lo mandamos al psicólogo! Depresión latente, dicen. ¡Pobrecito! ¿Y qué me dices del que llega tarde el tiempo ¡Trastorno por déficit de atención!  Y el organizado, ¡obsesivo-compulsivo! ¡Ay, madre mía! ¡Y si te separas de tu pareja, ya ni te cuento! Depresión segura. Parece que cualquier emoción o comportamiento fuera un síntoma de alguna enfermedad mental. ¡Hasta el que cambia de opinión de un día para otro es bipolar!

El peligro de los diagnósticos 'caseros' radica en que pueden guiar decisiones sobre el tratamiento inadecuadas y afectar negativamente la autopercepción y las relaciones sociales de una persona.

¡Es como si la humanidad hubiera decidido patologizar las experiencias humanas normales! ¿Y cuál es el tratamiento? Pues más pastillas, más terapia y más etiquetas. ¡Viva la modernidad!

 

Gustavo Godoy

domingo, 8 de septiembre de 2024

La confusión de un hombre común

 


Ser hombre hoy en día es como tratar de armar un mueble de Ikea sin instrucciones. Te dan un montón de piezas, una llave Allen que nunca encuentras y un dibujo que parece haber sido hecho por un niño de tres años. Y encima, cada vez que crees que tienes una pieza en su lugar, resulta que hay otra más pequeña que debes poner dentro de esa.

Antes, ser hombre era más sencillo: te ponías un traje, salías de la casa a buscar el pan y luego lo ponías en la mesa. Ahora, tenemos que ser sensibles como un poeta, fuertes como un oso y comunicativos como un terapeuta. Y no solo eso, sino que también tenemos que reciclar, cambiar pañales y saber cocinar quinoa. ¡Es como si nos hubieran dado un manual de instrucciones para ser superhéroes, pero sin los poderes!

Y lo peor de todo es que, cuando finalmente logras ser el hombre perfecto, te das cuenta de que las reglas del juego han cambiado otra vez. Nada es suficiente. Y has perdido el derecho de crear tu propia identidad. Y si te quejas, eres un mariquita. 

La solución de muchos ha sido la retirada. Lo que también está mal porque se te tilda de niño irresponsable y con miedo al compromiso. O sea, tienes razón, pero igual vas preso. Atrapado sin salida. 

No importa lo bien que lo hagas, siempre hay alguien que te va a criticar. Si eres demasiado masculino, eres tóxico. Si eres demasiado femenino, eres raro. Si eres demasiado sensible, eres débil y te dejan por el chico malo. ¡Cada quien nos dice algo distinto! Nuestra madre tiene su opinión, nuestro crush otra, nuestra amiga una tercera y ni hablar de esa chica rara en internet, que parece vivir en otro planeta. ¡Es un laberinto! 

Ahora, el debate sobre la identidad y la igualdad de género, en vez de ser un camino oscuro y confuso, debería ser como una taza de café: un momento de encuentro y entendimiento, donde podemos compartir nuestras perspectivas sin quemarnos ni congelarnos. Pero, lamentablemente, una cucharada de radicalismo y te queman la lengua. ¡Nadie quiere eso! Necesitamos un debate que sea como un buen café con leche: caliente, pero no incendiario; fuerte, pero con un toque de suavidad. 

¿Qué quiero decir con esto? Que podemos hablar de identidad e igualdad sin que parezca que estamos en una guerra de trincheras. Podemos escucharnos, respetar nuestras diferencias y buscar puntos en común. Sin atropellar al otro. Al fin y al cabo, todos queremos vivir en un mundo donde nos traten con respeto y tengamos las mismas oportunidades. No dejemos que el debate lo secuestre una minoría radical.

Imagínate que la igualdad de género es como un rompecabezas. Cada uno de nosotros tiene una pieza, y juntos podemos armar el cuadro completo. Pero si empezamos a tirar las piezas por ahí, a gritar y a acusar, nunca vamos a terminar el rompecabezas. ¡Abajo los dogmas! Necesitamos trabajar juntos, con paciencia y respeto, para construir un mundo más justo y equitativo.

En otras palabras, lo importante es que podamos hablar de esto sin que nos tiren los tomates. Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones, incluso si son un poco locas o contradictorias. Todos viajamos en el mismo barco, pero últimamente hemos decidido remar en direcciones opuestas, guiándonos por mapas dibujados por un mono borracho. 

Gustavo Godoy


domingo, 25 de agosto de 2024

El universo: ¡Un bazar persa con candado!


