En Rayuela (1963),
de Julio Cortázar, leemos sobre muchas cosas. La novela es un entretejido
de múltiples búsquedas, concepciones y lamentos. De hecho, tiene mucho de
surreal. Leyéndola, al poco tiempo, nos damos cuenta que abordarla con absoluta
seriedad es absurdo. Hay una historia, sí. Pero mucho de la trama
se nos presenta más como posibilidades que como hechos concretos y
definitivos. Porque coherente, coherente, no es. Parece más un
juego inquietante, participativo y abierto que una pieza literaria
formal. A veces, incluso, hasta ilegible es. En efecto, Cortázar le
gustaba llamarla una “contranovela”. Ya que rompe con las reglas comúnmente
asociadas con la novela “tradicional”. Normalmente, la novela tradicional
nos muestra una realidad fija, ordenada y acabada. Pero Rayuela es
diferente. Ella nos mostrará un mundo mucho más caótico, engañoso y movedizo,
y menos realista que otras, las novelas (tradicionales).
Tiene un total de 115
capítulos. Y estos pueden leerse de muchas maneras. Uno puede elegir la
secuencia. De modo lineal, claro. Es decir, de principio a fin. Pero, también,
del modo como al lector se le antoje. Ahora bien, esto es lo que propone el
autor. Sin embargo, honestamente, creo que, en la práctica, los lectores (en su
mayoría), escogen ignorar este elemento (como yo). Bueno, es algo
curioso, sí. Pero no considero que sea gran cosa. Para mí, Rayuela es
una novela genial, no por ese asunto del orden variable de los
capítulos, sino, principalmente, por la magia de su prosa, que es
majestuosa (léase Cap.7). La obra se abre plenamente a la experimentación
y la libertad del lenguaje. Es más, el texto está lleno de frases
en otros idiomas, palabras inventadas, y entretenidas ocurrencias lingüísticas.
Una gloria estética.
Esto es lo que “ocurre”,
si hacemos una reducción: Todo gira en torno a Horacio Oliveira, un intelectual
argentino, y su peculiar amorío con la Maga (Lucía), una joven uruguaya,
que tiene un bebé (Francisco pero apodado extrañamente: Rocamadour). Ambos
viven en París como “falsos estudiantes” y son parte de un grupo de bohemios
autodenominados el “Club de la Serpiente”. El club mata el tiempo conversando,
fumando cigarrillos, tomando mate y escuchando jazz. Claro, la Maga es muy
distinta a todos los demás. Ella es tierna, ingenua, espontánea,
sentimental y valiente. Contrasta radicalmente con las actitudes y pedanterías
del resto de la banda. Lo cierto es que una noche, Rocamadour muere
repentinamente, y, luego, la Maga desaparece. Entonces, Oliveira se traslada a
la ciudad de Buenos Aires. Ya en Argentina, trabaja con su viejo amigo Traveler
y su pareja (Talita). Pero, eventualmente, Oliveira, turbado por el recuerdo,
entra en una crisis emocional. Piensa en el suicidio. Lo intenta, pero
finalmente Traveler y Talita le frustran el intento.
Lo interesante aquí es la
vasta exploración psicológica de los personajes más que sus acciones. Los
temas: el amor, la ausencia, el exilio, el desarraigo, la muerte, los celos y
el arte.
Como insinúa su título, la
novela retrata al típico hombre en busca de algo sin poder hallarlo (pero con
la sensación que ya tiene lo que busca). Acierta en captar una sensibilidad muy
particular. Hay algo muy juvenil en la obra. Un tipo de atmósfera muy
seductora. Dista mucho de la novela latinoamericana tradicional. Rayuela: Los
bohemios, París, la ciudad (sus calles, sus puentes y sus cafés), el
arte, el jazz, la vanguardia, la inconformidad. ¡La Maga! Ah, uno se enamora de
la Maga, de sus imperfecciones, de sus divertidas locuras, de sus absurdas
manías y de sus ganas de vivir. “¿Encontraría a la Maga?...”
Gustavo Godoy
Artículo publicado
en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios
alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 09 de Marzo 2018 en la
Columna Entre libros y montañas
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