viernes, 26 de enero de 2018

Marcel Proust





Contados son los que verdaderamente han leído la obra de Marcel Proust. Los pocos que han empezado, en su mayoría, se han quedado en el camino, abatidos y frustrados. Eso es porque leer a Proust no es tarea fácil. Su lectura es una montaña difícil de conquistar. El primer desafío con el que se topan los valientes es su tamaño,  su inmensidad. En busca del tiempo perdido, su novela, es una pieza enorme que abarca  más de cuatro mil intimidantes páginas, divididas en siete generosos volúmenes. Esta es una obra que requiere mucho tiempo y dedicación.  Es muy extensa, gigante. Por otro lado, el siguiente desafío es el estilo, sumamente complejo y rico. El autor es gran amante de los detalles y de las frases superlativas. Las oraciones son larguísimas, llenas de imágenes, metáforas y recursos. Son capas y capas que caen dadivosamente  como una cascada en un mar infinito de palabras. Toma cierto esfuerzo y sensibilidad. Sin embargo, si uno logra superar ileso las primeras 200 páginas,  no se puede parar. Uno se vuelve adicto ante tanta elegancia y placer. Proust es un escritor brillante y excepcional. No es para todos. Pero para  los que logra atrapar,  no hay vuelta atrás. Ya nada será igual.

Marcel Proust (1871 –1922), aunque poco leído, es uno de los escritores franceses  más influyentes del siglo XX. Durante su juventud, se codeó con la alta sociedad parisiense pero  luego se apartó y se  recluyó,  por casi 17 años y hasta el final de su vida,  en su habitación solitaria para dedicarse únicamente a escribir. Abandonó  todo por la literatura. Era su obsesión.  Su texto es conciencia pura, un titánico monólogo interior. El narrador, en primera persona, del mismo nombre del autor, trasmuta cada vivencia, cada impresión y cada detalle cotidiano en una profunda experiencia interna. En busca del tiempo perdido es una novela sobre el tiempo y el recuerdo. No, no es un mero relato del pasado. En realidad, es una constante evocación de lo vivido. Apoyándose en las ideas sobre la percepción subjetiva del tiempo del filósofo Henri Bergson, Proust transforma, cualquier cosa, por ejemplo, el sabor de una magdalena con un sorbo de té en una cadena de asociaciones sinfín que une el pasado con el presente en un encuentro involuntario sumamente sentido. Esta es una novela colosal. Es sobre el tiempo, la memoria, la imaginación, el amor, los celos, las relaciones sociales, el arte, la homosexualidad, el desengaño, la belleza y mucho más.


Proust nos recuerda, en sus libros, que todo es finito e inconcluso, que el universo yace en las pequeñas cosas, y que solo en las ilusiones y en los sueños podemos aspirar a la eternidad. Al final de la novela, Marcel, el narrador, mientras reflexiona  sobre su vida, llegó a la conclusión de  que la única forma de fijar lo que ha vivido en algo perdurable era escribir sobre ello. Convertir su vida en arte. Todo su obra es sobre  el como y el  porqué  Marcel  decidió convertirse en  escritor y la obra que uno está casi por   terminar de leer es la obra que el narrador está a punto de comenzar a escribir. ¡ Fascinante!

Gustavo Godoy



Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 26 de Enero 2018 en la Columna Entre libros y montañas



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viernes, 19 de enero de 2018

Thomas Mann




La novela como género literario dominante tuvo sus inicios en la Europa en el siglo XIX. Lo que Pablo Neruda llamó “el bistec de la literatura” se consolidó en este periodo. En este siglo, en las grandes capitales europeas, el mundo de los libros experimentó una serie de cambios importantes. La  relación entre  el autor, las editoriales y los lectores rompió con el pasado y un conjunto de condiciones se presentaron para  favorecer su desarrollo.

Este periodo marcado por la agitación social y los avances tecnológicos tuvo como escenario principal  lo urbano. La revolución industrial, el crecimiento de las ciudades y el nacimiento de la burguesía (la clase media urbana) asumieron definitivamente el protagonismo histórico. Y el auge de la  novela estuvo vinculado a este proceso.

 Los escritores  empezaron a preocuparse   con la realidad social de sus contemporáneos y mostraron  gran interés en relatar las vivencias e intimidades de la gente común. El lenguaje se volvió más real y accesible. La temática se centró en lo cotidiano.

Alemania es un país que llegó tarde a la modernidad y su unificación como gran nación con centros urbanos de cierto tamaño también llegaron tardíamente. Esta situación repercutió en su literatura. Los alemanes siempre fueron conocidos por sus filósofos, estadistas y militares, pero por  literatos muy poco.  Claro, hay excepciones. Goethe y Mann rompieron muchos hitos para Alemania en materia literaria.