 


La realidad es un lugar de abundancia y escasez a la vez. O sea, la respuesta por defecto es 'no'. Sin embargo, para obtener un 'sí', ciertas condiciones aplican. 


Ahora bien, el universo es como un enorme bazar persa, solo que en vez de alfombras voladoras y lámparas de Aladino, está lleno de puertas. Puertas que llevan a cosas que creemos necesitar: amor, éxito, pizza, tatuajes, Netflix y flips de dulce de leche. Es decir, es como si el universo fuera un repartidor muy ocupado que te ha enviado un millón de paquetes, pero los ha escondido detrás de puertas cerradas. 


Todas esas puertas están cerradas con candado. La voz cósmica dice: '¡Quiéreme y dame un masaje antes de que te dé algo!' Y no es que el universo sea malo, es solo que no es muy generoso con los perezosos. Al parecer, todas las piezas de la gran máquina deben cumplir con una función.


Y ahí estamos nosotros, golpeando puerta tras puerta, suplicando, sobornando o simplemente esperando que alguien nos abra. Pero para que nos abran la puerta y nos inviten a comer, es necesario presentar una oferta atractiva. O sea, sin un buen trato, las puertas permanecen cerradas.


¿Por qué? Bueno, porque el universo, por alguna razón, decidió que la fruta no camina sola. O sea, si quieres un banano, no te quedes mirando el árbol. Trepa, lucha contra los monos, evita las abejas... ¡en fin, haz el esfuerzo! Porque abajo, lo único que te caerá encima serán hojas y, quizás, algún pájaro enojado.


Imagínate, necesitas un martillo. Pero tú no haces martillos, ¿verdad? Entonces, necesitas a alguien que sí los haga y que además esté dispuesto a darte uno a cambio de algo. Además, la persona que desea algo debe encontrarse con aquella que puede proporcionarlo. Por lo tanto, es un asunto de capacidad, voluntad y oportunidad. En pocas palabras: tienes que ser bueno, quererlo mucho y tener suerte de que no se te haya adelantado tu vecino.


Cierto. El universo es una máquina expendedora de sueños, pero tienes que saber el código secreto para cada botón.


Gustavo Godoy

De Einstein a TikTok: La googlelogia de la insensatez

 


Antes, para poder opinar sobre la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica, tenías que ser alguien con un doctorado, el cabello despeinado y una barba de tres días, en un cuarto lleno de libros y pizarras. Ahora, después de un TikTok y un café con leche, ya eres un experto en multiversos y agujeros negros. 


Nos anotamos por la democratización del conocimiento, pero nos ganamos la revolución de la estupidez. ¡Bingo! El premio es una entrada para una fiesta de cumpleaños donde todos traen su propio pastel. Lo que pasa es que el pastel está hecho de pura paja y plumas.  

En la era de la 'post-verdad', donde los hechos son opcionales y las opiniones son absolutas, no sorprende que alguien que no sabe ni sumar se atreva a desafiar a un premio Nobel. ¡Confía en mí, lo leí en un meme! Después de todo, quién necesita pruebas cuando tienes un perfil en Instagram. 

Un tipo dice que la Luna es un queso suizo gigante y que las vacas son espías extraterrestres enmascarados de bovinos. Y la gente lo sigue como si fuera el nuevo Mesías. ¿Qué sigue? ¿Qué los dinosaurios todavía existen, pero trabajan en Starbucks? El mundo está lleno de genios, y algunos incluso tienen público. ¿Qué será lo próximo? ¿Que los políticos son honestos y que los lunes son divertidos?

El pensamiento crítico es como hacer dieta: todos hablan de hacerlo, pero nadie realmente lo practica. Es decir, hasta que se dan cuenta de que la pizza de piña no es una buena idea.

Tener una opinión muy fuerte sobre algo que no entendemos es como estar seguro de que puedes volar después de ver a Superman en una película.

Ahora la verdad absoluta se encuentran en los comentarios de un meme. Al final, la única verdad que parece importar es la que nos hace sentir bien, aunque sea tan absurda como creer que los reptilianos controlan el mundo o que Bad Bunny canta mejor que Adele.

Hemos pasado de la era de la razón a la era de la irracionalidad social. Así que la próxima vez que alguien te diga que la Tierra está sostenida por una tortuga gigante y que todo lo leemos en internet es automáticamente cierta, no te sorprendas. Después de todo, ¿quién necesita pensamiento crítico cuando tienes una teoría de conspiración y una conexión Wi-Fi? 

