viernes, 28 de agosto de 2015
La ciudad jardin como ideal
Sobre todo después de la revolución industrial, la producción local
artesanal a pequeña escala es considerada prejuiciosamente como un
“retraso”. Este es un dogma que impera hegemónicamente en nuestros
días. La concepción mayoritaria del “progreso” plantea insensatamente
un orden excesivamente adicto al gigantismo y al centralismo que ha
convertido al ser humano en un ser insignificante y totalmente
dependiente.
Unas décadas después del descubrimiento de América por Cristóbal
Colon, el humanista ingles Thomas Moro en la Inglaterra de principios
del siglo XVI se inspiró en la vida de los indígenas del Nuevo Mundo
para escribir su pequeño libro “Utopía” como una propuesta para
reformar la civilización de la Europa de entonces. En la república
isleña imaginada por Moro, las virtudes de sus pobladores se
comparaban con la vida de los sencillos indios americanos. Los
utopianos vivían libres y en estrecha relación con la naturaleza.
Las puertas de las todas las casas siempre estaban abiertas. Una
puerta brindaba acceso desde la calle y otra conducía a los extensos
jardines. Como los indígenas a sus “conucos”, los habitantes de la
isla ficticia le otorgaban una gran importancia a sus jardines donde
cultivaban frutas, cereales, hierbas y flores.
Una de las características centrales de la Utopía de Moro es el
balance entre los mejores aspectos de lo humano y los mejores de lo
natural en la forma de una sociedad solidaria y pacifista que habita
en una ciudad-jardín. Mientras las mega-ciudades modernas simbolizan
el aislamiento de la humanidad frente a la naturaleza. De manera muy
diferente, la idea del jardín o conuco está asociada con la imagen de
la naturaleza interactuando con el hombre en un sano proceso de
interdependencia que se retroalimenta continuamente.
En la Nueva Inglaterra de la Norteamérica anglosajona, el granjero
yeoman trabajaba directamente su propia tierra de manera autónoma.
Creía en los valores de la autosuficiencia. Era patrono y trabajador a
la vez. En aquella época, lo que predominaba era la granja familiar y
la pequeña propiedad.
Mohandas Gandhi, inspirado en parte por los pensamientos de Thoureau y
Tolstoi, inicio, primero en Sudáfrica y luego en la India, un
proyecto de la aldea autosuficiente en su plan para rescatar el
trabajo artesano, las destrezas locales, y la cultura del
auto-abastamiento. El mahatma inspiro profundamente a millones con el
poder de su increíble ejemplo. Desafío al imperialismo británico y
sus intereses simplemente cambiando su traje de “English Gentleman”
por una sencilla prenda confeccionada artesanalmente por el mismo
usando tan solo un hilar rudimentario.
Estas ideas aunque contrastan radicalmente con las establecidas por la
sociedad urbano-industrial contemporánea son tan poderosas como
sencillas. En la actualidad, en todas partes del planeta surgen miles
de iniciativas alternativas al capitalismo salvaje de las grandes
corporaciones y al socialismo del Estado totalitario.
Casi de forma clandestina, esta revolución sumamente subestimada está
siendo forjada no por las grandes chequeras o las camarillas
políticas, sino por una gigantesca red espontanea de pequeños
horticultores independientes, comunidades intencionales y eco-aldeas a
lo largo y ancho de todo el globo. Poco a poco, este movimiento
mundial alcanzara gran visibilidad y, en el momento menos pensado, se
convertirán en un verdadero poder de planetaria trasformación.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 28 de agosto de 2015 en la columna Entre libros y montañas
viernes, 21 de agosto de 2015
Las historias de amor
El mito de Platón en torno al amor en su dialogo “El banquete” ha
cautivado a la humanidad por milenios. El discurso de Aristófanes en
la casa del poeta Agatón nos cuenta que al principio los seres
humanos éramos seres de dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas.
Los dioses nos castigaron dividiéndonos en dos y ahora cada quien está
en la búsqueda de su otra mitad. El ombligo es una cicatriz que da fe
de ese singular hecho. Este bello mito pone al amor como un profundo
anhelo de restituir la plenitud perdida. El amor es el reencuentro
con uno mismo en el ser amado. En otras palabras, existimos para
encontrarnos.
El escritor francés Antoine de Saint- Exupery en su “Principito” nos
enseña con gran belleza y simplicidad que las relaciones de cariño,
fidelidad y apego se cultivan paulatinamente con una estrecha
cercanía. El “crear lazos de unión” significa que dos seres dependan
uno del otro gracias a la conexión única y especial que han
desarrollado mutuamente.
El psicoanalista alemán Eric Fromm describe el amor no como un
sentimiento pasivo sino como una actividad deliberada que requiere
cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. En realidad, “el
amor es dar”. Sobre todo, dar de sí.