Thomas Mann, junto a Goethe muy anterior a él,  colocó a Alemania en el mapa de la literatura universal. Mann nació en la ciudad de Lübeck, el 6 Junio 1875, hijo de una familia de importantes comerciantes venida a menos. Ganó el premio Nobel en 1929.  Alcanzó la fama mundial con su primera novela, Los Buddenbrook. Una novela de familia sobre la decadencia con fuertes tintes autobiográficos. Luego, escribió otras. Muerte en Venecia, La montaña mágica, y, la última de sus creaciones maestras, Doctor Faustus son las más conocidas. De él,  La montaña mágica es mi obra predilecta. Es una novela de crecimiento personal y reflexión. No pasa mucho. Todo lo importante sucede en el interior de su protagonista producto de sus conversaciones con los otros personajes.  La pieza es muy extensa pero vale el esfuerzo.

 Mann es un escritor burgués, miembro y exponente de la burguesía alemana de principios del siglo XX.  Y su obra es un reflejo de su tiempo y de su vida.  Toda su obra es una transmutación de una realidad vivida. Es uno de esos escritores que representa a su clase y paradójicamente la crítica al mismo tiempo. Abordaba siempre  el  conflicto entre el individualismo y la  sociedad. La oposición entre la vida burguesa y la vida del artista. Tema muy alemán, por cierto. En sus trabajos modernizó las ideas de Goethe, Wagner, Schopenhauer y Nietzsche.  También mitos bíblicos y románticos. Con un estilo muy particular.

Thomas Mann, un escritor muy alemán, un escritor muy universal. Burgués,  pero tormentosamente apasionado. Leerlo es toda una experiencia.





Gustavo Godoy



Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 19 de Enero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


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viernes, 12 de enero de 2018

Hermann Hesse


Hermann Hesse es uno de esos grandes escritores que injustamente han sido tildados, despectivamente,  por algunos críticos como una lectora solo para adolescentes. Eso probablemente  se debe a ciertos prejuicios que deambulan persistentemente en el mundo literario, sobre todo entre los más puritanos. Dicen algunos autores, como Vladimir Nabokov, por ejemplo, que la tendencia a identificarse con un personaje literario y extraer de una pieza de ficción narrativa algún tipo de técnica para vivir es una actitud pueril. Se debe leer con distancia y buscando exclusivamente el placer estético propio del arte. Según esta postura, la vida “real” es la única escuela. El arte no enseña nada sobre la vida. Yo comparto en parte esta corriente. Sí, tiene algo de validez. Sin embargo, no deja de tener sus excesos y exageraciones. Encuentro más sabiduría en una posición intermedia, en la moderación del punto medio. Porque  existen obras que parecen estar escritas para uno y sobre uno. La identificación es inevitable. Como inevitable es  extraer lecciones prácticas que nos orienten,  como lo haría  un paciente mentor. Hay obras que a pesar de lo que podrían argumentar  algunos  expertos y eruditos  se aferran al corazón, eternamente. Nos guían y hablan directamente. Afectan de modos muy  concretos nuestro modo de vivir la vida. Hesse es eso, un compañero, un amigo y un apoyo para los que nacimos con almas solitarias.

Las  historias de Hesse  contienen más reflexiones que acciones.  En otros autores, tal vez la mayoría, las ideas ocupan un rol secundario. La acción predomina.  Sin embargo, en la obra de Hesse las ideas  son la estrella. El escritor explora el problema de la identidad personal. Desentraña lo esencial en el hombre. No describe paisajes ni grandes batallas. Su mirada yace en lo interno del individuo romántico e incomprendido  en su apasionado conflicto con un entorno que lo aísla despiadadamente.  Sus personajes buscan superar las disonancias entre la inteligencia, el espíritu, la sociedad, el sentimiento, la razón y  la paz interior. La meta es armonizar al ser humano con la totalidad.

Hermann Hesse nació en  Calw, pueblito alemán de la Selva Negra cerca de Sttutgart, el 2 de julio de 1877. Creció en un hogar sumamente religioso, hijo de un misionero. Pero su temperamento desde muy temprana edad rechazó ese tipo de educación. Su verdadera vocación estaba en la literatura. Desde joven, Hesse quiso  ser escritor. En 1914, después de un viaje por el sureste asiático en búsqueda de espiritualidad, se radicó en Montagnola, Suiza para vivir como un ermitaño y escribir. En vida, reconoció la influencia de  Platón, Spinoza, Schopenhauer, y Nietzsche. Pero sobre todo la influencia de las religiones orientales.   Sus libros más conocidos son Demian, Siddhartha y El lobo estepario. Alcanzó la fama en Alemania, sin embargo el reconocimiento mundial lo obtuvo mucho más tarde. A mediados de los sesenta,  Occidente redescubrió al escritor. La juventud. Los hippies, los solitarios, los rebeldes, los marginados, los incomprendidos y los soberbios  de este mundo encontraron en el ermitaño de Montagnola un gurú.

