domingo, 2 de octubre de 2022

Las pequeñas cosas

 



Todo gira en torno al dinero. Pero de un dinero que no es un medio, sino de un dinero que es un fin. Ya está resultando obvio que el dinero no es un simple pedazo de papel que usamos para adquirir cosas. El dinero también emite un fuerte mensaje simbólico. En este lenguaje misterioso, el dinero es éxito. De hecho, se suele gastar mucho dinero para demostrarle a los demás que se tiene dinero. Me refiero, por supuesto, al dinero como signo.

En una sociedad burguesa, el reconocimiento social se obtiene mediante la ostentación. O sea, para pertenecer al club, hay que pagar la suscripción. Mejor dicho, para parecer rico, hay que adoptar el patrón de consumo de los ricos. Eso normalmente implica vivir en una ciudad de ricos. Poseer un inmueble en el mismo lugar que los ricos. Manejar un automóvil de ricos. Vestir como los ricos. Y socializar con los ricos. Aquí no estamos hablando de las posibilidades materiales. Aquí estamos hablando de las posibilidades sociales. Claro que estas posibilidades sociales exigen de cierto financiamiento. El dinero te permite comprar cosas. Sin embargo, la ostentación de ese dinero te da el respeto y la admiración de los demás. En el ámbito social, no es suficiente con únicamente tener dinero en el bolsillo. La gente debe pensar que tienes dinero en el bolsillo. De lo contrario, su poder simbólico se pierde.  

Ahora bien, no todos cuentan con una aptitud para la ostentación material. Y eso se puede deber a varias razones. Primero. Nuestro círculo social ya conoce perfectamente nuestra situación económica. Y ya no se requiere realizar gastos innecesarios para impresionar a los demás. Segundo. Tenemos el caso de los bohemios, excéntricos y ermitaños que, en su rechazo a los valores burgueses, adoptan un estilo de vida alternativo. O sea, no quieren pertenecer a ese club. En ambos casos, tenemos un distanciamiento social y un cambio de valores. El dinero deja de ser un trofeo. El respeto y la admiración de los demás se logra de otra manera.  

La educación siempre ha sido uno de los rivales más interesantes al culto del dinero. O sea, la distinción por conducta y la cultura como valor supremo. En este escenario, el dinero deja de ser un agente social. Y se convierte en un agente de libertad. En el trayecto, al perder su protagonismo, el dinero se vuelve invisible. El valor monetario de las cosas ya no es tan relevante. Y el valor cultural de las cosas surge como el elemento básico del encuentro social. No es tener. No es hacer. Ahora es ser. Porque la vida, entonces, se transforma en una contemplación. El gran disfrute no es mostrar. El gran disfrute es experimentar.

El disfrutar de la experiencia exige una búsqueda constante por la calidad y una gran pasión por los detalles. Un estilo de vida centrado en vivir el momento necesita de almas curiosas, observadoras y abiertas. El ritmo es diferente. Hay que ver, oír, oler, tocar, degustar y saborear. Se requiere tiempo. Se requiere lentitud. Se requiere calma. Se requiere silencio. Y se requiere moderación. Para vivir en el placer de las pequeñas cosas, se requiere cultivar la sensibilidad.

El valor de una comida va más allá de su precio. El valor de un libro no aparece en la portada. El valor de la música no se puede cuantificar en dólares. La educación te desarrolla el gusto. Porque la calidad sigue ciertos criterios. Sigue cierta tradición. Y, para formar parte de esta sociedad secreta, se necesita de tiempo, experiencia y espíritu. Esto no es para cualquiera. Y el dinero no te puede comprar la entrada de admisión. Porque hay intangibles que no se pueden transferir. Estamos hablando de una sociedad secreta, con un lenguaje secreto y miembros anónimos, que se ve obligada a existir en un mundo burgués. El mundo es el mismo. La frecuencia es otra.


 Gustavo Godoy 

No hay comentarios:

Publicar un comentario