domingo, 25 de febrero de 2024

Caín: El primer tóxico



Una persona tóxica es un agujero negro de negatividad que se cree un ángel. Pero no es un ángel. Es un demonio que absorbe la luz y la alegría de los que la rodean. No sabe apreciar ni respetar a los demás. Solo busca su propio beneficio, sin importarle el daño que causa. Miente, manipula, envidia y critica sin cesar. Se hace la víctima para justificar su actitud. Es una persona que no aporta nada bueno a tu vida.


Una persona tóxica vive en un mundo de fantasía. Un mundo donde todo es blanco o negro, bueno o malo, ellos o nosotros. Un mundo donde se siente superior a los demás, pero también teme perderlos. Un mundo donde necesita controlar todo y a todos, pero también se siente impotente. Un mundo donde culpa a los demás de sus fracasos, pero también se siente perseguido. Un mundo donde guarda rencor por el pasado, pero también envidia el presente. Un mundo donde solo ve lo negativo, pero también se siente víctima. Un mundo que no existe, pero que le hace sufrir.


El tóxico no sabe ponerse en los zapatos de los demás. Para él, los demás son una amenaza. Y el éxito ajeno le demuestra que existe una conspiración en su contra. Se siente una eterna víctima y le hace daño a todos como un acto de justicia perversa.


¿Qué hacer si estás con una persona tóxica? Huye. ¿Qué hacer si eres una persona tóxica? Cambia. Acepta que el problema eres tú.


Caín y Abel eran los hijos de los primeros humanos, Adán y Eva, que habían sido expulsados del paraíso por desobedecer a Dios. Caín se dedicaba a cultivar la tierra, y Abel a cuidar las ovejas. Un día, ambos decidieron ofrecerle un regalo a Dios para demostrarle su gratitud y respeto.


Caín le ofreció algunos frutos de su cosecha, sin preocuparse mucho por su calidad o cantidad. Abel, en cambio, le ofreció lo mejor de su rebaño, los corderos más gordos y sanos. Dios se fijó en la diferencia entre las ofrendas, y aceptó con agrado la de Abel, pero rechazó la de Caín.


Caín se sintió ofendido y celoso de su hermano, y no quiso escuchar el consejo de Dios, que le dijo que debía mejorar su actitud y hacer el bien. En lugar de eso, Caín invitó a Abel a pasear por el campo, y cuando estuvieron solos, lo atacó y lo mató.


Dios se dio cuenta de lo que había pasado, y le preguntó a Caín dónde estaba su hermano. Caín mintió y dijo que no lo sabía, que no era su responsabilidad. Dios le dijo que la sangre de Abel clamaba desde la tierra, y que por haber cometido ese crimen, Caín sería castigado.


Dios maldijo a Caín, y lo condenó a vagar por el mundo sin poder cultivar la tierra ni tener un hogar. Caín se asustó y le dijo a Dios que su castigo era demasiado duro, y que cualquiera que lo encontrara podría matarlo. Dios le puso una señal en la frente para protegerlo, y lo dejó marcharse.


Así fue como Caín se alejó de Dios y de su familia, y se convirtió en el primer asesino y el primer fugitivo de la historia.


Caín fue el primer ser humano que mostró toxicidad, envidia y violencia. Pero no sería el único. Caín despreció y malgastó lo que tenía, y nunca admitió ni enmendó sus faltas. Caín se consumió por el resentimiento y la ira. Es decir, Caín fue el primer modelo de lo que no debemos ser.


Gustavo Godoy


domingo, 18 de febrero de 2024

José y la traición

 


Todos esperamos apoyo, respeto y reciprocidad de nuestra pareja, familia y amigos. No se trata de exigir devoción fanática o ciega. Sin embargo, sí esperamos de los demás un reconocimiento de nuestro valor personal mediante sus acciones. 

La lealtad es como un puente que une los corazones de las personas y los grupos. Es una fuerza que nos protege de las tormentas y los peligros. Es un escudo que nos da paz y tranquilidad. Es una promesa que nos hace crecer juntos y compartir sueños y alegrías. El enemigo de la lealtad es la traición.

La traición es una herida que nos abre el alma cuando nos falla un familiar, cuando nos abandona un amigo, cuando nos agreden los que amamos. Es un dolor que nos quema por dentro y que nos cuesta mucho sanar. ¿Cómo lidiar con esta situación?

