F. Scott Fitzgerald , uno de las más grandes novelistas del siglo XX,
escribió su más famosa novela “ El Gran Gatsby” en 1925, en plena era del jazz.
Considerada por muchos críticos como la
gran novela americana, es una novela
sobre decadencia, idealismo y ascenso social. Comienza con una frase que nos
llama a una profunda reflexión. “Cada vez que te sientas inclinado a criticar a
alguien, ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas”.
Los comportamientos altruistas han decaído notablemente en los últimos tiempos
en la medida que vamos aceptando cada vez más la mentalidad mercantilista del burgués. El exitoso hombre de negocios debe ser
fuerte, ambicioso y determinado. Debe ser duro
para confrontar las dificultades de un mundo competitivo. Ayudar a los demás de manera desinteresada con frecuencia se
interpreta como una perdida y en cierto modo algo injusto. Según esta mentalidad, ser generoso puede
incentivar a la flojera y alentar una
dependencia insana. Al desconocido hay que dejarlo solo. Sus problemas no son
nuestro asunto. Solo nos complete lo propio, nosotros solamente. Muchas veces, un acto humanitario significa un
sacrificio sin ningún tipo de recompensa.
Algo que no es negocio. “Hay que pensar en uno mismo” dice una frase muy común en nuestros días. La
vida es una competencia donde el más apto gana y los demás deben perder. Eso es
lo justo y merecido. El cálculo, la
ganancia, y el lucro son las metas donde
deberíamos encauzar todos nuestros esfuerzos. La meta es el éxito personal. Ese es la actitud del hombre actual, un ser ensimismado en su vida privada que sale a la
vida pública como un cazador en busca de su presa. Experimenta lo público tan
solo como un espectador o un consumidor. Nada más.
La persona promedio enfoca toda su atención exclusivamente en
lo individual, por eso no dejara de ser nunca una persona incompleta. Jamás
podrá desarrollar plenamente su personalidad. Los grandes logros y los éxitos sin
contribución a lo colectivo rara vez tienen valor alguno. Debemos distinguirnos
por nuestra capacidad de contribuir a los demás, por poseer la nobleza de
embellecer el mundo con nuestras obras. Los esfuerzos y la sabiduría acumulada deben emplearse para el
bien común, no solo para el beneficio propio.
A menudo olvidamos que hoy estamos cosechando los
frutos que otros sembraron por nosotros.
A pesar de nuestros méritos, los regalos que hemos recibido siempre son más
grandes. Estamos donde estamos en gran medida por la generosidad de los demás.
Es justo reconocer que las ventajas que hoy gozamos se las debemos a millones de personas que durante miles años
han luchado por nosotros. Cuando leemos la historia, nos topamos con muchos
nombres. Muchos de estos nombres los
recordamos por ser grandes benefactores de la humanidad. Científicos,
pensadores, literatos, artistas, artesanos, creadores, jardineros e innovadores
han aportado algo para que nuestras vidas sean mejores. La verdad es que muchas personas nos han ayudado. Familia, amigos, extraños. Esto tenemos que admitirlo con agradecimiento y humildad. Sin
embargo, también debemos recordar que esto implica una deuda moral. Es nuestro deber sembrar hoy
para el disfrute de las futuras generaciones.
La frase “ Noblesse
oblige” viene del francés y se traduce como “ La nobleza obliga”. El término es
comúnmente usado para sugerir que junto a las ventajas y privilegios vienen
ciertas responsabilidades. En otras palabras, podríamos decir que la nobleza en las personas no viene de lo que
tienen sino de lo que dan. ¿Cómo pensamos contribuir? ¿Que aporte daremos a la
historia? ¿Cómo nos recordara la posteridad?
Artículo publicado por El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) el viernes 12 de Agosto 2016 en la Columna Entre libros y montañas
Ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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