Nos pueden atraer muchas personas pero en la práctica casi siempre nos
enamoramos de una tipología en específico. Son pocas las personas que
realmente despiertan en nosotros una sensación de afinidad y simpatía
verdaderamente transcendente. No es raro que nos encontremos con gente
que aunque nos parecen atractivas físicamente, no llaman sinceramente
nuestra atención. Ortega y Gasset escribió “La belleza que atrae rara
vez coincide con la belleza que enamora”. Pocas cosas nos describen
tan bien como nuestros gustos de pareja. Con frecuencia, nuestro gusto
expresa elocuentemente nuestra identidad. La escogencia del ser amado
está estrechamente ligada a nuestra propia configuración interna. Por
lo general, sentimos a los demás cuando nos vemos reflejados en ellos
a través de una belleza especial que únicamente nos habla a nosotros.
En la literatura, las historias de amor al principio típicamente se
presentan como una serie de malentendidos, equivocaciones y
complicaciones. Luego, en el proceso por superar estos obstáculos,
los protagonistas van descubriendo que en realidad son el uno para el
otro pero no lo sabían. Este descubrimiento casi siempre toma tiempo,
paciencia y valentía el realizarlo. Gradualmente, las barreras del
miedo, el orgullo y los prejuicios se rompen y lo que antes fue dos,
ahora es uno en una especie de mágico encantamiento. El mundo como se
conocía se desvanece, y surge un mundo nuevo en la forma de una
cálida intimidad que los seduce completamente. El conocimiento del
otro depende de un mejor conocimiento de sí mismos.
El verdadero amor en el mundo de hoy es un fenómeno muy raro.
Constantemente, evadimos, entorpezcamos y obstaculizamos el amor
porque el hombre moderno simplemente no sabe amar. El amor es una
unión mística y espiritual, y lo hemos convertido en una operación
mundana y superficial. Haría mucho bien el repensar nuestra actitud
hacia el amor para así cambiar nuestras maneras. Este podría ser un
mundo mucho más feliz.
Por muy dolorosas, irracionales y difíciles que muchas veces se
tornen las historias de amor, resulta increíblemente fascinante que a
veces solo basta con un simple gesto como una sonrisa o un “te quiero”
para que instantáneamente nuestra fe en el amor renazca de las
cenizas con más fuerza que nunca. Definitivamente, la vida, sin lugar
a dudas, …… es amar.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 21 de agosto de 2015 en la columna Entre libros y montañas
viernes, 14 de agosto de 2015
El culto a la naturaleza
El polifacético alemán y hombre universal Johann Wolfgang Goethe escribió en 1774 su famosa obra “Las desventuras del joven Werther”. El joven Werther es un rebelde descontento con la sociedad que busca consuelo en la naturaleza, los libros y el sentimiento. Goethe nos presenta el clásico héroe romántico en la figura de este personaje. Werther personifica la retirada del mundo artificial de los hombres y el refugio dentro del alma.
Este libro escrito en forma de cartas narra la historia de un joven intelectual y sus amarguras ante el amor y la sociedad. Por razones de una herencia, Werther tuvo que viajar a la provincia. Lejos de la ciudad y rodeado de campo, naturaleza y libros, convierte su estadía en un periodo de autodescubrimiento. Durante toda esta etapa, escribía emotivas cartas a un amigo que son las que componen el libro. Al poco tiempo de su llegada a la provincia, Werther conoce a la bella Lotte de la cual se enamora perdidamente. Ella es hermosa, sencilla y natural. Sin embargo, es un amor imposible porque Lotte se ha casado con el burgués Albert, un hombre totalmente diferente a Werther. Al final, nuestro héroe desafortunadamente se suicida.
La pasión desbordante y gran sensibilidad de Werther conmociono a toda Europa de finales del siglo XVIII. La obra fue todo un fenómeno que llegó a llamarse “la fiebre Werther”. Todo el mundo hablaba de la novela. El monstruo del Doctor Frankenstein la leía. Napoleón Bonaparte siempre mantenía una copia en su bolsillo. Jóvenes de todo el continente se identificaban con Werther. Empezaron a vestirse como él y a comportarse como el mientras rendían culto a la sensibilitéen medio de la naturaleza. La obra se convirtió en un símbolo del rebelde solitario enfrentado a la sociedad.
El mundo burgués de hoy tiene un corazón de metal, asfalto y cemento. La modernidad transcurre en la gran ciudad entre humo y bullaranga. La naturaleza es vista por el burgués como una mera mercancía necesaria para alimentar su insaciable codicia.
Sin embargo, la naturaleza es sagrada para muchos. Románticos, tolstoyanos, taoístas, pueblos indígenas, hippies, conservacionistas, ecologistas, montañistas, senderistas y aristócratas le rinden culto. Ellos buscan sus propiedades terapéuticas para restablecer el balance espiritual, mental y físico. Ven en ella el poder de restaurar el equilibrio de las cosas.