José era el hijo más querido de su padre, que le había regalado una túnica de muchos colores. Sus hermanos lo envidiaban y lo odiaban, sobre todo cuando les contaba los sueños que tenía, en los que ellos se inclinaban ante él. Un día, lo engañaron y lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto. Allí, José pasó por muchas dificultades y sufrimientos, pero también demostró su inteligencia y su capacidad para interpretar los sueños. Así, llegó a ser el gobernador de todo Egipto, y se encargó de preparar al país para una gran hambruna que se avecinaba.

Cuando el hambre azotó a toda la región, la gente de otros lugares venía a comprar grano a Egipto. Entre ellos, llegaron los hermanos de José, que no lo reconocieron. José los reconoció, pero no se dio a conocer. Los puso a prueba, haciéndoles pasar por varias situaciones difíciles, para ver si habían cambiado y si se arrepentían de lo que le habían hecho.

Finalmente, José se reveló a sus hermanos, y les dijo que no les guardaba rencor, pues todo había sido parte de un plan mayor para salvarlos del hambre. Les pidió que trajeran a su padre y a toda su familia a Egipto, donde él los cuidaría y los protegería.

Así fue como José se reunió con su padre y sus hermanos, y los perdonó y los abrazó. José fue leal a su familia, a su pueblo y a sus principios, y recibió el reconocimiento y el cariño de todos. José transformó la traición en bendición, y la envidia en amor.

¿Qué se podría aprender de José? Bueno, que las traiciones pueden venir de cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, por muy doloroso que sea, hay que seguir adelante. La traición es el acto injustificado de un traidor. Es decir, el culpable tiene nombre. No hay que asumir que, porque hemos sido víctimas de una traición, todos nos traicionarán. Es importante entender que todavía podemos confiar en los demás. En otras palabras, la vida continúa. Tarde o temprano, alguien nos reconocerá como lo merecemos.

Pero, ¿cómo lidiamos con la traición?

En primera instancia, lo más sensato es romper relaciones con el traidor. Simplemente, por nuestra protección. Ya que la persona en cuestión ha demostrado que no es un socio confiable. Nos ha revelado que nuestro bien no es su prioridad.

En segunda instancia, entra el debate entre la venganza, la indulgencia y el perdón.

A simple vista, parece una injusticia darle un nuevo chance al traidor. Porque olvidar las ofensas es solo darle alas a la impunidad. Pero eso no es perdón. Eso es resignación. Es una forma de indulgencia. Confiar de nuevo en un traidor es jugar con fuego.

Debido a todos los sentimientos negativos que surgen en el alma del traicionado, la venganza es la opción más tentadora. Es decir, hacerle daño al que nos lo hizo daño. Sin embargo, esta opción tiene un defecto. No es muy productiva. Nadie gana. Hay personas que obtienen satisfacción psicológica de la venganza. Pero será una ganancia ilusoria. La venganza no borra el daño original. La venganza puede ser contraproducente. La venganza no ofrece una solución real.

El perdón es el mejor camino, pero no es un regalo. El que traiciona debe reconocer su culpa. Y dar una explicación, si puede. Pero también debe enfrentar las consecuencias de sus actos y reparar el daño. O al menos intentar mejorar. 

En definitiva, todos nos equivocamos. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Pero tiene que haber una transformación real. La persona tiene que mostrar que, aunque falló y erró en el pasado, se ha arrepentido y ahora es digna de confianza. Es decir, capaz de ofrecer apoyo, respeto y reciprocidad. Aprendemos a ser leales, fieles y honestos. Entonces, llega el perdón. ¿Ha demostrado su lealtad esa persona, a pesar de sus errores del pasado?

José no perdonó sin antes poner a prueba a sus hermanos. Esa es la verdadera lección de esta historia. Es posible pasar la página. Pero el sacrificio no solo debe venir de la víctima. El que hizo el daño debe cambiar y reparar. Así se construye un bien mayor.

