La diferencia entre el “amor propio” y el narcisismo es ciertamente bastante sutil. Las personas más egoístas del mundo usan con frecuencia la carta del “amor propio” para salirse con la suya. “Yo soy así”. “No me siento feliz”. “Necesito mi espacio”. “Merezco más”. Todo suena muy noble y poético. Pero, en muchos casos, se trata de un narcisista más que no soporta dejar de ser el centro del universo. Amor propio mis cojones.
“Amor propio” ¿De dónde viene esa frase? Entre las religiones tradicionales, el amor a Dios ocupa un rol mucho más preponderante. Obvio. O sea, el amor propio no es muy bíblico que digamos ¿Qué tal los filósofos? En Grecia y Roma, las opiniones son mixtas. Pero se podría decir que el amor a la ciudad (Grecia) y el amor a la patria (Roma) se llevan el premio. Curiosamente, el fenómeno del amor propio es algo relativamente nuevo. Ha prosperado particularmente en culturas individualistas. Los libros de autoayuda, los hippies, el feminismo, las marchas del orgullo y el movimiento Nueva Era, sin lugar a dudas, han contribuido bastante en la promoción de esta moda. ¡Amate! O sea, manda a los demás al carajo. Lo que no es necesariamente malo. Porque ciertamente nuestra vida está plagada de idiotas.
El “amor propio” es un tema recurrente en las historias de amor. Especialmente, en las comedias románticas (cine y televisión), el asunto se aborda constantemente. Hablemos de Hollywood. Todo empieza con un enredo y un malentendido. Las cosas se complican, pero, con el tiempo, los protagonistas comprenden que están hechos el uno para el otro. El amor es paciencia y comprensión nace de las novelas de Jane Austen. De Orgullo y Prejuicio en especial. Dentro de las comedias de este estilo, tenemos casi todas las películas de Meg Ryan, El diario de Bridget Jones,y Mujer Bonita. Ejemplos.
Ahora bien, dentro de este mismo género también existe otra temática fundamental:” Para encontrar el amor verdadero, primero hay que tener amor propio”. Estas historias normalmente comienzan con una devastadora ruptura. La meta, en un principio, es reconquistar el amor perdido de la expareja ingrata. Finalmente, el protagonista se da cuenta que su ex nunca lo valoró y lo desecha. Su autoestima elevada le da el valor necesario para vencer los patrones tóxicos de su vieja vida. Esta realización le permite comenzar una nueva historia de amor. Esta vez, con su “amigo”, que sí la valora, pero ella no se daba cuenta debido a su pasada ceguera. De esta familia, tenemos al Diablo se viste de Prada, Comer, Rezar, Amar, y ¿Cómo sobrevivir a mi ex? (Forgetting Sarah Marshall). Estas comedias se mueven, más o menos, en este sentido.
“Mejor solo que mal acompañado”. Algo así va todo esto del amor propio. La persona empoderada, rica en amor propio, busca pareja del mismo modo que hace sus compras en el supermercado. O sea, con una lista. Lo que busca es el mejor partido posible. Esto, por lo general, significa una serie de atributos físicos y sociales determinados. Alguien “especial”. En otras palabras, “estatus”. Normalmente, no es un compañero lo que se busca. En muchos casos, es un trofeo, un cajero automático, y un juguete sexual.
Mucho ruido. Pocas nueces. Hagamos un resumen. ¿Qué es el amor propio? No es estar solo. No es enviar a todos al carajo. No es ser egoísta. No es hacer lo que nos da la gana. Bueno, no necesariamente. Yo diría que el “amor propio” es sentir que somos valiosos. Muy abstracto. “Amor propio” en el contexto de las relaciones humanas (románticas o no) se podría reducir a lo siguiente: Somos una excelente compañía. Exactamente. Mejor dicho, nuestra compañía enriquece la vida de las personas. Así de sencillo.
No somos Brad Pitt o el príncipe Guillermo de Cambridge. Pero somos la mejor persona que conocemos. Nuestra compañía no es solo grata. Nuestra compañía es un privilegio. Sencillo. Estar con nosotros es fantástico. ¿Por qué? La calidad humana de nuestro ser. El amor propio no es una frase de moda. No es ser un patán. Es un proyecto de vida.
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