Ya habían pasado varios días y el artista aún no salía de su taller. La buena vecina que por casualidad estaba en la casa para ayudar con el lavado de la ropa ya estaba acostumbrada al excéntrico comportamiento de su amigo el artista. Ella informó con gran naturalidad a los desorientados visitantes que esperaban en el patio lo poco inusual de la situación. Solo había una razón lo suficientemente fuerte para que el artista abandonara su taller una vez inmerso en el proceso creativo: Buscar más provisiones de tabaco y vino. La verdad es que era una pena ya que las deudas se estaban acumulando y entre estas personas se encontraban un par de potenciales compradores. Eran reconocidos coleccionistas.
Los visitantes no estaban del todo decepcionados de no poder ver al artista porque éste vivía en un sitio realmente encantador y solo con el paseo ya el viaje había valido el esfuerzo. La casa, aunque muy bonita, estaba algo descuidada. Obviamente, el orden y el quitado del polvo no estaban entre las prioridades del artista. Sin embargo, el anarquismo del lugar no era para nada incómodo. Todo lo contrario. Este ambiente romántico y bohemio resultaba muy interesante y estimulante para sus huéspedes. Pero se debía carecer de prejuicios y tener una mente abierta porque en esa casa todo parecía repudiar a lo tradicionalmente burgués con una irreverencia desenfrenada y descarada. La disciplina, el pragmatismo y la formalidad de la burguesía no existían en la casa del artista. Allá reinaba solo el ocio, la frugalidad y el caos de los sentimientos. Los viejos paradigmas de la familia, el trabajo y la normalidad eran destruidos con desdén para ser reemplazados por otros mundos. La obra del artista consistía en romper los moldes, forzar los límites y cuestionar lo establecido. Era natural que con frecuencia ofendiera a la sensible moral de la obtusa clase media. Nuestro polémico artista era un rebelde y un provocador, como es común entre los artistas.
El profesor que era gran aficionado a la tertulia y que, sin lugar a dudas, poseía un talento muy peculiar para el discurso filosófico elevado se sintió particularmente inspirando ese día en la casa del artista con sus amigos. Entonces, decidió compartir sus teorías personales sobre el arte y la vida con la fuerza de un poeta. Se levantó elegantemente de su silla y, con el porte aplomado de aquel que recién ha conquistado la cima de la montaña más alta, dijo :
Ese pequeño corredor que llamamos vida no es otra cosa que una estrella fugaz que desaparece rápidamente en el cielo inconmensurable. Al nacer somos arrojados al abismo y en un instante, apenas sin darnos cuenta, ya nos estamos golpeado la cara con nuestra fosa, como la manzana que cae de su árbol. La vida es un parpadeo. La muerte, por otro lado, es inmensa y eterna. Nosotros los mortales solo existimos por un instante de este infinito. Y hay que vivir ese instante con pasión, por muy efímero que éste sea. No nos quedamos aquí por mucho tiempo, pero siempre podemos dejar una huella. El arte es la fijación de esos frágiles momentos que vivimos y se resisten a ser olvidados. Es nuestra huella en la vasta eternidad. Del hoy, mañana solo quedarán las cenizas y las botellas vacías. Pero el arte, el arte es inmortal. Vive para siempre.
Gustavo Godoy
Artículo publicado en El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes 04 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas
ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com
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