Gustavo Godoy




viernes, 23 de agosto de 2024

La tragedia de querer estar en todo

 


Antes, nuestros antepasados se la pasaban cazando mamuts, trepando árboles y enfrentándose a osos. Hoy, pasamos ocho horas diarias frente a una pantalla, simulando productividad mientras actualizamos nuestro perfil de LinkedIn.

En busca de vidas más interesantes, llenamos nuestro tiempo libre (que ya no es tan libre) con clases de chachachá, yoga caliente y carreras de obstáculos. Hacer nada parece haberse convertido en un lujo inasequible. Lo peor es que nos sentimos culpables por descansar. ¡Incluso ir al baño descuadra nuestra agenda! ¿Quién hubiera imaginado que la evolución nos llevaría de cazar mamuts a cazar 'me gustas' en Instagram?

Buscamos la felicidad en gimnasios, clases de cocina internacional o en obras de teatro alternativo. Al final, ¿qué obtenemos? Un cuerpo dolorido, una mente exhausta y la sensación de no estar viviendo como una Kardashian (aunque, sinceramente, no me gustan las Kardashians).

Antes, ser vago era casi un arte. Te tirabas todo el día en el sofá, comiendo pizza y viendo películas de kung fu. ¡Era glorioso! Ahora, viendo videos de gatos en YouTube, te sientes como un fracasado existencial.  

Quiero ser Indiana Jones: escalar montañas, bucear con tiburones y aprender a tocar el ukelele. Pero, al mismo tiempo, quiero dormir hasta el mediodía sin consecuencias. ¡La paradoja del posmodernismo!

Se podría decir que ser un héroe en estos tiempos es como ser una estrella de Hollywood: todos anhelan el papel principal, pero nadie quiere lidiar con los paparazzi y los problemas de salud mental que conlleva. En otras palabras, el éxito es agotador. Quisiera ser el rey de la siesta, pero la sociedad me pide que sea Iron Man 24/7.

 

 Gustavo Godoy


jueves, 11 de julio de 2024

Soledad y compañía: Los límites del egoísmo racional



Dedicado a mi amigo Jorbi


Durante muchos años, la soledad me pareció una opción muy práctica y racional. A simple vista, la ausencia de compañía puede parecer una alternativa más eficiente y sencilla, donde los costos emocionales y logísticos se reducen considerablemente.

Los gastos son menores, la toma de decisiones es más inmediata y las variables de la vida parecen más "controlables". No hay debates, negociaciones ni discusiones. El consenso llega de manera natural, pues el individuo es, a la vez, general, capitán y soldado en su propio ejército de uno. En soledad, nadie te contradice y el interés propio se convierte en el rey absoluto. El individualismo, en este contexto, promueve la libertad personal y, en teoría, maximiza la satisfacción propia.

Desde una perspectiva práctica, la soledad podría parecer la opción ideal. Una vida social activa, en cambio, se presenta como algo más complejo y costoso. Las obligaciones sociales pueden sentirse impuestas, y realizar acciones por el bien de los demás puede verse como un sacrificio innecesario e insufrible. 

En este contexto, el egoísmo racional se presenta como una estrategia sensata para la supervivencia. Sin embargo, surge la pregunta: ¿por qué vivir solo para uno mismo cuando se puede encontrar mayor plenitud en una vida compartida con los demás?

Las relaciones humanas exigen tiempo, recursos y esfuerzo. Sin embargo, los beneficios no siempre son claros o tangibles, y los riesgos son considerables. Abusos, traiciones y deslealtades pueden ser la respuesta a nuestra buena voluntad, y la ingratitud puede ser un golpe muy doloroso para el corazón y para el bolsillo. 

En la soledad, es posible encontrar sentido de vida, enfocando nuestra atención en placeres, experiencias, aficiones u ocupaciones que no requieran contacto con los demás. El arte, la literatura, la naturaleza y la espiritualidad pueden ofrecernos una relación más abstracta con la humanidad, cultivando un sentido de compañía más etéreo. ¿Es posible ser feliz en soledad? Creo que sí, pero requiere una metodología específica. Se necesita un propósito que nos permita orientar nuestras vidas. Lo que es perfectamente posible. 

El altruismo, entendido como la disposición a actuar desinteresadamente en beneficio de otro, a menudo se percibe como un acto irracional, incluso perjudicial. Al poner el bienestar del otro por encima del propio, surgen interrogantes: ¿Por qué dar sin recibir a cambio? ¿Por qué arriesgarnos a la ingratitud? ¿No sería más sensato enfocarnos en nuestro propio cuidado?

