Todos nosotros hemos sentido la presión de los demás por ser alguien que en realidad no somos. Tanto la sociedad en general como nuestro entorno en lo particular nos imponen constantemente una serie de exigencias. Siempre se espera algo de nosotros. Pero, para ser francos, nadie encaja perfectamente en estos modelos preestablecidos que nos colocan. Normalmente, son expectativas irrealistas o, en todo caso, insatisfactorias para el individuo. Sin embargo, si no podemos complacer a los demás asumiendo nuestro rol asignado, ¿quienes debemos ser, entonces?
El individuo siempre es un proyecto personal, no colectivo. El contexto podría ser compartido, pero el individuo con su presencia crea siempre una realidad singular. Ese yo en unión con su circunstancia compone una sinfonía de expresiones excepcionales. En otras palabras, todos somos distintos, a pesar de que el factor gregario tiende a querer eliminar los elementos diferenciadores. La batalla entre el ser y el deber ser es eterna. El deseo de la sociedad por establecer un orden predecible siempre se ha empeñado en destruir la belleza singular. Por otro lado, el individuo siente una necesidad natural por defender su autenticidad. A veces con algún éxito y otras veces no tanto. Esto se puede apreciar claramente en aquellas ocasiones cuando la persona desafía las creencias del grupo y por ello recibe la desaprobación de los más “correctos”. En cierto sentido, todos estamos solos en esta contienda existencial. Ya sea por ser un extraño en el mundo, miembro de una minoría incomprendida o como parte de una mayoría oprimida. La aceptación total es una quimera.
El miedo a lo diferente ha dominado la historia desde que el hombre es hombre. No es fácil transitar la ruta no transitada. La sociedad tiene sus estructuras fijas y sus prejuicios. Si una joven decide sostener una relación sentimental con alguien del mismo sexo, es muy probable que esta relación sea motivo de escándalo en una sociedad tradicionalista. Su relación sería considerada como inapropiada según la moral aceptada. Su felicidad personal sería irrelevante. Si una señora de cierta edad quiere casarse con un joven considerablemente menor que ella, esto también sería causa de censura entre los más conservadores. O si una persona prefiere permanece soltera, seguramente también será cuestionada. O si alguien escoge un estilo de vida divergente, los críticos estarán ahí sin falta. Sin embargo, todo persona tiene el derecho irrevocable de escoger su propia identidad. Tiene la libertad de ser. La identidad es potestad de la persona, no de la sociedad.
¿Quiénes somos? Somos seres únicos. Seres ricos en matices y contradicciones. No esclavos de una norma, de una tolda ni de un dogma. A menudo nos vemos en la obligación de suscribirnos a un club para sobrevivir. Para decirlo de otra manera, nos vemos forzados a dar concesiones y a defender una identidad ajena. Asumimos etiquetas en busca de apoyo pero al mismo tiempo estas nos aprisionan. Las etiquetas nos limitan. Nunca nos definen absolutamente. Siempre hay mucho de artificial y falso en ellas. ¿Qué es ser gay? ¿Qué es ser negro? ¿Qué es ser latino? ¿Qué es ser mujer? ¿Qué es ser hombre? ¿Qué es ser ingeniero?
De hecho, somos mucho más que una etiqueta. Somos una fuerza nueva en el mundo y nuestro destino es forjar nuestro propio camino. Somos lo que somos.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 08 de Septiembre 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario