¿Es posible enamorarse de personajes literarios? ¡Ah!, he ahí una pregunta muy interesante y sumamente reveladora. ¿Se puede? Bueno, yo pienso que sí. Es posible, en cierto modo. Leer es una experiencia íntima, sin lugar a dudas. Y existen personajes ficticios que, en esa intimidad poética, te tocan profundamente. Ya sea porque te recuerdan personas reales. Ya sea porque crean la ilusión de poder encontrártelas en la vida real. Las novelas te acercan, con absoluta sinceridad, a la gente. Y la cercanía enamora. El amor es también una forma de imaginación. Para querer a las personas hay que prestarle atención. E imaginarlas. Es decir, leerlas con paciencia. Escuchar sus sueños lentamente. Empatizar con sus defectos poco a poco. Disfrutar sus emociones. Explorar sus sentimientos. Y desear su bien de un modo honesto y franco. Mejor dicho, sentirlas. Sentirlas en su totalidad. Las personas son historias. Y hay personas que solo pueden ser historias de amor. Todo es cuestión de ser un buen lector.
Anna Karenina es la protagonista de la novela (que lleva su nombre como título) escrita por el escritor ruso León Tolstoi a finales del siglo XIX. Anna es indudablemente una de las mujeres más bellas de toda la literatura universal. Nunca se deja de lamentar su trágico final. Anna se casó muy joven con un hombre seco y sumamente frio. Karenin es un sujeto responsable y correcto, pero incapaz de demostrar cariño. Su único impulso es el deber. Un excesivo sentido del deber que sofoca. Sin embargo, Anna puedo mantenerse durante años en ese matrimonio sin pasión gracias a su hijo, Sergio. Era una madre muy devota y crio a su hijo con gran ternura.
Anna Karenina era admirada por toda la alta sociedad de San Petersburgo. Admirada por su belleza, su elegancia y su amabilidad. Una mujer soñada, encantadora, de trato dulce y amables maneras. En los primeros capítulos de la novela, conocemos a Anna durante su viaje a Moscú ayudando a su hermano con un problema marital. Esteban Oblonsky, el hermano de Anna, tuvo una aventura con la institutriz, y su esposa lo había descubierto todo. Anna intervino con gran sabiduría y ayudó al matrimonio a superar el meollo. Desde ahí, para el lector, es amor a primera vista.
Lamentablemente, en ese mismo viaje también conoció al causante de su tragedia. En Moscú, conoció a Vronsky, un joven que después de conocerla se dedicó a conquistarla. Con el tiempo, ella cayó en sus abrazos y quedó embarazada de él. Eventualmente, se separó de Karerin para vivir junto a su amante desarrollando a una relación sumamente tormentosa que terminó con su lamentable suicidio. Anna se volvió cada vez más caprichosa, celosa e irracional. Ese amorío le salió muy caro.
¡Anna! Una mujer fascinante e inmensa. Con un atractivo infinito. Terriblemente compleja y contractaría. Llena de belleza, pasión e ímpetu. Nunca logró la felicidad que tanto anhelaba. Incomprendida, inmadura y víctima de sí misma. Conocer el personaje es quererla. ¡Qué pena! Todo ha podido ser tan diferente.
Elisabeth Bennet es la heroína de la novela Orgullo y Prejuicio de la escritora inglesa Jane Austen. Austen comenzó a escribir la obra en el año 1796 y la terminó en el 1797. La pieza explora el tema del matrimonio y de cómo escoger al compañero ideal. Ambientada en la Inglaterra rural de finales del siglo XIII en medio de familias de clase media. La historia se centra en la interesante relación entre Elisabeth y el señor Darcy.
Elisabeth es una mujer de criterio, de pensamiento independiente y de carácter aplomado. Elisabeth es muy bonita y peculiar. Recordarla es sonreír. Siempre fiel a sus principios. Siempre con opiniones fuertes. Es la segunda de cinco hermanas. Y la preferida de su padre, el señor Bennet. Al principio de la novela, todas las hermanas están solteras y en busca de marido. Una situación ideal para que comiencen los enredos. La novela es en realidad una comedia romántica, llena de color, reveses y sorpresas. Se disfruta muchísimo. La diversión nunca para.
La relación de Elisabeth con Darcy empieza como grandes malentendidos. En un principio, se detestan. No se soportan. Pero con el tiempo, se van descubriendo. Y van creciendo en la medida que se van conociendo mejor. Darcy, un caballero de elevada posición social, en el fondo, es un hombre bueno y de noble sentimientos. Pero introvertido, de modales a veces toscos y en apariencia arrogante. Cuando por primera vez, Darcy le propone matrimonio a Elisabeth, ella lo rechaza de plano. Su propuesta fue casi grosera, totalmente inapropiada. Y Elisabeth siempre digna se lo hizo saber con una firmeza muy típica en ella. La seguridad de Elisabeth es admirable. Es su mayor atractivo. La mujer es bella. Si algo tiene, es personalidad.
Anna Karenina y Elisabeth Bennet son mujeres muy distintas. Anna es una dama de sociedad sumamente sofisticada. Elisabeth, por otro lado, es una muchacha de orígenes más humildes y con menos mundo que Anna. Sin embargo, se podría decir que Elisabeth es mucho más centrada y madura. Son bellezas diferentes. Anna es como un trofeo muy cotizado, pero Elisabeth es un premio que se debe merecer y solo se revela conociéndola. Anna es el sueño de todo hombre, pero Elisabeth es una mujer para construir sueños a su lado. Elisabeth sabe lo que quiere. Y valora al hombre que la quiere. Anna no está muy clara. Y emocionalmente es un desastre. Por supuesto, ambas son mujeres que inspiran sentimientos muy profundos. Apasionan.
Es un asunto misterioso y sutil. Por ejemplo, uno no puede enamorarse de Emma Bovary. A pesar de sus encantos. Esto probablemente se debe a que los personajes de Flaubert son, en el fondo, patéticos. La novela Madame Bovary (todo un clásico de la literatura francesa del siglo XIX) es bellísima, pero no por sus personajes, sino por su espectacular estilo. El escritor es un verdadero artista. Todo un poeta. Sin embargo, Emma en realidad es un personaje un tanto ridículo. Causa lastima, no simpatía. Eso crea una distancia muy honda. Hay algo muy soso en ella. Su mundo no nos atrae, ni nos conmueve. No seduce como mujer. Existe una brecha difícil de superar. La llegamos a conocer muy bien, pero no la llegamos a querer. Algo falta. Dignidad, tal vez. Amor propio, no sé. Pero algo. Simplemente no tiene la suficiente sal. Básicamente, carece de gracia. Pero ¡ojo! No es culpa del lector. El autor lo quiso así. De ese modo nos presentó a su personaje. Emma Bovary. La protagonista de la novela más famosa del gran escritor francés Gustav Flaubert.
Por otro lado, una mujer como Anna Karenina. Una mujer como Elisabeth Bennet. Eso sí es otro cuento. Ellas son mujeres interesantes. Derrochan vitalidad. Poseen una complejidad que fascina y una belleza que ilumina. Llegan al corazón. Es decir, enamoran. Nos hacen perder la cabeza. Así, dejándonos locos de amor.
Gustavo Godoy
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