miércoles, 12 de febrero de 2025

Un barco en alta mar




 

"Las relaciones nunca son fáciles, tienes que construir, no irte". Dos almas, dos mundos distintos, con sus virtudes y defectos a cuestas, se encuentran y deciden compartir el viaje. Nunca es fácil. 

Un día, uno de los viajeros, absorto en sus propios pensamientos, olvida una fecha crucial, un aniversario que simboliza el amor y el compromiso. Al día siguiente, el otro, herido en su amor propio, pronuncia palabras hirientes, como flechas envenenadas que se clavan en el corazón del compañero.

Pero una relación puede resistir la adversidad. El diálogo cicatriza las heridas. Las disculpas sinceras lavan las asperezas. Y la enmienda crea el cambio. Así, la relación, fortalecida por la prueba, sigue adelante. 

En las relaciones, todos cometemos errores. Lo importante es que la voluntad sea más fuerte que las equivocaciones. Aprendamos a distinguir lo que necesita ser reparado de lo que no tiene solución, y al reconstruir lo que se ha roto, nuestra relación se fortalecerá.

Es cierto que en este viaje compartido, ambos viajeros se hieren mutuamente en algún momento. Pero también es cierto que la sensatez tiene el poder de curar las heridas más profundas. El amor no es un sentimiento que viene y se va. El amor es una decisión. 

En las situaciones difíciles, la tentación de abandonar la nave es grande. Pero es precisamente en esos momentos cuando la relación se pone a prueba. El orgullo, el rencor y los malentendidos, cuales gigantes del mar, amenazan con hundir la embarcación. El amor es la decisión de luchar contra los gigantes. 

"El barco no se deja en alta mar. Se reparte y cuida". Es necesario reparar las averías, fortalecer el casco y mantener el rumbo, trabajando juntos, como un equipo de marinos expertos, para superar la tempestad.

En definitiva, las relaciones humanas son un desafío constante, un aprendizaje continuo, una oportunidad para crecer y evolucionar como personas. No son fáciles, pero tampoco imposibles. Si los dos están a bordo, siempre es posible salvar el barco. 

Gustavo Godoy

martes, 11 de febrero de 2025

Palabras hirientes

 



En la vida, un simple error, una palabra mal dicha, un acto impulsivo, puede ser suficiente para destruir el amor y la felicidad que creíamos tener asegurados. Es como si un castillo de arena, construido con risas y momentos, se desmoronara en un instante ante la fuerza de un tropiezo. 

En un segundo, todo se esfuma, se desvanece como el humo, y nos encontramos de repente en la oscuridad, rodeados de los fragmentos de lo que una vez fue. Ya no hay vuelta atrás. Solo quedan los recuerdos y el arrepentimiento.

En el afán de liberar el dolor, se busca un desahogo en palabras hirientes, creyendo que así se aliviará la carga del corazón. Pero el resultado es el opuesto: el dolor se multiplica, la relación se quiebra, y el vacío se hace aún más profundo. 

Dicen que lo que importa no son las palabras hirientes que se dijeron, sino el amor que las inspiró. Hablan de la capacidad de perdonar para trascender el dolor. Pero, lamentablemente, no hay perdón. Solo consecuencias. 

Gustavo Godoy

domingo, 9 de febrero de 2025

Evasión: Un avestruz con la cabeza en la arena



En las vastas llanuras de la sabana, donde el sol besa la tierra y el viento susurra secretos entre las acacias, existía un avestruz llamado “Evasión”. Sus bellas plumas, de un blanco especial, brillaban lindamente como la luna reflejada en un lago sereno. Su cuello, largo y elegante, se elevaba con gracia sobre el horizonte sabanero, y sus ojos, grandes y dulces, reflejaban la hermosura eterna del universo. 

Sin embargo, este avestruz, a pesar de su belleza y porte, tenía un defecto que empañaba su gran encanto. Ante la más mínima señal de peligro, ya fuera el rugido lejano de un león o el aleteo de un ave rapaz en el cielo, el avestruz, presa del miedo, hundía su cabeza en la arena, creyendo que así se libraría del peligro.

Este acto, que a los ojos de los demás animales de la sabana parecía ridículo y cobarde, era para el avestruz una forma de protegerse, de evitar el dolor y el sufrimiento que el peligro podía acarrear. En su mente, si no veía el peligro, el peligro no existía. Era una ilusión de seguridad, una burbuja en la que se encerraba para no enfrentar la realidad.

