viernes, 11 de agosto de 2017

El Vagabundo





Por alguna desconocida razón, desde muy temprana edad, la vida del nómada siempre le había resultado deslumbrante. Para él, yacía algo sumamente poderoso y liberador en una existencia itinerante. Pocas cosas le eran tan atractivas como el unirse a los marginados y ser el capitán de su destino al convertirse en un vagabundo. Sin embargo, desligarse de las ataduras y dejar todo atrás no es para cualquiera. Para enfrentarse a lo nuevo, a lo distinto, y a lo desconocido de manera recurrente se debe poseer un espíritu muy particular. Tolerar las austeridades y adaptarse a los cambios necesita una tipología especial de persona. El vagabundo quería una vida rica en vivencias, no en cosas. El trotamundos busca conquistar la inmensidad para descubrirse a sí mismo. El viaje externo es solo una excusa. El objetivo principal está en lo interno. En la mochila del vagabundo, los objetos que podríamos encontrar eran libros, cigarrillos, una botella con algún licor, lápiz y papel para su poesía, y algún recuerdo para la suerte. Cuando necesitaba dinero, se apoyaba en su guitarra y en la generosidad del extraño. Su medio de transporte favorito eran sus zapatos desgastados, pero no era raro que navegara como huésped de algún navío amigo. El lugar era irrelevante. Para quien no tiene rumbo fijo, cualquier camino es bueno. Nunca está perdido quien no es de ninguna parte. Lo importante era seguir moviéndose. Una vez acostumbrado al camino es casi imposible detenerse. Toda rutina parece una prisión. Abandonar la seguridad del sedentario exige fe. Hay que tener confianza en nuestras capacidades y un gran optimismo en la bondad ajena. Conscientemente o no, un vagabundo siempre huye de algo y al mismo tiempo siempre anhela algo. Esa senda no está exenta de los retos y las contrariedades de la condición humana. Esta es universal. Por un lado y de cierto modo, la vida del vagabundo era muy simple. El errante no sufre las cargas del hombre responsable con asiento fijo. Tiene poco. Entonces, tiene poco que cuidar. Sus deberes son mínimos y por eso puede disfrutar tranquilamente las virtudes del ocio y la sencillez. Por otro lado, por ser un lobo estepario goza de la libertad del solitario que no tiene por qué considerar a los demás en cada paso que da al andar. Lo suficiente es lo estrictamente necesario. Algo de comida, algo de ropa cálida, algo donde reclinar la cabeza por las noches, un suelo para caminar y un cielo para soñar. Los lujos sobran. Eso de vivir liviano tiene una gran ventaja. Le permite a uno moverse con soltura. Si se cuenta con el carácter requerido este planeta ofrece una gama infinita de oportunidades y experiencias en cada rincón. Solo hay que dar un paso al frente y uno está listo para vivir lo que seguramente será una gran aventura. Al tener creatividad y fortaleza, la vida te sorprenderá. Eso es seguro. Por otro lado y cómo es de suponerse, no todo es felicidad en la ruta del vagabundo. El mundo puede llegar a ser un lugar muy frío y duro con aquel que no tiene raíces, con aquel que no pertenece a ningún lado. Y a veces hace falta una familia para abrazar durante los días de lluvia. Sin lugar a dudas, el calor humano es una de nuestras más sentidas necesidades. Hasta el más vagabundo en ocasiones suspira por un hogar.



Gustavo Godoy

Artículo publicado en  El diario El Tiempo ( Valera, Venezuela) y en varios medios alternativos en diferentes países del mundo el viernes  11 de Agosto 2017 en la Columna Entre libros y montañas


ver blog: www.entrelibrosymontanas.blogspot.com


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