Sin embargo, esta visión simplista ignora los profundos beneficios que el altruismo aporta a nuestra felicidad y bienestar. Si bien es cierto que la vida social implica desafíos y que la generosidad no siempre es correspondida, privarnos de este aspecto fundamental significa perdernos de una fuente inagotable de satisfacción y plenitud.

La visión del mundo del egoísta racional se caracteriza por una premisa fundamental: la competencia por recursos escasos en un entorno finito. En este contexto, la crueldad se percibe como una consecuencia inevitable de la lucha por la supervivencia y la satisfacción de los propios intereses.

Esta perspectiva se sustenta en la idea de que los recursos son limitados y que no pueden satisfacer las necesidades y deseos de todos. Por lo tanto, la competencia surge como un mecanismo natural para asegurar la supervivencia del individuo.

Sin embargo, este enfoque, aunque con mucha verdad, ignora las complejidades de la interacción humana y las profundas ventajas que ofrece la cooperación y el altruismo.

Ciertamente, la crianza de un hijo o el mantenimiento de una relación de pareja o amistad pueden implicar desafíos y exigencias. No obstante, estas experiencias también aportan una dimensión más profunda del ser humano.  

Cultivar relaciones significativas no solo nos brinda compañía y apoyo, sino que también enriquece nuestra vida de formas intangibles.

La vida social nos ofrece un ancla en el mar de la vida. Es decir, ser parte de un grupo o comunidad nos arraiga, nos brinda seguridad y estabilidad emocional. Sentimos que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, lo que nos da un profundo sentido de valor y significado.

Ayudar a otros, ser empáticos y compasivos, nos hace crecer como personas. Enfrentar desafíos juntos y compartir alegrías fortalece los lazos y nos brinda un apoyo invaluable. La conexión humana nos vuelve más resilientes ante las adversidades.

Rodearnos de personas diversas nos permite ver el mundo a través de nuevos ojos. Compartir con individuos de diferentes orígenes y culturas amplía nuestra perspectiva, nos enriquece con ideas frescas y nos ayuda a comprender la belleza de la diversidad.

La conexión con los demás nos regala momentos de alegría, amor y apoyo incondicional. Compartir experiencias crea recuerdos invaluables que atesoramos para siempre.

En otras palabras, la compañía de seres queridos nos llena de vida. Un niño nos contagia de inocencia y alegría. Una pareja nos ofrece una mirada diferente, nos complementa y nos ayuda a crecer. Los amigos son pilares de apoyo, comprensión y diversión.

Ahora bien, el altruismo y la conexión con los demás no solo benefician a quienes nos rodean, sino que también repercuten positivamente en nuestro propio bienestar físico, mental y emocional. Abrir nuestro corazón nos permite experimentar una vida más plena, significativa y enriquecedora.

Si bien, en soledad, el pensamiento abstracto, el arte o la naturaleza también pueden aportar estos beneficios, las relaciones significativas nos ofrecen un camino más concreto, intenso y directo hacia la plenitud. 

En definitiva, cultivar relaciones significativas es una inversión en nuestro propio bienestar y felicidad. Es abrir las puertas a un mundo de experiencias enriquecedoras, camaradería y un crecimiento personal sin límites. 

Si bien los argumentos del egoísmo racional pueden tener cierta solidez teórica, desde una perspectiva más amplia, dentro del contexto de la vasta experiencia humana, presentan, sin lugar a dudas, sus limitaciones. Es decir, es un enfoque válido para algunos, pero no para todos.


Gustavo Godoy


domingo, 10 de marzo de 2024

La importancia del chisme

 


Somos seres gregarios, criaturas que danzan al ritmo de la convivencia, la diversión y la cooperación. Pero, oh, hay un matiz crucial: no todas las relaciones son igualmente confiables. Algunas lo son; otras no lo son. ¿Cuántas veces hemos extendido la mano solo para recibir un puñal? ¿Será este individuo un aliado o un lobo disfrazado? ¿Cómo discernir entre el amigo fiel y el impostor?


La experiencia personal, esa maestra implacable, nos guía. Sin embargo, en muchos casos, se requieren testimoniales. Observamos, evaluamos, leemos entre líneas. La vida nos brinda lecciones, pero también es necesario escuchar la experiencia ajena. 


Las personas a menudo ocultan aspectos de sí mismas detrás de una fachada. A veces, lo hacemos para protegernos, encajar en un grupo o mantener una imagen social. La autenticidad y la transparencia son valiosas, pero debemos recordar que todos somos seres humanos complejos con muchas capas. Algunos exageran o disfrazan sus logros, y la percepción de los demás no siempre refleja la realidad por completo.