Pero la realidad, como el sol que ilumina la sabana, era implacable. Los problemas, al igual que las sombras, se alargaban y crecían en la oscuridad de la evasión. El avestruz, al esconder la cabeza, no solo se privaba de la oportunidad de enfrentar los peligros y superarlos, sino que también se aislaba de aquellos que lo amaban y querían ayudarlo.

Su miedo lo llevó a construir un muro a su alrededor, alejándolo de las soluciones y del crecimiento. La ansiedad, como una hiena hambrienta, lo acechaba constantemente, recordándole que, tarde o temprano, tendría que enfrentar sus miedos.

El avestruz, en su afán de evitar el dolor, lo prolongaba, viviendo en un estado de angustia constante. Su deseo de ser feliz se diluía en la mediocridad de una vida sin desafíos, sin riesgos, y sin la posibilidad de alcanzar sus sueños. 

Un día, mientras el avestruz permanecía con la cabeza enterrada, escuchó la voz del viejo búho, “Reflexión”, sabia criatura de la noche. "Evasión", le dijo el búho, "tu belleza es innegable, pero tu miedo te impide ver la verdadera belleza de la vida. No puedes esconderte de los problemas, debes enfrentarlos.”

La respuesta no se esconde en la arena, sino que florece al abrir los ojos. 

¡Ah! La verdadera seguridad no se encontraba en la evasión, sino en el coraje de enfrentar los problemas y en la humildad de aceptar el amor de los demás.

El avestruz, ave de belleza y miedo, levantó su cabeza de la arena y, por primera vez en mucho tiempo, descubrió la calidez del sol y el gran amor de los animales que lo rodeaban. Y, lo más importante, descubrió que dentro de él existía una fuerza que no conocía, una fuerza que lo impulsaba a enfrentar sus miedos y a vivir plenamente.

Y, sí, a veces, la solución a nuestros problemas es tan simple como sacar la cabeza de la arena y abrir los brazos a aquellos que nos quieren. No podemos huir de la realidad, debemos enfrentarla con valentía y humildad. 

En el agujero oscuro, el miedo, el orgullo y el rencor tejen su red. Pero, ¡ay avestruz que te escondes! Recuerda: Al sacar la cabeza, descubrirás que el mundo no te olvidó.

Gusyavo Godoy


sábado, 11 de enero de 2025

El espejo roto



Van Gogh, con sus pinceladas tan vivas y llenas de fuerza, nos muestra el alma de un hombre atormentado. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus cuadros, donde los colores parecen gritar de dolor. En su famosa 'Noche estrellada', el cielo, lleno de remolinos y estrellas, es como un reflejo de su propia alma, inquieta y buscando algo más allá de este mundo.

Poe, con su alma oscura como la noche, nos legó cuentos que nos hielan la sangre. Su vida, marcada por la tristeza y la soledad, se refleja en sus palabras, llenas de un dolor profundo. En sus versos y relatos, encontramos los ecos de un espíritu atormentado, que busca en las sombras la única luz que conoce.

A menudo, se liga al arte con la locura, una idea que ha arraigado en nuestro pensamiento gracias al mito del genio atormentado. El romanticismo, con su exaltación de las pasiones y los sufrimientos, contribuyó en gran medida a esta asociación.

Se pintó al artista como un mártir, un ser solitario y desesperado que, en busca de lo nuevo y lo poderoso, se sumerge en un proceso misterioso y a menudo doloroso. La intensidad de sus emociones, su visión única del mundo y su tendencia a refugiarse en mundos imaginarios lo apartan de la sociedad y lo acercan al borde del abismo. Así, la creación artística se ve envuelta en un halo de sufrimiento y locura, convirtiendo al artista en una figura trágica y fascinante. ¿Es necesario que el artista se encuentre al borde del abismo para producir obras maestras, o acaso la creatividad puede florecer en cualquier circunstancia?

El arte es también un juego, un juego en el que se confrontan lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, en un mundo imaginario que refleja, aunque no copia, la vida misma. En este juego, reímos, lloramos, reflexionamos y crecemos. Estas experiencias nos hacen más sensibles, más empáticos y más comprensivos.

Sin embargo, para que el arte enriquezca verdaderamente nuestra vida, debemos combinarlo con buenas acciones, hábitos saludables y un propósito claro. De este modo, el arte puede convertirse en un bálsamo para nuestras heridas y en un pilar fundamental para nuestra salud mental. En pocas palabras, el arte no solo nos divierte y emociona, sino que también nos enriquece.

