“Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos; la época de la sabiduría y la época de la bobería, el
periodo de la fe y el periodo de la incredulidad, la era de la luz y la era de
las tinieblas, la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos y nada poseíamos, caminábamos en derechura al cielo y
rodábamos precipitados al abismo”
Charles Dickens.
El mundo contemporáneo se nos
presenta como una compleja paradoja. Por un lado, nosotros hemos sido testigos
de un enorme progreso en cuanto a lo material y tecnológico. De eso no hay
dudas. Por otro lado, también es cierto
que podemos apreciar un profundo declive del
individuo y su mundo interior. En la actualidad, se puede percibir una fuerte descompensación
entre el progreso externo y el progreso interno. En los dos últimos siglos, desde
la revolución industrial, pasando por las dos guerras mundiales y de la guerra fría en siglo pasado, el mundo ha
experimentado notables avances en el ambiente científico, económico y
tecnológico, incluso en lo social. El
capitalismo burgués, la sociedad de consumo, la cultura de masas, el economicismo,
y el tecnificación le han aportado al hombre moderno gran confort
material y muchas libertades. Esto no es malo, inclusive es motivo de
orgullo. Sin embargo, al mismo tiempo,
nos hemos empobrecido dramáticamente en cuanto a lo cultural y espiritual. El individuo de la actualidad esta
desorientado, perdido. En algún del
punto del camino, hemos fallado. La insatisfacción personal es generalizada.
En la literatura contemporánea, de
manera recurrente, nos topamos con personajes que reflejan con gran claridad esta
crisis del individuo actual. Se trata
del joven posmodernista que vaga
nerviosamente como un errante en busca de su identidad en medio del
laberintico espacio urbano. El
arquetípico personaje actual es asocial, pasivo, cínico, inconforme, mezquino y arrogante. No es crítico, ni pensante. Es incapaz de
sobrevivir sin ayuda del sistema. La tradición, la familia, la comunidad, la historia, la religión, y las ideologías ya no son puntos de orientación . Y lo
único que encuentra es el disfrute consumista, escapista y hedonista en el contexto de una frenética carrera social. Ya no
está impulsado por principios e ideas sino por las cosas, la fama y el
poder. Vale poco como individuo, vale mas su posición en la jerarquía social ,que demasiado a menudo depende de su nivel económico . A la final,
eso solo conlleva a un hondo vacío en el fondo de su ser.
El hombre promedio y bien adaptado
vive en la negación. Es más, cuando se critica al sistema actual se desboca ferozmente en
su defensa . Y el debate se vuelve emotivo e irracional. La intención
no es volver al pasado ni vivir en la indigencia, sino buscar el sano equilibrio entre el progreso externo y el
interno.
Las necesidades materiales del hombre
en realidad son muy pocas. Y seria seguro decir que mientras más rico es el mundo
interior de una persona, lo material cobra menos importancia. El enfoque de una sociedad sensata debe estar
en el ser, no en el tener. Buscar seguridad en lo material exclusivamente, lo
que pone en evidencia es nuestra incapacidad y debilidad. Una persona que pueda caminar kilómetros sin problema necesita menos del transporte moderno que aquel que se canse con un par de
cuadras. Una persona querida por sus
amigos y su familia debido a su gran corazón necesitara menos de lo material
para impresionar a la gente. Y así va.
El progreso interno comienza agradeciendo
lo mucho que tenemos y reconociendo que ser feliz tiene que ver más con nuestra
actitud personal ante la vida, que con las monedas debajo del colchón. El crecimiento viene del esfuerzo, no de la
facilidad. El que invierte en su ser siempre estará en la
cima del mundo, con o sin castillo.
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 22 de Julio 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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