El chisme se presenta como un sistema de prestigio basado en charlas informales sobre un tercero. A través del chisme, se revelan aspectos tanto positivos como negativos, tanto públicos como privados. El chisme es una forma de descubrir quién es quién, a través de la información proporcionada por un reportero amigo y aficionado. 


El chisme puede ser una herramienta poderosa para comprender las dinámicas sociales y las relaciones interpersonales. Sin embargo, también debemos ser conscientes de cómo utilizamos esta información y considerar su impacto en los demás.


El chisme puede usarse para denunciar injusticias y promover el cambio social, pero también puede utilizarse para difamar y dañar a personas inocentes. La responsabilidad recae en nosotros al manejar la información con sensatez y consideración hacia los demás.


Ahora bien, ¿por qué las personas chismosas tienen tan mala fama?


Sí, las personas chismosas suelen tener una imagen negativa. Se les considera poco confiables para mantener secretos o información confidencial. A menudo se les percibe como entrometidas en la vida de los demás, sin respetar su privacidad. Además, se cree que disfrutan hablando mal de los demás y causando daño.


El chismoso suele sentirse atraído al chisme impulsado por la envidia, el miedo o la necesidad de pertenencia. Busca en las conversaciones ajenas la satisfacción de su curiosidad y la validación de su posición social. Sin embargo, es importante recordar que el chisme puede dañar relaciones y crear un ambiente negativo. En realidad, resulta sencillo caer en el abuso de este ancestral arte.


Chisme malintencionado vs. Conversación válida: ¿Cómo distinguirlos?


El chisme malintencionado se basa en rumores, especulaciones o información incompleta. Su objetivo es dañar la reputación o la imagen de alguien. Se propaga de manera indiscreta y maliciosa. 


Por otro lado, una conversación válida sobre una persona se fundamenta en hechos y experiencias personales. Busca obtener conocimiento útil para tomar decisiones informadas. Se lleva a cabo de manera privada con personas interesadas y tiene un propósito legítimo, como evaluar alguien para un trabajo o una relación.


Las palabras tienen poder. Úsalas con cuidado, especialmente cuando se trata de chisme. Es cierto que, a veces, las personas que más chismorrean sobre ti son las que más te admiran en secreto.


Gustavo Godoy


domingo, 3 de marzo de 2024

La serpiente en el Jardín: La gran manipuladora

 



Una persona manipuladora usa todos los medios necesarios para conseguir lo que quiere de los demás. Lo que busca es controlar totalmente al otro mediante mentiras, engaños y chantajes. El objetivo es dominar. Los demás son simples peones en su juego.

Claro que la persona manipuladora no asume sus errores. No revela sus intenciones. Ni acepta las críticas. Siempre tiene una excusa o alguien a quien culpar. Hace que los demás se sientan responsables de su felicidad. 

El chantaje emocional es una táctica especialmente usada. Es decir, si no me haces lo que pido, me harás sufrir y será tu culpa. Pero esta víbora no es una víctima. Simplemente, es una manipuladora. Ella es la única culpable de sus desgracias. 

Al otro lado del tablero, se encuentra la persona manipulada que ha sido señalada como culpable y responsable de algo que no es su culpa ni su responsabilidad. Se encuentra en una relación incómoda con alguien que presiona para quitarle su autonomía. Si se resiste, habrá represalias. Pero si decide evitar un conflicto y hace lo que se le pide, terminará haciendo algo que no quiere o no le conviene. La persona manipulada se siente usada, confundida y atropellada.

En el Jardín del Edén, Eva, la primera mujer, paseaba bajo la sombra de árboles frondosos. De pronto, una serpiente, la más astuta de las criaturas, se le aproximó con palabras seductoras. Le preguntó si era cierto que Dios les había prohibido comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Eva, intrigada, respondió que sí, que Dios les había prohibido comer de ese árbol, pues les advirtió que morirían si lo hacían. La serpiente, con astucia, le dijo que no era verdad, que Dios solo les mentía para evitar que se convirtieran en seres como él, con conocimiento del bien y del mal.

Las palabras de la serpiente despertaron la curiosidad de Eva. Observó el fruto y vio que era hermoso y apetitoso. Pensó en la sabiduría que obtendría al comerlo y se dejó llevar por la tentación. Tomó un fruto y lo comió, y luego le dio a Adán, quien también lo comió.

En ese instante, sus ojos se abrieron y comprendieron su desnudez. Sintieron vergüenza y se cubrieron con hojas de higuera. Dios, al notar lo que había sucedido, los llamó y les preguntó por qué habían desobedecido. Adán culpó a Eva, y ella a la serpiente.

