En la literatura, a menudo nos topamos
con un personaje libre de ataduras que ha renunciado a la seguridad y al
bienestar para vivir de la improvisación
y de la libertad. El vagabundo que vive
de nada acepta con coraje y sin quejas las experiencias que los caminos tienen
que ofrecer. Camina y construye su camino. Viaja para encontrarse.
Dejar el hogar para recorrer el mundo
es una de las aventuras más tentadoras de la vida. Viajar es abandonar la comodidad en busca la inmensidad de
lo posible. A lo largo de la historia los viajeros y
exploradores nos han deslumbrado con sus relatos sobre tierras lejanas y enigmáticas.
Viajar
es para pocos. Por lo general, se trata de personas intrépidas y valientes
movidas por una búsqueda, un deseo. Al regresar, han traído una nueva visión, incompresible
para aquellos que desdeñan lo extraño y diferente. Quien viaja al volver es otro. Pocas empresas
nos enseñan tanto como viajar. Viajar es aprender en la escuela del mundo y de
la vida. Es un enriquecimiento, un amor. Nos ayuda a una mejor compresión de nosotros mismos.
Nos ayuda a encontrar el sentido de nuestras vidas.
Marco Polo, Cristóbal Colon, Humboldt,
y Fernando de Magallanes son algunos ejemplos de viajeros famosos. Por otro lado, la literatura también nos
ha regalado fantásticos viajes ficticios en novelas como Robinson Crusoe, Moby Dick, La vuelta
al mundo en 80 días, Las aventuras de Huck Finn, y La isla del tesoro. Selvas densas, islas escondidas, majestuosas montañas,
aldeas remotas, modernas ciudades, templos históricos y territorios exóticos son
sitios ideales para aventurarse. Los rincones poco transitados y los caminos
espinosos son los mejores para la aventura y el descubrimiento.
Viajar insinúa una capacidad, una
actitud. Es abrirse a lo desconocido. Es distanciarse del pasado y de los
miedos. Quien viaja crece; se reinventa. El mundo se le hace más grande, más generoso. También es una huida, un escape de
la rutina, de lo común, de las convenciones sociales, y del entorno donde pertenecemos. Viajar
es libertad. Es pasión por la vida.
El ser humano está hecho de hábitos,
acciones que se repiten de manera cotidiana y le dan un orden a nuestras vidas. Las costumbres son compañeros que nos definen
y nos vinculan a nuestro entorno inmediato. El sedentario vive seguro, pero también vive
preso. Quien viaja empieza a querer el todo y entiende que la humanidad es una
gran familia. El viajero necesita
confiar en el extraño y está obligado a
olvidarse de lo familiar. Cuando
viajamos nos vemos forzados a resolver constantemente pequeños problemas e inconvenientes
que desvían nuestra atención lejos de las trivialidades que tan menudo nos
preocupan en nuestro día a día. Nos salimos de nosotros. Este enfoque nos brinde una ligereza sumamente
terapéutica. Viajando uno vive siempre en desequilibrio y no nos quede otra opción
que aferrarnos de aquello que es eterno. La vida, el cielo, la voluntad, el
amor. Se disfruta, se aprende, se crece, se cultiva sensibilidad.
El mundo está lleno de maravillas esperando a ser descubiertas por
nosotros. La falta de movimiento, lo fijo, lo estático significa mediocridad. La
vida es moverse, cambiar, caminar por los senderos. El viaje nunca es sobre el lugar,
el camino o el destino. Es siempre sobre el viajero. El viaje interno. La transformación.
Ese es el verdadero viaje. El que ocurre en el alma del viajero. Vivir es un gran viaje.
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 05 de Agosto 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario