La fe en los demás es la confianza. La fe, por supuesto, es expectativa. ¿Y qué esperamos?: Compañerismo. Mejor dicho, esperamos que los demás sean generosos con nosotros a pesar de nuestros defectos. Se podría decir que se trata de un pacto de colaboración. Es la renuncia del interés propio por el interés mutuo. Las implicaciones son claras. Podemos dejar de pretender perfección. Podemos mostrar nuestras vulgaridades. Podemos ser falibles. Pero no somos juzgados ni condenados. De hecho, se recibe cuidado, tolerancia y comprensión gracias a nuestro acuerdo. Somos queridos y apreciados. Estamos a salvo porque tenemos confianza. Hay una relación basada en la sinceridad, el apoyo y el cariño.
La confianza se obtiene por autoridad, por reputación o por experiencia. Suponemos, por supuesto, que nuestro médico es un gran profesional. Su bata, su diploma, y su imponente oficina son símbolos de autoridad. Además, su reputación es impecable. Todos hablan muy bien de su competencia como médico y de su ética como persona. En otras palabras, se trata de una persona confiable. Lo que quiere decir que debemos hacer lo que nos recomiende. Nos entregamos a él sin problemas. ¿Por qué? Bueno, porque es para mejor. El médico tiene nuestro bien como prioridad. No seremos juzgados ni estafados. Seremos ayudados.
¿Qué tal los amigos y la familia? ¿De qué se trata la confianza en el contexto familiar? Básicamente, es la licencia de cometer errores. La sociedad es despiadada. La familia y las amistades son un escudo de protección. Es nuestro equipo. En consecuencia, el familiar (o amigo) autoritario, déspota, e incomprensivo no es confiable. Si ve en nosotros más culpas que virtudes, definitivamente no es confiable. Si no podemos confesar nuestros secretos, no es confiable. Si, en momentos de caídas, recibimos juicios y no ayudas, obviamente ese sujeto no es confiable. Rompió el pacto de colaboración y todo es un vulgar juego de poder. Nuestro círculo debe ser generoso con el caído.
¿Y la pareja? La atracción normalmente surge por autoridad y reputación. Pero el amor verdadero se construye con el trato. Tenemos que poder confiar en nuestra pareja. Eso requiere una cultura de apreciación. Se destacan las virtudes. Y los defectos se sopesan con un ojo generoso. Obvio que hay problemas. No obstante, se resuelven con calma, buena fe y acuerdos. No se ataca a la persona. Se buscan maneras para mejorar la relación. No hay insultos o agravios porque por encima de los desacuerdos y los asuntos cotidianos está la dignidad del otro. La prioridad es la pareja. El bien de uno nunca debe costar el bien o la dignidad del otro. Si esta dinámica no es posible, lo mejor es la separación. La relación necesita confianza. Una relación sin confianza es un infierno de reproches y sospechas.
Ahora bien, en torno al cortejo, los rechazos y la soledad. El mejor partido no siempre es la persona más confiable. Un café no es el fin del mundo. Pero una relación no se construye con cualquiera. La mayoría de las personas no están en busca de un compañero. Están en busca de un proveedor. Quieren un monigote en sus vidas para llenar un vacío social, físico o emocional. Entonces, andan por ahí en la caza de un perfil predeterminado del mismo modo que compran unos zapatos en el Centro Comercial. El comprador inteligente quiere el mejor zapato al menor precio posible. Es decir, quiere un zapato bonito y de calidad. Cómodo y estético. Pero sin mucho sacrificio.
Obvio que las personas no son zapatos. Las personas son más complejas y contradictorias que una prenda para vestir los pies. ¿Por qué? Porque las personas no son lo que aparentan. Sí, las apariencias engañan. El galán de turno es un éxito con las féminas del lugar. Y la chica bonita se roba todas las miradas. Se conocen, sienten mariposas en el estómago y en poco tiempo se convierten en la pareja del momento. El hombre se siente admirado por una mujer atractiva. Y la mujer se siente deseada por un hombre de éxito. Se trata de una unión por idealización. O sea, son “perfectos”. Sienten que ganaron la lotería. Y cada uno obtuvo su premio.
¿Cuál es el problema? Habla, memoria. El problema es evidente. Todos hemos vivido esta historia. La relación comienza con esta idea de la supuesta “perfección”. Pero, con el tiempo, ambos descubren que no son tan perfectos como aparentan. El hombre no es tan estable y maduro como su aparente éxito sugería. Y la mujer no es tan dulce y agradable como su belleza física proponía. De un momento a otro, el premio resultó ser un fraude. El proveedor no dio los productos y los servicios esperados. El hombre acabó siendo un patán y la mujer terminó siendo una histérica aprovechada. ¿La solución? La búsqueda de perfección en otra persona. Una nueva idealización. Iniciando, por supuesto, un nuevo ciclo de desilusión.
¿Qué es lo que realmente queremos de un compañero de vida? Un apoyo solidario. Fidelidad. Es decir, sustancia. ¿Elige hacer lo correcto pudiendo escoger lo más fácil? ¿Corrige sus errores? ¿Asume su responsabilidad? ¿Resuelve los problemas de manera constructiva? ¿Mantiene su calma durante las conversaciones difíciles? ¿Es justo y comprensivo? ¿Es valiente en la adversidad? ¿Es considerado con tus sentimientos? ¿Piensa en el bienestar mutuo? ¿Es generoso? ¿Es honesto? ¿Es sincero? ¿Cumple sus promesas? ¿Su prioridad es la relación?
Una persona confiable quiere nuestro bien. Guarda nuestros secretos. No se aprovecha de nuestras vulnerabilidades. Es una persona cálida y dadivosa. No es una mascota para exhibir y pasear. No es un muñequito de torta. Es un ser humano que nos apoya en todo momento. Es un compañero codo a codo. Una alianza de imperfectos. La confianza es algo que se construye con pequeños actos de generosa bondad. La gran pregunta: ¿Es esa persona confiable? ¿Yo soy confiable?
No hay comentarios:
Publicar un comentario