El culto a la naturaleza se presenta en directa oposición a la religión del éxito burgués que impera en nuestros días. Para muchos, una vida sencilla en armonía con la naturaleza es una vida mucho más humana y mucho más plena que unaen lagran metrópolis moderna.
El entorno natural prueba el carácter de los hombres con sus desafíos. Le brinda al devoto un sentido de poder personal y de libertad. Premia a sus fieles con sabiduría y habilidad. Los purifica. Los sana. Un paraíso bucólico de simplicidad rural siempre ha atraído al individuo romántico que se siente asqueado por el lujo, el consumismo, la corrupción, el materialismo de la civilización urbano-industrial donde habitan las masas filisteas.
Para las personas de gran sensibilidad, la naturaleza se transforma en el espacio perfecto para escapar de los prejuicios, las costumbres artificiales y la falsedad de la civilización enajenante. La naturaleza es el escenario ideal para el alma. La naturaleza es la caja de resonación del espíritu humano en su encuentro con sus verdaderos sentimientos.
Mientras la ciudad es el sitio propio para la actividad comercial, el ambiente natural del campo es el sitio para el individuo en busca de sí mismo
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 14 de agosto de 2015 en la columna Entre libros y montañas
viernes, 7 de agosto de 2015
Sobre el exito y el fracaso en la vida
En
el mundo actual, la religión del éxito burgués se ha convertido sobre todo para
la clase media en el nuevo opio. Lo que comúnmente se llama “éxito” hoy en día,
en realidad, consiste en la ostentación de una lista de determinados símbolos
de estatus que despiertan la admiración y el respeto de la masa, por lo general
sumamente superficial e ignorante. Una persona exitosa no necesariamente es la
más feliz, la más noble o la más inteligente. El éxito significa generalmente
la capacidad de vivir acorde con el estándar material que predomina en la
cultura popular estadounidense. El fracaso es, por lo contrario, no vivir según
ese estándar. En la actualidad, lo que más teme el hombre moderno es ser
tildado de fracasado.
El escritor alemán Thomas Mann logró
considerable renombre con una novela sumamente interesante publicada en 1910, Los Buddenbrook. En su novela, Mann
cuenta la historia de cuatro generaciones de una familia de comerciantes de la
ciudad de Luberck y su decadencia. La
trama de la novela transcurre en el siglo XIX entre 1835 y 1877. Este es un
relato de éxito y fracaso.
El
viejo Johann Buddenbrook, un hombre de éxito, el fundador de la familia que
representa la primera generación, era un hábil comerciante, brillante y
energético. Como es típico de la burguesía, poseía un férreo deseo de acenso
social que buscaba con el fuerte pragmatismo de un genial hombre de negocios.
Uno de las características principales del patriarca era sin dudas su gran
vitalidad.
En la segunda generación está Jean
Buddenbrook, el hijo del creador de la compañía. Luego están sus cuatro
descendientes que conforman la tercera generación, Thomas, Christian, Antoine y
Clara. A lo largo de la novela con el pasar del tiempo, durante la segunda y la
tercera generación comenzaron a aparecer gradualmente algunos signos de
decadencia. Entre varios miembros de la familia, empezaron a manifestarse
actitudes bohemias y empezaron también los primeros fracasos. Hasta que en las
etapas finales del derrumbe de la familia, surge el último de los Buddenbrook y
miembro de la cuarta generación. Hanno, el hijo de Thomas, es un joven
físicamente endeble con carácter depresivo y falto de empuje que muere
prematuramente de tifus, pero dotado con un asombroso talento musical y
esplendida sensibilidad artística, una persona extraordinaria.
Inspirado
en parte por las ideas del filósofo Arthur
Schopenhauer, los conceptos del alejamiento de la vida o la decadencia en
Thomas Mann son interpretados bajo una luz radicalmente diferente a las
definiciones convencionales. Para el escritor, este fenómeno no es visto como
señal de declive sino todo lo contrario. La decadencia es signo de gran
sofisticación. El proceso de decadencia al que hace referencia Mann en su
novela de familia es realmente el distanciamiento progresivo de los valores
burgueses de dureza e insensibilidad hacia nuevos valores. En cada generación,
los personajes de la novela adquieren una dimensión interna cada vez más
compleja y profunda. En esta obra, la decadencia demuestra el más alto grado de
refinamiento cultural, sensibilidad anímica y elevación espiritual.
El
éxito y el fracaso son conceptos que requieren redefinirse. En realidad, el
fracaso es vivir una vida sin un significado, una vida vacía. Por otro lado,
una vida verdaderamente exitosa no es sobre lograr cosas, obtener trofeos o
recibir títulos. Es exitoso quien sabe amar, quien todos los días aprende algo
nuevo, quien cada día ayuda a alguien. Es realmente exitoso quien vive
plenamente, ya sea desde un castillo o desde la más humilde de las chozas.
Gustavo Godoy
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 7 de agosto de 2015 en la columna Entre libros y montañas
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