Hesse es un autor que  siempre retorna. Aparece y reaparece cada cierto tiempo. Es un autor ignorado por muchos. Amado por muchos más. Para mí, es alguien muy cercano. Ha estado ahí cuando más lo he  necesitado. Y sé que siempre estará ahí en el momento más  oportuno.  Por mucho que me porfié Nabokov, no lo puedo evitar. Debo admitirlo.  Y, sí, tal vez sea un eterno adolecente, un inmaduro.  Pero cada vez que leo El  lobo estepario, lo siento en lo más profundo de mi ser. Yo soy el lobo estepario.   Esa novela es sobre mí. 




Gustavo Godoy



Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 12 de Enero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


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miércoles, 10 de enero de 2018

viernes, 5 de enero de 2018

El boom latinoamericano




Se podría afirmar sin temor a exagerar que antes de los años 60 los escritores latinoamericanos, sobre todo los novelistas, eran poco conocidos  en el mundo.  Es más, eran poco conocidos en la propia Latinoamérica, entre sus coterráneos.  Se escribía, sí. Muchos escribían muy mal y otros muy bien. Pero incluso los mejores  carecían en una audiencia numerosa.  Los lectores de autores hispanoamericanos eran escasos.  Existían  escritores oficiales vínculos a la política. Y tenían fama de buenos porque a  los gobiernos de turno les convenía  decir que eran buenos. Sin embargo, la mayoría escribía con demasiada erudición y con un lenguaje sumamente barroco. Empecinados en el criollismo, el naturismo  y el costumbrismo.  Lamentablemente, debido a los complejos y resentimientos tan  típicos en los países periféricos, el provincialismo siempre  desplazaba a lo universal.  Y,  por supuesto, la calidad se comprometía entre tanta necedad. Claro, hubo notables excepciones. Por ejemplo, Borges. 

En la primera mitad del siglo XX, el mundo no le prestaba mucha atención a Latinoamérica. Realmente, nunca pasaba nada interesante.  Pero esto cambió en los años 60. En esta década, el continente  experimentó gran agitación social y política relacionada a  la Guerra  Fría. El triunfo de la Revolución Cubana colocó a la región en el mapa mundial.  Mientras que eso estaba sucediendo, un grupo de jóvenes escritores vanguardistas, nativos de países hispanoamericanos pero vinculados a Europa, e inspirados por  prosistas europeos y estadounidenses como Faulkner, Proust, Joyce, Woolf, Kafka, Sartre, entre otros, estaban creando una narrativa nueva que rompía con el pasado  y tenía la fuerza para competir en términos de iguales con escritores de talla mundial.   Fue literatura con eñe, sin complejos y sin pena. De Latinoamérica para todo el planeta.  Fue un boom. Y este boom tuvo un efecto inmediato, ya que cambió la forma en que la cultura latinoamericana fue vista por los demás. La política y esta nueva literatura impulsaron una nueva imagen de lo latinoamericano en los otros continentes. Se descubrió que había novelistas excelentes en esa región antes ignorada. Ahora todos leían a los latinos, incluso los propios latinos.

Se reconoce por consenso general  que los protagonistas de este fenómeno literario y comercial fueron el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Mario Vargas Llosa y el mejicano Carlos Fuentes. La agente literaria Carmen Balcells, el editor Carlos Barral (ambos radicados en Barcelona, España) y notables traductores  también tuvieron un rol importante en esta historia de éxito. Todos ellos juntos pudieron combinar del genio literario y el tino comercial para crear algo realmente grande.

Según el mito, el boom comienza oficialmente cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa gana con La ciudad y los perros  el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1962. Y termina con el caso Padilla en el año 1971, cuando el poeta cubano, y opositor al régimen de Fidel Castro, Herberto Padilla  fue perseguido por razones netamente políticas. Eso dividió a los intelectuales de izquierdas y fracturó muchas amistades. Los autores del boom no escaparon a esta discordia que despertó tantas pasiones en su época. 

Las novelas más representativas son Cien años de soledad de García Márquez y Rayuela de Cortázar. Pero hay otras. El boom no fue un movimiento como tal. Pero se podría decir que existió una preferencia por unir lo fantástico con lo cotidiano y una predilección por la ficción histórica. Tuvo un impacto muy positivo. Se reconoció la obra de escritores hispanoamericanos previos al boom. El mundo descubrió a escritores como  Borges, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y Juan Rulfo. Y también se abrieron nuevas oportunidades para los autores que surgieron después del boom. 

Aun hoy, hay escritores en países latinoamericanos que se enfrascan la idea de escribir solo de lo local y de los recuerdos de su infancia bucólica.  Se esconden detrás de la nostalgia y el terruño para escribir de modo ingenuo. Sin embargo, yo considero que si algo aprendimos de los escritores  del boom es que se puede  escribir a la par del resto del mundo y al mismo tiempo ser latinoamericano.  



Gustavo Godoy



Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el Viernes 05 de Enero 2018 en la Columna Entre libros y montañas


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