Dios maldijo a la serpiente, condenándola a arrastrarse por el suelo y a comer polvo. A Eva le dijo que su parto sería doloroso y que estaría sujeta al hombre. A Adán le dijo que la tierra sería maldecida por su culpa y que trabajaría con esfuerzo para obtener el sustento.

Finalmente, Dios los expulsó del Jardín del Edén y les impidió regresar para que no comieran del árbol de la vida y vivieran para siempre.

La historia de Eva y la serpiente es un recordatorio de la fragilidad humana.

Más allá de una historia de desobediencia o tentación, esta historia es un llamado a la autodefensa. A no ser la marioneta de un manipulador. O sea, la importancia de no ser ingenuo e inocente. Hay que tener la viveza de que a los manipuladores hay que sacarles el cuerpo. 

La lección es que hacer cosas que nos hacen daño debido a la influencia indebida de otro es un buen negocio.

Las relaciones se construyen sobre acuerdos mutuos. No hay culpables ni víctimas. Son colaboraciones de beneficio mutuo, sin presiones y con total transparencia. La libertad de elección y el derecho a decir ‘no’ son fundamentales. La honestidad y la transparencia son claves. 

Si Eva hubiera reconocido a tiempo que la serpiente era una gran manipuladora y hubiera tenido la astucia de simplemente alejarse, se habrían evitado muchos problemas.


Gustavo Godoy

domingo, 25 de febrero de 2024

Caín: El primer tóxico



Una persona tóxica es un agujero negro de negatividad que se cree un ángel. Pero no es un ángel. Es un demonio que absorbe la luz y la alegría de los que la rodean. No sabe apreciar ni respetar a los demás. Solo busca su propio beneficio, sin importarle el daño que causa. Miente, manipula, envidia y critica sin cesar. Se hace la víctima para justificar su actitud. Es una persona que no aporta nada bueno a tu vida.


Una persona tóxica vive en un mundo de fantasía. Un mundo donde todo es blanco o negro, bueno o malo, ellos o nosotros. Un mundo donde se siente superior a los demás, pero también teme perderlos. Un mundo donde necesita controlar todo y a todos, pero también se siente impotente. Un mundo donde culpa a los demás de sus fracasos, pero también se siente perseguido. Un mundo donde guarda rencor por el pasado, pero también envidia el presente. Un mundo donde solo ve lo negativo, pero también se siente víctima. Un mundo que no existe, pero que le hace sufrir.


El tóxico no sabe ponerse en los zapatos de los demás. Para él, los demás son una amenaza. Y el éxito ajeno le demuestra que existe una conspiración en su contra. Se siente una eterna víctima y le hace daño a todos como un acto de justicia perversa.


¿Qué hacer si estás con una persona tóxica? Huye. ¿Qué hacer si eres una persona tóxica? Cambia. Acepta que el problema eres tú.


Caín y Abel eran los hijos de los primeros humanos, Adán y Eva, que habían sido expulsados del paraíso por desobedecer a Dios. Caín se dedicaba a cultivar la tierra, y Abel a cuidar las ovejas. Un día, ambos decidieron ofrecerle un regalo a Dios para demostrarle su gratitud y respeto.


Caín le ofreció algunos frutos de su cosecha, sin preocuparse mucho por su calidad o cantidad. Abel, en cambio, le ofreció lo mejor de su rebaño, los corderos más gordos y sanos. Dios se fijó en la diferencia entre las ofrendas, y aceptó con agrado la de Abel, pero rechazó la de Caín.


Caín se sintió ofendido y celoso de su hermano, y no quiso escuchar el consejo de Dios, que le dijo que debía mejorar su actitud y hacer el bien. En lugar de eso, Caín invitó a Abel a pasear por el campo, y cuando estuvieron solos, lo atacó y lo mató.


Dios se dio cuenta de lo que había pasado, y le preguntó a Caín dónde estaba su hermano. Caín mintió y dijo que no lo sabía, que no era su responsabilidad. Dios le dijo que la sangre de Abel clamaba desde la tierra, y que por haber cometido ese crimen, Caín sería castigado.


Dios maldijo a Caín, y lo condenó a vagar por el mundo sin poder cultivar la tierra ni tener un hogar. Caín se asustó y le dijo a Dios que su castigo era demasiado duro, y que cualquiera que lo encontrara podría matarlo. Dios le puso una señal en la frente para protegerlo, y lo dejó marcharse.


Así fue como Caín se alejó de Dios y de su familia, y se convirtió en el primer asesino y el primer fugitivo de la historia.


