Según
la mitología griega, Sísifo fue rey de Corinto y un hombre muy sabio y
prudente. Sin embargo, cometió una gravísima falta que ofendió terriblemente a
los dioses. Debido a esta transgresión, este mortal, símbolo de la humanidad,
fue condenado al Hades y castigado de un modo muy particular. Su pena consistió
en hacer subir una pesada roca hasta la cima de una altísima montaña para
volverla a subir inmediatamente sin descanso por toda la eternidad. Este
curioso mito fue brillantemente utilizado por el escritor franco-argelino y
premio nobel de literatura Albert Camus para ilustrar su famosa filosofía de lo
absurdo.
El
mundo de Sísifo es un mundo similar al nuestro. Esta es una realidad donde los
problemas verdaderamente importantes no tienen una solución definitiva. Este
es, sin duda, un mundo incompresible desde la razón. En las palabras de William
Butler Yeats “La vida es una larga preparación para algo que nunca llegará”
En
el arte de vivir nos topamos frecuentemente con profundas contracciones y
difíciles dilemas que desafían constantemente el pensamiento. Sin embargo, la
vida concreta no se piensa, se vive.
Este
mundo no es racional sino paradójico. Eso que comúnmente llamamos realidad no
es otra cosa que un complejo sistema de procesos y cambios constantes. Es inútil
especular de manera absoluta acerca de la totalidad del universo y su
finalidad. Lo único cierto es lo incierto.
La
comprensión humana es limitada porque su percepción del entorno es también
limitada. Para los seres humanos no existen verdades objetivas ni absolutas
sino subjetivas y relativas. Ya el filósofo griego Protágoras lo dijo en el
siglo V antes de Cristo “El hombre es la medida de todas las cosas”. De forma
parecida lo postuló el filósofo Danés Søren
Kierkegaarden su famosa frase “La verdad es la subjetividad”
La
incapacidad de la mente humana de comprender objetivamente los misterios del
universo en su totalidad absoluta se extiende inevitablemente a la incapacidad
de construir ideales y valores basados en un orden metafísico cerrado y universal.
Las
leyes de los hombres no vienen de los dioses o de una realidad supranatural.
Nuestras leyes, costumbres y principios morales son convencionalismos
construidos por nosotros mismos para nuestra propia utilidad como resultado de
la experiencia. No hay normas transcendentes de conducta. No hay patrones
absolutos que impongan el cómo se debe vivir.
¿Cómo
vivir la vida en un mundo absurdo, un mundo sin sentido último? Como en el caso
de Sísifo, el caminante en un camino sin final debe encontrar plenitud en el
hecho mismo de caminar. Sería absurdo poner sus esperanzas en una meta
inalcanzable desde el inicio.
La vida carece de un fin último fuera de
nosotros mismos. Sencillamente, somos en la medida que vivimos. La vida es
simplemente el momento presente donde cada individuo existente vive, siente y
experimenta en ese movimiento místico entre el ser y su circunstancia.
Todo cambia. Hay tiempos malos y buenos. La
suerte viene y se va. Sin embargo, hay algo para aferrarse y nadie no los puede
arrebatar: Nuestra actitud personal ante el destino. La vida es el acto mismo
de vivir.
Articulo publicado por el Diario El Tiempo de Valera , Viernes 10 de julio de 2015 en la columna Entre libros y montañas
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