viernes, 8 de abril de 2016

La historia de él y ella



Ya había pasado cierto tiempo y  él ya se  estaba acostumbrando a la soledad. Empezaba a olvidar como era una vida en pareja. El pasado  le trajo lindos momentos, pero también infortunados desenlaces. La soledad, a pesar de que era  algo fría,  era tranquila y libre de complicaciones. Hacia lo que quería y quería lo que hacía. La libertad del hombre soltero le permitía tener su espacio y mucho tiempo libre para poder escribir en paz. Él era poeta o por lo menos tenía espíritu de poeta. En pareja sus opciones eran mucho más restringidas. Algo que recordaba a menudo mientras en su mente enumeraba orgullosamente  las abundantes ventajas de su pacífico  estado sentimental actual.  


Ella después de varios amargos amoríos escogió la soltería como una defensa permanente ante los problemas que con demasiada frecuencia para ella le había traído el amor. Ella ya se estaba acostumbrada a estar sola. La soledad, aunque un poco fría,  le parecía mucho más  la tranquila y segura  que el  campo minado   de los amoríos. Ella era artista o por lo menos tenía espíritu de artista. Debido a sus fracasos anteriores  perdió la fe en los hombres. Y de alguna manera, la fe en sí misma  en materia de  romances.  Tomó la decisión de pensar que esas antiguas decepciones tenían  culpables. Dependiendo de su ánimo  en algunos momentos  los culpables eran los demás pero en otros dudaba. Y secretamente pensaba que tal vez los culpables habitaban en ella. Por eso escogió vivir sola y tratar en lo posible evadir todos los pensamientos alrededor del amor. Era algo complicado y doloroso. La evasión le resultaba mucho más fácil. Y a su manera tenía razón.


Para ambos esta especie de voto de soltería autoimpuesto, los frenaba. Ellos se conocían. Eran amigos. En realidad, eran más que  amigos pero al mismo tiempo  algo menos que amigos. Se trataban muy formalmente. En sus encuentros accidentales, su trato  manifestaba   una cortesía  tan exagerada que se tornaba  sospechosa.  Era una distancia que en el fondo enviaba un mensaje, un mensaje que solo ellos comprendían.  Normalmente era así hasta que se cruzaban sus miradas.  En aquel  momento, todo cambiaba. Por un instante  todo se reducía a nada. De repente, el pasado desaparecía por completo. Y el futuro no importaba más. Lo único que quedaba era el eterno  instante.  El  cálido y dulce destello de sus ojos, con algo de timidez, con algo de picardía. Y por supuesto sus sonrisas, tan  tiernas y libres como  mariposas en el viento.  Era un  poco las diferencias. Era un poco las coincidencias. Era un poco lo fácil que podría  resultar. Era un poco lo difícil que podría llegar a  ser.  Pero eso pasaba fugazmente. No duraba mucho.  Luego de un par de segundos , se desvanecía. Al rato, todo volvía a la normalidad. Y la formalidad y la cortesía retornaban como dos pesados grilletes.

Ese era su secreto. No era mucho, pero era mucho. Era amor o por lo menos un tipo de amor.  No se pedían nada. Con saber que el otro existía les bastaba.  El y ella eran dos solitarios separados por la  distancia y los fantasmas del pasado que compartían  una inusual pero  linda historia de amor.  Así  de simple. Así de mágico. Es que el amor nunca es sobre el otro. El amor es principalmente sobre uno. Es  sobre vencer los demonios internos que habitan ocultos dentro de nosotros  y construyen grandes muros difíciles de derrumbar. Para triunfar en los espinosos senderos del amor, hay que luchar en contra de  gigantes:   La duda, el miedo, el orgullo y los prejuicios.  

Gustavo Godoy



Articulo publicado por El diario El Tiempo el viernes 08 de Abril 2016



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