Caín fue el primer ser humano que mostró toxicidad, envidia y violencia. Pero no sería el único. Caín despreció y malgastó lo que tenía, y nunca admitió ni enmendó sus faltas. Caín se consumió por el resentimiento y la ira. Es decir, Caín fue el primer modelo de lo que no debemos ser.


Gustavo Godoy


domingo, 18 de febrero de 2024

José y la traición

 


Todos esperamos apoyo, respeto y reciprocidad de nuestra pareja, familia y amigos. No se trata de exigir devoción fanática o ciega. Sin embargo, sí esperamos de los demás un reconocimiento de nuestro valor personal mediante sus acciones. 

La lealtad es como un puente que une los corazones de las personas y los grupos. Es una fuerza que nos protege de las tormentas y los peligros. Es un escudo que nos da paz y tranquilidad. Es una promesa que nos hace crecer juntos y compartir sueños y alegrías. El enemigo de la lealtad es la traición.

La traición es una herida que nos abre el alma cuando nos falla un familiar, cuando nos abandona un amigo, cuando nos agreden los que amamos. Es un dolor que nos quema por dentro y que nos cuesta mucho sanar. ¿Cómo lidiar con esta situación?

José era el hijo más querido de su padre, que le había regalado una túnica de muchos colores. Sus hermanos lo envidiaban y lo odiaban, sobre todo cuando les contaba los sueños que tenía, en los que ellos se inclinaban ante él. Un día, lo engañaron y lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto. Allí, José pasó por muchas dificultades y sufrimientos, pero también demostró su inteligencia y su capacidad para interpretar los sueños. Así, llegó a ser el gobernador de todo Egipto, y se encargó de preparar al país para una gran hambruna que se avecinaba.

Cuando el hambre azotó a toda la región, la gente de otros lugares venía a comprar grano a Egipto. Entre ellos, llegaron los hermanos de José, que no lo reconocieron. José los reconoció, pero no se dio a conocer. Los puso a prueba, haciéndoles pasar por varias situaciones difíciles, para ver si habían cambiado y si se arrepentían de lo que le habían hecho.

Finalmente, José se reveló a sus hermanos, y les dijo que no les guardaba rencor, pues todo había sido parte de un plan mayor para salvarlos del hambre. Les pidió que trajeran a su padre y a toda su familia a Egipto, donde él los cuidaría y los protegería.

Así fue como José se reunió con su padre y sus hermanos, y los perdonó y los abrazó. José fue leal a su familia, a su pueblo y a sus principios, y recibió el reconocimiento y el cariño de todos. José transformó la traición en bendición, y la envidia en amor.

¿Qué se podría aprender de José? Bueno, que las traiciones pueden venir de cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, por muy doloroso que sea, hay que seguir adelante. La traición es el acto injustificado de un traidor. Es decir, el culpable tiene nombre. No hay que asumir que, porque hemos sido víctimas de una traición, todos nos traicionarán. Es importante entender que todavía podemos confiar en los demás. En otras palabras, la vida continúa. Tarde o temprano, alguien nos reconocerá como lo merecemos.

Pero, ¿cómo lidiamos con la traición?

En primera instancia, lo más sensato es romper relaciones con el traidor. Simplemente, por nuestra protección. Ya que la persona en cuestión ha demostrado que no es un socio confiable. Nos ha revelado que nuestro bien no es su prioridad.

En segunda instancia, entra el debate entre la venganza, la indulgencia y el perdón.

A simple vista, parece una injusticia darle un nuevo chance al traidor. Porque olvidar las ofensas es solo darle alas a la impunidad. Pero eso no es perdón. Eso es resignación. Es una forma de indulgencia. Confiar de nuevo en un traidor es jugar con fuego.

Debido a todos los sentimientos negativos que surgen en el alma del traicionado, la venganza es la opción más tentadora. Es decir, hacerle daño al que nos lo hizo daño. Sin embargo, esta opción tiene un defecto. No es muy productiva. Nadie gana. Hay personas que obtienen satisfacción psicológica de la venganza. Pero será una ganancia ilusoria. La venganza no borra el daño original. La venganza puede ser contraproducente. La venganza no ofrece una solución real.

El perdón es el mejor camino, pero no es un regalo. El que traiciona debe reconocer su culpa. Y dar una explicación, si puede. Pero también debe enfrentar las consecuencias de sus actos y reparar el daño. O al menos intentar mejorar. 