El arte es como un espejo roto que nos muestra la belleza y la tristeza del alma, la alegría y el dolor, todo junto. En él encontramos la luz y la oscuridad, la esperanza y el miedo, como en la vida misma. Es el todo. Es la nada. La totalidad. El vacío. 

Gustavo Godoy 


Publicado en la revista Palabra y Piel. Enero 2025

domingo, 5 de enero de 2025

Más allá de la tristeza

 


La tristeza es una daga que nos parte el alma, dejando el dolor de las ilusiones perdidas. Y uno queda ahí, solo en el vacío, viendo cómo el hogar construido con tanto anhelo se desvanece como polvo al viento, llevándose, entre llamas y lágrimas, nuestra felicidad y nuestro amor. ¡Adiós, esperanza!

Perder una ilusión es como si nos arrancaran las alas y nos dejaran caer en un foso sin fondo. La vida, que antes parecía llena de flores, ahora se nos presenta como un desierto árido. Y, sí, la tristeza es el castigo de los ilusos que pensaron por un momento que la felicidad sería eterna. El dolor es inmenso. Tan inmenso que se siente infinito.

La tristeza nos paraliza, quitándonos las ganas de seguir viviendo. Se nos escapa la fuerza vital que nos impulsaba. El corazón se seca y se encoge, oprimiéndonos el pecho como un yugo de plomo.

Sin embargo, en las profundidades del ser, persiste una chispa de resistencia que nos llama a levantarnos de las cenizas. Es en la soledad y el dolor donde encontramos la verdadera fuerza para reconstruirnos, pieza a pieza, y seguir adelante, aunque el camino sea incierto y pedregoso.

Recuerda: Es posible ver la pérdida y la desilusión como lecciones y oportunidades de crecimiento. Así que levanta la cabeza, respira profundo y camina al frente. El sol siempre vuelve a salir.

Gustavo Godoy

sábado, 4 de enero de 2025

Mariposas en el viento

 



Caminaba por el bosque de pinos, un lugar de quietud y reflexión. El suelo, mullido de agujas de pino, amortiguaba mis pasos, y el aire, fresco y limpio, llenaba mis pulmones. De pronto, entre la monotonía del verde, un espectáculo de color rojo intenso irrumpió en mi vista. Un pequeño bosque de flores silvestres, hermosas, pero peligrosas, me advirtió del engaño y los problemas que acechan en la vida. Sin embargo, mis ojos se vieron atraídos por algo más tenue, una mariposa morada que luchaba por alzar el vuelo.

Con delicadeza, la tomé entre mis manos, sintiendo su fragilidad. La llevé a un claro, donde el sol la bañaba con su luz. Con un suspiro, la mariposa desplegó sus alas y se elevó en el aire, desapareciendo entre las ramas de los árboles. Quedé solo, contemplando su vuelo, recordando el breve instante en que nuestras vidas se cruzaron.

Así como la mariposa, el amor puede ser hermoso y fugaz. A veces, la vida nos regala momentos dulces, como esas brisas frescas que acarician nuestra piel y se alejan suavemente. Pero el amor también es un jardín de limoneros y espinas. Las circunstancias, los miedos y las diferencias pueden interponerse en nuestro camino, y lo que parecía un futuro prometedor puede desvanecerse en el presente ocupado.

En una época, creí en un amor eterno, en una conexión que trascendiera cualquier obstáculo. Ya no. La vida me enseñó que el amor, como las estaciones, tiene sus ciclos. Hay momentos de gran intensidad, de pasión y entrega, pero también hay momentos de indiferencia, desaires y desapego. A veces, unos pocos meses de distracción pueden deshacer años de construcción.

La mariposa morada, con su vuelo libre, me susurró que el amor, como un soplo de viento, no puede ser aprisionado. Todo cambia. Nada es eterno. Y hay que aceptarlo. Por más que deseemos que alguien se quede a nuestro lado, debemos aceptar que cada quien tiene su propio camino. Y aunque el final de un amor pueda ser doloroso, también puede ser una oportunidad para crecer y aprender.

Quedé solo en el bosque, con el recuerdo de la mariposa en mi corazón. Aprendí que un idilio sin raíces profundas es como una flor que se marchita al primer rayo de sol. Y que, a veces, lo más hermoso que podemos hacer es dejar ir a aquellos a quienes amamos, permitiéndoles encontrar su propia felicidad sin nosotros. Por otro lado, nosotros estaremos bien. Al fin y al cabo, no es la única mariposa que se nos cruza. Seguro que habrá más.

Gustavo Godoy