Gustavo Godoy


sábado, 10 de febrero de 2024

Jacobo y el ángel: la lucha interna




La vida es un camino lleno de encrucijadas, de momentos en los que tenemos que elegir entre dos opciones que se contradicen. A veces, estas contradicciones nos paralizan, nos desorientan o nos decepcionan. Otras veces, nos estimulan, nos enseñan o nos fortalecen. Lo esencial es saber cómo resolverlas y hallar un punto medio entre ellas.

Cada experiencia que vivimos nos deja una huella en el alma. Una huella que nos hace ver el mundo de una forma diferente. Así vamos formando nuestra propia teoría de la realidad y de cómo funciona. 


Un día descubrimos que la vida es un regalo y hay que aprovecharla al máximo. Pero otro día nos damos cuenta de que hay que tener cuidado con lo que hacemos, si queremos vivir bien y por mucho tiempo. A veces nos creemos el centro del universo y nos olvidamos de los demás. Y, otras veces, nos sentimos parte de una gran familia y nos preocupamos por el bien común. Pero, ¿qué pasa cuando nuestra mente y nuestro corazón no están de acuerdo? Cuando pensamos una cosa y sentimos otra. Entonces surge un conflicto interno que nos hace dudar y sufrir.

Jacobo era un hombre de contradicciones. Había nacido con el don de la astucia, pero también con el peso de la culpa. Había heredado la promesa de Dios, pero también el rencor de su hermano. Había amado a Raquel, pero también había desposado a Lía. Había acumulado riquezas, pero también había perdido la paz.

Un día, Jacobo decidió volver a su tierra, a enfrentar su pasado y su futuro. Sabía que su hermano Esaú lo esperaba con un ejército, dispuesto a vengarse de la traición que le había hecho. Jacobo tembló de miedo, pero también de esperanza. Quizás podría reconciliarse con su hermano, quizás podría recuperar su bendición.

Jacobo se preparó para el encuentro. Envió regalos a Esaú, para aplacar su ira. Dividió su gente y sus bienes en dos grupos, para salvar al menos una parte. Oró a Dios, para recordarle su pacto. Y, finalmente, se quedó solo en el otro lado del río, para pasar la noche en vela.

Fue entonces cuando apareció el ángel. Un hombre misterioso que se lanzó sobre Jacobo y lo retó a una lucha. Jacobo no supo quién era, pero intuyó que era un mensajero de Dios, o quizás el mismo Dios. Y se defendió con todas sus fuerzas, porque sabía que de aquella lucha dependía su destino.

La lucha duró toda la noche. Ninguno de los dos podía vencer al otro. El ángel le dislocó el muslo a Jacobo, pero Jacobo no soltó su agarre. El ángel le pidió que lo dejara ir, pero Jacobo le exigió su bendición. El ángel le cambió el nombre a Jacobo, y lo llamó Israel, porque había luchado con Dios y con los hombres, y había prevalecido. Jacobo le preguntó su nombre al ángel, pero el ángel se lo ocultó. Y lo bendijo allí.

Jacobo soltó al ángel y lo vio desaparecer. Se levantó cojeando y cruzó el río. Al otro lado, lo esperaban su familia, sus bienes y su hermano. Jacobo estaba listo para enfrentarlos, porque había resuelto su conflicto interno. Había encontrado el equilibrio entre sus contradicciones. 


Todos llevamos dentro un ángel y un demonio. Un ángel que nos inspira a hacer el bien, a amar, a perdonar, a crecer. Un demonio que nos tienta a hacer el mal, a odiar, a rencor, a caer. A veces, estos dos seres se enfrentan en una batalla por el control de nuestra alma. Una batalla que solo nosotros podemos decidir quién gana.


La lucha de Jacob con el ángel simboliza el conflicto que hay en nuestro interior. La historia nos muestra que podemos superar nuestras incongruencias. Podemos transformarnos en personas más nobles. Solo necesitamos aceptar nuestras contradicciones y hallar el equilibrio interno.


Gustavo Godoy

domingo, 4 de febrero de 2024

La historia de Job


El mundo es un lugar complejo y a veces injusto. Las cosas pasan. Y le pueden pasar a cualquiera, sin importar su bondad o moralidad. A menudo, los malos se salen con la suya. Y, a menudo, los buenos sufren malas rachas.