En definitiva, todos nos equivocamos. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Pero tiene que haber una transformación real. La persona tiene que mostrar que, aunque falló y erró en el pasado, se ha arrepentido y ahora es digna de confianza. Es decir, capaz de ofrecer apoyo, respeto y reciprocidad. Aprendemos a ser leales, fieles y honestos. Entonces, llega el perdón. ¿Ha demostrado su lealtad esa persona, a pesar de sus errores del pasado?

José no perdonó sin antes poner a prueba a sus hermanos. Esa es la verdadera lección de esta historia. Es posible pasar la página. Pero el sacrificio no solo debe venir de la víctima. El que hizo el daño debe cambiar y reparar. Así se construye un bien mayor.

Gustavo Godoy


sábado, 10 de febrero de 2024

Jacobo y el ángel: la lucha interna




La vida es un camino lleno de encrucijadas, de momentos en los que tenemos que elegir entre dos opciones que se contradicen. A veces, estas contradicciones nos paralizan, nos desorientan o nos decepcionan. Otras veces, nos estimulan, nos enseñan o nos fortalecen. Lo esencial es saber cómo resolverlas y hallar un punto medio entre ellas.

Cada experiencia que vivimos nos deja una huella en el alma. Una huella que nos hace ver el mundo de una forma diferente. Así vamos formando nuestra propia teoría de la realidad y de cómo funciona. 


Un día descubrimos que la vida es un regalo y hay que aprovecharla al máximo. Pero otro día nos damos cuenta de que hay que tener cuidado con lo que hacemos, si queremos vivir bien y por mucho tiempo. A veces nos creemos el centro del universo y nos olvidamos de los demás. Y, otras veces, nos sentimos parte de una gran familia y nos preocupamos por el bien común. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra mente y nuestro corazón no están de acuerdo? Cuando pensamos una cosa y sentimos otra. Entonces surge un conflicto interno que nos hace dudar y sufrir.

Jacobo era un hombre de contradicciones. Había nacido con el don de la astucia, pero también con el peso de la culpa. Había heredado la promesa de Dios, pero también el rencor de su hermano. Había amado a Raquel, pero también había desposado a Lía. Había acumulado riquezas, pero también había perdido la paz.

Un día, Jacobo decidió volver a su tierra, a enfrentar su pasado y su futuro. Sabía que su hermano Esaú lo esperaba con un ejército, dispuesto a vengarse de la traición que le había hecho. Jacobo tembló de miedo, pero también de esperanza. Quizás podría reconciliarse con su hermano, quizás podría recuperar su bendición.

Jacobo se preparó para el encuentro. Envió regalos a Esaú, para aplacar su ira. Dividió su gente y sus bienes en dos grupos, para salvar al menos una parte. Oró a Dios, para recordarle su pacto. Y, finalmente, se quedó solo en el otro lado del río, para pasar la noche en vela.

Fue entonces cuando apareció el ángel. Un hombre misterioso que se lanzó sobre Jacobo y lo retó a una lucha. Jacobo no supo quién era, pero intuyó que era un mensajero de Dios, o quizás el mismo Dios. Y se defendió con todas sus fuerzas, porque sabía que de aquella lucha dependía su destino.

La lucha duró toda la noche. Ninguno de los dos podía vencer al otro. El ángel le dislocó el muslo a Jacobo, pero Jacobo no soltó su agarre. El ángel le pidió que lo dejara ir, pero Jacobo le exigió su bendición. El ángel le cambió el nombre a Jacobo, y lo llamó Israel, porque había luchado con Dios y con los hombres, y había prevalecido. Jacobo le preguntó su nombre al ángel, pero el ángel se lo ocultó. Y lo bendijo allí.

Jacobo soltó al ángel y lo vio desaparecer. Se levantó cojeando y cruzó el río. Al otro lado, lo esperaban su familia, sus bienes y su hermano. Jacobo estaba listo para enfrentarlos, porque había resuelto su conflicto interno. Había encontrado el equilibrio entre sus contradicciones. 


Todos llevamos dentro un ángel y un demonio. Un ángel que nos inspira a hacer el bien, a amar, a perdonar, a crecer. Un demonio que nos tienta a hacer el mal, a odiar, a rencor, a caer. A veces, estos dos seres se enfrentan en una batalla por el control de nuestra alma. Una batalla que solo nosotros podemos decidir quién gana.


La lucha de Jacob con el ángel simboliza el conflicto que hay en nuestro interior. La historia nos muestra que podemos superar nuestras incongruencias. Podemos transformarnos en personas más nobles. Solo necesitamos aceptar nuestras contradicciones y hallar el equilibrio interno.


Gustavo Godoy