Mi historia, que a la vez es la historia de muchos, es simplemente un absurdo. Fue mi culpa, la suya y la nuestra. Ahora, que la ilusión se esfumó y veo todo más claro, puedo narrar lo que pasó. Necesito contarlo todo. No es un relato hermoso pero es sincero.
Un día en algún lugar y bajo circunstancias muy peculiares conocí a una mujer. Mi primera impresión de ella fue modesta. Físicamente, no era mi tipo. Y desde un principio me pareció una niña mimada. Sin embargo, había algo en ella que me llamaba poderosamente la atención. Luego de un par de encuentros casuales, la empecé a detallar. Por un lado, era una criatura creída, egoísta e inconforme, cuyo narcisismo resaltaba. Pero por otro, también fue cierto que era un ser sensible, inseguro y seductor, cuyo encanto hechizaba. Y así, de repente, su magnética persona, tan saturada con contradicciones y extremos, despertó en mí una curiosidad. He ahí la primera señal del peligro que me aguardaba y debo confesar que yo me lo busque.
Fue de ese modo como decidí invitarle un café para saber más. Quería averiguar sobre este interesante personaje. Luego de un par de evasivas y múltiples esperas, aceptó a mi invitación. Pero lo hizo con altivez, halagada y a la vez algo ofendida. Muy extraño. Puedo haberse negado pero, a fin de cuentas, aceptó. Francamente, su actitud principesca siempre me pareció ridícula pero yo tercamente seguí adelante con ese sin sentido. La curiosidad me dominaba. Entonces, asumí todo el asunto con una sonrisa burlona. Al fin y al cabo, una puerta se abría y yo la aproveche sin pensarlo.
Tanto esa como las demás citas que le siguieron confirmaron mis sospechas. A pesar de que todo transcurrió con normalidad, mi intriga fue creciendo cada día porque sentía en ella algo inquietante, algo perturbador. Detrás de su fachada amable, resuelta y divertida se escondía una soledad desesperada, una vida llena de miedos, secretos y dudas. Había algo roto. Estaba herida. Yo quise ayudarla. Sus temores, tan intensos y profundos, me atraían y yo pensaba en ella sin medida. Sus ansias de amar eran tan fuertes como su frígida convicción de no hacerlo. Se acercaba a mí y se alejaba de mí, de modo intermitente. Esa vacilante alternancia entre interés y desdén me enloqueció. Aquel juego macabro que inicialmente solo fue un mero entretenimiento se transformó con el pasar del tiempo en una obsesión, un capricho insensato cargado de agitaciones, decepciones y tonterías. Caí en la trampa sin salida de quererla sin querer. Un merecido castigo por mi descuido.
El amor es un acero misterioso y despiadado. El amor, cualquier amor, siempre nos revela nuestra pequeñez desnuda. Por eso es que a veces causa heridas tan profundas. ¡Se parece tanto a la locura! Es ilógico y enigmático. La vida deja de ser nuestra para ser de otro, de alguien que muchas veces no le importamos. ¡Triste realidad! Ahora, después de tantos años perdidos, solo me queda el amargo sabor de haber malgastado mi tiempo en ese solitario amor secreto. Tanta angustia, tanta ingratitud y tantos desvelos por nada. Una pena, la verdad, la de esta trágica ironía de haber amado tan apasionadamente a esa mujer, una mujer desagradable que en realidad nunca me gustó.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 21 de Julio 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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