Lo cierto es que, nos guste o no, a veces, el destino golpea sin piedad a los más buenos y nobles. La vida nos hace sufrir sin razón aparente. En muchos casos, las desgracias no son nuestra culpa, sino la de una fuerza mayor que escapa de nuestro control. Así es la vida. Aceptamos esto. 

La realidad es subjetiva. Lo que para algunos es malo, para otros puede ser bueno. La suerte de un suceso depende de cómo lo veamos. La realidad es una ilusión, solo existen las opiniones. 

Muchas veces nos decepcionamos por esperar demasiado. No sabemos cuánto pueden fallarnos nuestras expectativas. Ilusamente, creemos que siempre podremos controlar nuestro mundo.  Pensamos que todo iría bien. Pero a menudo nos equivocamos. Perder el control es fácil. 

A veces, la vida nos juega sucio por azar o por casualidad. La mala suerte. No es nuestra culpa. Otras veces, simplemente sufrimos porque tenemos objetivos muy altos y nos faltan medios y fuerzas para alcanzar lo que soñamos. Eso nos trae problemas. El dolor es el precio. Pagamos por las torpezas nuestras y ajenas. El tiempo nos arrebata algo que queremos mucho. No lo sé. Así es la vida, llena de infortunios por motivos de fuerza mayor. Todo es nuestra responsabilidad. Muchas cosas sí lo son. Pero no todo lo que pasa es el resultado de nuestras acciones. 

Ahora bien, cada experiencia, sea buena o mala, es una lección de vida. Lo que perdemos, por un lado, lo ganamos por otro. Siempre nos enriquecemos con una nueva habilidad o una nueva mirada.

Las cosas malas pueden ser vistas como oportunidades de crecimiento y aprendizaje. Cuando aceptamos la realidad con esperanza, sentimos compasión y desarrollamos la resiliencia, podemos trascender el sufrimiento y encontrar un sentido más profundo a nuestras experiencias. La paz interna es posible, independiente de las circunstancias externas. 

Un ejemplo de alguien que sufrió mucho sin merecerlo fue Job, un hombre justo y fiel a Dios. Job tenía una gran familia, muchos animales y riquezas. Pero un día, Satanás desafió a Dios y le dijo que Job solo lo adoraba porque Dios lo había bendecido mucho. Satanás pensó que si Job perdía todo, renegaría de Dios y lo maldeciría.

Dios le permitió a Satanás que probara a Job, pero sin quitarle la vida. Entonces, Satanás atacó a Job con toda su maldad. En un solo día, Job perdió sus hijos, sus criados, sus rebaños y sus bienes. Después, Satanás le causó unas llagas terribles en todo el cuerpo. Job sufrió un dolor inmenso, físico y emocional.

Su esposa le dijo que maldijera a Dios y muriera, pero Job no la escuchó. Tres amigos suyos vinieron a visitarlo, pero en vez de consolarlo, lo acusaron de haber pecado y de ser culpable de su desgracia. Job se defendió y les dijo que él no había hecho nada malo. Job no entendía por qué le pasaba todo eso, pero nunca dejó de confiar en Dios.

Job le habló a Dios y le hizo muchas preguntas. Dios le respondió y le mostró su poder y su sabiduría. Job se humilló y reconoció que Dios es soberano y que sus caminos son inescrutables. Dios reprendió a los amigos de Job y los perdonó por medio de Job. Después, Dios restauró a Job y le dio el doble de lo que tenía antes. Job vivió muchos años más, feliz y bendecido por Dios.

La historia de Job es una de las joyas más antiguas y profundas de la Biblia. Nos muestra cómo el sufrimiento nos visita a todos, tarde o temprano. Ante las dificultades e incertidumbres de la vida, podemos reaccionar de muchas formas. A veces nos llenamos de rabia, frustración, evasión o negación. Pero la sabiduría no está en huir de la realidad, sino en abrazarla con tolerancia, adaptabilidad y optimismo. La realidad es lo que es.

A veces, las frutas son verdes; otras veces, son rojas. Sin embargo, hay que seguir caminando. Todo cambia. Nada es permanente. No obstante, de todo mal se puede sacar algo bueno. Hay que dar gracias, aceptar y ser paciente. Y recordar que la esperanza nunca se pierde.

Cuando las cosas están fuera de nuestro control, hay que aprender a soltar.

Gustavo Godoy