Todos esperamos apoyo, respeto y reciprocidad de nuestra pareja, familia y amigos. No se trata de exigir devoción fanática o ciega. Sin embargo, sí esperamos de los demás un reconocimiento de nuestro valor personal mediante sus acciones.
La
lealtad es como un puente que une los corazones de las personas y los grupos.
Es una fuerza que nos protege de las tormentas y los peligros. Es un escudo que
nos da paz y tranquilidad. Es una promesa que nos hace crecer juntos y
compartir sueños y alegrías. El enemigo de la lealtad es la traición.
La traición
es una herida que nos abre el alma cuando nos falla un familiar, cuando nos
abandona un amigo, cuando nos agreden los que amamos. Es un dolor que nos quema
por dentro y que nos cuesta mucho sanar. ¿Cómo lidiar con esta situación?
José era el hijo más querido de su padre, que le había regalado una túnica de muchos colores. Sus hermanos lo envidiaban y lo odiaban, sobre todo cuando les contaba los sueños que tenía, en los que ellos se inclinaban ante él. Un día, lo engañaron y lo vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto. Allí, José pasó por muchas dificultades y sufrimientos, pero también demostró su inteligencia y su capacidad para interpretar los sueños. Así, llegó a ser el gobernador de todo Egipto, y se encargó de preparar al país para una gran hambruna que se avecinaba.
Cuando el
hambre azotó a toda la región, la gente de otros lugares venía a comprar grano
a Egipto. Entre ellos, llegaron los hermanos de José, que no lo reconocieron.
José los reconoció, pero no se dio a conocer. Los puso a prueba, haciéndoles
pasar por varias situaciones difíciles, para ver si habían cambiado y si se arrepentían
de lo que le habían hecho.
Finalmente,
José se reveló a sus hermanos, y les dijo que no les guardaba rencor, pues todo
había sido parte de un plan mayor para salvarlos del hambre. Les pidió que
trajeran a su padre y a toda su familia a Egipto, donde él los cuidaría y los
protegería.
Así fue
como José se reunió con su padre y sus hermanos, y los perdonó y los abrazó.
José fue leal a su familia, a su pueblo y a sus principios, y recibió el
reconocimiento y el cariño de todos. José transformó la traición en bendición,
y la envidia en amor.
¿Qué se
podría aprender de José? Bueno, que las traiciones pueden venir de cualquier
parte y en cualquier momento. Sin embargo, por muy doloroso que sea, hay que
seguir adelante. La traición es el acto injustificado de un traidor. Es decir,
el culpable tiene nombre. No hay que asumir que, porque hemos sido víctimas de
una traición, todos nos traicionarán. Es importante entender que todavía
podemos confiar en los demás. En otras palabras, la vida continúa. Tarde o
temprano, alguien nos reconocerá como lo merecemos.
Pero, ¿cómo
lidiamos con la traición?
En primera
instancia, lo más sensato es romper relaciones con el traidor. Simplemente, por
nuestra protección. Ya que la persona en cuestión ha demostrado que no es un
socio confiable. Nos ha revelado que nuestro bien no es su prioridad.
En segunda
instancia, entra el debate entre la venganza, la indulgencia y el perdón.
A simple
vista, parece una injusticia darle un nuevo chance al traidor. Porque olvidar
las ofensas es solo darle alas a la impunidad. Pero eso no es perdón. Eso es
resignación. Es una forma de indulgencia. Confiar de nuevo en un traidor es
jugar con fuego.
Debido a
todos los sentimientos negativos que surgen en el alma del traicionado, la
venganza es la opción más tentadora. Es decir, hacerle daño al que nos lo hizo
daño. Sin embargo, esta opción tiene un defecto. No es muy productiva. Nadie
gana. Hay personas que obtienen satisfacción psicológica de la venganza. Pero
será una ganancia ilusoria. La venganza no borra el daño original. La venganza
puede ser contraproducente. La venganza no ofrece una solución real.
El perdón es el mejor camino, pero no es un regalo. El que traiciona debe reconocer su culpa. Y dar una explicación, si puede. Pero también debe enfrentar las consecuencias de sus actos y reparar el daño. O al menos intentar mejorar.
En
definitiva, todos nos equivocamos. Todos tenemos derecho a una segunda
oportunidad. Pero tiene que haber una transformación real. La persona tiene que
mostrar que, aunque falló y erró en el pasado, se ha arrepentido y ahora es
digna de confianza. Es decir, capaz de ofrecer apoyo, respeto y reciprocidad.
Aprendemos a ser leales, fieles y honestos. Entonces, llega el perdón. ¿Ha
demostrado su lealtad esa persona, a pesar de sus errores del pasado?
José no perdonó sin antes poner a prueba a sus hermanos. Esa es la verdadera lección de esta historia. Es posible pasar la página. Pero el sacrificio no solo debe venir de la víctima. El que hizo el daño debe cambiar y reparar. Así se construye un bien mayor.
Gustavo
Godoy
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