viernes, 7 de julio de 2017

De las Relaciones y Otros Meollos



Existimos personas que, aunque aparentemos ser sociales, de hecho, somos grandes solitarios. Tenemos amigos,  muchos conocidos y diversas ocupaciones pero guardamos un secreto.  Vamos a las fiestas, a los cafés y a los matrimonios como todos los  demás pero participamos en todo eso con escepticismo y desconfianza. Sonreímos, hablamos  y convivimos entre la gente  pero siempre algo distraídos  y ausentes. Recorremos inadvertidos la multitud como  un explorador  de otro planeta que se mezcla entre los nativos disfrazado de igual pero que en el fondo sabe perfectamente  que no pertenece a ese lugar. Somos espectadores incrédulos  que habitamos el mundo desde  la distancia a pesar de estar sumergidos en él.   Incluso de vez en cuando podemos salir con alguien para jugar al romance ocasional, esas nubes pasajeras  que vienen y se van. Esos amores eternos, llenos de muchas promesas y pocos compromisos, que se caracterizan por su brevedad y su falta de esfuerzo.  Esos  momentos gratos y  perecederos que cuando se vuelven muy reales e intensos los convertimos en pasado. No es que no queremos caminar de la mano, desayunos los domingos y viajes  a la luna con alguien especial dentro de un feliz para siempre. En realidad, es otra cosa. En el fondo, deseamos amar a alguien pero le huimos a esas uniones insustanciales que distan mucho de ser conexiones genuinas y profundas. Preferimos respirar un  aire  independiente que caer presos   con personas no disponibles emocionalmente que confunden la comprensión, el cariño y el compañerismo con el cálculo socio-económico, la posesión y el reproche. El solitario quiere amar en serio, no un premio de consolación.

Son tantas las razones por los cuales  los solitarios nos hemos transformado en soñadores. Elegimos buscar consuelo más en la imaginación, en los libros, en la música y en el coqueteo inocente que en otras personas.  Elegimos apoyarnos en los vaivenes de nuestra rutina diaria y en las ilusiones, donde aún existe verdadera  pureza y esperanza. Lo que ocurre es que la mayoría de las personas están en una batalla feroz consigo mismas. Están rotas por dentro. Fingen ser fuertes para ocultar su fragilidad. Atacan anticipadamente porque están heridas.  Ladran no por valientes  sino por miedo.  Se esconden tímidamente detrás de las excusas y la banalidad. Exhiben el narcisismo, el egoísmo y el orgullo como trofeos  de una  guerra que se pelea afuera pero en realidad yace  dentro. Sus vidas reflejan sus almas. Las personas no aman porque así lo  desean. No aman porque no pueden hacerlo.

Amar es dar. Es una ofrenda y no un reclamo. Hay que ser próspero, generoso y valiente para poder amar. El inseguro se esconde porque no se cree capaz de sobrevivir a tantos peligros.  Crea fortalezas para aislarse detrás de los muros mientras son otros los que exponen su pecho desnudo a la vida dispuestos a recibir los golpes. Quien es capaz de amar  da desde adentro  porque tiene con qué dar. Siente dicha en acompañar a los demás en su crecimiento. En ser un puerto cálido y  hospitalario en este mundo hostil. Es un amigo, un apoyo.  Los verdaderos amantes son una  minoría marginada en estos tiempos de crisis  y modernidad. Son pocos  pero sin ellos nada tendría sentido. ¡Cómo hacen falta sus abrazos!

Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  07 de Julio 2017 en la Columna Entre libros y montañas





ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com

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