Existimos personas que, aunque aparentemos ser sociales, de hecho, somos grandes solitarios. Tenemos amigos, muchos conocidos y diversas ocupaciones pero guardamos un secreto. Vamos a las fiestas, a los cafés y a los matrimonios como todos los demás pero participamos en todo eso con escepticismo y desconfianza. Sonreímos, hablamos y convivimos entre la gente pero siempre algo distraídos y ausentes. Recorremos inadvertidos la multitud como un explorador de otro planeta que se mezcla entre los nativos disfrazado de igual pero que en el fondo sabe perfectamente que no pertenece a ese lugar. Somos espectadores incrédulos que habitamos el mundo desde la distancia a pesar de estar sumergidos en él. Incluso de vez en cuando podemos salir con alguien para jugar al romance ocasional, esas nubes pasajeras que vienen y se van. Esos amores eternos, llenos de muchas promesas y pocos compromisos, que se caracterizan por su brevedad y su falta de esfuerzo. Esos momentos gratos y perecederos que cuando se vuelven muy reales e intensos los convertimos en pasado. No es que no queremos caminar de la mano, desayunos los domingos y viajes a la luna con alguien especial dentro de un feliz para siempre. En realidad, es otra cosa. En el fondo, deseamos amar a alguien pero le huimos a esas uniones insustanciales que distan mucho de ser conexiones genuinas y profundas. Preferimos respirar un aire independiente que caer presos con personas no disponibles emocionalmente que confunden la comprensión, el cariño y el compañerismo con el cálculo socio-económico, la posesión y el reproche. El solitario quiere amar en serio, no un premio de consolación.
Son tantas las razones por los cuales los solitarios nos hemos transformado en soñadores. Elegimos buscar consuelo más en la imaginación, en los libros, en la música y en el coqueteo inocente que en otras personas. Elegimos apoyarnos en los vaivenes de nuestra rutina diaria y en las ilusiones, donde aún existe verdadera pureza y esperanza. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas están en una batalla feroz consigo mismas. Están rotas por dentro. Fingen ser fuertes para ocultar su fragilidad. Atacan anticipadamente porque están heridas. Ladran no por valientes sino por miedo. Se esconden tímidamente detrás de las excusas y la banalidad. Exhiben el narcisismo, el egoísmo y el orgullo como trofeos de una guerra que se pelea afuera pero en realidad yace dentro. Sus vidas reflejan sus almas. Las personas no aman porque así lo desean. No aman porque no pueden hacerlo.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 07 de Julio 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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